Dr. Jairo
Bracho Palma
La vida de Pedro Estrada resulta
fascinante. Es la representación de un poco ortodoxo policía de novelas,
protagonista de aventuras que atrapan. Su sistemática criminalización y
afeamiento en series de televisión y en la voluminosa obra escrita, sólo aumenta
la atracción por una personalidad al mejor estilo de James Ellroy.
Pedro Estrada en pocas palabras, desentraña
el misterio sobre el magnicidio de Carlos Delgado Chalbaud. La respuesta más
simple suele ser la correcta.
Todo está en el expediente, léanlo.
La conspiración que tuvo como final
inesperado para la mayoría de los implicados, el magnicidio del presidente de
la Junta Militar de Gobierno, es el resultado de la convergencia de historias
personales, del entramado de preferencias y emociones propias trasvasadas en
conductas.
Contra el presidente se levantó una
larga lista de enemigos, muy a pesar de que estaba convencido de no tener más que contrarios políticos en
el sentido noble del término. Carlos Delgado Chalbaud despertó un sentimiento
más nocivo que el rencor, que es conocido entre nuestras naciones originarias,
como un odio descompuesto, aquel que justifica tu muerte en esta vida y en la
otra, y el derecho a ser preterido y odiado más allá de tu desaparición. Aún en
estas fechas, el malogrado presidente, es un muerto con enemigos.
En un país donde los saqueadores
del erario común de los venezolanos forman parte del jocoso y hasta enaltecido
anecdotario de la astucia como forma de vida, el manejo ético de la hacienda
pública resultan odiosa, y sus promotores, candidatos a ser condenados por un
atrevimiento capaz de señalar gravísimas falencias ajenas.
La otra razón de odio sin límites,
nació del sector militar más
recalcitrante y atrabiliario, que proponía una dictadura sin disimulo, dirigida
por un oficial de escuela, con los mismos códigos de conducta que sus compañeros.
La intención nada disimulada que tuvo Delgado para entregar el poder y llamar a
elecciones desató a los demonios de la conspiración. Los argumentos que
utilizaron contra Delgado de haber sido oficial asimilado, de parecer
extranjero y de “paracaidista” en el movimiento de 1945, sólo constituyeron
elementos subsidiarios, bajo cuya superficie se ocultaban los verdaderos
sentimientos en el sentido espinoziano del concepto.
Rafael Simón
Urbina
Apersogado con grillos sesentones
por su participación en el levantamiento
del capitán Luis Rafael Pimentel (1919), el hambre en dosis, las enfermedades
de la miseria y del desaseo; y las consecuencias del tortol y las descolgadas
por las partes íntimas, mutilaron el aspecto físico y espiritual del prometedor
y joven capitán de caballería Carlos Eugenio
Mendoza Betancourt. En adelante, debió usar pantalones amplios para
disimular las grandes y deformes inflamaciones testiculares. Mendoza había
nacido en Caracas en 1886. Egresado de la primera promoción de la nueva Escuela
Militar de la Planicie (1913),ocupó el tercer lugar en el orden de mérito general.
Ocho años en la cárcel de la
Rotunda lo acercaron a Román Delgado Chalbaud. Ambos salieron en libertad el
mismo día. Como en Venezuela, nada quedaba para un “rotundero”, siguió al encorajinado general hacia París,
allí prestó sus servicios como secretario privado entre 1927 y 1929. Actor y
testigo de primera mano de las operaciones sobre Cumaná. Estuvo muy cerca del
director de guerra cuando cayó herido en la calle Larga. Tanto Carlos como su
madre Luisa Helena se resintieron con “el calvo” (como era conocido entre sus
cercanos) y tantos otros por no haberlo rescatado y llevado a bordo.
No fue un hombre muy popular entre
la jungla de malos sentimientos que animaba a buena parte de la colonia
venezolana en Francia. Su actitud para la discusión sin disimulos solemnes, y
su verbo puntilloso, poco ayudaron.
De regreso a París, Mendoza vivió
en una habitación en la casa de los Delgado Chalbaud. En aquellos años se había
casado con una francesa con la que tuvo un hijo. Antonio Aranguren, uno de los
financista de la invasión a Cumaná, a pesar de detestarlo, le tenía asignada
una modesta pensión, pero convencido como estaba de su negligencia en el
rescate de Román, se la retiró a finales de febrero de 1929. Trabajó como peón
en una fábrica de papeles en París. En 1930 el gobierno francés lo expulsó
junto a su esposa e hijo a instancias de la Legación de Venezuela. Llegó a Barcelona (España), las necesidades fueron
muchas. Trató por intermedio de Carlos, de viajar a Canadá para buscar trabajo.
A la muerte de Juan Vicente
Gómez, Mendoza trabajó en la policía de
Caracas. Luego del 18 de octubre de
1945, sería el encargado de las diligencias confidenciales del nuevo ministro
de la defensa, como la relación con algunos exiliados por la Junta
Revolucionaria, entre ellos, un hombre, personificación de los apetitos más
salvajes de nuestra raza: Rafael Simón
Urbina López. Mendoza y Urbina habían sido compañeros en el primer año de
la Academia, pero Urbina no guardaba buenos recuerdos del instituto.
Sobrino de los generales Gregorio, Manuel y Antonio Urbina, éste
último, se había distinguido en la Revolución Libertadora en occidente (1902),
movilizando cien serranos para abrir operaciones sobre Falcón y Lara a las
órdenes del Juan Vicente Gómez. Por su parte, Gregorio Urbina combatió a su
hermano Manuel, quien años más tarde moriría cargado de grillos en el castillo
Libertador en 1934.
De aquellas cualidades de guerrero,
conductor de tropas, y político, Rafael Simón Urbina sólo heredó la audacia del
guerrillero emboscado, y el relumbrón efecto de los traicioneros golpes de mano.
Urbina nació en Cumarebo (estado
Falcón) el 29 de octubre de 1897. Tres años antes de su muerte, el anciano
general Antonio Urbina, escuchó a alguien tocar con habilidad una trompeta de
órdenes que conservaba entre sus arreos de guerra. Al saber que se trataba de
su sobrino, quien había quedado bajo su cuidado por la muerte de los padres,
decidió enviar una carta a Juan Vicente Gómez, para que fuera aceptado en la
nueva Escuela Militar (1910), como en efecto sucedió.
Como cadete, Urbina demostró ser
díscolo y violento, poco dispuesto a cumplir las exigencias del muy
disciplinario director del instituto. Algunos testigos aseguran que trató de
agredirlo. Fue expulsado. Acompañó
a su tío Joaquín Urbina en un
alzamiento en Ciudad Bolívar (1913) para apoyar al “Mocho” Hernández, declarado
en rebeldía desde el exterior. Siendo apenas un adolescente, pagó dos años en
prisión, razón para que el presidente del estado Falcón, general León Jurado
intercediera por su liberación. Cuatro años después, fue tras su tío,Manuel
Urbina, quien mantuvo la serranía de Coro alzada entre 1919 y 1923. Luego salió
del país y vivió exiliado entre la Habana y Barranquilla. Se acogió a la
amnistía general decretada en 1925, y regresó a Venezuela.
Tres años dura su
aparente pacificación. Se alza junto a su amigo Roberto Fosi, administrador de La Vela de Coro. A partir de ese
momento la crueldad y la venganza serán los signos distintivos en sus acciones.
Vestido de liquilique azul y sombrero de
pana marrón, y con muy mala actitud, Urbina toma Cumarebo entre peinillazos y
gavillas contra los que consideraba enemigos
( 24 de julio de 1928).
Derrotado por el general León
Jurado, huye a Curazao (12 de agosto de 1928). Es apresado por las autoridades.
En esas fechas se encuentra en aquella isla, Rómulo Betancourt con otros
estudiantes expulsados de Venezuela por los sucesos de 1928. Los exiliados
amenazan con provocar una huelga en la refinería si Urbina no es liberado. Es
deportado a Colombia en septiembre de aquel año.Urbina conoce a Betancourt, pero pronto se
declara su enemigo.
Homofóbico agresivo, según sus escandalosos
comentarios, sorprendió a Betancourt prodigándole caricias a otro compañero exiliado,
motivo de agresivas imprecaciones. Sea verdad o calumnia todo cuanto señala, en
el Archivo General de la Nación existe (o existió) copia de un expediente
judicial en el que Betancourt demanda a Urbina por tales señalamientos y por lo
publicado en su libro “ Victoria dolor y
tragedia”(1936).
Desde Colombia huye hacia Costa
Rica, posteriormente a Panamá. El 1 de junio de 1929, junto con Gustavo Machado y Ramón Torres, protagonizan
una hazaña, que dio la dio la vuelta al mundo, motivo de amplios
reportajes internacionales, algunos de novela, pero también, causa de serios inconvenientes
en las relaciones entre Holanda y Venezuela.
Quedará para el anecdotario curazoleño la amenaza de las madres para
asustar a sus hijos y mandarlos a la cama: “ahí
viene Urbina”.
El fuerte Ámsterdam es tomado el 8 de agosto de 1929 por jóvenes revolucionarios, una tropa levantada
entre los trabajadores de la refinería y recién llegados de la costa falconiana.
Urbina logra el apresamiento del gobernador de Curazao, Leonardo Alberto Fruytier. Posteriormente, apoyado por Miguel Otero Silva,
Guillermo Prince Lara, José Tomás Jiménez, y 250 hombres, toma el vapor
americano "Maracaibo", llevándose al gobernador como rehén. Invade
por la Vela de Coro; León Jurado le hace frente y lo pone en derrota (13
de junio de 1929). Urbina logra huir a Colombia
y, de allí a Panamá.
En octubre de 1931 , vuelve
por sus fueros. Acompañado por 137 mexicanos y 8 venezolanos, desembarca por
Puerto Gutiérrez, Estado Falcón y toma Capatárida (12 de octubre de 1931). Derrotado nuevamente por su
antiguo protector, huye del país.
Rafael Simón Urbina no fue un
caudillo en la doble significación diacrónica y sincrónica de la historicidad
del concepto. Fue un guerrillero, y éstos tienen características distintivas.
La extensa correspondencia de
Urbina y las crónicas de sus actividades nos revelan mucho sobre él. Su
temperamento se asemeja a los personajes de Benito Pérez Galdós (Juan
Martín, el empecinado): espíritu aventurero, inquieto, sobrio, de poco
comer y poco amigo de trabajar, necesitado compulsivo de la perpetua lucha para
calmar su díscola afición por el “militarismo silvestre”.
Para el tipo de guerrillero que fue
Urbina, resultaba fundamental mandar y no ser mandado, “un ansia horrorosa
de que ningún nacido valga más que yo”,tanto que cobraban en él, la envidia, la soberbia (“a mi nunca me ha dominado nadie”) y el
menosprecio, proporciones demoníacas. Autoritario
y temerario. Cruel, presto a los lances personales, a las venganzas atroces, a
la enemistad perpetua y al homicidio al menor indicio de sentirse ofendido.
En sus aventuras de juventud se nos
revela como un improvisador de éxito para asestar golpes de mano dentro de un
esquema de anarquía montonera tácitamente reglamentada. Tenía gran confianza en
sus instintos y en sus ideas. La improvisación y el caos ordenado de sus
inopinados ataques, le rindieron frutos. Fue uno de los pocos enemigos de Juan
Vicente Gómez que evitó invadir por lugares deshabitados, donde el gobierno
tenía poca capacidad fáctica. Estuvo presto a marchar hacia el centro.
“Nervioso y poco calmado”,
no tuvo éxitos militares más allá del estado Falcón.
Urbina no creía en los caudillos
que vagaban por el mundo en gestiones de financiamiento para unas invasiones
que nunca sucedían, menos, en la oposición boba y faramallera, incapaz de dejar
a un lado sus divergencias domésticas. Siempre anduvo sólo.
En su peregrinación por
Centroamérica entre 1931 y 1936, sin ocupación fija, sin recursos para hacer la
guerra, con grandes privaciones económicas, vigilado constantemente, y agredido
por antiguos compañeros de luchas, manifiesta un trastorno bipolar, conocido
como ciclotimia, caracterizado por episodios de hipomanía (ánimo y energía
elevada) seguido de etapas depresivas.
Expresa en forma recurrente deseos de suicidio, más tarde, estados anímicos
exacerbados para abrir nuevas operaciones sobre Venezuela.Amaba la guerra:
Me gusta más la guerra que
comer.
Gustaba del trabajo en el campo,
especialmente la actividad ganadera, pero no fue constante.
En diversas oportunidades, cuando
las necesidades de su familia apretaban,
quiso emplearse como capataz de hacienda, pero fue impedido por Antonio
Aranguren. Estimulaba su afán por la aventura recalcando que había nacido para
grandes proezas, y que tales trabajos servían para “exhibir hombres débiles”.
Alto, de buena contextura, sus
hazañas subyugaron a una nicaragüense de 18 años que vivía en Costa Rica: María Isabel Caldera.Hombre de sentimientos desenfrenados, el noviazgo duró
menos de tres meses, contra la opinión de los suegros, contrajo matrimonio el 6
de febrero de 1934. María Isabel de Urbina fue la compañera adecuada: callada,
obediente, fecunda, tanto o más apasionada que su esposo en los temas de
venganzas, guerras y revoluciones:
Detalladamente informa a
Aranguren del adelanto de sus hijos en el tiro de pistola, y de cómo se sortean
entre sí, a quien le tocará vengarse primero.
Fue una familia conflictiva en sus
relaciones vecinales, Los hijos, criados de acuerdo a los muy particulares
criterios de su padre.
Urbina, al igual que muchos hombres
de machete y cobija, dormía en cuarto separado, y se acercaba al lecho
matrimonial cuando los reclamos amatorios del apareamiento, así lo exigían.
Tuvo dos hijos naturales y diez en el matrimonio.
Luego del matrimonio, viaja a Panamá, y de allí a la
Habana, donde es gravemente herido por el militante comunista Carlos Aponte. Pasada la larga convalecencia en la casa de la familia de su esposa en
Nicaragua, retorna a Panamá, donde fue arrollado en un nuevo atentado. Desde
aquellos tiempos Urbina desarrolla una manía persecutoria.
El 27 de agosto de 1936 regresa a Venezuela. Fue
recibido en Maracaibo y en Caracas por una multitud, que lo aclamó cómo héroe.Fue el mejor momento de su vida, a partir del cual se
creyó su propia leyenda.
Declarado anticomunista, sostiene
violentas polémicas con sus antiguos compañeros de rebelión, y debe enfrentar
un demanda interpuesta por Rómulo Betancourt. López Contreras lo nombra gobernador
del Territorio Amazonas, no sabemos si para mantenerlo controlado porque llegaban
rumores de nuevas actividades conspirativas. Renunció un año después. Compró
una hacienda en Petare.
El 18 de octubre de 1945 lo
sorprende entre las calles Bogotá y Venezuela (Caracas), entonces vivía en una
casa en los Caobos. Ese día se reúne con Eleazar López Contreras, lugar en el
que conoce a Antonio Rivero Vázquez.
Nada saca en claro de la situación. Temerario por naturaleza, al saber por las
noticias de que Carlos Delgado Chalbaud estaba entre los rebeldes, le hace
llegar una carta en la que se coloca a su disposición. Éste dijo:
Esto es interesante, llámelo por teléfono y dígale que se
venga inmediatamente.
Urbina fue a Miraflores. Delgado
no pudo atenderlo, y al saber del odio que le prodigaba Betancourt, hizo que
fuera sacado a una esquina, lo que probablemente le salvó la vida.
Efectivamente, la confusión de
los días posteriores a una revuelta de esta naturaleza, puede ser aprovechada
para saldar cuentas personales en la impunidad que confiere semejante
descontrol de los eventos. Cinco días después, una gavilla del partido Acción
Democrática con brazaletes atacan sin éxito, la casa de Urbina, éste responde
con disparos y los pone en retirada. Fue despojado de sus bienes. Asilado en la
Embajada de Haití, consiguió salvoconducto luego de dos meses. Poco tiempo
después fue requerido por Rafael Leonidas Trujillo, enemigo personal de
Betancourt, para organizar una invasión
a Venezuela, pero nada se concretó.
Urbina era pobre. En el afan de imitar la
impronta de sus mayores, adquirió por medios lícitos, las antiguas propiedades
de sus tíos Manuel y Antonio en Curimagua y Pacaya en el estado Falcón, los
fundos “Providencia”, “Chirino”, “La Entrada” y “Urucure” (1939). Si algo agrió aún más su carácter, fue la venganza de que fue
objeto por parte de Rómulo Betancourt, al incluirlo de manera arbitraria en la
lista de los procesados ante el Tribunal de
Responsabilidad Civil y Administrativa. Todos
los fundos, propiedades de poco valor, más otras que poseía en Caracas, fueron
confiscados.
Huyó a Colombia, luego a Costa Rica, desde aquel lugar logró
comunicarse con Carlos Delgado Chalbaud (30 de noviembre de 1946).
Carlos Delgado Chalbaud no
admiraba a los caudillos ni sus aventuras, lo había dejado claro desde muy
joven, tampoco la afirmación recurrente de haber sido amigo de su padre atrajo
su atención, muchos decían lo mismo.
Mantener la estabilidad de un
gobierno acosado desde el principio, cuya larga lista de enemigos aumentaba
conforme pasaba el tiempo, era un asunto de dedicación exclusiva, y en eso
Carlos Delgado fue eficaz en los resultados. Se tenía información que desde
Nicaragua, se organizaba un movimiento para actuar contra el nuevo gobierno en
Venezuela, entonces Delgado, sabiendo los antecedentes de Urbina y de sus
conexiones con Anastasio Somoza, creyó conveniente utilizarlo como confidente,
porque desde diciembre de 1946, el alto mando militar había discutido la idea
de desarrollar un organismo de inteligencia con capacidad de acción
internacional.
A los efectos, envió a Carlos
Mendoza a reunirse con Urbina (10 de diciembre de 1946). Hubo varios encuentros
en Costa Rica entre enero y marzo de 1947.
Urbina hacía llegar información
sobre los movimientos de los conspiradores en Centroamérica, y aprovechaba la
ocasión para atacar a su más enconado enemigo, así que pasaba información (sin
que sepamos su veracidad) sobre supuestos movimientos financieros de algunos
miembros de la cúpula adeca en Costa Rica, entre ellos de Rómulo Betancourt,
cuya suegra residía en aquel país.
Por sus servicios, Delgado envió
varias ayudas económicas a Urbina, pero éste las rechazó. Según cuenta Mendoza en la última
reunión que sostuvo en Costa Rica, Urbina lo invitó a asaltar la casa del
familiar de Betancourt asegurando que escondía casi un millón de dólares en
efectivo. Mendoza ofreció acompañarlo en la aventura en el próximo viaje. Hasta allí quedó todo.
Urbina regresa a Venezuela el 8 de
diciembre de 1948. Dos días después, Antonio Aranguren lo lleva a la casa de Carlos
Delgado, momento cuando se conocen. Urbina solicita la devolución de sus
bienes, que a decir verdad, habían sido injustamente confiscados. Días después
fue recibido por Marcos Pérez Jiménez en el Ministerio de la Defensa. Urbina no
conocería a Luis Felipe Llovera Páez.
En esta fase de su vida, sin
revoluciones en ciernes ni perspectivas de nuevas aventuras, se manifiestan con
mayor fuerza varios aspectos de su personalidad, como la mitomanía, la manía persecutoria, la
obsesión por los golpes de Estado, asonadas y atentados:
Padecía de una
idea obsesiva, casi delirante en todo lo que se refiere a revoluciones,
guerrillas, cuartelazos, etc.,… durante muchos años me manifestaba en forma
continua, prepárate que mañana habrán cosas muy serias.
Alejado de los desiertos, los saguaros,
el sol inclemente de los campamentos, y los asaltos a machete, y con cincuenta
y tres años, llegó a apreciar las ventajas de contar con patrocinadores nada
desprendidos. Casa, dinero y trajes hechos con las mejores telas en sastrerías
de alta costura: gabardina y casimir, pantalones casuales frescos de algodón,
tirantes. Sombreros con sus iniciales. En ese tiempo los aportes de su mentor
aumentaron de manera considerable.
Cuando las costarricenses Francisca
Sánchez, Isabel Cerdas y Bienvenida Walker salieron de su país a instancias de
Isaura Caldera, pensaron en un destino con menores estrecheces, que son las
esperanzas muchas veces truncadas de todo emigrante. Llegaron a Venezuela con
dos tías de María Isabel Urbina, pertenecientes a la rama Vega Miranda. Lo que
no esperaban aquellas crédulas mujeres destinadas al servicio doméstico, es que
estarían sometidas a un régimen de esclavitud. Impedidas de asomarse ni salir a
la calle, coger el teléfono, o dejarse ver por las visitas, sus tareas estaban
circunscritas a cuidar a los hijos de la extensa familia por un sueldo de
miseria, y someterse sin protestar, so pena de una rabiosa paliza, a la
irascible voluntad de Rafael Simón Urbina.
Puertas afuera, Urbina podía ser un
agradable y bullicioso anfitrión, especialmente con su colección de compadres
con alguna significación social: Antonio Aranguren, Rufino Blanco Fombona,
Guillermo Power, Luis Gerónimo Pietri, Franco Quijano, Juancho Gabaldón, Ríos
González, y Carlos Velutini, pero también transformarse en un hosco y
desagradable pelmazo cuando alguien no le caía en gracia:
Me dio la impresión por su
mirar evasivo y la forma poco cordial de expresarse, de que estaba lleno de
bajos complejos morales.
Su relación con Delgado Chalbaud
Ha quedado comprobado en el
transcurso de las investigaciones que Urbina no conoció a Román Delgado
Chalbaud, y no tuvo contacto con su hijo Carlos antes de 1945.
Cuando el ronco oficial del
“Restaurador” estaba en oficios de Guerra en 1901, Urbina tenía cuatro años de
edad. En 1910 era cadete, Román general y delfín. En 1913, el adolescente
falconiano estaba en Ciudad Bolívar, Román en la cárcel. En 1927, ambos
residían en lugares muy distantes, Román no viajó a Costa Rica, Panamá o
Nicaragua, y Urbina hizo un intento fallido por conocerlo como veremos más
adelante. Por razones parecidas, tampoco conoció a Carlos antes de 1945, como
aquél confesó a su esposa, aunque insistía entre sus cercanos, que el nuevo
ministro, al igual que su padre, eran amigos.
Carlos Delgado Chalbaud ofreció
ayuda financiera a Urbina entre 1945 y 1948, por las razones que van dichas.
Luego del 24 de noviembre de 1948, Urbina visitó varias veces a Delgado en su
casa y en la oficina en Miraflores. El tema de conversación recurrente: la
devolución de sus bienes. El decreto que dejaba sin efectos las sentencia del
Tribunal de Responsabilidad exigía de unos procesos administrativos que muchos
cumplieron, pero a los que Urbina se negaba, sin que sepamos por qué; sólo
quería la devolución sin más,y eso era un problema para Delgado Chalbaud, pero alteraban en
aquel, los códigos que regían la manera impositiva e iracunda de relacionarse
con los otros, interpretándolo como un gesto de enemistad.
Urbina consideraba a Carlos Delgado
Chalbaud, un extranjero indigno de usar uniforme.Fue tomándole rencor casi desde el mismo momento en que
lo conoció, algo que no necesitaba de mucho esfuerzo, porque se trata de la
antipatía del hombre violento convencido de su sobrestimada valía hacia otro
que se muestra indócil.
Esto se comprueba en un episodio
sucedido en la fiesta que Urbina ofreció con motivo del bautizo de uno de sus
hijos en la quinta “London” (propiedad de Aranguren) frente al hotel Ávila en
San Bernardino, en enero de 1949.
Delgado atendió la invitación, y al
retirarse, Urbina, sin importarle quién escuchaba, se deshizo en improperios y
maledicencias. No había pasado un mes desde que se habían conocido.
Estos sentimientos fueron
reforzados por los amigos comunes que adversaban políticamente a Delgado.
No contento con todas las fobias
que se apoderaban de su impredecible personalidad, Urbina esperaba de Carlos
Delgado, un reconocimiento evidente por los sacrificios que creía haber hecho
por el país.
El embajador me daba a
entender que Urbina estaba rencoroso, porque no se le había tomado en cuenta
anteriormente, dándole las posiciones políticas que él creía merecer.
Toda aquella
justificación como causa suficiente para la tragedia que vino después, como la
referida al desprecio de Carlos Delgado Chalbaud hacia la amistad ofrecida por
Urbina, hasta el punto de dejarlo esperando en la entrada de su casa el día que
trató de hacerlo su compadre,no es la interpretación correcta.
Delgado no decía groserías, pero
uno de los edecanes asegura, que en una oportunidad sacó a Urbina del despacho
y “lo mandó al carajo”. Al salir Urbina con rostro descompuesto dijo:
¡Este carajo me las va a
pagar, este carajo me las va a pagar!.
Urbina no sabía de
agradecimientos, no tenía respuestas emocionales profundas, y podía cometer
traición con una fría desconexión moral. Lo demostró con muchas personas que lo
ayudaron en determinados momentos de su vida, como con el general León Jurado.
Los desplantes a Anastasio Somoza y a Rafael Leonidas Trujillo por no apoyarlo
más allá de lo que esperaba, nos confirma de que no aceptaba de buena gana una
negativa por respuesta, sin importar de quien viniera.
Si reelemos sus
cartas, sabremos que más que dirigir evoluciones militares con grandes unidades
para derrocar al gobierno, fin último de sus aspiraciones como revolucionario,
estaba obsesionado con realizar una acción hasta la fecha no intentada, como
era el secuestro del presidente de la república para forzar su dimisión y
derrocamiento, primero pensó en Juan Vicente Gómez, luego, en Isaías Medina
Angarita.
Urbina estaba decidido a entrar en
cualquier asonada que se produjera en el país, así lo había expresado en varias
oportunidades, esto quiere decir que sabía que algo pasaba dentro de los
cuarteles a mediados de 1950. Atento como nadie a estos movimientos, pronto
frecuentó a grupos de militares con similares intenciones pero con motivaciones
y fines diferentes.
Para el secuestro del
presidente Delgado, Urbina no utilizó a sus antiguos camaradas de aventuras. Al
parecer intentó reclutar como segundo, a su compañero de la toma de Curazao, el
coriano Miguel Ángel Páez, pero éste padecía de una enfermedad terminal.
A partir de ese
momento, por las características de los reclutados y de su segundo al mando, y
la naturaleza de los eventos consumados, las acciones de Rafael Simón Urbina
fueron las de un vulgar delincuente.
La frase “Delgado Chalbaud me las debía y me la pagó”
condensa exactamente el móvil de los hechos.
La
ambición de un octogenario
Antonio Aranguren Leboff
perteneció a una generación de marabinos cuya juventud transcurrió en el último
tercio del siglo XIX. Hermano del general Guillermo Aranguren, partidario y
amigo personal de Cipriano Castro, obtuvo las mejores y más extensas
concesiones petroleras en el estado Zulia (1907), compartidas con el general
Francisco Colmenares Pacheco, cuñado de Juan Vicente Gómez.
Una demanda
interpuesta ante los tribunales mercantiles por el testaferro de Juancho Gómez,
Lorenzo Mercado en 1917, exigía la cuarta parte de la “concesión Aranguren”. La
demanda es declarada sin lugar, sin embargo, decide distanciarse del gobierno.
Sale del país. Instala oficinas en París, se residencia en el hotel “Lutecia”.
Crea fama de opositor al régimen venezolano. Un extensa lista de exiliados
desfilan por sus oficinas por ayuda financiera para invadir Venezuela. Sus
aportes económicos siempre fueron módicos y con el interés de sacar el máximo
provecho, como lograr la presidencia de la república. Aranguren no tuvo amigos.
En esas tratativas, conoció a Rafael Simón Urbina. El primer contacto fue en 1930. Se
conocieron en Niza entre mayo y junio de 1932. El motivo de la reunión, el
mismo: dinero para derrocar a Gómez. Aranguren no daría lo solicitado.
Según Aranguren, un año antes, Urbina
quizo conocer a Román Delgado Chalbaud, Aranguren aceptó encantado porque pensaba que podía ser
valioso para la operación. Aranguren arregló el encuentro e hizo llegar a
Urbina el dinero necesario para viajar a Europa, pero no lo hizo. Esto no se ha
podido comprobar.
Desde aquel entonces, Aranguren fue el
protector de Urbina,atento a las necesidades
familiares y sostén de su modo de vida.
Aranguren tuvo la
rara habilidad para domeñar el ánimo violento de su protegido y de someterlo a
sus designios, jamás hizo un favor con ánimo filantrópico.
Urbina fue para
Aranguren una inversión a largo plazo,
de la que esperaba buenos réditos. Cuando aquel consiguió el salvoconducto de
la Embajada de Colombia por causa de la persecución de la que fue víctima en
1945, Aranguren, que había sido un odioso cicatero con conocidos y amigos en
peores circunstancias, no dudó en contratar un avión privado para trasladarlo
directamente a Barranquilla, porque los vuelos comerciales disponibles hacían
escala en Curazao, donde tenía cuentas pendientes.
Yo no pertenezco a ningún
partido ni a nadie sino a usted… cuando llegue el momento yo seré el primero
que estaré a su lado.
Usted sabe que a usted es el
único que yo le renozco méritos para seguirlo hasta donde mi vida me alcance.
Mis afectos son de un hijo
para un padre.
Con tantas
protestas de devoción filial, resultaba
fácil orientar la conducta de su protegido. Esto se comprueba en el caso
de López Contreras. Aranguren le recomienda paciencia y no aislarse. Urbina
hizo caso y obtuvo del nuevo presidente la deferencia esperada.
Los años no habían mermado en
Aranguren la insaciable ambición por el dinero, ni su capacidad para la
actividad especulativa y el cabildeo al estilo venezolano. Al poco tiempo de
regresar a Venezuela en 1936, advirtió la oportunidad que representaba un
gobierno con un programa de obras públicas. Dedicó sus energías al negocio especulativo
de propiedades inmobiliarias. Una continua compra a gran escala de terrenos,
edificios, quintas, y casas en diferentes lugares de Caracas y en el interior
del país, para venta o alquiler, lo
convirtieron en un importante empresario, un millonario que podía manejar un
aproximado de Bs. 800.000 mensuales, una cifra enorme para aquellos tiempos,
cuando un sueldo medio se acercaba a los Bs. 800.
Ya octogenario, Aranguren mantuvo
una larga lista de queridas, y jovenzuelas de las mancebías de Catia, lugar de
su principal oficina.
No siendo suficiente haber
acumulado dinero que podría haber alcanzado para más de tres vidas, desde 1928 se
había convencido de que podía ser presidente. En una oportunidad le dijo a
Román Delgado: “No te olvides Román que el próximo presidente de Venezuela
seré yo.
Esto se demuestra en una carta que
José Rafael Pocaterra escribe a Leopoldo Baptista desde Montreal el 18 de junio
de 1928, en la que cobró fuerza el nombramiento de Aranguren como presidente
provisional en campaña, una vez que las operaciones sobre el oriente avanzaran.
El Dr. Tadeo Guevara decía que
Aranguren había mandado a hacer una copia de la silla presidencial y una banda
tricolor, y recibía a sus amigos en su casa de Caño Amarillo, con la banda
puesta.
Con todo lo que sabemos sobre el
dominio que ejercía Aranguren sobre Urbina, y por algunas declaraciones en el
juicio seguido contra los perpetradores del magnicidio, sabemos que el
octogenario empresario supo de primera mano lo que intentaba hacer Urbina, algo
que no haría sin su consejo ni consentimiento. Lo alentó, lo financió y estuvo
al tanto de la evolución de aquellos planes. Al saber del fracaso, manifestó:
Entonces no le salieron las
cosas como pensaba.
En un hombre que a lo largo de su
longeva vida, prefirió ser espectador interesado en las recurrentes
conspiraciones que sucedieron en el país, y que jamás había exhibido dotes de
arrojo, involucrarse directamente en el secuestro y posterior derrocamiento del
jefe de Estado, relajando su natural escepticismo hacia todo cuanto fuera
movimientos de cuartel, sólo se puede explicar como el anhelo postrero de un
hombre senil, que quiso ser, aunque fuera por breve tiempo, presidente de la
república.
Carlos Delgado Chalbaud no llegó a
apreciar a Aranguren, desde su juventud, lo consideraba “una momia odiosa,
de nulidad política incomparable“. En su etapa de adulto, el concepto que
de aquel tenía, era peor:
Un inmoral y corrompido.
La banda de
Domingo Urbina
En un país donde los señoritos
cultos, la intelectualidad consagrada, los tinterillos y hablachentos se codean
con aventureros y delincuentes en una hibridación entre intereses y embelesos;
en un país donde un corrompido millonario, sin haber tenido una epifanía previa
a la muerte, de repente se siente un cruzado de las necesidades de olvidados
aventureros, entonces, los homicidas experimentados pueden gimotear ante el
juez, o disparar tímidamente al aire y ¡oh casualidad!, la víctima caer
fulminada por causa de quién sabe qué influjo astral, o los conjurados de un
crimen pueden viajar bajo engaño desde sus lejanos pueblos de origen, ser
mansamente encerrados en una casa, y no siendo suficiente, obligados a
secuestrar nada menos que al jefe de Estado, en la lógica de telaraña de una tribu
arbolaria, donde prevalecen agresivos envalentonados de bragueta impregnada de
viscosidad venérea pillada en sórdidos lupanares, es posible realizar
aborrecibles actos con una corrección de conciencia, asombro de los lombrosianos.
Y nadie ser culpable.
Domingo Urbina Rojas no fue el
arquetipo del guerrillero de principios de siglo, de hecho no tiene nada
relacionado en su haber, sólo una asociación delictiva con la guerrilla de los
años 60 por razones nada altruistas. Se nos presenta como uno de
esos seres que transcurren por la vida como saqueadores de destinos y
ladrones de esperanzas ajenas. De carnes gruesas, fino bigotillo y presencia
desagradable, pertenecía a la rama familiar de los Urbina que hicieron vida en Caicara
del Orinoco a principios del siglo XX.
Crápula y tarambana desde la
adolescencia, recorrió el país de oriente a occidente en busca del golpe de
suerte que lo sacara de la pobreza y de las casas de techos de zinc. Fue obrero
en los campos petroleros en Anzoátegui y en Punto Fijo, donde había fijado
residencia en los últimos años.
Desalmado y matarife, tuvo en su prontuario
personal varios crímenes sin castigo. Aunque hace protestas de haber sido un
correctísimo ciudadano incapaz de una infracción de tránsito, en pleno escape,
luego del atentado, había planeado una
serie de asesinatos y robos de camiones según la cantidad de alcabalas
encontradas en el camino, hasta llegar a la sierra de Coro. No era un aficionado
al homicidio con alevosía.
Fue un borracho ofrendado a los
burdeles de Catia, Lídice y San Juan, tuvo varios hijos de diferentes amantes
sin llegar a casarse. Hacía de jefe de policía en Chacao cuando conoció a su
pariente en cuarto grado de consanguineidad, Rafael Simón Urbina. Éste ejerció
un fascinación inmediata por la leyenda que sobre él recorría las serranías de
Coro.
Domingo Urbina envidiaba la vida
que llevaba su tío, y aspiraba a equipársele. Fue capaz de corregir los planes
y alterar las instrucciones que le habían sido dadas.
La sordidez de Urbina sólo era
equiparable con la indiscreción de Pedro Antonio Díaz, otro de los victimarios
de Carlos Delgado, quien en un gesto de fanfarronería, enteró al jefe civil de
Santa Cruz de Bucaral, sobre los sucesos por venir quince días antes, y que
sólo la banalización que hacemos del mal, permitió que el atentado no fuera
truncado.
Natural de Churuguara (estado
Falcón), y con 29 años de edad para el momento de los acontecimientos, era uno
de esos corianos con machete de pelea en la mano y unos homicidios anteriores
en su haber. Tenía una hacienda y trapiche en la región de Mapararí, y había
realizado algunos trabajos esporádicos en el campo petrolero de Punto Fijo,
lugar en donde conoció a Domingo Urbina (1938).
Los participantes en el magnicidio,
un aproximado de veintitrés hombres, provenían en su mayor parte de tres áreas
específicas de nuestra geografía: estado Falcón, donde los Urbina tenían lazos
sanguíneos y algunos familiares desempeñando jefaturas civiles, del estado
Miranda, y del barrio caraqueño llamado “Tiro al Blanco”, antiguo lugar donde
el coronel chileno Samuel Mac Gill había construido una cancha de tiro para
prácticas de infantería en 1910. Domingo Urbina fue el encargado del
reclutamiento en la zona de Falcón; Rafael Simón, se encargó del resto.
El perfil de aquellos hombres nos
demuestra que la formación del sector social que Hannah Arendt denomina
“populacho” había comenzado en Venezuela antes de la era petrolera. Criados en
lugares donde el hambre, enfermedades como la lepra y la tuberculosis, y las
carencias más básicas constituyen la cotidianidad, sin códigos morales bien
delimitados, y con una educación
inexistente o rudimentaria, estos hombres deambulaban desde muy temprana
edad por distintas regiones del país en busca de fortuna, siendo capaces de
desempeñar cualquier oficio, asaltante o matarife a sueldo incluido.
Pablo Ramón Ledezma, es una
radiografía de la pobreza de aquellos años.
Incorporado desde su pubertad a la vida de obrero a destajo sin más entrenamiento
que la urgente necesidad de paliar el hambre, entre 1918 y 1947 ejerció
diferentes oficios: ayudante de chofer, mesonero en un garito, lavado de
vehículos, ayudante de farmacia, chofer, panadero, motociclista, inspector y
gestor de tránsito, momento en que conoce a Rafael Simón Urbina (1938) y queda
manco de un brazo por un accidente como pasajero de autobús. Luego de una
esmerada faena reproductiva que lo bendijo con seis muchachos y un rancho,
Ledezma incursionó en la reparación de radios viejos para la venta. Como no
resultara la iniciativa, ingresó al servicio de ingeniería municipal para el
arreglo de calles y veredas. Con la llegada de Acción Democrática al poder, los
cargos menores como el que Ledezma tenía, pasaron a ser de la militancia.
Ledezma fue despedido.El 13 de noviembre de 1953, fue el conductor del vehículo
“Plymouth” azul claro que participó en el secuestro del presidente de la Junta
Militar.
La mayor parte de la vida de los
hermanos Medina Medina y de Honorio Gutiérrez transcurrió en Santa Cruz de
Bucaral, distrito Churuguara del estado Falcón. Ejercieron faenas agrícolas,
que alternaron con eventuales trabajos en los campos petroleros de Punto Fijo,
y como funcionarios policiales. Trabajaban en una hacienda de una hermana de
Rafael Simón Urbina. Fueron contratados por Domingo a principios de noviembre
de 1950, sabían a lo que iban y de quién se trataba.
Carlos Mijares no era de la sierra
de Coro, procedía de Barlovento y estaba residenciado al igual que varios comprometidos,
en el barrio “Tiro al Blanco”. Era chofer con vehículo propio y servía
regularmente a Rafael Simón Urbina, que no sabía manejar, su vida transcurría
entre las carreras ocasionales, el brandy, y los barrios bajos de Caracas, fue
el chofer y propietario del vehículo marca
“Ford”, color gris claro, placas 53.60, donde se materializó el
secuestro.
El Dr. Francisco Javier Nieves -
Croes fue además del mejor representante de nuestros intereses fronterizos que
hayamos podido merecer, un agudo estudioso de las Fuerzas Armadas,
especialmente la venezolana. De ingenio cáustico, el preterido jurista
aseguraba que los peores compañeros de viaje que se pueden desear para un golpe
de Estado, así como para gobernar un país, son precisamente nuestros militares,
un apotegma que resiste cualquier comprobación que no sean las protestas de
ruborizadas lloronas ofendidas.
Los golpes de Estado de la era post
gomecista, con la sola excepción del ocurrido el 24 de noviembre de 1948, tienen características comunes, una de ellas,
el hecho de que buena parte de los comprometidos, a pesar de tener misiones
señaladas en la orden de operaciones elaborada para tal fin, prefieren a último
hora, esperar mientras observan con odioso cálculo, hacia donde van los
acontecimientos para apuntarse al ganador, o simplemente desertan a último
momento, causa de sonadas tragedias para quienes con la decisión que debe
caracterizar a un militar, han honrado la palabra empeñada. En todas las
intentonas habidas entre 1950 y 2020, se ha cumplido lo afirmado.
Las fallidas conspiraciones para
lograr el derrocamiento de Carlos Delgado Chalbaud no escapan a tales asertos.
La facción
radical del Ejército
Roberto Casanova fue un destacado
oficial de artillería cuyos servicios transcurrieron en los inhóspitos
batallones de defensa de costa. De talante agresivo, había egresado en la
promoción de Carlos Pulido Barreto, un oficial afable y bondadoso. Ambos
frecuentaban a otro miembro del arma de artillería, Tomás Mendoza, quien
representa al oficial que exterioriza en sus relaciones cotidianas, los hábitos
embrutecedores de la rutina de cuartel. Arbitrario y de un carácter difícil,
fue capaz de propiciar un encuentro armado entre sus tropas y una compañía de infantería
de marina en la Guaira por un asunto baladí (1946).
Casanova y Pulido eran compañeros
de promoción de Marcos Pérez Jiménez y
de Carlos Maldonado Peña (1933), éste último hizo carrera en la Aviación
Militar. Tomás Mendoza, de menor antigüedad (1935), había convivido con
aquellos en la Escuela Militar y Naval de Maracay. Jesús Gámez Arellano, en
cambio, cursaba el cuarto año al ingreso de Pérez Jiménez y demás
condiscípulos. Esto resulta importante de señalar, porque la escuela unifica
los códigos de valores, y propicia el
espíritu corporativo derivado del origen promocional.
Por otra parte, tenemos a una
generación de oficiales también de escuela, pero formados en un contexto
agresivo, exageradamente arbitrario y de una abierta desconfianza hacia los
alumnos: Juan Pérez Jiménez
y Miguel Antonio Nucete Paoli. Egresaron de unas
instalaciones habilitadas como instituto militar, en un hacienda en Ocumare de
la Costa (1929), por la clausura de la escuela de Caracas luego del alzamiento
de Francisco Alvarado Franco.
Julio César Vargas Cárdenas representa a una generación de oficiales distinta al resto de
los oficiales rebeldes de 1945. Fueron en su mayoría postergados en sus
ascensos en el largo régimen de Juan Vicente Gómez. Egresó de la Escuela
Militar en 1926, en consecuencia, era 12 años más antiguo que Carlos Delgado
Chalbaud. Hernán Albornoz Niño y Enrique Rincón Calcaño (graduados en 1927),
sufrieron las mismas incidencias.
La antigüedad de oficiales
postergados es considerada dentro de las Fuerzas Armadas como una especie de grado,
sin importar si han sido superados por subalternos, le son guardadas
consideraciones equivalentes a su compañeros promocionados.
Era asunto frecuente el menosprecio
hacia aquellos oficiales salidos de la tropa y a los denominados “montoneros”,
vale decir, los que entraron a las filas por su origen tachirense, pero sin
educación militar ni acciones de guerra en su haber. Por su parte, a los
oficiales asimilados (ingenieros, médicos, etc.), se les subestimaban sin
importar qué grado de preparación tuvieran. La forma de uniformarse, saludar, y
la precisión en el orden cerrado eran observados con especial atención para
resaltar el criterio preconcebido de que no eran oficiales en el real sentido
del término.
Carlos Delgado Chalbaud estaba sólo
dentro del mundo militar, circunstancia que pareció no importarle. No
pertenecía a promoción alguna, era menos antiguo que oficiales como Julio César
Vargas y para colmo de pecados, no fue miembro fundador de la logia militar que
derrocó a Medina Angarita. El hecho de no tener la condición originaria de
oficial efectivo, no haber sufrido los rigores en la vida de cuartel, y contar
con un esplendente éxito, generaba malas pasiones ocultas dentro de las
formalidades del mundo militar.
“Asimilado”, “afrancesado”, entre otros,
fueron los remoquetes más comunes utilizados en la jerga de cuartel, en la
mayoría de los casos a manera de broma, cuando aún era un simple capitán de ingeniería
con las mismas expectativas de vida que las de sus compañeros, pero, cuando su
destino cambió, aquellos remoquetes tuvieron connotaciones denigratorias, a la
que se sumó una nueva: “paracaidista”. Delgado Chalbaud fue dejando enemigos
tras de sí desde el momento en que formó parte de la Junta Revolucionaria de
Gobierno.
Julio César Vargas, el más antiguo
de todos los conjurados de 1945, sentía tal vez con justa razón, que le
correspondía la cartera de defensa. Pero como generalmente quienes inician un
movimiento de este tipo, no son precisamente los que lo capitalizan, al paso le
salió Carlos Delgado Chalbaud, y cortó sus aspiraciones, lo que vino después
fue su distanciamiento del nuevo régimen y posterior pase a retiro. Las
carreras truncadas invariablemente tienen un culpable.
En general hablamos de Carlos
Delgado como político, pero nos olvidamos que
en su carácter de ministro de la defensa, pasó a retiro, y hasta puso
tras las rejas a muchos oficiales con una firmeza asintomática, incluso hacia
los más cercanos, y esto necesariamente deja resentimientos y enemigos nada
gratuitos.
Juan Pérez Jiménez, Enrique Rincón
Calcaño, Carlos Mendoza, Teófilo y Celestino Velazco, Carlos Maldonado Peña,
entre otros fueron pasados a retiro por participar en las asonadas que
intentaron derrocar a la Junta Revolucionaria de Gobierno.
El estamento radical del ejército
no era de menospreciar, y estaba conformado por oficiales de diferentes
jerarquías, especialmente capitanes y tenientes con una formación que salvo
contadas excepciones, no sobrepasaba la recibida en la escuela militar, por lo
tanto su educación política y en general era alcanzada. Propugnaban un gobierno
militar dirigido por un oficial que a su juicio los representara, y que fuera
pródigo en los beneficios asociados al ejercicio de la dirección política. Los
voceros más frecuentes de este sector fueron Tomás Mendoza, Roberto Casanova,
Pulido Barreto, entre otros. Fueron los encargados de influenciar a Marcos
Pérez Jiménez a cuenta de compañeros.
Marcos Pérez Jiménez manejaba los
mismos códigos, permitía ser presionado, y hasta utilizó esto como excusa más o
menos aceptable para canalizar sus aspiraciones personales. Lo demostró en 1945
y 1948 cuando los oficiales subalternos amenazaron con sobrepasarlo si no
actuaba.
Contrariamente, Delgado Chalbaud no
compartía los mismos patrones conductuales, por lo que no aceptaba amenazas, como
tampoco le temblaba el pulso para pasar a retiro a los conspiradores, cosa que
Pérez Jiménez no haría a menos que no tuviera más remedio.
Según Lucía Delgado, el comandante
Miguel Nucete Paoli intentó matar a su esposo en noviembre de 1949, evento
difícil de creer, porque durante el bienio 1948-1950 se encontraba activo y
destinado en el Territorio Federal Amazonas. Nucete desempeñó puestos políticos
desde 1947, y no retornó a las filas luego de la muerte de su supuesto enemigo.
Discrepaban, pero no eran enemigos. Nucete fue un oficial valioso.
En cambio, Delgado manejaba
información importante sobre la participación de Roberto Casanova en un plan
para desplazarlo del poder. Como acostumbraba a enfrentar a sus detractores, lo
hizo ir a su oficina en Miraflores, en la que tuvieron una discusión bastante
subida de tono.
Delgado no se equivocaba. En 1948,
Roberto Casanova comandaba el Agrupamiento N° 2 en Maracaibo, un
conglomerado de unidades con poder de fuego importante: batallones Páez número 7,
Pedro León Torres 16, Lara 19, y grupo mixto de artillería de San Carlos, sin
contar con las unidades de la aviación militar. Éste nunca estuvo de acuerdo
con la preeminencia que aquel obtuvo, menos que presidiera la Junta, entonces
conspiró. Para ello se asoció con Rafael Simón Urbina. Miguel Ángel Páez,
antiguo compañeros de aventuras de Urbina vivía en Maracaibo, por lo que fue
utilizado como enlace.
Páez visitaba con frecuencia a Urbina, quien fue
invitado para ir Maracaibo, pero no asistió. Con la información que se tenía
sobre las reuniones en el agrupamiento de Casanova, Delgado tomó la decisión de
transferirlo como comandante del Agrupamiento N° 1 en San Cristóbal a finales
de 1949.
Aún así, Casanova no desistió, fue arrestado y
remitido a San Juan de los Morros en 1950. Envió a Miguel Ángel Páez para
precisar una reunión con Urbina, que se realizó en su casa. Se encontraron
varias veces, en alguna de ellas estuvo presente Antonio Aranguren. Entonces Casanova
fue sacado del país, con la excusa de una misión oficial a Bélgica.
Las reuniones entre Urbina y Casanova fueron conocidas
en Miraflores. Por esas razones, y por la visita que hiciera Urbina en compañía
de Antonio Aranguren a la Academia Militar, se pensó también en sacar al
discolo guerrilero fuera del país.
Tomás Mendoza por su parte fue
enviado al Costa Rica, por un complot fraguado con la supuesta participación
del banquero Henrique Pérez Dupuy. Mantuvo contacto frecuente con Rafael Simón Urbina.
Un oficial que tuvo una afición
deportiva por las conspiraciones y los cuartelazos, fue Jesús María Castro
León. Egresado en 1928, y pasado a retiro como subteniente por sus
inclinaciones levantiscas. Reintegrado al servicio activo en 1936, no desistió
de sus empeños sin que sepamos cuáles fueron sus móviles formales. Su historia
de conspiraciones y cuartelazos es bien conocida. De manera que no es difícil
de creer que se hubiera reunido con otros oficiales para conspirar en el
Agrupamiento Militar de Maracaibo, en el que participaron Gamaliel Rodríguez Arveláez, J.J. Mendez y el
mayor Figarella, y por su puesto, Roberto
Casanova.
Posteriormente encontramos a Castro
León en otra reunión de conjura celebrada en Caracas, eso sucedía a mediados de
1949, a ella concurrieron entre otros, Tomás Mendoza, quien propuso reorganizar
la Junta Militar, sacando a Carlos Delgado, para imponer a Marcos Pérez
Jiménez, y si éste no aceptaba, también apartarlo y formar un nuevo cuerpo
colegiado. El mayor Roque Yoris, un fanático del hipismo, también asistió. Uno
de los participantes, el teniente Nestor Prato se opuso al plan, lo que casi le
cuesta la vida.
Castro León fue destituido como
Jefe del Estado Mayor Aéreo y destinado a la Junta Interamericana de Defensa en
Washington.
Roberto Casanova, Tomás Mendoza,
Pulido Barreto, y Julio César Vargas mantuvieron una estrecha relación con un
empresario muy relacionado con el magnicidio: Antonio Rivero Vázquez, a quién
conocieron por intermedio de un español encantado con todo esto de los golpes y
las guerras civiles, el agrónomo José Pérez González. Pero también conocieron, visitaron y se
reunieron con Rafael Simón Urbina entre 1949 y 1950, acercamientos que
seguramente no estuvieron motivados por el interés de escuchar con suspiros de
admiración, las aventuras del vapor “Superior” y de la toma de Curazao.
El más enconado de los enemigos del
sector militar fue Roberto Casanova. El testimonio de Tomás Pérez Tenreiro,
sobre los desvaríos blasfemos de “Turco”, como era conocido, en el aniversario
del deceso de Delgado, confirman semejante aversión.
A Carlos Pulido Barreto no le
pudieron hacer señalamientos concretos, a pesar de algunas conjeturas aisladas.
Pulido carecía del espíritu inquieto de los felones habituales.
Por su parte, Carlos Maldonado
Peña, fue el primero de los oficiales que tuvo contacto con Rafael Simón
Urbina. Fracasado el levantamiento del 11 de diciembre de 1946, Maldonado voló
con sus aviones hasta Colombia, allá conoció a Urbina. Era amigo Roberto
Casanova, así como de Antonio Rivero Vázquez.Tuvieron
varias reuniones entre 1949 y 1950.
Parte de las promociones del
ejército egresadas entre 1940 y 1945 fueron especialmente importantes en este
tema de confabulaciones, se constituyeron en el grupo de capitanes y tenientes
del sector radical, siendo capaces de presionar a sus superiores y hasta de
sobrepasarlos, amenazas que nunca cumplieron. Sus inquietudes fueron
canalizadas por los ya mencionados oficiales superiores.
Entre ellos destaca el entonces
mayor Roberto Pulido Guerrero (egresado en 1941).
Cuando Lucía Delgado supo del
secuestro de su esposo en la mañana del 13 de noviembre, intentó localizarlo en
el aeropuerto de la Carlota, y la razón era simple: desde principios de 1950,
se manejaba dentro del ejército, el rumor de que había un plan en marcha para
sacarlo del país en un avión.
Y como los golpes en ciernes eran
objeto predilecto de comidillas y largas conversaciones entre el público
caraqueño que de alguna ingeniosa manera se las arreglaba para estar al tanto
de las novedades en los cuarteles, la conspiración contra Delgado Chalbaud fue
un secreto a voces.
El casco histórico de Petare era un
lugar frecuentado para comer carne en un famoso restaurant enmarcado en un
ambiente colonial. En él se reunieron varios oficiales de rango inferior a
principios de 1950. Se trató el tema de la conspiración para sacar a Delgado
Chalbaud del país y enviarlo a Santo Domingo.
De alguna manera el teniente Oscar
Zamora Conde, antiguo edecán del derrocado presidente Gallegos, y que ahora
sufría las consecuencias de su pundonorosa conducta, se enteró de aquella
reunión, donde el mayor Roberto Pulido Guerrero de manera jocosa, simulaba una
colecta entre los oficiales para comprar el pasaje del presidente de la Junta.
Pulido Guerrero era artillero, y
había servido con Roberto Casanova en el Regimiento de Artillería Ayacucho.
Zamora apreciaba a Carlos Delgado,
a pesar de la persecución de la que fue objeto en aquellos días. Se las ingenió para conseguir un audiencia a
través de Lucía, quien no tuvo inconvenientes en ayudarlo. Efectivamente, superada las
maniobras para no ser visto, Delgado Chalbaud lo recibió en su oficina. Fue
impuesto de lo que supo, ironías de la vida, por información de algunos
políticos adecos perseguidos, que sabían de la conspiración.
Hablando de Oscar Zamora Conde, es
oportuno referirnos a los oficiales que estuvieron cerca del partido Acción
Democrática, como el teniente Juan Sucre Figarella (egresado en 1945), señalado
en los informes que llegaban a Miraflores, pero sin indicios serios. Fue
oficial de planta de la Escuela Militar cuando ocurrieron los sucesos del 24 de
Noviembre. Por ello se disgustó con Delgado Chalbaud. Losher Blanco, Ezequiel
Zamora, Coll Rodriguez entre otros, mantuvieron contacto con el partido, de
manera que es improbable que se aliaran con el movimiento del 13 de noviembre
para imponer a Pérez Jiménez.
Los conspiradores militares no
pudieron concretar nada porque Delgado, muchas veces con el silencio disidente
de Pérez, había tomado contra los cabecillas una precaución que anulaban sus
capacidades para movilizar armas, hombres y equipos, como fue su pase a retiro
o quitarles el mando, mecanismo suficiente para dividir lealtades y disminuir
influencias.
Los conjurados no fueron mayoría,
carecieron de los elementos suficientes para
triunfar, y eso Delgado lo sabía.
Ninguno de los confabulados se ofreció
para capturar personalmente a Delgado, porque éste tenía la habilidad de
desvanecer en el interlocutor, cualquier argumento o actitud agresiva.
De manera que se acordó aprovechar
la audacia de Urbina para secuestrar a Delgado, ponerlo en un avión, y sacarlo
del país, causa según ellos, suficiente para sembrar la confusión entre la
población y movilizarla, y con esa excusa, sacar las unidades militares a la
calle mientras los cabecillas militares obligaban a un pronunciamiento de los
otros miembros de la Junta, en el que Marcos Pérez Jiménez asumiría la
dictadura militar, u otro si éste se oponía.
Marcos Pérez
Jiménez y el magnicidio
No ha existido personaje de la vida
pública venezolana más vilipendiado por adecos, copeyanos y comunistas. Tal vez
uno de lo ataques predilectos ha sido atribuirle la autoría intelectual del
magnicidio, un argumento públicamente rechazado por el Departamento de Estado
como motivo de la extradición y de procesamiento del derrocado presidente.
Y como nos encantan las leyendas de
conspiraciones, asesinatos, series televisivas de gorditos libidinosos en
motoneta persiguiendo muchachas en bikinis sobre playas pedregosas, mientras
los lunes decide a quien tortura la calumnia sirve de mejor herramienta para tan entretenidos fines.
Marcos Pérez Jiménez era visitado continuamente
por el cenáculo conspirador, que lo presionó de todas las formas posibles, pero
nunca obtuvieron un respuesta favorable o directa para destituir a Delgado
La culpabilidad de Pérez Jiménez es
una calumnia convertida en una de nuestras más sólidas creencias
predeterminadas.
En los Idus de Noviembre hay dos víctimas: Carlos Delgado Chalbaud y Marcos
Pérez Jiménez. Carlos Delgado Chalbaud martirizado por la ferocidad de los
chacales, pasó a la categoría de símbolo y es luminaria de Venezuela. La
calumnia se ahincó en la reputación de Pérez Jiménez .
En una entrevista realizada a
Margot Pérez-Jiménez (2003), recuerda el día del magnicidio y la llegada de su
padre a casa más temprano de lo usual. Iba
cambiarse de uniforme. Lo vio sereno, pero al darle la noticia a su
mamá, ambos rompieron en llanto.
Régulo Fermín Bermúdez, el último director de la
Seguridad Nacional, fue amigo de Luis Felipe Llovera Páez, una de las personas
más calificadas para refererirse al tema:
Estábamos los dos solos… le dije… desde hace mucho tiempo estoy por hacerte
una pregunta, ¿el coronel Pérez Jiménez tuvo alguna intervención en la muerte
de Delgado Chalbaud, ya sea por negligencia o cualquier otra forma? Llovera se
puso de pie como un resorte y me contestó airado, tú me conoces bien, si yo
hubiera tenido alguna duda sobre eso, no hubiera tratado más a Pérez, mira
Régulo, Delgado Chalbaud le hacía más falta a Pérez que Pérez a Delgado … pero
para qué lo iba a matar Pérez Jiménez, si él puso a Delgado en la presidencia
de la Junta Militar igual lo hubiera podido sacar del gobierno.
La carta de Urbina fue un farol de
una audacia propia de su naturaleza maliciosa
para involucrar a Pérez Jiménez y
ganarlo a su favor:
Comandante Pérez Jiménez.- Mi muy apreciado amigo: En estos momentos tengo
movilizado al pueblo de Venezuela. Como le dije cuando llegué al país no quiero
más Presidente que Ud. Delgado quedó mal herido aunque yo no quería que le
mataran como consta al motorizado. Ojalá Ud. me respalde en la Embajada de Nicaragua
donde me encuentro mal herido. Rafael Simón Urbina.
La carta de Urbina afectó profundamente el curso de
los acontecimientos políticos del país, porque Marcos Pérez Jiménez al carecer
de habilidad para tales fines, no supo cómo manejar asunto tan delicado.
Si todo cuanto se señala sobre la supuesta autoría
intelectual del ministro de la defensa habría resultado cierto, ni por asomo se
hubiera hecho del conocimiento de terceras personas.
Efectivamenmte, Pérez Jiménez mostró la carta a Llovera
Páez, a Miguel Moreno y al canciller, que era primo y amigo de Delgado
Chalbaud. Pero fue a más. En la reunión extraordinaria del Consejo de Ministros
del día siguiente, se leyó y se entregó la carta para el estudio y conocimiento
oficial.
Pérez Jiménez mantuvo el código de conducta militar de
decir la verdad sin importar las consecuencias, sin entender que las realidades
en la política suelen ser distintas por muy bien intencionados que sean los
motivos. Hizo trasladar a Domingo Urbina al palacio de Miraflores:
Pérez Jiménez se mostró ecuánime y sereno cada vez que se aludió a su
nombre durante el interrogatorio a los reos del atentado. Domingo Urbina se
reveló hombre entero, inteligente y astuto- ¡Entonces yo le disparé! Creo que a
la altura del pecho era el tiro. Se desplomó. Sibilinamente insinuó que
quería hablar, pero no delante de tanta gente, Pérez Jiménez lo conminó a
hacerlo sin ambages: aquí, dijo, no se le teme a los secretos porque no hay
motivo para ello. Domingo Urbina expresó entonces que: Rafael Simón le había
dicho que Pérez Jiménez estaba en el complot, lo que me pareció extraño. Pérez
Jiménez lo oyó sin inmutarse y le dijo: usted que parece hombre inteligente y
vivo debería haberse cerciorado conmigo mismo si había algún fundamento en las
locas afirmaciones de Urbina. Los Idus de Noviembre se habían cumplido; el
drama me tornó caviloso y en la tabla de mis inquietudes la observación callada
y penetrante se multiplicó por los sentimientos de mi amistad lacerada. Yo me
experimenté a mí mismo como un buzo en el revuelto mar de las conjeturas e
informaciones palaciegas. Las espontáneas reacciones de Pérez Jiménez me
acreditaron su inculpabilidad.
Por confesión del mismo Urbina, se
sabe que pensaba negociar con los otros miembros de la Junta, su
reorganización, y de no aceptar, usarían a Delgado como escudo.
Pérez Jiménez en reiteradas
entrevistas ha confesado haber dado la orden de la ejecución de Urbina, una
decisión que le dio mayores herramientas a sus enemigos.
El grupo
Uribante
Miguel Moreno fue el alma de la
intriga de palacio. Perteneció al denominado grupo “Uribante”. En la madrugada
del 25 de octubre de 1948, los abogados no abundaban en los pasillos del
Ministerio de la Defensa, no se sabe por qué nadie notó la presencia de Luis Gerónimo
Pietri, y como resultaba urgente redactar el “Acta Constitutiva de la Junta de
Gobierno”, y los decretos posteriores, el comandante de la Fuerza Aérea, Román
Moreno, sugirió el apoyo de su hermano Miguel para encargarse del papeleo.
Nadie fijó su atención en el hecho de que Miguel Moreno acreditó aquellos actos
como secretario.
El grupo “Uribante” se formó en
1940, por estudiantes tachirenses que
residían en Caracas, para abordar intelectualmente los problemas que afectaban
a Venezuela. Fueron influenciados por un maestro común de enorme trascendencia
en la historia política: Amenodoro Rangel Lamus. No fue un partido o una
cofradía con pretensiones de poder político, porque muchos de sus miembros se
hallaron en posiciones opuestas. Formaron parte del grupo Ramón J. Velázquez,
Leonardo Ruíz Pineda, Miguel Moreno, Rafael Pinzón, Antonio Arellano,
Gonzalo Vivas Díaz, Román Sansón, entre otros.
A juicio del licenciado Carlos Pérez Jurado, el grupo
“Uribante” no tuvo nada que ver con los hechos del 13 de noviembre de 1950,pero fue señalado en su oportunidad, porque dos de sus
miembros, que usaron la plataforma para fines de poder, como Rafael Pinzón y
Miguel Moreno, adversaban a Delgado Chalbaud. Fueron posiciones individuales.
Miguel Moreno mantuvo un ambiente de rumores y hablillas
que trastocaron la armonía de los miembros de la Junta, especialmente contra
Delgado Chalbaud, a quien quería ver suplantado por Marcos Pérez Jiménez, trató
de predisponerlo contra aquel.
A mediados de noviembre Miguel Moreno había liado el
entorno con el rumor de que Delgado Chalbaud llamaría a elecciones para
lanzarse como candidato. La realidad era distinta.
En la primer semana de noviembre y luego de una agria
conversación, Delgado reconvino de manera tajante a Moreno, porque éste se
oponía, por diferentes razones, a la decisión de llamar a elecciones. Al salir
de la oficina de Delgado, una conversación de alta política degeneró en un
vulgar chisme interesado.
Pero, no existió vinculación entre
Moreno y Pinzón con los grupos sediciosos, ni con Rafael Simón Urbina.
Rafael Pinzón
Miembro fundador del Partido Democrático Venezolano (PDV).
Sufrió cárcel por dos años luego del derrocamiento de Isaías Medina Angarita. Hizo
oposición al gobierno de Rómulo Gallegos. Afiliado al partido COPEI es electo diputado
al Congreso Nacional por el Estado Táchira.
Miguel Moreno le consigue el nombramiento como asesor de la
junta encargada de devolver los bienes confiscados. Como embajador en República
Dominicana, fue relevado por expresarse mal de Delgado, quien lo tenía por
enemigo. Creó discordia entre la Junta Militar, pero no estuvo involucrado en
los crímenes cometidos.
Antonio Rivero
Vázquez
Dueño de la procesadora de pescado
“Cubagua”, tuvo una larga amistad con Eleazar López Contreras, apoyándolo en el
exilio. Fue sometido a juicio por peculado. Unido a Julio César Vargas por
relaciones de compadrazgo, y con el coronel Eleazar Niño por intereses
comerciales. Exiliado político, mantuvo correspondencia con Román Delgado
Chalbaud entre 1927 y 1929.
Rivero esperaba que Carlos Delgado
revocara el contrato que el gobierno anterior había hecho con Nelson
Rockefeller porque afectaba a su industria. Por varios medios intentó tener
acceso a créditos para su industria, pero al no hacer los trámites por los
órganos correspondientes, fueron rechazados.Culpó a Delgado por todo aquello.
Por causa de las continuas
reuniones en las que era partícipe con aquellos, más los continuos emisarios que
enviaba a diferentes partes del país, había sido considerada su expulsión del
país.
Supo del plan con antelación. Aquel
13 de noviembre esperó por la esposa de Urbina para saber de la captura de
Delgado. Fue el enlace para informar al sector militar que estaba comprometido.
Juan Francisco
Franco Quijano
Las contiendas electorales
amañadas, así como las oficinas paralelas con las mismas capacidades del
Consejo Nacional Electoral para saber al momento, las tendencias del electorado
no es un invento moderno, y en eso destacó Francisco Franco Quijano en los años
40. Abogado de origen colombiano que hizo vida entre su país natal y Venezuela.
Participó en la comisión redactora del estatuto electoral durante la
presidencia de Isaías Medina Angarita, un tema que le apasionaba además de todo
lo relacionado con revoluciones y golpes de Estado. Fue el asesor legal de
Urbina mientras estuvo exiliado en Barranquilla entre 1945 y 1946. Enlace y
apoyo de la mayoría de opositores al nuevo régimen que se radicó en Colombia,
como Eleazar López Contreras y León Jurado, entre muchos otros.Urbina lo estimaba.
Quijano sabía del plan de
secuestro, como lo demuestra el comentario de Urbina cuando lo visitó sin éxito
el día 12 de noviembre:
Qué vaina, vámonos…como el pariente
no se me vaya a rajar.
Fue el encargado de informar a
Aranguren sobre el resultado del secuestro.
Redactó el documento de renuncia de
Delgado Chalbaud para que fuera entregado por Urbina.
De todos anteriores, los “sayones de la oligarquía”, fueron los
ejecutores reales:
Una autoría intelectual y
una autoría material, ¿Cuál es el móvil? El desplazamiento del jefe de Estado a
una situación de inocuidad para generar una situación de fuerza, obviamente no
era Pérez Jiménez quien iba a ser presidente, era Antonio Aranguren… el testaferro
de la operación fue Urbina.
Resumiendo, tenemos una autoría
intelectual en manos de Antonio
Aranguren y de Rafael Simón Urbina. Conocían los detalles del evento. Una
complicidad necesaria: Franco Quijano, Antonio Rivero Vázquez, Tomás Mendoza,
Castro León y Roberto Casanova. Y una complicidad frustrada, representada por
los oficiales comprometidos para actuar una vez consumado el secuestro.
Un secreto a
voces
15 de septiembre de 1950, horas de
la noche, final de la avenida principal de Altamira, sede de la Embajada de la
República de Nicaragua acreditada en Venezuela.
El embajador Diego Manuel Sequeira ofrece una fiesta con motivo del día
de la independencia nicaragüense.
Los embajadores de Costa Rica, Argentina
y Nicaragua sostienen una amena conversación, son frecuentes sus largas
sobremesas en los convites y casas particulares a las que asisten en la agitada
vida diplomática caraqueña.
Rafael Simón Urbina es un invitado
recurrente a las celebraciones
diplomáticas, porque mantiene una relación de altibajos e intereses poco
trasparentes con Rafael Leónidas Trujillo y Anastasio Somoza, pero también
dispensa visitas de cortesía en algunas ocasiones, a las Embajadas argentina y
estadounidense.
Urbina ha visto a los embajadores
reunidos en medio del salón, se acerca, corto silencio, se integra a desgano de
los tertulianos, cambian de tema, ahora se refieren a cómo ha mejorado la
situación política en Venezuela con la Junta Militar, y de la tranquilidad social que se percibe en
la calle.
Con la mirada torva y la atención
de soslayo, que evita permanecer fija en los ojos del oyente, ha interrumpido
las reflexiones del embajador argentino, porque es imposible quedarse callado,
su egocentrismo alcanza niveles de enfermedad, y tiene la inexcusable
obligación de manifestar su importancia, porque ¡Carajo, qué haría el país, si
él no estuviera!.
Y así, Urbina ha confirmado lo que
ya manejan las embajadas desde hace tiempo, inclusive en el exterior, pero no al
nivel de detalles como para saber quién era uno de los protagonistas, que no es
otro que el deslenguado forajido.
¿Cómo lo sabemos?
Poco después del 13 de noviembre de
1950, el canciller Luis Emilio Gómez Ruíz recibió una nota del embajador
venezolano en Argentina, sobre la referida fiesta de aniversario de la
independencia de Nicaragua, y de la intervención de Urbina en una conversación
de embajadores:
Que estuviesen atentos a los
periódicos, porque se ocuparían de él pronto, al apoderarse del mando en
Venezuela.
Las
notas diplomáticas de las embajadas acreditadas en Venezuela abundan en
informaciones sobre posibles intentos de golpes de Estado, especialmente la
estadounidense, procedimiento corriente en el mundo de las cancillerías.
La planificación
Ha quedado demostrado que no hubo
intervención extranjera en el secuestro y homicidio del presidente de la Junta
Militar. De igual manera, se demuestra la existencia de un plan urdido por la
facción militar disidente.
¿Cuáles fueron los móviles del
sector militar?
- La imposición de un gobierno militar dirigido por un oficial de
renombre, salido de escuela, que representara los intereses políticos de
la camarilla radical.
- La postergación de la elecciones anunciadas para mejor ocasión.
- Mayor participación en el gobierno del sector militar.
- Proscripción del comunismo.
El plan militar fue concretado a mediados
de julio de 1950, si bien tuvieron lugar acercamientos preliminares en 1949. En
este período la participación de civiles fue mínima.
Las reuniones de planificación y
coordinación se produjeron en 1950, en varios niveles:
- Reuniones entre Roberto Casanova, Tomás Mendoza y los oficiales
efectivos comprometidos, y a los que hemos hecho referencia.
- Reuniones entre Roberto Casanova, Tomás Mendoza y Rafael Simón Urbina,
quien sugirió el secuestro, idea que fue bien acogida. Estas reuniones
fueron separadas y en algunas ocasiones, con la asistencia de los tres.
Hacen creer a Urbina de la participación, o por lo menos la anuencia de
Pérez Jiménez.
- Reuniones entre Rafael Urbina y Antonio Aranguren, quien financiaría
la operación de secuestro. También se acordó que una vez materializada,
Urbina se saldría del guión, amenazaría con matar a Delgado para ejercer
presión y lograr el nombramiento de Aranguren como presidente.
- Reuniones entre Antonio Aranguren, Rafael Simón Urbina y Antonio
Rivero Vázquez, para lograr el apoyo de Julio César Vargas y del sector
militar en el que aún ejercía
influencia.
- Reuniones entre Rafael Urbina y Juan Franco Quijano, para la
protección de la familia Urbina el día de los acontecimientos, y la
redacción de documento de renuncia de Carlos Delgado.
El plan general comprendió las
siguientes fases:
- Secuestro del presidente y su comitiva.
- Traslado de los secuestrados a la quinta “Maritza”.
- Presionar a Delgado para lograr la firma del documento de renuncia.
- Al mismo tiempo, la toma de varias estaciones de radio en Caracas,
Maracaibo y Maracay, para crear confusión, crear caos, y movilizar a la
ciudadanía.
- Con la excusa de restaurar el orden, la salida de los cuarteles y
pronunciamiento de los oficiales comprometidos, de las siguientes
unidades: Regimiento Ayacucho, cuartel Ambrosio Plaza, Agrupamiento
Militar de Maracaibo, y algunas unidades de la base aérea de Maracay.
- Apoyo de los oficiales con mando de tropas a la presión que ejercerían
los voceros militares sobre Marcos Pérez Jiménez y Luís Felipe Llovera
Páez.
- Restructuración de la Junta Militar de Gobierno.
- Nombramiento de nuevos oficiales en puestos de gobierno.
- Expulsión del país de Carlos Delgado Chalbaud.
Pero, los objetivos del plan
militar no se correspondían con los de Urbina, que tuvo motivaciones de
diferente naturaleza.
La fase del secuestro fue
desarrollado exclusivamente por Rafael Simón Urbina:
- Reclutamiento de unos veinte hombres de confianza, con experiencia en
el uso de armas.
- Alquiler de varios vehículos para traslado.
- Vigilancia continua a las actividades de Carlos Delgado, por parte de
Urbina, asunto fácil de ejecutar porque en general Delgado andaba sin
escolta y solía ser muy despistado.
- Para lo anterior, Urbina había hecho amistad y hasta invitado a su
casa, a algunos miembros de la custodia personal de Delgado.
- Bloqueo del trayecto de vehículo presidencial.
- Secuestro por los hombres emboscados bajo la dirección de Urbina y de
su segundo.
- Traslado de los secuestrados a un vehículo de los plagiarios.
- Detención de Delgado Chalbaud en la quinta “Maritza”.
- En el ánimo de Urbina y de su segundo, estuvo el asesinato de Carlos
Delgado Chalbaud. La declaración de Juan Bautista Morillo Romero, jefe
civil de Santa Cruz de Bucaral sobre todo cuanto dijo Pedro Antonio Díaz,
no deja lugar a dudas.
Al final, la toma de las estaciones de radio para alentar el mentado
apoyo de la ciudadanía no ocurrió, menos la movilización militar, ni siquiera
hubo intento de ella. Es difícil de creer que en épocas posteriores, nadie
hubiera corroborado un pronunciamiento aquel día, ni publicado algún libro
señalándolo. Como el asesinato de Delgado no estaba contemplado, el movimiento
militar no se realizó, lo que vino a continuación fue el hermetismo general,
porque no quisieron verse implicados en hecho tan repudiable.
Urbina murió creyendo que el pueblo
se había movilizado.
Existió un plan concreto para el
secuestro y exilio del presidente, en el que participaron oficiales alejados
del mando de tropas, con el conocimiento y apoyo de oficiales activos del
Regimiento de Artillería Ayacucho, del Ambrosio Plaza y del Agrupamiento
Militar de Maracaibo, dentro de un esquema de división de lealtades, siendo el
fiel de la balanza y muro de contención, Marcos Pérez Jiménez, quien no se
sumó.