miércoles, 23 de diciembre de 2020

LOS SUCESOS DE NOVIEMBRE DE 1.944 A LA LUZ DE BERTRAND RUSSELL

  


Jairo Bracho Palma

 

Bertrand Russell nos habla del conocimiento humano  como  un compendio coherente de creencias aproximadas a la verdad, generalizaciones inductivas cuyas premisas satisfacen su validez. La naturaleza de la validez es la verdad,  que es una propiedad de la creencia, y la propiedad de la verdad es el hecho, que a a su vez tiene la cualidad de la permanencia. El problema consiste en establecer la naturaleza de la relación entre la creencia y los hechos, y una definición posible en un lenguaje mínimo estructurado de manera científica. Las creencias tienen un rango evolutivo amplio, desde lo prelingüístico, pasando por la  memoria, las expectaciones y los testimonios de los otros.

Tal vez desde la perspectiva de Russell, podamos obtener un sistema de significados y significaciones coherentes para la interpretación aproximada sobre nuestro devenir, algo particularmente útil para dejar a un lado los mitos, los cuentos, y los mutilados apólogos construídos en función del hecho político.

El lenguaje científico es impersonal, con una función social de difusión para el conocimiento colectivo, donde las íntimas pasiones y las expectaciones de los actores se evaporan.

Nuestros últimos cien años de historia han sido expuestos con generalizaciones incapaces de sostener las premisas que acrediten su validez, y esto se fundamenta en el indudable hecho de la naturaleza relacional entre las creencias copiadas o inferidas de los sentimientos y de las percepciones de las generaciones actuantes y de los testigos en un espacio - tiempo histórico determinado, así como de construcciones narrativas dotadas de un realismo ingenuo.

Un ejemplo clásico lo consituyen los sucesos ocurridos entre 1944 y 1945, y especialmente, los correspondientes al 18 de octubre. Para una importante porción del imaginario colectivo, aquello fue una revolución, para la otra, un vulgar cuartelazo, la eterna conspiración internacional, etc. Todas ellas, intermediadas por la posverdad como mecanismo de percepción, que define creencias a partir de referencias, intencionalidades personales y sentimientos de otros y no como experiencia directa y relacional externa. Así terminamos con un lenguaje mínimo simplificado del absoluto teológico sobre el bien y el mal. La porverdad trasmitida por los medios de comunicación nos reconforta con una esperanza de castigo de los malvados y la recompensa de los bendecidos, al fin y al cabo, es un deseo de como queremos que terminen las historias, pero no es la realidad.

Salvo las víctimas y los daños materiales como experiencia física, los sucesos ocurridos entre 1944 y 1945, no tuvieron héroes ni villanos, sólo  unas experiencias derivadas de datos abstractos. Si mejoramos la naturaleza de la relación entre lo que creemos saber sobre aquello y los hechos en sí y para sí,  así como la definición del hecho posible, y precisamos  las diferencias objetables entre ideas (recuerdos, memoria, testimonios) y las imágenes presenciales y reales, podremos tener una apoximación a la verdad de lo ocurrido, y lo que sería tal vez lo más importante, el gastado pero nunca aplicado principio sobre las consecuencias y las enseñanzas que pueden proporcionarnos la historia para que mejoremos como nación toda.

Con las pasiones, animadversiones y epigonías ya sepultadas con sus protagonistas ¿Qué han significado los hechos ocurridos entre 1944 y 1945? Pero vayamos a más ¿ Que ha significado, entendido como significado, lo comprobable, el período comprendido entre 1936 hasta nuestros días? 

EL MAGISTERIO

Alexis Perdomo Camejo no fue el anónimo sargento del imaginario colectivo: ramplón, arbitrario y por poco analfabeto. Alto, de buen parecer, y de un peculiar magnetismo personal, sobresalía en prestancia y educación sobre muchos oficiales, ejerció un liderazgo natural entre las tropas del batallón “Venezuela” número 1. Natural del estado Lara, tuvo una educación formal, había sido maestro de escuela, llegando a ocupar la dirección del plantel de Duaca (estado Lara). Ingresó al servicio del ejército el 1 de enero de 1942. Fue un defensor del magisterio y un lector asiduo con un  amplio manejo del lenguaje.

La asimilación de maestros de escuela en calidad de subtenientes fue una  iniciativa nacida en el período de gobierno de Juan Vicente Gómez. Una necesidad sentida por algunos oficiales, como era ofrecer a los contigentes de recluta forzosa, algún tipo de instrucción elemental dentro de los cuarteles. Esto hizo posible una relación permanente entre el magisterio y el ejército.

De tal manera que el ingreso a las filas del ejército del maestro Alexis Perdomo Camejo no resulta extraña, como tampoco lo resulta la influencia de Luis Beltrán Prieto Figueroa entre la oficialidad de maestros asimilados. Reconocido desde aquellos días como insigne educador, Prieto pertenecía a la cúpula del partido Acción Democrática. Anticlerical declarado, sus obras (“El Estado docente”, “Los maestros, eunucos políticos”, etc.) merecen una relectura, sobre todo,  la relacionada con el deber político del pedagogo, y del gobierno en hacer de la doctrina política, parte de la conciencia del ciudadano. Miembro fundador de la Federación Venezolana de Maestros (1936), también fue dueño de una librería en la esquina de Gradillas, donde se relacionó con algunos oficiales y clases del muy encapsulado mundo de los militares.

EL PROGRAMA MARXISTA

A medida que una nueva generación crecía ansiosa de libertades durante la interminable paz impuesta por Juan Vicente Gómez, las propuestas de una alternativa política tuvieron un lenguaje y un contenido distinto al de los tradicionales partidos liberal, conservador y nacionalista, donde militaban los habituales del poder. En la Habana se funda la “Acción Radical Revolucionaria Venezolana”, por Luis Alberto Ravell, Pío Tamayo, Juan Montes, Francisco Laguado Jayme, Luis López Méndez, de ideología  marxista. En Barranquilla, Pío Tamayo funda la “Unión Obrera Venezolana”, de igual tendencia. Luego de los sucesos del 7 de abril de 1928, y de la semana del estudiante, se incorpora a la lucha, una nueva formación, antecesora de Acción Democrática,  creada por Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Valmore Rodríguez, Gonzalo Barrios, la “Agrupación Revolucionaria de Izquierda” (ARDI), “policlasista, antioligárquico y antimperialista”, que formará un grupo irreconciliable con el “Partido Revolucionario Venezolano”, representante de los postulados de la Internacional Socialista.

El  “Partido Revolucionario Venezolano” fue fundado en México por Salvador de la Plaza y Gustavo Machado en 1922. Se proclamaba  “anti - imperialista, anti - caudillista”, de ideología marxista.

El denominado “Programa mínimo del ARDI” (Barranquilla, junio de 1932), establecía entre otras cosas, unos objetivos  sostenidos en el tiempo a pesar del aparente y no bien definido giro hacia la derecha: exclusión de todo elemento militar del mecanismo administrativo; confiscación de los bienes del general Gómez, familiares y funcionarios; organización de las masas; el derecho a la huelga. Pero sobre todo, una reorganización profunda y excluyente del sector militar, y la creación de milicias armadas.

La concreción de este programa pasaba por un acercamiento a los cuarteles, lo que  nos revela el hecho de que un militar comprometido ideológicamente no es una hechura de nuevo cuño.

El sargento segundo Antero Lugo Ramos prestaba servicios en la cocina del batallón de ingenieros como panadero. Pertenecía al igual que varios compañeros del gremio de pasteleros y panaderos,  al partido comunista “Unión Popular Venezolana”, un espacio donde la prédica marxista encontró campo fértil. 

Lugo Ramos manejaba  el discurso de la izquierda, que difundía en su unidad,  mimetizado como manifestaciones insospechables de descontento corporativo, pues el comunismo estaba prohibido por la Constitución y fue perseguido con saña.

Seguían en importancia, el sargento primero  Rafael Acosta Ramírez, y los cabos segundo Vidal Tandino y  Francisco José Rodríguez, y Abraham Levy Maduro, ganados a la ideología de Lugo Ramos.

La política dentro de los cuarteles se introdujo como parte de los programas de los partidos de izquierda, pero, y aquí vienen los peros, aquello no fue una existosa campaña de inconfesables fines para manchar el inmaculado apoliticismo de las fuerzas armadas, una falsa creencia. Un grupo de oficiales y algunos sargentos, por propia iniciativa y con bien delimitados fines de poder han sembrado las ideas políticas puertas adentro.

De tal manera que una parte de la oficialidad conformó una forma única y diferenciada  de  partido político utilizando la sólida estructura institucional que había permitido la viabilidad como nación de una amalgama de pueblos de particularismos geohistóricos: el ejército.

Valiéndose de principios inmanentes como la verticalidad corporativa y la cohesión derivada del origen promocional, sin declararlo ni mucho menos admitirlo, crearon una organización política, una con armas, y dispuesta a usarlas. Esta iniciativa de la oficialidad formada,  permeó en las jerarquías de sargentos y clases.

Esa premisa se satisface cuando nucleamos percepciones de multiplicidad de sucesos multidimensionales independientes en apariencia, pero que interactúan por la naturaleza rizómática de relacionamientos físicos y mentales que persisten en tiempos curvos: la década militar (1948-1958), el período 1999-2013, y sus  conectores lógicos de porcentajes burocráticos de participación corporativa.

Debemos precisar que se entiende por relacionamientos físicos y mentales  de naturaleza rizomática persistente en tiempos curvos: cuando percibimos un  suceso, lo recordamos, lo imaginamos, inferimos, pero no podemos inferir la esencia emocional del origen mental-personal de los sucesos: los fines egoístas, la ambición excluyente, los objetivos determinados detrás de lo declarativo. Estos sentimientos constituyen rasgos abstractos que viajan por los rizomas paralelos que representan los tiempos históricos y que por leyes no precisadas coinciden en nudos de encuentros temporales. En Venezuela como en todas partes, no se repiten los tiempos históricos, sólo se satisface el principio de la coincidencia de experiencias internas de sentimientos y emociones de naturaleza pública como las descritas.

En el caso del 18 de octubre, las motivaciones de esta incursión en política se ven soterradas por formalidades discursivas de reivindicaciones postergadas, con un añadido de postulados democráticos no cumplidos una vez en el poder.

En el caso de los sargentos y clases, llama la atención, que en menos de una década se produjeron dos pronunciamientos salido de sus filas, uno en 1944, y otro en 1946, con motivaciones y fines políticos semejantes a las de sus superiores, con un adicional no menos importante, como era el evidente resentimiento hacia el trato despótico, arbitrario y de relegamiento social. 

Me referí entonces a ciertas críticas y protestas que tenían su origen entre compañeros, causadas por una serie de irregularidades y necesidades, tales como vestuario, comida, y principalmente sobre el acostumbrado atropello de muchos oficiales para con la tropa y procederes inhumanos en que no se refleja sino un abuso de autoridad… después de hacer notar que mis esfuerzos por el mejoramiento de la institución no estaba inspirados solamente en mis propias necesidades… sino en un promedio de realidades, le hablé sobre ciertos choques que por este motivo tuve con algunos oficiales.

Algunos autores señalan la influencia de la asonada del sargento Fulgencio Batista contra el presidente Carlos Miguel de Céspedes en Cuba, en la que tomaron parte los círculos estudiantiles, y que dio como resultado el gobierno provisional de Ramón Grau San Martín y el ascenso de Batista a coronel y comandante del ejército (1933-1939), pero este es un tema que requiere de un relacionamiento más sólido, pues hasta el momento es una inferencia sacada de la causalidad, que no es suficiente para determinar los sucesos de 1944 en Venezuela.

En las reuniones conspirativas celebradas en diversos barrios de Caracas, se discutió la posibilidad de incluir a Acción Democrática, una propuesta del sargento Perdomo. El sargento Lugo Ramos en cambio, propuso el apoyo del partido comunista alegando una mejor organización y lo poco confiable que  resultaba Acción Democrática por su abjuración de la teología de izquierda. Esto se debió a que los sargentos y clases tenían fuertes contradicciones ideológicas, y manifestaron no sentirse capaces para asumir las funciones de gobierno, por lo que echaron mano del soporte de un partido con credibilidad.

Pero, también existió la intencionalidad  no manifestada de usar a los partidos por un tiempo para adquirir experiencia y luego desecharlos, como lo demuestran los sucesos de 1948.

De tal manera que la política como dinamizante del movimiento militar de 1944 nació por iniciativa interna y en parte por la influencia indirecta de aquellos partidos.

Por aquellos días, Rómulo Betancourt y su partido trabajaban sobre su incipiente popularidad y en su aceptación general, como lo demuestran los resultados de las elecciones uninominales de los municipios de la capital justamente aquel año de 1944: apenas un 34% del electorado.

Tal como lo admite en sus escritos,  Betancourt tuvo un detallado conocimiento del golpe en ciernes, corroborado de manera tangencial por los testimonios sumarios del sargento Lugo Ramos, pero directamente por el sargento Perdomo.

El secretario general de Acción Democratica supo del alzamiento frustrado del 12 de noviembre, a través de un primo del sargento Perdomo Camejo, el Dr. Víctor Camejo Oberto, un militante activo en los sucesos del 18 de octubre. Sí se entrevistaron personalmente, no los hemos comprobado, como tampoco las verdaderas razones por las que Betancourt rechazó la oferta de participación. Existe la versión en una entrevista realizada por Juan Liscano en 1975, muy arreglada en obsequio de la posteridad.

Está comprobado por confesión de algunos oficiales, que tempranamente Acción Democrática contó con afiliados partidistas que prestaron servicios militar en aquellos días como soldados y clases, y que eran antiguos preceptores o maestros en funciones dentro de los cuarteles, como Carlos Soto Tamayo, Ramón Florencio Gómez y Giselo Payares Arcaya, quienes alcanzaron el grado de generales y altos cargos durante los gobiernos posteriores de Acción Democrática, ministro de la defensa inclusive. En el caso de Payares Arcaya, cuando apenas era soldado, estuvo involucrado en el alzamiento de Perdomo, luego del 18 de octubre de 1945, fue incorporado como subteniente. Hizo una brillante carrera por demás decir.

Por la misma estructura lógica de las respuestas ofrecidas  por Betancourt en la entrevista con Juan Liscano, y sus contradicciones con las referencias obtenidas de la época de los sucesos, sabemos que el uso de medios violentos para alcanzar la dirección del gobierno estuvo presente desde su regreso del exilio en 1936 y que no asistió, tal como pretende hacernos creer, a las primeras reuniones con los oficiales de la Unión Patriótica Militar en junio de 1945, con una purísima candidez, casi con la boca abierta de asombro ante lo que se les planteaba.

La premisa sobre el cabal conocimiento y la participación oportuna del partido Acción Democrática en las cuarteladas de aquellos días se ve reforzada por el testimonio del contralmirante Manuel Antonio Vegas, entonces uno de los más firmes defensores de aquel partido contra un gobierno exclusivo de militares, y que le costaría diez años de retiro.

Vegas había egresado de la Escuela Naval de Argentina en 1941, y pronto formó una cofradía de conspiradores entre los marinos.

Betancourt y Vegas se reunieron en Caracas,  a principios de 1943, allí el marino  lo impuso de las aspiraciones de los oficiales y de la manera de obtenerlas. Cuando fue entrevistado en marzo de 1987, era un hombre muy cerca del final de sus días, sin mayor interés en figuración.

Esto quiere decir que los atajos para los fines de poder contemplaron la opción violenta, y que la participación de AD en tales eventos, no fue una simple e imprevisible casualidad.

LA SARGENTADA

El coronel Antonio Chalbaud Cardona fue una de las víctimas con mayor contenido simbólico para la rebelión del 18 de octubre de 1945. Representó varias generaciones de oficiales formados al calor de las dictaduras andinas y  a una de las castas de la hegemonía política y militar merideña. Su visión del ejército en cuanto a disciplina, ascensos y tareas tenía pocos espacios comunes con las nuevas generaciones, pero fue un hombre que a pesar de sus diferencias con Isaías Medina Angarita y con Eleazar López Contreras, mantuvo una incólume lealtad, los hechos ocurridos entre el 11 y 12 de noviembre de 1944, así como los de  1945, lo comprueban. Su diligente hacer contra la intentonas de sargentos y clases impidieron el éxito del motín cuartelario.

“La sargentada” fue un movimiento sedicioso organizado en Caracas en el mes de junio de 1944, enero según otros testimonios. Dirigido en exclusividad por sargentos y clases, abarcó contingentes dentro de los batallones “Venezuela”,  “Avendaño”  y “Villapol” en Caracas, y alguna participación de unidades de Maracay, Maracaibo, Coro y Puerto Cabello, que sumaban un aproximado de cincuenta y tres cabecillas.

En primera instancia, el levantamiento tuvo los siguientes objetivos:

1.      En el marco de la entrega de diplomas a los graduados en el curso de la Escuela de Aplicación para oficiales, que tendría lugar en el batallón “Venezuela” durante el mes de noviembre, el presidente Isaías Medina Angarita, ministros y alto gobierno presente serían arrestados. Algunos declarantes señalaron que estaba contemplado dispararles si ofrecían resistencia.

2.   2.  Aquel acto sería la señal para el levantamiento del resto de los cuarteles.

3.   3. Creado el vacío institucional, los cabecillas llamarían al partido Acción Democrática o al comunista para formar gobierno, con la participación del sector militar involucrado en el golpe de Estado.

El hecho de que varios clases y soldados durmieran con el uniforme y los zapatos puestos, hizo movilizar a la oficialidad en la madrugada del 11 de noviembre. A confesión de partes, se supo que estaba previsto tomar el cuartel Urdaneta y matar a los oficiales.

Chalbaud Cardona era el comandante de la Tercera Zona Militar ubicada en el cuartel Urdaneta. Los días previos, cambios significativos en la disciplina de los soldados del batallón de ingenieros y por causa de algunas concurridas reuniones en los barrios de San Agustín, los Flores de Catia, San José y en Sarría, alertaron a las autoridades.

Chalbaud Cardona no perdió tiempo y armó a los cursantes de la Escuela de Aplicación y demás oficiales, quienes se presentaron en las cuadras de tropas y se hicieron con las bayonetas y los cartuchos, anulando la capacidad de asalto de los amotinados.

El capitán Rómulo Fernández, comandante de la compañía de Perdomo, y un activo participante de los sucesos ocurridos un año después, se presentó en el dormitorio del sargento, y bajo engaño le ordenó vestirse para salir de comisión, arrestado, fue trasladado junto el resto de los cabecillas, al cuartel “Ambrosio Plaza”, donde comenzaron los interrogatorios y la corte marcial.

En las declaraciones, fueron reiteradas las referencias a lo contactos con militantes de Acción Democráticas y del partido comunista, pero fueron vagas e imprecisas, y en vista de la absoluta libertad política imperante, no fueron señalados.

Los peinillazos y los malos tratos durante los interrogatorios con toda probabilidad arrancaron confesiones interesadas en vista de la animadversión de la vieja oficialidad hacia los partidos políticos, que hasta hace menos de una década, estaban demonizados y prohibidos.

De los señalamientos abiertos contra aquellos partidos  se encargó el periodista del diario “La Esfera”, Ramón David León.

Esta forma de obrar de los partidos Acción Democática y comunista, será imitado, con mayor  o tanta violencia por los nacientes U.R.D. y COPEI.

Las inferencias de alguna aproximación de veracidad y de la que sólo expondremos los enunciados, por ser un trabajo muy extenso para este formato, serían la siguientes:

  • Cinco partidos se han disputado el poder político en Venezuela por medios lícitos o violentos,  entendido como violentos, la transgresión de la legalidad, o el uso de las armas: Acción Democrática, COPEI, URD, la izquierda en todas sus metamorfosis organizacionales y el ejército.
  • Aquellos postulados tales como el militarismo, pretorianismo, prusianismo y demás construcciones enclíticas carecen de relacionamientos propios que satisfagan su eficacia. Desde 1936, la oficialidad salida de escuela, sin enunciarlo directamente se organizó para participar en el poder político, los hechos de 1945, 1946, 1948, 1953 y 1999 lo comprueban.
  • Rómulo Betancourt fue un actor más dentro de un contexto específico, de manera que no fue el principal responsable de la tan mentada politización de las fuerzas armadas, estuvo en la intencionaldidad de los actores  militares de participar en ella. Un apoliticismo manchado por la nefasta influencia de los partidos es un entelequia.
  • Los movimiento conspirativos fueron conducidos por jóvenes militares determinados por unas creencias inconsistentes como fórmula de justificación, devenida en ambiciones corporativas e individuales, secundado por un partido político sin experiencia ni preparación acorde a sus expectativas, pero con una férrea vocación de poder y de permanencia que les hizo prevalecer, en el mediano plazo, sobre sus compañeros de aventura. La ambición, el egoísmo y las vanas motivaciones son las características rizomáticas distintivas de ambos grupos.
  • Los relacionamientos físicos y mentales de naturaleza rizomática  persistente en tiempos curvos, son de esencia emocional, comunes en nuestra historia y que unifica los grupos políticos y militares: los fines egoístas, la ambición excluyente, los objetivos determinados detrás de lo declarativo. Las percepciones idealizadas expuestas en lo declarativo, no es percibida por ser incosistente con los modos de vida privados una vez en el poder, salvo algunas excepciones.
  • La esencia emocional de las motivaciones internas de actores específicos han tenido algunas consecuencias que podemos calificar de progreso material, tal como lo comprueban los resultados de la gestión del período militar (1948-1958) y de logros específicos luego de 1958.
  • Las consecuencias de los motines cuartelarios de 1944 y del exitoso golpe de Estado del 18 de octubre de 1945 no podemos exponerlos en este corto ensayo, pero si adelantar algunas observaciones: tienen alcances transtemporales que no han cesado en sus devastadores efectos sobre todos los órdenes de nuestro devenir, porque por intermedio de los partidos políticos se consolidó la creencia de naturaleza expectante del uso de la violencia como medio para alcanzar el poder.
A partir de entonces, contaremos con una suerte de enrevesadas teorías que diferencian golpes de Estados “buenos”  de los “malos”; seremos testigos de las gavillas y grupos de choques contra opositores; de las triquiñuelas electorales; del uso  y abuso de la libertad de expresión y de la desinformación; de formas eleccionarias para borregos; de las apologías y los autoelogios; de los  líderes fundamentales a partir de los cuales la historia comienza a correr, y  pare usted de contar. Lo que es peor, en nuestro vaivén entre la barbarie, el desorden e intentos aislados de progreso como interregno magnífico.

 

 

martes, 1 de diciembre de 2020

LA GUERRA DEL ASIENTO: LA DEFENSA DE CARTAGENA DE INDIAS, LA GUAIRA Y PUERTO CABELLO (1739-1743)

 


Entrevista en Venezuela Colonial en el siguiente Link: https://www.youtube.com/watch?v=n9zk-bms_Gw&feature=youtu.be

La guerra de sucesión española fue un conflicto dinástico internacional que enfrentó, por una parte, a las coronas de los Habsburgo apoyados por el Reino Unido y los Países Bajos y, por la otra, a los borbones franceses por la vacante dejada en España por la desaparición de Carlos II. Ese conflicto acaeció entre los años 1701 y 1715. Este conflicto en la península ibérica se manifestó como una guerra civil que se extendería hasta la caída de los que siguieron la bandera austracista de los Habsburgo en Barcelona. Vale decir que España fue perjudicada en todos los sentidos en virtud de los acuerdos secretos a que habían llegado las monarquías inglesa y francesa para poner fin a la citada guerra. Los aspectos más graves, además de la perdida de Gibraltar y Menorca, tuvieron que ver con las concesiones que tuvo que otorgar España a Inglaterra para el comercio de esclavos y el comercio a través del llamado navío de permiso que, en sí mismo, constituyeron arietes para socavar la integridad hispánica en sus dominios americanos a través del contrabando. 

Si bien la instauración de los borbones en España significó el establecimiento del absolutismo en la península, en América se profundizó la descentralización con miras a crear estructuras administrativas que fueran autosostenibles. En este sentido, en el año 1717, se creó el virreinato de la Nueva Granada y entre sus funciones se le asignó la vigilancia del asiento. Este hecho que sería el detonante de la guerra de 1739 una vez que el Reino Unido incumplió de manera deliberada con las estipulaciones establecidas en el navío de permiso debido a  que España no estaba dispuesta a aceptar transgresiones[1]. La chispa que detonó el conflicto fue el descubrimiento de una infracción cometida por un súbdito británico llamado Robert Jenkins quien al mando del bergantín Rebecca intentó introducir contrabando en dominios españoles a la altura de la Florida en 1731. En el incidente el capitán León Fandiño  le cortó una oreja al británico amenazando con repetir el hecho a cualquier otro que lo intentase. Por ello, esa guerra que se conoce también como la guerra de la oreja de Jenkins terminaría en el año 1746 con el tratado de Aquisgrán y su naturaleza estuvo relacionada con el intento de despojar por la fuerza territorios hispánicos. Decimos despojo o depredación debido a que el orden westfaliano instaurado casi cien años antes había establecido un sistema de equilibrios en ese continente que se aplicaba sólo a ese espacio geográfico a pesar de que los principales órdenes políticos que allí convivían poseían dominios extracontinentales. El vacío existente en la aplicación de la ley westfaliana está relacionado con el nomos de la tierra del que ya hemos hecho mención anteriormente y explica que esa guerra haya tenido como objetivo arrebatar a España una parte importante de sus dominios americanos a partir de la captura de Cartagena de Indias[2]. Por ello vamos a analizar la defensa de tierra firme teniendo como foco el ataque de Cartagena de Indias y las otras operaciones agresivas realizadas sobre la Guaira y Puerto Cabello. Para tal fin vamos a analizar en primer lugar, el rol de la línea de Tordesillas después de la consagración del principio de libertad de los mares en 1648, en segundo lugar, los planes del desastre inglés, en tercer lugar, la ejecución del plan y el desastre y finalmente la herencia española en la praxis americana de la guerra.

La línea de Tordesillas y la aplicación del derecho público europeo.

Según Carl Schmitt después de que se consagró el principio de libertad de los mares en 1648 la línea de Tordesillas fue usada para demarcar hasta donde se aplicaba el derecho europeo en el hemisferio Occidental. Esta línea, según él, se comenzó a denominar línea de amistad[3]. Al oeste de esa línea para el caso específico inglés se actuaba netamente en el plano mercantil, es decir, bajo una lex mercatoria que iba más allá de los Estados. Pero, para España la América meridional era extensión de sus dominios ibéricos y por tanto se aplicaba el derecho público. Si acaecía una operación de contrabando sólo se requería la aplicación de la ley en términos preventivos y represivos aunque hubiesen abusos que también podían ser tratados dentro del marco regulatorio existente, pero como los estados modernos no tenían otro tribunal al cual apelar los británicos se valieron de esas circunstancias para buscar lo que consideraron su justicia por sus propios medios militares apelando, según ellos, a una actividad que se fundamentaba en la costumbre. Esto nos lleva a otro aspecto no menos importante. Casi cien años antes, como dijimos, en Westfalia se estableció un acuerdo que regulaba las relaciones entre Estados. De acuerdo con ese tratado el Reino Unido incurrió en una ofensa al declarar la guerra por una falta, mejor dicho, por una serie de delitos cometidos por sus nacionales para lograr obtener un pretexto para arrebatarle a España un espacio estratégico que en la práctica dividía sus dominios americanos en dos. El asunto que llama la atención es la no aplicación, de manera general, del derecho de gentes o mejor dicho, valerse del derecho de gentes para resolver un problema mercantil. Esto lo podemos observar desde una perspectiva espacial, temporal y espacio-temporal.

Creo que la causa más importante de la no aplicación del derecho de gentes europeo en el continente americano obedeció a la inmensidad del espacio y su desconocimiento en términos macros y micros. La inmensidad permitía pensar en apropiarse de espacios no ocupados por europeos y, en términos macros, para que se tenga una idea, el conocimiento de la interconexión Orinoco-Amazonas es contemporánea con la Guerra del Asiento. En términos micros, el desconocimiento de la realidad de los principales objetivos militares británicos, es decir, las ciénagas de Cartagena de Indias, las corrientes de la Guaira y los manglares de Puerto Cabello fueron fundamentales en la victoria de los hispanoamericanos o españoles meridionales durante ese conflicto.

Desde la perspectiva temporal debemos indicar que si bien España tenía más de dos y medio siglos de presencia en el continente, Westfalia fue un producto jurídico de casi una centuria por lo que podemos afirmar que aún estaba en proceso de cristalización y la forma federal de gobierno con que el rey borbónico español ejerció su dominio se mantuvo en la América meridional a pesar de los cambios absolutistas y centralistas operados en la península. Esto significó que los americanos fueron construyendo su propia temporalidad colectiva constituyendo, en la práctica, una fortaleza a vencer ante una situación contingente. Así pues, a pesar de los cambios operados en Westfalia, había en el continente una hispanidad arraigada en todos los dominios americanos, en términos temporales, que en sí misma constituía una brecha insondable entre la consideración de la aplicación de un derecho mercantil por la fuerza y una mismidad que se constituyó en fundamento de la identidad. Esto nos lleva al aspecto espacio-temporal.

Desde la perspectiva espacio-temporal el americano meridional, en su devenir, fue construyendo su realidad, que en el lenguaje de Zubiri, se caracterizó por su respectividad, su aperturalidad y su suidad[4], es decir, la realidad de un americano fue respecto a sí mismo, abierta en función de la dinamicidad de lo nuevo en expansión mundana y fue y es una realidad suya completamente diferente a los problemas dinásticos europeos que puso en conflicto a ese continente en esa alborada del siglo XVIII por un asunto sucesorial sin afectar el mundo americano. Así pues, la Guerra del Asiento se planteó desde la perspectiva inglesa como un asunto depredatorio por ubicarse al oeste de la línea de amistad, y para los hispanoamericanos se planteó, de una manera general, desde una perspectiva existencial porque su realidad podía dejar de ser su realidad.

Estas consideraciones espacio-temporales de la línea de amistad nos lleva al plan del desastre.

El plan del desastre.

En la historiografía europea no hay dudas en afirmar que el principal beneficiario de la guerra de sucesión española fue el Reino Unido. Con respecto a España, dicho país logró colocarse en una posición donde podía intentar arrebatarle sus dominios americanos, en especial, donde se encontraban las fuentes de su riqueza y poder[5]. De ahí que el incremento de la escalada de reclamos españoles después del fracaso en la recuperación de Gibraltar fue producto de la acción deliberada británica para forzar la guerra. De hecho, cuando el Reino Unido declaró la guerra en octubre del año 1739, no sólo había desplegado sus fuerzas navales con tres meses de antelación al mar Caribe, sino que ya habían sus nacionales realizado actos depredatorios en Portobelo y San Tomé de Guayana en la Capitanía General de Venezuela, así como una incursión exploratoria a La Guaira realizada por el almirante Thomas Waterhouse con tres navíos que resultó en un completo fracaso. Estas acciones se intensificarían al siguiente año.

Las incursiones y exploraciones realizadas para evaluar el estado de cosas de los objetivos militares británicos en sí mismas indicaban incertidumbre en términos de información acerca del espacio y de tiempo. Así pues, la información, o mejor dicho, la manera en que los antagonistas encararon la falta de información fue crucial para el resultado de las operaciones realizadas contra tierra firme. Aquí hay que decir que la monarquía hispánica tuvo la previsión de mejorar su sistema defensivo americano, perfeccionó su sistema de información y cuando estimó que en el corto plazo la guerra sería inevitable reorganizó los mandos y adelantó los preparativos de defensa en las plazas donde sus evaluaciones indicaban que podían ser objeto de un ataque a gran escala. Por su parte, los británicos lograron desplazar exitosamente su fuerza naval con el mayor sigilo al área de operaciones.

Una vez que Cartagena de Indias fue seleccionado como el objetivo principal, el concepto de maniobra inglés fue el típico de la guerra de sitio, o sea, se concibió la idea de aislar la ciudad de manera tal que fuese obligada a rendirse por inanición. Así pues, los problemas que tenían que resolver estaban relacionados con el control o dominio del espacio y del tiempo no sólo de las operaciones sino también del espacio y el tiempo de los defensores. Para ejecutar el sitio los británicos conducidos por el almirante y político Edward Vernon tenían que desembarcar y establecer posiciones en tierra de modo que los sitiados no pudieran recibir refuerzos asegurando a su vez el avituallamiento de sus propias fuerzas. Para ello necesitaba de una importante fuerza anfibia y neutralizar de forma sucesiva las posiciones defensivas hispánicas. Esto lo concibieron como una acción en tenaza: fijarían a los españoles desde Bocachica neutralizando sus fortificaciones (San Luis), asegurarían una fuente de agua a través del rio Sinu, estrecharían el cerco neutralizando las fortificaciones de Manzanillo y Santa Cruz y paralelamente desembarcarían el grueso de sus fuerzas (ocho mil infantes y tres mil trabajadores) al este de Bocagrande, es decir, en el paso conocido como Boquillas para producir el cerco desde tierra. El comandante de las fuerzas terrestres sería el general Went Woorck. Así pues, cercando desde tierra y bloqueando desde el mar y desde la bahía de la propia Cartagena de Indias consideraron que la operación sólo iba a consistir en estrechar el cerco para forzar una rendición. Pero para ejecutar efectivamente esta operación se debían cumplir dos requisitos: en primer lugar, las bajas debían ser reducidas porque la fuerza británica de alrededor de 25000 hombres, incluyendo las tripulaciones de los buques y tres mil cañones, debía convertirse en fuerza de ocupación y, en segundo lugar, las fases de la ejecución de la operación debían cumplirse cronométricamente porque cualquier retardo o alteración conspiraba contra la toma del objetivo principal. Aquí era fundamental el conocimiento de los factores del adversario o como dijimos, la realidad (geografía, clima y sus variaciones, logística, dispositivo de defensa y, en general, las fuerzas morales) y sus posibilidades de acción.

Por parte hispánica ya hicimos mención acerca de los preparativos iniciales. Estos preparativos significaron los nombramientos de militares experimentados para conducir la defensa: en Cartagena de Indias se destinó a un marino experto en guerra de sitio desde el mar, o sea, Blas de Lezo quien ya disponía de un aquilatado expediente de combate sobre todo en ese tipo de acciones en el norte de áfrica. Él junto con otros veteranos de guerra del ejército como el virrey Sebastián Eslava, Carlos Desnaux y Melchor de Navarrete serían los responsables de la defensa de ese territorio. El otro fue Gabriel Zuloaga y Moyúa quien se había destacado también en la recuperación del reino de Nápoles para la causa española fue destinado a la defensa de la Capitanía General de Venezuela. De igual forma, un grado de certeza apreciable a la causa española se obtuvo gracias a que se pudo tener conocimiento de los preparativos que se estaban realizando en Jamaica. Según estos preparativos, el foco de atención inglés estuvo en asegurar las fuentes de agua y de alimentos para poder mantener el ritmo de las operaciones.

La defensa de Cartagena de Indias estaba compuesta por seis navíos, 900 cañones y alrededor de tres mil hombres. El sistema de fortificaciones se encontraba en buen estado y en el proceso de desarrollo de la ciudad se edificaron unas estructuras que jugaron un importante papel en la defensa como lo fueron los pozos de agua. Además, cuando se tuvo conocimiento de la amenaza se reforzó el dispositivo de defensa y se acumularon avituallamientos para sostener un sitio prolongado.

Aquí hay que considerar algo. Si bien la fuerza británica era importante, más o menos de la misma entidad con que operaron durante la guerra de sucesión en la península en operaciones anfibias, la efectividad de sus acciones fue posible debido a que en ese entonces actuaron dentro de un país dividido en facciones. En Cartagena de Indias no existía ese problema (ni en la Guaira ni Puerto Cabello) a pesar de las fricciones generadas por la lucha contra el contrabando. En este sentido, el manejo del tiempo en función del espacio iba a ser crucial para los defensores indiferentemente de su número.

Así pues, mientras más tiempo durase la defensa era mejor para los defensores y mientras menos tiempo durase el ataque era mejor para los agresores. En una situación de equilibrio temporal las fuerzas morales y el conocimiento del espacio determinarían hacia dónde se inclinaría la balanza.

La ejecución del plan británico y el desastre

El 13 de marzo de 1741 y de acuerdo con la información que habían logrado obtener los defensores 180 embarcaciones de diferentes tipos entre las que se destacaban ocho navíos de tres puentes se desplegaron al norte de Boquilla dando inicio a la batalla por Cartagena de Indias[6]. De ahí una parte se dirigió a Bocachica según el plan pero no fue para neutralizar el fuerte San Luis en la isla de Tierra Bomba, sino para tomarlo. Las fuerzas británicas tardaron 16 días en tomar la plaza y los defensores después de hundir los buques[7] que custodiaban la entrada y de ejecutar efectivamente operaciones retardatrices de los movimientos de avance británico, pudieron retirarse ordenadamente a pesar de haber sufrido importantes bajas. Con este repliegue, los británicos avanzaron hacia la ciudad desde Bocachica. Como se puede observar, los atacantes alteraron el plan inicial y se dispusieron a desembarcar a parte de la fuerza anfibia desde dentro de la bahía de la ciudad en las adyacencias del fuerte Manzanillo para ocupar el cerro de la Popa al sur de la ciudad y reducir a la fortaleza de San Felipe a la par de las operaciones de desembarco que se efectuarían en la Boquilla. Para tal fin dentro de la bahía redujeron el fuerte Santa Cruz, tomaron el fuerte Pastelillo y neutralizaron el fuerte Manzanillo a un alto costo (este último resistió heroicamente sin caer ante los asaltos enemigos retardando, en consecuencia, las operaciones ofensivas), obligaron a los defensores al hundimientos de dos navíos[8] y un paquebote francés e iniciaron el bombardeo de la propia ciudad desde la dársena del puerto. La maniobra de los defensores estuvo dirigida a retardar las operaciones de los agresores logrando al efecto producir importantes bajas mientras que, por una parte, el clima estaba produciendo estragos en sus filas y, por la otra, se comenzaron a adelantar los preparativos para atrincherarse en la fortaleza de San Felipe para hacer una defensa a ultranza. Aquí fue cuando Blas de Lezo ordenó profundizar la fosa de la fortaleza para dificultar el asalto de los agresores y tomó la iniciativa de las operaciones.

Con el importante proceso de erosión sufrido y los éxitos alcanzados los atacantes convergieron desde Boquilla y el cerro la Popa contra la fortaleza de San Felipe. Pero después de varios costosos intentos de tomar la fortaleza por asalto, los atacantes aumentaron la presión sobre la ciudad desde los navíos para desviar la atención de los defensores y conseguir una brecha en el dispositivo que les permitieran alcanzar el objetivo principal. Pero no lo lograron. En este estado de cosas, el almirante inglés inició una serie de amagos parlamentarios para tratar de lograr engañar a los defensores. Estos amagos consistieron en el intercambio de prisioneros. A este punto, los atacantes habían perdido alrededor de 800 hombres en Bocachica y 1500 en el asalto a la fortaleza de San Felipe y tenían más de 2500 hombres enfermos incapaces de combatir a bordo de los navíos ingleses y la cifra de bajas se estaba incrementando exponencialmente. Dada la situación y para evitar que se hiciera insostenible el almirante ingles inició la retirada destruyendo, al efecto, todas las fortificaciones que habían tomado. Desde ese momento, es decir, a partir del primero de mayo se resquebraja la organización de combate británica produciéndose un número apreciable de desertores y pudiendo escapar los defensores que habían sido capturados. El día veinte de mayo abandonaron la plaza dejando una estela de cadáveres pestilente producto de las enfermedades contraídas, material de guerra abandonado y seis navíos destruidos por sus propias tripulaciones por los daños sufridos en los asaltos a las fortificaciones.

Como se puede observar de esta sucinta narración, el retardo que deliberadamente fueron produciendo los defensores tuvo un efecto acumulativo, desde la perspectiva temporal: en primer lugar, desgastaron las fuerzas atacantes hasta un punto que comenzó a amenazar la integridad de la organización para el combate una vez que fracasaron en la toma de la fortaleza de San Felipe y, en segundo lugar, el desconocimiento del espacio complicó las operaciones desde dos perspectivas, retardaron el avance de las tropas desde el mismo momento que fueron fácilmente hostigadas por acciones de guerrilla y fueron expuestos a las condiciones climáticas para las cuales no estaban acostumbrados ni preparados.  

Luego de este estrepitoso fracaso producido después de que había enviado mensajeros anunciando la victoria, los restos de las fuerzas del almirante Vernon se dirigieron de nuevo a Jamaica para reorganizarse y emprender nuevas acciones ofensivas de menor alcance. Al año siguiente, el almirante inglés para enmendar el fracaso atacó a Guantánamo en julio y trató de repetir el éxito de Portobelo, pero en estas oportunidades los defensores jugaron con el tiempo y el espacio por lo que los agresores tuvieron que reembarcar sin poder conseguir un resultado favorable. Después de estos reveses el almirante fue destituido de su cargo y reemplazado por el almirante Charles Knowles. Este almirante también se enfrentó a fuerzas navales españolas en las adyacencias de Cuba sin lograr un resultado apreciable. En estas pobres circunstancias, la Guaira y Puerto Cabello se presentaron como objetivos razonables después del fracaso en Cartagena de Indias, Portobelo y Guantanamo desde el mismo momento que el propósito general británico era acceder al virreinato del Perú desde tierra firme. Al efecto, los británicos creían en la existencia de diferencias, como dijimos, que se habían generado entre los habitantes por el inicio de las actividades de la Compañía Guipuzcoana y el papel que había desempeñado ésta en la represión del contrabando. Como la Guaira había sido objeto de una incursión ya en el año 1739 el objetivo de Zuloaga fue mejorar lo más rápidamente los dispositivos de defensa en esa plaza así como en Puerto Cabello por lo que el tiempo jugó a favor de los defensores sobre todo después de la experiencia cartaginense. Para cuando se presentaron las fuerzas navales inglesas, en esta oportunidad conducidas por el almirante Charles Knowles, los defensores los estaban esperando. La acción sobre la Guaira iniciada el 02 de marzo de 1743 con 19 navíos de diferente porte (se destacaron siete navíos de 50 y 70 cañones) fue básicamente una incursión donde los agresores llevaron la peor parte por el desconocimiento de las corrientes del lugar, es decir, el desconocimiento del espacio[9]. Al cuatro día del duelo artillero se retiraron.

En Puerto Cabello la agresión tuvo la misma factura a menor escala que la realizada en Cartagena de Indias, es decir, se ejecutaría un desembarco al este de Puerto Cabello y se bloquearía la entrada a la dársena para bombardear y reducir por dos vías al castillo de San Felipe. Se inició el dos de mayo de 1743 y si bien lograron desembarcar un millar de hombres cerca de los manglares adyacentes a la fortaleza, la acción ofensiva se frustró por desconocimiento de la realidad del espacio. Este desconocimiento sirvió para alertar a los defensores. Luego de este fracaso que significó para los agresores un importante número de bajas, el ataque se focalizó en el esfuerzo por destruir las defensas del castillo convirtiéndose al efecto en un duelo de artillería que se prolongó hasta el día doce sufriendo los atacantes la peor parte[10]. Con este nuevo fracaso a los británicos no les quedó más remedio que la retirada.

La herencia española en la praxis americana de la guerra.

La Guerra del Asiento se unió con la guerra de sucesión austriaca. Esta circularidad en el tema de la sucesión dinástica me permite hablar de tres de los veteranos de la guerra de sucesión española y la reconquista de los territorios españoles en África, es decir, Sebastián Eslava, Gabriel Zuloaga y Blas de Lezo[11]. Todos participaron en el bloqueo de Barcelona (1713-1714), en las campañas italianas y la toma de Orán por lo que tenían una gran experiencia en operaciones como las llevada a cabo por los ingleses en Cartagena de India. Los dos primeros en las operaciones terrestres y el segundo en las operaciones navales. De los primeros se entiende el énfasis en la preparación logística de las plazas, las operaciones retardatrices y el manejo del tiempo. Como se puede observar, las operaciones agresivas británicas de gran envergadura se iniciaron en marzo, o sea en plena estación seca y esperaban una victoria rápida para guarnecerse cuando empezaran las lluvias. Las lluvias en este contexto servirían para los agresores como un escudo si lograban alcanzar el objetivo en el tiempo previsto. Si no lo lograban, como realmente aconteció se le pondrían todos los factores físicos y morales en contra, pero en la estación seca y en ese período seco se requiere también de otras necesidades logísticas y eso generó una importante servidumbre para sostener a la fuerza embarcada que al no poderse satisfacer generaba un proceso erosivo en la capacidad de combate. Eso lo sabían los jefes españoles.

Todos estos elementos que solo alguien experimentado puede valorar, considerando la manera en que fueron sopesados por los defensores, indica una práctica que creemos se ubica en el plano de la doctrina en tanto que metodología normativizada para el logro de cualquier objetivo. Esto nos lleva al papel desempeñado por Blas de Lezo en la defensa, su destitución y su legado.

Este marino fue veterano en operaciones de bloqueo y contrabloqueo en Europa y África por lo que su visión de las operaciones desde la perspectiva marítima era más amplia que la que pudiese tener un oficial del ejército sin desmerecer de sus capacidades debido a la gran cantidad de consideraciones que se debe tener con respecto a los combatientes y los medios disponibles. Desde esta perspectiva es que hay que considerar las discusiones entre los altos oficiales españoles en cómo utilizar los medios disponibles en el momento crítico de las operaciones en Bocachica. Creemos que estas discusiones ocurrieron por dos causas: en primer lugar, por la tendencia de los oficiales del ejército de observar los medios navales como si fueran unidades terrestres y querer emplearlos como si fuesen medios característicos de ese espacio operacional. Este hándicap es más grave cuando no se pondera una aquilatada experiencia profesional indiferentemente de las causas de ese tipo de actitudes. En segundo lugar, el cambio de circunstancias derivados de la discrepancia de la información disponible de los planes de acción británicos que tenían conocimiento con respecto de la situación que estaban enfrentando. Como se recordará, el plan original inglés previa la captura de fuentes de agua para asegurar la continuidad de las operaciones por lo que la alteración del plan y la postergación de la provisión de suministros obligó a una división de los medios en el bando de los agresores a pesar de la superioridad que podía ser explotada tácticamente. De ahí que Blas de Lezo asumiese una actitud más agresiva y que Sebastián Eslava, el virrey, actuara de forma más prudente. La prudencia estuvo derivada de la perdida de compañeros de armas y del enorme esfuerzo en sostener el fuerte de San Luis, pero en términos de perdidas el marino español también enfrentaba la misma situación: sacrificó sus navíos para evitar su captura y minimizar las perdidas. Esto nos lleva a un aspecto cultural y de formación.

Un combatiente terrestre se puede esconder, retirar, aprovecharse de las características del terreno y un combatiente naval sólo tiene el buque y el conocimiento de sus capacidades para sobrevivir en una situación contingente. Después de Bocachica los defensores se replegaron y pusieron como obstáculo la propia entrada al puerto. Ahí hubo otras discusiones graves en cómo utilizar mejor los medios y en esas discusiones fue destituido Blas de Lezo por estar en desacuerdo con la decisión de hundir los buques remanentes en la entrada del puerto sin aprovecharlos como baterías. Como la realidad le dio la razón al marino y como ya no tenían los combatientes terrestres otro sitio donde retirarse le entregaron de nuevo el mando a Blas de Lezo y asumió la defensa de la plaza en el momento más crítico.

Teniendo todo esto presente se puede inferir que hubo acuerdo entre los altos oficiales defensores en retardar lo más posible el avance inglés y hubo acuerdo en el momento más crítico de la defensa en torno a la fortaleza de San Felipe. Pero la diferencia estuvo dada en que Blas de Lezo al observar el cambio de circunstancias exigió una actitud más agresiva en la defensa debido, como dijimos, al avance de los atacantes después de la caída de la fortificación de San Luis. La balanza se inclinó finalmente a favor de la causa española sólo cuando el cambio de planes cobró sus efectos y la defensa se había circunscrito a un perímetro que giraba en torno a la fortaleza de San Felipe de Barajas. Allí prevaleció la experiencia del marino para que fluyera de manera uniforme el esfuerzo de defender y rechazar a los invasores. Esta sumatoria de acaecimientos dentro de la estructura de mandos fue lo que motivó su destitución que en la práctica no se cumplió debido a que el marino español murió de las heridas recibidas en combate y de la epidemia que se desató a posteriori. Pero las diferencias que marcaron sus actuaciones son las que nos interesa destacar debido a que se convertirían en un modo de ser-marino que trascendería a las siguientes generaciones.

Corolario

Como indicamos, la Guerra del Asiento terminó con el Tratado de Aquisgrán, pero ese tratado puso fin no solo a este conflicto sino al conjunto de conflictos que se desencadenaron por la crisis generada por la sucesión en Austria. Así pues, así como la guerra de sucesión en España fue el antecedente que contextualizó el ataque a los dominios españoles en el mar Caribe por el interés de imponer a un rey de la casa Habsburgo que terminó siendo emperador austriaco, su muerte generó un problema de sucesión que sería resuelto con ese tratado, pero que generarían nuevos problemas que conducirían a nuevos conflictos.   

No obstante ello, Cartagena de Indias permaneció imbatible durante todo el siglo XVIII, pero los cambios políticos producidos por la revolución estadounidense y francesa pusieron en crisis a la monarquía española y ello significó el surgimiento de movimientos independentistas en Iberoamérica. Ochenta años después de esta gesta gloriosa de las armas españolas, un americano colombiano que empuñó las armas en el San Juan Nepomuceno en la batalla naval de Trafalgar y después fue contramaestre en Cartagena de Indias, José Prudencio Padilla, rindió desde el mar la plaza otrora imbatible y emulando el asalto realizado por Blas de Lezo en la bahía de Mostagán en el año 1733 destruyó la capacidad de proyección marítima en el lago de Maracaibo forzando la capitulación de la armas españolas al norte de Suramérica. Creemos que este espíritu de Blas de Lezo aún está presente en Iberoamérica.



[1] Es importante acotar aquí que la institución de la visita y registro (derecho de visita) en aguas territoriales españolas comenzó a cristalizar en torno al navío de permiso. Ver al respecto: Bracho, J. (2005). El Derecho Internacional Marítimo en el mar de Venezuela I (1700-1783). Caracas INEAI. 199 p.

[2] Ver al respecto: Blanco, E. (2019). “El Nomos de la tierra y cómo el sistema de referencia ha impactado la defensa del territorio venezolano al occidente del país y la fachada Atlántica”. Caracas. [Documento en Línea]. Disponible: https://edgareblancocarrero.blogspot.com/2019/01/el-nomos-de-la-tierra-y-como-el-sistema.html

[3] Ver al respecto: Schmitt, Carl, (2005). El Nomos de la Tierra en el Derecho de Gentes del "Jus publicum europaeum". Buenos Aires.  (T. D. Schilling). Editorial Struhart. 375 p.

[4] Ver al respecto: Zubiri, Xavier, Estructura dinámica de la realidad, Alianza, Madrid, 1995

[5] Ver al respecto: Zapatero, Juan Manuel. La Guerra del Caribe en el siglo XVIII. Madrid. Servicio Histórico y Museo del Ejército. 1990. 327 p.

[6] Ver también: Crespo-Francés, José (2018). “La defensa de Cartagena de Indias”. Madrid. Casa de América. [Documento en Línea]. Disponible: https://www.youtube.com/watch?v=uAGtDqG5UMY&feature=youtu.be

[7] Tres fueron hundidos y uno capturado.

[8] Uno fue hundido y otro capturado.

[9] Ver al respecto: Chacón Rodríguez, David. La Defensa de las Costas Venezolanas de la Guaira, Punta Brava y Puerto Cabello, frente al Ataque Inglés de 1743. Cádiz. Bazán-Armada de Venezuela. 1991. 252 p.

[10] Ver al respecto: Blanco, E. (2015). “Los ataques ingleses a las costas de Venezuela entre 1739-1743 y los orígenes de la venezolanidad”. Caracas. [Documento en línea]. Disponible: http://edgareblancocarrero.blogspot.com/2015/01/los-ataques-ingleses-las-costas-de.html

[11] Es conveniente acotar que el almirante Vernon fue también un veterano de la guerra de sucesión española, pero después de ese conflicto hizo una carrera política hasta que fue designado como comandante de las fuerzas de invasión.

viernes, 13 de noviembre de 2020

EL MAGNICIDIO DE CARLOS DELGADO CHALBAUD. La intrahistoria de una infamia (II PARTE)


 

Dr. Jairo Bracho Palma

 La vida de Pedro Estrada resulta fascinante. Es la representación de un poco ortodoxo policía de novelas, protagonista de aventuras que atrapan. Su sistemática criminalización y afeamiento en series de televisión y en la voluminosa obra escrita, sólo aumenta la atracción por una personalidad al mejor estilo de James Ellroy.

Pedro Estrada en pocas palabras, desentraña el misterio sobre el magnicidio de Carlos Delgado Chalbaud. La respuesta más simple suele ser la correcta. 

 Todo está en el expediente, léanlo.

La conspiración que tuvo como final inesperado para la mayoría de los implicados, el magnicidio del presidente de la Junta Militar de Gobierno, es el resultado de la convergencia de historias personales, del entramado de preferencias y emociones propias trasvasadas en conductas.

Contra el presidente se levantó una larga lista de enemigos, muy a pesar de que estaba convencido  de no tener más que contrarios políticos en el sentido noble del término. Carlos Delgado Chalbaud despertó un sentimiento más nocivo que el rencor, que es conocido entre nuestras naciones originarias, como un odio descompuesto, aquel que justifica tu muerte en esta vida y en la otra, y el derecho a ser preterido y odiado más allá de tu desaparición. Aún en estas fechas, el malogrado presidente, es un muerto con enemigos.

En un país donde los saqueadores del erario común de los venezolanos forman parte del jocoso y hasta enaltecido anecdotario de la astucia como forma de vida, el manejo ético de la hacienda pública resultan odiosa, y sus promotores, candidatos a ser condenados por un atrevimiento capaz de señalar gravísimas falencias ajenas.

La otra razón de odio sin límites, nació del sector militar  más recalcitrante y atrabiliario, que proponía una dictadura sin disimulo, dirigida por un oficial de escuela, con los mismos códigos de conducta que sus compañeros. La intención nada disimulada que tuvo Delgado para entregar el poder y llamar a elecciones desató a los demonios de la conspiración. Los argumentos que utilizaron contra Delgado de haber sido oficial asimilado, de parecer extranjero y de “paracaidista” en el movimiento de 1945, sólo constituyeron elementos subsidiarios, bajo cuya superficie se ocultaban los verdaderos sentimientos en el sentido espinoziano del concepto.

Rafael Simón Urbina

Apersogado con grillos sesentones por su participación  en el levantamiento del capitán Luis Rafael Pimentel (1919), el hambre en dosis, las enfermedades de la miseria y del desaseo; y las consecuencias del tortol y las descolgadas por las partes íntimas, mutilaron el aspecto físico y espiritual del prometedor y joven capitán de caballería Carlos Eugenio Mendoza Betancourt. En adelante, debió usar pantalones amplios para disimular las grandes y deformes inflamaciones testiculares. Mendoza había nacido en Caracas en 1886. Egresado de la primera promoción de la nueva Escuela Militar de la Planicie (1913), ocupó el tercer lugar en el orden de mérito general.

Ocho años en la cárcel de la Rotunda lo acercaron a Román Delgado Chalbaud. Ambos salieron en libertad el mismo día. Como en Venezuela, nada quedaba para un “rotundero”,  siguió al encorajinado general hacia París, allí prestó sus servicios como secretario privado entre 1927 y 1929. Actor y testigo de primera mano de las operaciones sobre Cumaná. Estuvo muy cerca del director de guerra cuando cayó herido en la calle Larga. Tanto Carlos como su madre Luisa Helena se resintieron con “el calvo” (como era conocido entre sus cercanos) y tantos otros por no haberlo rescatado y llevado a bordo.

No fue un hombre muy popular entre la jungla de malos sentimientos que animaba a buena parte de la colonia venezolana en Francia. Su actitud para la discusión sin disimulos solemnes, y su verbo puntilloso, poco ayudaron.

De regreso a París, Mendoza vivió en una habitación en la casa de los Delgado Chalbaud. En aquellos años se había casado con una francesa con la que tuvo un hijo. Antonio Aranguren, uno de los financista de la invasión a Cumaná, a pesar de detestarlo, le tenía asignada una modesta pensión, pero convencido como estaba de su negligencia en el rescate de Román, se la retiró a finales de febrero de 1929. Trabajó como peón en una fábrica de papeles en París. En 1930 el gobierno francés lo expulsó junto a su esposa e hijo a instancias de la Legación de Venezuela. Llegó a  Barcelona (España), las necesidades fueron muchas. Trató por intermedio de Carlos, de viajar a Canadá para buscar trabajo.

A la muerte de Juan Vicente Gómez,  Mendoza trabajó en la policía de Caracas.  Luego del 18 de octubre de 1945, sería el encargado de las diligencias confidenciales del nuevo ministro de la defensa, como la relación con algunos exiliados por la Junta Revolucionaria, entre ellos, un hombre, personificación de los apetitos más salvajes de nuestra raza: Rafael Simón Urbina López. Mendoza y Urbina habían sido compañeros en el primer año de la Academia, pero Urbina no guardaba buenos recuerdos del instituto.

Sobrino de los generales Gregorio, Manuel y Antonio Urbina, éste último, se había distinguido en la Revolución Libertadora en occidente (1902), movilizando cien serranos para abrir operaciones sobre Falcón y Lara a las órdenes del Juan Vicente Gómez. Por su parte, Gregorio Urbina combatió a su hermano Manuel, quien años más tarde moriría cargado de grillos en el castillo Libertador en 1934.

De aquellas cualidades de guerrero, conductor de tropas, y político, Rafael Simón Urbina sólo heredó la audacia del guerrillero emboscado, y el relumbrón efecto de los  traicioneros golpes de mano.

Urbina nació en Cumarebo (estado Falcón) el 29 de octubre de 1897. Tres años antes de su muerte, el anciano general Antonio Urbina, escuchó a alguien tocar con habilidad una trompeta de órdenes que conservaba entre sus arreos de guerra. Al saber que se trataba de su sobrino, quien había quedado bajo su cuidado por la muerte de los padres, decidió enviar una carta a Juan Vicente Gómez, para que fuera aceptado en la nueva Escuela Militar (1910), como en efecto sucedió.

Como cadete, Urbina demostró ser díscolo y violento, poco dispuesto a cumplir las exigencias del muy disciplinario director del instituto. Algunos testigos aseguran que trató de agredirlo. Fue expulsado. Acompañó a su tío Joaquín Urbina en un alzamiento en Ciudad Bolívar (1913) para apoyar al “Mocho” Hernández, declarado en rebeldía desde el exterior. Siendo apenas un adolescente, pagó dos años en prisión, razón para que el presidente del estado Falcón, general León Jurado intercediera por su liberación. Cuatro años después, fue tras su tío,Manuel Urbina, quien mantuvo la serranía de Coro alzada entre 1919 y 1923. Luego salió del país y vivió exiliado entre la Habana y Barranquilla. Se acogió a la amnistía general decretada en 1925, y regresó a Venezuela.

Tres años dura su aparente pacificación. Se alza junto a su amigo Roberto Fosi, administrador de La Vela de Coro. A partir de ese momento la crueldad y la venganza serán los signos distintivos en sus acciones. Vestido de liquilique  azul y sombrero de pana marrón, y con muy mala actitud, Urbina toma Cumarebo entre peinillazos y gavillas contra los que consideraba enemigos  ( 24 de julio de 1928).

Derrotado por el general León Jurado, huye a Curazao (12 de agosto de 1928). Es apresado por las autoridades. En esas fechas se encuentra en aquella isla, Rómulo Betancourt con otros estudiantes expulsados de Venezuela por los sucesos de 1928. Los exiliados amenazan con provocar una huelga en la refinería si Urbina no es liberado. Es deportado a Colombia en septiembre de aquel año. Urbina conoce a Betancourt, pero pronto se declara su enemigo.

Homofóbico agresivo, según sus escandalosos comentarios, sorprendió a Betancourt prodigándole caricias a otro compañero exiliado, motivo de agresivas imprecaciones. Sea verdad o calumnia todo cuanto señala, en el Archivo General de la Nación existe (o existió) copia de un expediente judicial en el que Betancourt demanda a Urbina por tales señalamientos y por lo publicado en su libro “ Victoria dolor y tragedia”(1936).

Desde Colombia huye hacia Costa Rica, posteriormente a Panamá. El 1 de junio de 1929, junto con Gustavo Machado y Ramón Torres,  protagonizan  una hazaña, que dio la dio la vuelta al mundo, motivo de amplios reportajes internacionales, algunos de novela, pero también, causa de serios inconvenientes en las relaciones entre Holanda y Venezuela.  Quedará para el anecdotario curazoleño la amenaza de las madres para asustar a sus hijos y mandarlos a la cama: “ahí viene Urbina”.

El fuerte Ámsterdam es tomado el 8 de agosto de 1929 por jóvenes revolucionarios, una tropa levantada entre los trabajadores de la refinería y recién llegados de la costa falconiana. Urbina logra el apresamiento del gobernador de Curazao, Leonardo Alberto Fruytier. Posteriormente, apoyado por Miguel Otero Silva, Guillermo Prince Lara, José Tomás Jiménez, y 250 hombres, toma el vapor americano "Maracaibo", llevándose al gobernador como rehén. Invade por la Vela de Coro; León Jurado le hace frente y lo pone en derrota (13 de junio de 1929). Urbina logra huir a Colombia y, de allí a Panamá.

En octubre de 1931 , vuelve por sus fueros. Acompañado  por  137 mexicanos y 8 venezolanos, desembarca por Puerto Gutiérrez, Estado Falcón y toma Capatárida (12 de octubre de 1931). Derrotado nuevamente por su antiguo protector, huye del país.

Rafael Simón Urbina no fue un caudillo en la doble significación diacrónica y sincrónica de la historicidad del concepto. Fue un guerrillero, y éstos tienen características distintivas.

La extensa correspondencia de Urbina y las crónicas de sus actividades nos revelan mucho sobre él. Su temperamento se asemeja a los personajes de Benito Pérez Galdós (Juan Martín, el empecinado): espíritu aventurero, inquieto, sobrio, de poco comer y poco amigo de trabajar, necesitado compulsivo de la perpetua lucha para calmar su díscola afición por el “militarismo silvestre”.

Para el tipo de guerrillero que fue Urbina, resultaba fundamental mandar y no ser mandado, “un ansia horrorosa de que ningún nacido valga más que yo”, tanto que cobraban en él, la envidia, la soberbia (“a mi nunca me ha dominado nadie”) y el menosprecio, proporciones demoníacas. Autoritario y temerario. Cruel, presto a los lances personales, a las venganzas atroces, a la enemistad perpetua y al homicidio al menor indicio de sentirse ofendido.

En sus aventuras de juventud se nos revela como un improvisador de éxito para asestar golpes de mano dentro de un esquema de anarquía montonera tácitamente reglamentada. Tenía gran confianza en sus instintos y en sus ideas. La improvisación y el caos ordenado de sus inopinados ataques, le rindieron frutos. Fue uno de los pocos enemigos de Juan Vicente Gómez que evitó invadir por lugares deshabitados, donde el gobierno tenía poca capacidad fáctica. Estuvo presto a marchar hacia el centro.

Nervioso y poco calmado”, no tuvo éxitos militares más allá del estado Falcón.

Urbina no creía en los caudillos que vagaban por el mundo en gestiones de financiamiento para unas invasiones que nunca sucedían, menos, en la oposición boba y faramallera, incapaz de dejar a un lado sus divergencias domésticas. Siempre anduvo sólo.

En su peregrinación por Centroamérica entre 1931 y 1936, sin ocupación fija, sin recursos para hacer la guerra, con grandes privaciones económicas, vigilado constantemente, y agredido por antiguos compañeros de luchas, manifiesta un trastorno bipolar, conocido como ciclotimia, caracterizado por episodios de hipomanía (ánimo y energía elevada) seguido de etapas  depresivas. Expresa en forma recurrente deseos de suicidio, más tarde, estados anímicos exacerbados para abrir nuevas operaciones sobre Venezuela. Amaba la guerra:

Me gusta más la guerra que comer.

Gustaba del trabajo en el campo, especialmente la actividad ganadera, pero no fue constante.

En diversas oportunidades, cuando las necesidades de su familia apretaban,  quiso emplearse como capataz de hacienda, pero fue impedido por Antonio Aranguren. Estimulaba su afán por la aventura recalcando que había nacido para grandes proezas, y que tales trabajos servían para “exhibir hombres débiles”.

Alto, de buena contextura, sus hazañas subyugaron a una nicaragüense de 18 años que vivía en Costa Rica: María Isabel Caldera. Hombre de sentimientos desenfrenados, el noviazgo duró menos de tres meses, contra la opinión de los suegros, contrajo matrimonio el 6 de febrero de 1934. María Isabel de Urbina fue la compañera adecuada: callada, obediente, fecunda, tanto o más apasionada que su esposo en los temas de venganzas, guerras y revoluciones:

Detalladamente informa a Aranguren del adelanto de sus hijos en el tiro de pistola, y de cómo se sortean entre sí, a quien le tocará vengarse primero.

Fue una familia conflictiva en sus relaciones vecinales, Los hijos, criados de acuerdo a los muy particulares criterios de su padre.

Urbina, al igual que muchos hombres de machete y cobija, dormía en cuarto separado, y se acercaba al lecho matrimonial cuando los reclamos amatorios del apareamiento, así lo exigían. Tuvo dos hijos naturales y diez en el matrimonio.

Luego del matrimonio, viaja a Panamá, y de allí a la Habana, donde es gravemente herido por el militante comunista Carlos Aponte. Pasada la larga  convalecencia en  la casa de la familia de su esposa en Nicaragua, retorna a Panamá, donde fue arrollado en un nuevo atentado. Desde aquellos tiempos Urbina desarrolla una manía persecutoria.

El 27 de agosto de 1936 regresa a Venezuela. Fue recibido en Maracaibo y en Caracas por una multitud, que lo aclamó cómo héroe. Fue el mejor momento de su vida, a partir del cual se creyó su propia leyenda.

Declarado anticomunista, sostiene violentas polémicas con sus antiguos compañeros de rebelión, y debe enfrentar un demanda interpuesta por Rómulo Betancourt. López Contreras lo nombra gobernador del Territorio Amazonas, no sabemos si para mantenerlo controlado porque llegaban rumores de nuevas actividades conspirativas. Renunció un año después. Compró una hacienda en Petare.

El 18 de octubre de 1945 lo sorprende entre las calles Bogotá y Venezuela (Caracas), entonces vivía en una casa en los Caobos. Ese día se reúne con Eleazar López Contreras, lugar en el que conoce a Antonio Rivero Vázquez. Nada saca en claro de la situación. Temerario por naturaleza, al saber por las noticias de que Carlos Delgado Chalbaud estaba entre los rebeldes, le hace llegar una carta en la que se coloca a su disposición. Éste dijo:

Esto es interesante, llámelo por teléfono y dígale que se venga inmediatamente.

Urbina fue a Miraflores. Delgado no pudo atenderlo, y al saber del odio que le prodigaba Betancourt, hizo que fuera sacado a una esquina, lo que probablemente le salvó la vida.

Efectivamente, la confusión de los días posteriores a una revuelta de esta naturaleza, puede ser aprovechada para saldar cuentas personales en la impunidad que confiere semejante descontrol de los eventos. Cinco días después, una gavilla del partido Acción Democrática con brazaletes atacan sin éxito, la casa de Urbina, éste responde con disparos y los pone en retirada. Fue despojado de sus bienes. Asilado en la Embajada de Haití, consiguió salvoconducto luego de dos meses. Poco tiempo después fue requerido por Rafael Leonidas Trujillo, enemigo personal de Betancourt,  para organizar una invasión a Venezuela, pero nada se concretó.

Urbina era pobre. En el afan de imitar la impronta de sus mayores, adquirió por medios lícitos, las antiguas propiedades de sus tíos Manuel y Antonio en Curimagua y Pacaya en el estado Falcón, los fundos “Providencia”, “Chirino”, “La Entrada” y “Urucure” (1939). Si algo agrió aún más su carácter, fue la venganza de que fue objeto por parte de Rómulo Betancourt, al incluirlo de manera arbitraria en la lista de los procesados ante el Tribunal de Responsabilidad Civil y Administrativa. Todos los fundos, propiedades de poco valor, más otras que poseía en Caracas, fueron confiscados.

Huyó a Colombia, luego a  Costa Rica, desde aquel lugar logró comunicarse con Carlos Delgado Chalbaud (30 de noviembre de 1946).

Carlos Delgado Chalbaud no admiraba a los caudillos ni sus aventuras, lo había dejado claro desde muy joven, tampoco la afirmación recurrente de haber sido amigo de su padre atrajo su atención, muchos decían lo mismo.

Mantener la estabilidad de un gobierno acosado desde el principio, cuya larga lista de enemigos aumentaba conforme pasaba el tiempo, era un asunto de dedicación exclusiva, y en eso Carlos Delgado fue eficaz en los resultados. Se tenía información que desde Nicaragua, se organizaba un movimiento para actuar contra el nuevo gobierno en Venezuela, entonces Delgado, sabiendo los antecedentes de Urbina y de sus conexiones con Anastasio Somoza, creyó conveniente utilizarlo como confidente, porque desde diciembre de 1946, el alto mando militar había discutido la idea de desarrollar un organismo de inteligencia con capacidad de acción internacional.

A los efectos, envió a Carlos Mendoza a reunirse con Urbina (10 de diciembre de 1946). Hubo varios encuentros en Costa Rica entre enero y marzo de 1947.

Urbina hacía llegar información sobre los movimientos de los conspiradores en Centroamérica, y aprovechaba la ocasión para atacar a su más enconado enemigo, así que pasaba información (sin que sepamos su veracidad) sobre supuestos movimientos financieros de algunos miembros de la cúpula adeca en Costa Rica, entre ellos de Rómulo Betancourt, cuya suegra residía en aquel país.

Por sus servicios, Delgado envió varias ayudas económicas a Urbina, pero éste las  rechazó. Según cuenta Mendoza en la última reunión que sostuvo en Costa Rica, Urbina lo invitó a asaltar la casa del familiar de Betancourt asegurando que escondía casi un millón de dólares en efectivo. Mendoza ofreció acompañarlo en la aventura en el próximo viaje.  Hasta allí quedó todo.

Urbina regresa a Venezuela el 8 de diciembre de 1948. Dos días después, Antonio Aranguren lo lleva a la casa de Carlos Delgado, momento cuando se conocen. Urbina solicita la devolución de sus bienes, que a decir verdad, habían sido injustamente confiscados. Días después fue recibido por Marcos Pérez Jiménez en el Ministerio de la Defensa. Urbina no conocería a Luis Felipe Llovera Páez.

En esta fase de su vida, sin revoluciones en ciernes ni perspectivas de nuevas aventuras, se manifiestan con mayor fuerza varios aspectos de su personalidad, como  la mitomanía, la manía persecutoria, la obsesión por los golpes de Estado, asonadas y atentados:

Padecía de una idea obsesiva, casi delirante en todo lo que se refiere a revoluciones, guerrillas, cuartelazos, etc.,… durante muchos años me manifestaba en forma continua, prepárate que mañana habrán cosas muy serias.

Alejado de los desiertos, los saguaros, el sol inclemente de los campamentos, y los asaltos a machete, y con cincuenta y tres años, llegó a apreciar las ventajas de contar con patrocinadores nada desprendidos. Casa, dinero y trajes hechos con las mejores telas en sastrerías de alta costura: gabardina y casimir, pantalones casuales frescos de algodón, tirantes. Sombreros con sus iniciales. En ese tiempo los aportes de su mentor aumentaron de manera considerable.

Cuando las costarricenses Francisca Sánchez, Isabel Cerdas y Bienvenida Walker salieron de su país a instancias de Isaura Caldera, pensaron en un destino con menores estrecheces, que son las esperanzas muchas veces truncadas de todo emigrante. Llegaron a Venezuela con dos tías de María Isabel Urbina, pertenecientes a la rama Vega Miranda. Lo que no esperaban aquellas crédulas mujeres destinadas al servicio doméstico, es que estarían sometidas a un régimen de esclavitud. Impedidas de asomarse ni salir a la calle, coger el teléfono, o dejarse ver por las visitas, sus tareas estaban circunscritas a cuidar a los hijos de la extensa familia por un sueldo de miseria, y someterse sin protestar, so pena de una rabiosa paliza, a la irascible voluntad de Rafael Simón Urbina.

Puertas afuera, Urbina podía ser un agradable y bullicioso anfitrión, especialmente con su colección de compadres con alguna significación social: Antonio Aranguren, Rufino Blanco Fombona, Guillermo Power, Luis Gerónimo Pietri, Franco Quijano, Juancho Gabaldón, Ríos González, y Carlos Velutini, pero también transformarse en un hosco y desagradable pelmazo cuando alguien no le caía en gracia:

Me dio la impresión por su mirar evasivo y la forma poco cordial de expresarse, de que estaba lleno de bajos complejos morales.

Su relación con Delgado Chalbaud

Ha quedado comprobado en el transcurso de las investigaciones que Urbina no conoció a Román Delgado Chalbaud, y no tuvo contacto con su hijo Carlos antes de 1945.

Cuando el ronco oficial del “Restaurador” estaba en oficios de Guerra en 1901, Urbina tenía cuatro años de edad. En 1910 era cadete, Román general y delfín. En 1913, el adolescente falconiano estaba en Ciudad Bolívar, Román en la cárcel. En 1927, ambos residían en lugares muy distantes, Román no viajó a Costa Rica, Panamá o Nicaragua, y Urbina hizo un intento fallido por conocerlo como veremos más adelante. Por razones parecidas, tampoco conoció a Carlos antes de 1945, como aquél confesó a su esposa, aunque insistía entre sus cercanos, que el nuevo ministro, al igual que su padre, eran amigos. 

Carlos Delgado Chalbaud ofreció ayuda financiera a Urbina entre 1945 y 1948, por las razones que van dichas. Luego del 24 de noviembre de 1948, Urbina visitó varias veces a Delgado en su casa y en la oficina en Miraflores. El tema de conversación recurrente: la devolución de sus bienes. El decreto que dejaba sin efectos las sentencia del Tribunal de Responsabilidad exigía de unos procesos administrativos que muchos cumplieron, pero a los que Urbina se negaba, sin que sepamos por qué; sólo quería la devolución sin más, y eso era un problema para Delgado Chalbaud, pero alteraban en aquel, los códigos que regían la manera impositiva e iracunda de relacionarse con los otros, interpretándolo como un gesto de enemistad.

Urbina consideraba a Carlos Delgado Chalbaud, un extranjero indigno de usar uniforme. Fue tomándole rencor casi desde el mismo momento en que lo conoció, algo que no necesitaba de mucho esfuerzo, porque se trata de la antipatía del hombre violento convencido de su sobrestimada valía hacia otro que se muestra indócil.

Esto se comprueba en un episodio sucedido en la fiesta que Urbina ofreció con motivo del bautizo de uno de sus hijos en la quinta “London” (propiedad de Aranguren) frente al hotel Ávila en San Bernardino, en enero de 1949.

Delgado atendió la invitación, y al retirarse, Urbina, sin importarle quién escuchaba, se deshizo en improperios y maledicencias. No había pasado un mes desde que se habían conocido.

Estos sentimientos fueron reforzados por los amigos comunes que adversaban políticamente a Delgado.

No contento con todas las fobias que se apoderaban de su impredecible personalidad, Urbina esperaba de Carlos Delgado, un reconocimiento evidente por los sacrificios que creía haber hecho por el país.

El embajador me daba a entender que Urbina estaba rencoroso, porque no se le había tomado en cuenta anteriormente, dándole las posiciones políticas que él creía merecer.

Toda aquella justificación como causa suficiente para la tragedia que vino después, como la referida al desprecio de Carlos Delgado Chalbaud hacia la amistad ofrecida por Urbina, hasta el punto de dejarlo esperando en la entrada de su casa el día que trató de hacerlo su compadre, no es la interpretación correcta.

Delgado no decía groserías, pero uno de los edecanes asegura, que en una oportunidad sacó a Urbina del despacho y “lo mandó al carajo”. Al salir Urbina con rostro descompuesto dijo:

¡Este carajo me las va a pagar, este carajo me las va a pagar!.

Urbina no sabía de agradecimientos, no tenía respuestas emocionales profundas, y podía cometer traición con una fría desconexión moral. Lo demostró con muchas personas que lo ayudaron en determinados momentos de su vida, como con el general León Jurado. Los desplantes a Anastasio Somoza y a Rafael Leonidas Trujillo por no apoyarlo más allá de lo que esperaba, nos confirma de que no aceptaba de buena gana una negativa por respuesta, sin importar de quien viniera.

Si reelemos sus cartas, sabremos que más que dirigir evoluciones militares con grandes unidades para derrocar al gobierno, fin último de sus aspiraciones como revolucionario, estaba obsesionado con realizar una acción hasta la fecha no intentada, como era el secuestro del presidente de la república para forzar su dimisión y derrocamiento, primero pensó en Juan Vicente Gómez, luego, en Isaías Medina Angarita.

Urbina estaba decidido a entrar en cualquier asonada que se produjera en el país, así lo había expresado en varias oportunidades, esto quiere decir que sabía que algo pasaba dentro de los cuarteles a mediados de 1950. Atento como nadie a estos movimientos, pronto frecuentó a grupos de militares con similares intenciones pero con motivaciones y fines diferentes.

Para el secuestro del presidente Delgado, Urbina no utilizó a sus antiguos camaradas de aventuras. Al parecer intentó reclutar como segundo, a su compañero de la toma de Curazao, el coriano Miguel Ángel Páez, pero éste padecía de una enfermedad terminal.

A partir de ese momento, por las características de los reclutados y de su segundo al mando, y la naturaleza de los eventos consumados, las acciones de Rafael Simón Urbina fueron las de un vulgar delincuente.

La frase “Delgado Chalbaud me las debía y me la pagó” condensa exactamente el móvil de los hechos.

La ambición de un octogenario

Antonio Aranguren Leboff perteneció a una generación de marabinos cuya juventud transcurrió en el último tercio del siglo XIX. Hermano del general Guillermo Aranguren, partidario y amigo personal de Cipriano Castro, obtuvo las mejores y más extensas concesiones petroleras en el estado Zulia (1907), compartidas con el general Francisco Colmenares Pacheco, cuñado de Juan Vicente Gómez.

Una demanda interpuesta ante los tribunales mercantiles por el testaferro de Juancho Gómez, Lorenzo Mercado en 1917, exigía la cuarta parte de la “concesión Aranguren”. La demanda es declarada sin lugar, sin embargo, decide distanciarse del gobierno. Sale del país. Instala oficinas en París, se residencia en el hotel “Lutecia”. Crea fama de opositor al régimen venezolano. Un extensa lista de exiliados desfilan por sus oficinas por ayuda financiera para invadir Venezuela. Sus aportes económicos siempre fueron módicos y con el interés de sacar el máximo provecho, como lograr la presidencia de la república. Aranguren no tuvo amigos.

En esas tratativas, conoció a Rafael Simón Urbina. El primer contacto fue en 1930. Se conocieron en Niza entre mayo y junio de 1932. El motivo de la reunión, el mismo: dinero para derrocar a Gómez. Aranguren no daría lo solicitado.

Según Aranguren, un año antes, Urbina quizo conocer a Román Delgado Chalbaud, Aranguren  aceptó encantado porque pensaba que podía ser valioso para la operación. Aranguren arregló el encuentro e hizo llegar a Urbina el dinero necesario para viajar a Europa, pero no lo hizo. Esto no se ha podido comprobar.

Desde aquel entonces, Aranguren fue el protector de Urbina, atento a las necesidades  familiares y  sostén de su  modo de vida.

Aranguren tuvo la rara habilidad para domeñar el ánimo violento de su protegido y de someterlo a sus designios, jamás hizo un favor con ánimo filantrópico.

Urbina fue para Aranguren  una inversión a largo plazo, de la que esperaba buenos réditos. Cuando aquel consiguió el salvoconducto de la Embajada de Colombia por causa de la persecución de la que fue víctima en 1945, Aranguren, que había sido un odioso cicatero con conocidos y amigos en peores circunstancias, no dudó en contratar un avión privado para trasladarlo directamente a Barranquilla, porque los vuelos comerciales disponibles hacían escala en Curazao, donde tenía cuentas pendientes.

Yo no pertenezco a ningún partido ni a nadie sino a usted… cuando llegue el momento yo seré el primero que estaré a su lado.

 Usted sabe que a usted es el único que yo le renozco méritos para seguirlo hasta donde mi vida me alcance.

Mis afectos son de un hijo para un padre.

 

Con tantas protestas de devoción filial, resultaba  fácil orientar la conducta de su protegido. Esto se comprueba en el caso de López Contreras. Aranguren le recomienda paciencia y no aislarse. Urbina hizo caso y obtuvo del nuevo presidente la deferencia esperada.

 Los años no habían mermado en Aranguren la insaciable ambición por el dinero, ni su capacidad para la actividad especulativa y el cabildeo al estilo venezolano. Al poco tiempo de regresar a Venezuela en 1936, advirtió la oportunidad que representaba un gobierno con un programa de obras públicas. Dedicó sus energías al negocio especulativo de propiedades inmobiliarias. Una continua compra a gran escala de terrenos, edificios, quintas, y casas en diferentes lugares de Caracas y en el interior del país, para venta o alquiler,  lo convirtieron en un importante empresario, un millonario que podía manejar un aproximado de Bs. 800.000 mensuales, una cifra enorme para aquellos tiempos, cuando un sueldo medio se acercaba a los Bs. 800.

 Ya octogenario, Aranguren mantuvo una larga lista de queridas, y jovenzuelas de las mancebías de Catia, lugar de su principal oficina.

 No siendo suficiente haber acumulado dinero que podría haber alcanzado para más de tres vidas, desde 1928 se había convencido de que podía ser presidente. En una oportunidad le dijo a Román Delgado: “No te olvides Román que el próximo presidente de Venezuela seré yo.

Esto se demuestra en una carta que José Rafael Pocaterra escribe a Leopoldo Baptista desde Montreal el 18 de junio de 1928, en la que cobró fuerza el nombramiento de Aranguren como presidente provisional en campaña, una vez que las operaciones sobre el oriente avanzaran.

El Dr. Tadeo Guevara decía que Aranguren había mandado a hacer una copia de la silla presidencial y una banda tricolor, y recibía a sus amigos en su casa de Caño Amarillo, con la banda puesta.

Con todo lo que sabemos sobre el dominio que ejercía Aranguren sobre Urbina, y por algunas declaraciones en el juicio seguido contra los perpetradores del magnicidio, sabemos que el octogenario empresario supo de primera mano lo que intentaba hacer Urbina, algo que no haría sin su consejo ni consentimiento. Lo alentó, lo financió y estuvo al tanto de la evolución de aquellos planes. Al saber del fracaso, manifestó:

Entonces no le salieron las cosas como pensaba. 

En un hombre que a lo largo de su longeva vida, prefirió ser espectador interesado en las recurrentes conspiraciones que sucedieron en el país, y que jamás había exhibido dotes de arrojo, involucrarse directamente en el secuestro y posterior derrocamiento del jefe de Estado, relajando su natural escepticismo hacia todo cuanto fuera movimientos de cuartel, sólo se puede explicar como el anhelo postrero de un hombre senil, que quiso ser, aunque fuera por breve tiempo, presidente de la república.

 Carlos Delgado Chalbaud no llegó a apreciar a Aranguren, desde su juventud, lo consideraba “una momia odiosa, de nulidad política incomparable“. En su etapa de adulto, el concepto que de aquel tenía, era peor:

Un inmoral y corrompido.

La banda de Domingo Urbina

En un país donde los señoritos cultos, la intelectualidad consagrada, los tinterillos y hablachentos se codean con aventureros y delincuentes en una hibridación entre intereses y embelesos; en un país donde un corrompido millonario, sin haber tenido una epifanía previa a la muerte, de repente se siente un cruzado de las necesidades de olvidados aventureros, entonces, los homicidas experimentados pueden gimotear ante el juez, o disparar tímidamente al aire y ¡oh casualidad!, la víctima caer fulminada por causa de quién sabe qué influjo astral, o los conjurados de un crimen pueden viajar bajo engaño desde sus lejanos pueblos de origen, ser mansamente encerrados en una casa, y no siendo suficiente, obligados a secuestrar nada menos que al jefe de Estado, en la lógica de telaraña de una tribu arbolaria, donde prevalecen agresivos envalentonados de bragueta impregnada de viscosidad venérea pillada en sórdidos lupanares, es posible realizar aborrecibles actos con una corrección de conciencia, asombro de los lombrosianos.

Y nadie ser culpable.

Domingo Urbina Rojas no fue el arquetipo del guerrillero de principios de siglo, de hecho no tiene nada relacionado en su haber, sólo una asociación delictiva con la guerrilla de los años 60 por razones nada altruistas. Se nos presenta como  uno de  esos seres que transcurren por la vida como saqueadores de destinos y ladrones de esperanzas ajenas. De carnes gruesas, fino bigotillo y presencia desagradable, pertenecía a la rama familiar de los Urbina que hicieron vida en Caicara del Orinoco a principios del siglo XX.

 

Crápula y tarambana desde la adolescencia, recorrió el país de oriente a occidente en busca del golpe de suerte que lo sacara de la pobreza y de las casas de techos de zinc. Fue obrero en los campos petroleros en Anzoátegui y en Punto Fijo, donde había fijado residencia en los últimos años.

 

Desalmado y matarife, tuvo en su prontuario personal varios crímenes sin castigo. Aunque hace protestas de haber sido un correctísimo ciudadano incapaz de una infracción de tránsito, en pleno escape, luego del atentado,  había planeado una serie de asesinatos y robos de camiones según la cantidad de alcabalas encontradas en el camino, hasta llegar a la sierra de Coro. No era un aficionado al homicidio con alevosía.

Fue un borracho ofrendado a los burdeles de Catia, Lídice y San Juan, tuvo varios hijos de diferentes amantes sin llegar a casarse. Hacía de jefe de policía en Chacao cuando conoció a su pariente en cuarto grado de consanguineidad, Rafael Simón Urbina. Éste ejerció un fascinación inmediata por la leyenda que sobre él recorría las serranías de Coro.

 Domingo Urbina envidiaba la vida que llevaba su tío, y aspiraba a equipársele. Fue capaz de corregir los planes y alterar las instrucciones que le habían sido dadas.

La sordidez de Urbina sólo era equiparable con la indiscreción de Pedro Antonio Díaz, otro de los victimarios de Carlos Delgado, quien en un gesto de fanfarronería, enteró al jefe civil de Santa Cruz de Bucaral, sobre los sucesos por venir quince días antes, y que sólo la banalización que hacemos del mal, permitió que el atentado no fuera truncado.

Natural de Churuguara (estado Falcón), y con 29 años de edad para el momento de los acontecimientos, era uno de esos corianos con machete de pelea en la mano y unos homicidios anteriores en su haber. Tenía una hacienda y trapiche en la región de Mapararí, y había realizado algunos trabajos esporádicos en el campo petrolero de Punto Fijo, lugar en donde conoció a Domingo Urbina (1938).

Los participantes en el magnicidio, un aproximado de veintitrés hombres, provenían en su mayor parte de tres áreas específicas de nuestra geografía: estado Falcón, donde los Urbina tenían lazos sanguíneos y algunos familiares desempeñando jefaturas civiles, del estado Miranda, y del barrio caraqueño llamado “Tiro al Blanco”, antiguo lugar donde el coronel chileno Samuel Mac Gill había construido una cancha de tiro para prácticas de infantería en 1910. Domingo Urbina fue el encargado del reclutamiento en la zona de Falcón; Rafael Simón, se encargó del resto.

El perfil de aquellos hombres nos demuestra que la formación del sector social que Hannah Arendt denomina “populacho” había comenzado en Venezuela antes de la era petrolera. Criados en lugares donde el hambre, enfermedades como la lepra y la tuberculosis, y las carencias más básicas constituyen la cotidianidad, sin códigos morales bien delimitados, y con una educación  inexistente o rudimentaria, estos hombres deambulaban desde muy temprana edad por distintas regiones del país en busca de fortuna, siendo capaces de desempeñar cualquier oficio, asaltante o matarife a sueldo incluido.

Pablo Ramón Ledezma, es una radiografía de la pobreza de aquellos años.  Incorporado desde su pubertad a la vida de obrero a destajo sin más entrenamiento que la urgente necesidad de paliar el hambre, entre 1918 y 1947 ejerció diferentes oficios: ayudante de chofer, mesonero en un garito, lavado de vehículos, ayudante de farmacia, chofer, panadero, motociclista, inspector y gestor de tránsito, momento en que conoce a Rafael Simón Urbina (1938) y queda manco de un brazo por un accidente como pasajero de autobús. Luego de una esmerada faena reproductiva que lo bendijo con seis muchachos y un rancho, Ledezma incursionó en la reparación de radios viejos para la venta. Como no resultara la iniciativa, ingresó al servicio de ingeniería municipal para el arreglo de calles y veredas. Con la llegada de Acción Democrática al poder, los cargos menores como el que Ledezma tenía, pasaron a ser de la militancia. Ledezma fue despedido. El 13 de noviembre de 1953, fue el conductor del vehículo “Plymouth” azul claro que participó en el secuestro del presidente de la Junta Militar.

La mayor parte de la vida de los hermanos Medina Medina y de Honorio Gutiérrez transcurrió en Santa Cruz de Bucaral, distrito Churuguara del estado Falcón. Ejercieron faenas agrícolas, que alternaron con eventuales trabajos en los campos petroleros de Punto Fijo, y como funcionarios policiales. Trabajaban en una hacienda de una hermana de Rafael Simón Urbina. Fueron contratados por Domingo a principios de noviembre de 1950, sabían a lo que iban y de quién se trataba.

Carlos Mijares no era de la sierra de Coro, procedía de Barlovento y estaba residenciado al igual que varios comprometidos, en el barrio “Tiro al Blanco”. Era chofer con vehículo propio y servía regularmente a Rafael Simón Urbina, que no sabía manejar, su vida transcurría entre las carreras ocasionales, el brandy, y los barrios bajos de Caracas, fue el chofer y propietario del vehículo marca  “Ford”, color  gris  claro, placas 53.60, donde se materializó el secuestro.

El Dr. Francisco Javier Nieves - Croes fue además del mejor representante de nuestros intereses fronterizos que hayamos podido merecer, un agudo estudioso de las Fuerzas Armadas, especialmente la venezolana. De ingenio cáustico, el preterido jurista aseguraba que los peores compañeros de viaje que se pueden desear para un golpe de Estado, así como para gobernar un país, son precisamente nuestros militares, un apotegma que resiste cualquier comprobación que no sean las protestas de ruborizadas lloronas ofendidas.

Los golpes de Estado de la era post gomecista, con la sola excepción del ocurrido el 24 de noviembre de 1948,  tienen características comunes, una de ellas, el hecho de que buena parte de los comprometidos, a pesar de tener misiones señaladas en la orden de operaciones elaborada para tal fin, prefieren a último hora, esperar mientras observan con odioso cálculo, hacia donde van los acontecimientos para apuntarse al ganador, o simplemente desertan a último momento, causa de sonadas tragedias para quienes con la decisión que debe caracterizar a un militar, han honrado la palabra empeñada. En todas las intentonas habidas entre 1950 y 2020, se ha cumplido lo afirmado.

Las fallidas conspiraciones para lograr el derrocamiento de Carlos Delgado Chalbaud no escapan a tales asertos.

La facción radical del Ejército

Roberto Casanova fue un destacado oficial de artillería cuyos servicios transcurrieron en los inhóspitos batallones de defensa de costa. De talante agresivo, había egresado en la promoción de Carlos Pulido Barreto, un oficial afable y bondadoso. Ambos frecuentaban a otro miembro del arma de artillería, Tomás Mendoza, quien representa al oficial que exterioriza en sus relaciones cotidianas, los hábitos embrutecedores de la rutina de cuartel. Arbitrario y de un carácter difícil, fue capaz de propiciar un encuentro armado entre sus tropas y una compañía de infantería de marina en la Guaira por un asunto baladí (1946).

Casanova y Pulido eran compañeros de promoción de Marcos Pérez Jiménez  y de Carlos Maldonado Peña (1933), éste último hizo carrera en la Aviación Militar. Tomás Mendoza, de menor antigüedad (1935), había convivido con aquellos en la Escuela Militar y Naval de Maracay. Jesús Gámez Arellano, en cambio, cursaba el cuarto año al ingreso de Pérez Jiménez y demás condiscípulos. Esto resulta importante de señalar, porque la escuela unifica los  códigos de valores, y propicia el espíritu corporativo derivado del origen promocional.

 Por otra parte, tenemos a una generación de oficiales también de escuela, pero formados en un contexto agresivo, exageradamente arbitrario y de una abierta desconfianza hacia los alumnos: Juan Pérez Jiménez y Miguel Antonio Nucete Paoli. Egresaron de unas instalaciones habilitadas como instituto militar, en un hacienda en Ocumare de la Costa (1929), por la clausura de la escuela de Caracas luego del alzamiento de Francisco Alvarado Franco.

 Julio César Vargas Cárdenas representa a una generación de oficiales distinta al resto de los oficiales rebeldes de 1945. Fueron en su mayoría postergados en sus ascensos en el largo régimen de Juan Vicente Gómez. Egresó de la Escuela Militar en 1926, en consecuencia, era 12 años más antiguo que Carlos Delgado Chalbaud. Hernán Albornoz Niño y Enrique Rincón Calcaño (graduados en 1927), sufrieron las mismas incidencias.

La antigüedad de oficiales postergados es considerada dentro de las Fuerzas Armadas como una especie de grado, sin importar si han sido superados por subalternos, le son guardadas consideraciones equivalentes a su compañeros promocionados.

Era asunto frecuente el menosprecio hacia aquellos oficiales salidos de la tropa y a los denominados “montoneros”, vale decir, los que entraron a las filas por su origen tachirense, pero sin educación militar ni acciones de guerra en su haber. Por su parte, a los oficiales asimilados (ingenieros, médicos, etc.), se les subestimaban sin importar qué grado de preparación tuvieran. La forma de uniformarse, saludar, y la precisión en el orden cerrado eran observados con especial atención para resaltar el criterio preconcebido de que no eran oficiales en el real sentido del término.

Carlos Delgado Chalbaud estaba sólo dentro del mundo militar, circunstancia que pareció no importarle. No pertenecía a promoción alguna, era menos antiguo que oficiales como Julio César Vargas y para colmo de pecados, no fue miembro fundador de la logia militar que derrocó a Medina Angarita. El hecho de no tener la condición originaria de oficial efectivo, no haber sufrido los rigores en la vida de cuartel, y contar con un esplendente éxito, generaba malas pasiones ocultas dentro de las formalidades del mundo militar.

 “Asimilado”, “afrancesado”, entre otros, fueron los remoquetes más comunes utilizados en la jerga de cuartel, en la mayoría de los casos a manera de broma, cuando aún era un simple capitán de ingeniería con las mismas expectativas de vida que las de sus compañeros, pero, cuando su destino cambió, aquellos remoquetes tuvieron connotaciones denigratorias, a la que se sumó una nueva: “paracaidista”. Delgado Chalbaud fue dejando enemigos tras de sí desde el momento en que formó parte de la Junta Revolucionaria de Gobierno.

Julio César Vargas, el más antiguo de todos los conjurados de 1945, sentía tal vez con justa razón, que le correspondía la cartera de defensa. Pero como generalmente quienes inician un movimiento de este tipo, no son precisamente los que lo capitalizan, al paso le salió Carlos Delgado Chalbaud, y cortó sus aspiraciones, lo que vino después fue su distanciamiento del nuevo régimen y posterior pase a retiro. Las carreras truncadas invariablemente tienen un culpable.

En general hablamos de Carlos Delgado como político, pero nos olvidamos que  en su carácter de ministro de la defensa, pasó a retiro, y hasta puso tras las rejas a muchos oficiales con una firmeza asintomática, incluso hacia los más cercanos, y esto necesariamente deja resentimientos y enemigos nada gratuitos.

Juan Pérez Jiménez, Enrique Rincón Calcaño, Carlos Mendoza, Teófilo y Celestino Velazco, Carlos Maldonado Peña, entre otros fueron pasados a retiro por participar en las asonadas que intentaron derrocar a la Junta Revolucionaria de Gobierno.

El estamento radical del ejército no era de menospreciar, y estaba conformado por oficiales de diferentes jerarquías, especialmente capitanes y tenientes con una formación que salvo contadas excepciones, no sobrepasaba la recibida en la escuela militar, por lo tanto su educación política y en general era alcanzada. Propugnaban un gobierno militar dirigido por un oficial que a su juicio los representara, y que fuera pródigo en los beneficios asociados al ejercicio de la dirección política. Los voceros más frecuentes de este sector fueron Tomás Mendoza, Roberto Casanova, Pulido Barreto, entre otros. Fueron los encargados de influenciar a Marcos Pérez Jiménez a cuenta de compañeros.

Marcos Pérez Jiménez manejaba los mismos códigos, permitía ser presionado, y hasta utilizó esto como excusa más o menos aceptable para canalizar sus aspiraciones personales. Lo demostró en 1945 y 1948 cuando los oficiales subalternos amenazaron con sobrepasarlo si no actuaba.

Contrariamente, Delgado Chalbaud no compartía los mismos patrones conductuales, por lo que no aceptaba amenazas, como tampoco le temblaba el pulso para pasar a retiro a los conspiradores, cosa que Pérez Jiménez no haría a menos que no tuviera más remedio.

Según Lucía Delgado, el comandante Miguel Nucete Paoli intentó matar a su esposo en noviembre de 1949, evento difícil de creer, porque durante el bienio 1948-1950 se encontraba activo y destinado en el Territorio Federal Amazonas. Nucete desempeñó puestos políticos desde 1947, y no retornó a las filas luego de la muerte de su supuesto enemigo. Discrepaban, pero no eran enemigos. Nucete fue un oficial valioso.

En cambio, Delgado manejaba información importante sobre la participación de Roberto Casanova en un plan para desplazarlo del poder. Como acostumbraba a enfrentar a sus detractores, lo hizo ir a su oficina en Miraflores, en la que tuvieron una discusión bastante subida de tono.

Delgado no se equivocaba. En 1948, Roberto Casanova comandaba el Agrupamiento N° 2 en Maracaibo, un conglomerado de unidades con poder de fuego importante: batallones Páez número 7, Pedro León Torres 16, Lara 19, y grupo mixto de artillería de San Carlos, sin contar con las unidades de la aviación militar. Éste nunca estuvo de acuerdo con la preeminencia que aquel obtuvo, menos que presidiera la Junta, entonces conspiró. Para ello se asoció con Rafael Simón Urbina. Miguel Ángel Páez, antiguo compañeros de aventuras de Urbina vivía en Maracaibo, por lo que fue utilizado como enlace.

Páez visitaba con frecuencia a Urbina, quien fue invitado para ir Maracaibo, pero no asistió. Con la información que se tenía sobre las reuniones en el agrupamiento de Casanova, Delgado tomó la decisión de transferirlo como comandante del Agrupamiento N° 1 en San Cristóbal a finales de 1949.

Aún así, Casanova no desistió, fue arrestado y remitido a San Juan de los Morros en 1950. Envió a Miguel Ángel Páez para precisar una reunión con Urbina, que se realizó en su casa. Se encontraron varias veces, en alguna de ellas estuvo presente Antonio Aranguren. Entonces Casanova fue sacado del país, con la excusa de una misión oficial a Bélgica.

Las reuniones entre Urbina y Casanova fueron conocidas en Miraflores. Por esas razones, y por la visita que hiciera Urbina en compañía de Antonio Aranguren a la Academia Militar, se pensó también en sacar al discolo guerrilero fuera del país.

Tomás Mendoza por su parte fue enviado al Costa Rica, por un complot fraguado con la supuesta participación del banquero Henrique Pérez Dupuy. Mantuvo contacto frecuente con Rafael Simón Urbina.

Un oficial que tuvo una afición deportiva por las conspiraciones y los cuartelazos, fue Jesús María Castro León. Egresado en 1928, y pasado a retiro como subteniente por sus inclinaciones levantiscas. Reintegrado al servicio activo en 1936, no desistió de sus empeños sin que sepamos cuáles fueron sus móviles formales. Su historia de conspiraciones y cuartelazos es bien conocida. De manera que no es difícil de creer que se hubiera reunido con otros oficiales para conspirar en el Agrupamiento Militar de Maracaibo, en el que participaron Gamaliel Rodríguez Arveláez, J.J. Mendez y el mayor Figarella, y por su puesto, Roberto Casanova.

Posteriormente encontramos a Castro León en otra reunión de conjura celebrada en Caracas, eso sucedía a mediados de 1949, a ella concurrieron entre otros, Tomás Mendoza, quien propuso reorganizar la Junta Militar, sacando a Carlos Delgado, para imponer a Marcos Pérez Jiménez, y si éste no aceptaba, también apartarlo y formar un nuevo cuerpo colegiado. El mayor Roque Yoris, un fanático del hipismo, también asistió. Uno de los participantes, el teniente Nestor Prato se opuso al plan, lo que casi le cuesta la vida.

Castro León fue destituido como Jefe del Estado Mayor Aéreo y destinado a la Junta Interamericana de Defensa en Washington.

Roberto Casanova, Tomás Mendoza, Pulido Barreto, y Julio César Vargas mantuvieron una estrecha relación con un empresario muy relacionado con el magnicidio: Antonio Rivero Vázquez, a quién conocieron por intermedio de un español encantado con todo esto de los golpes y las guerras civiles, el agrónomo José Pérez González.  Pero también conocieron, visitaron y se reunieron con Rafael Simón Urbina entre 1949 y 1950, acercamientos que seguramente no estuvieron motivados por el interés de escuchar con suspiros de admiración, las aventuras del vapor “Superior” y de la toma de Curazao.

El más enconado de los enemigos del sector militar fue Roberto Casanova. El testimonio de Tomás Pérez Tenreiro, sobre los desvaríos blasfemos de “Turco”, como era conocido, en el aniversario del deceso de Delgado, confirman semejante aversión.

A Carlos Pulido Barreto no le pudieron hacer señalamientos concretos, a pesar de algunas conjeturas aisladas. Pulido carecía del espíritu inquieto de los felones habituales.

Por su parte, Carlos Maldonado Peña, fue el primero de los oficiales que tuvo contacto con Rafael Simón Urbina. Fracasado el levantamiento del 11 de diciembre de 1946, Maldonado voló con sus aviones hasta Colombia, allá conoció a Urbina. Era amigo Roberto Casanova, así como de Antonio Rivero Vázquez. Tuvieron varias reuniones entre 1949 y 1950.

Parte de las promociones del ejército egresadas entre 1940 y 1945 fueron especialmente importantes en este tema de confabulaciones, se constituyeron en el grupo de capitanes y tenientes del sector radical, siendo capaces de presionar a sus superiores y hasta de sobrepasarlos, amenazas que nunca cumplieron. Sus inquietudes fueron canalizadas por los ya mencionados oficiales superiores.

Entre ellos destaca el entonces mayor Roberto Pulido Guerrero (egresado en 1941).

Cuando Lucía Delgado supo del secuestro de su esposo en la mañana del 13 de noviembre, intentó localizarlo en el aeropuerto de la Carlota, y la razón era simple: desde principios de 1950, se manejaba dentro del ejército, el rumor de que había un plan en marcha para sacarlo del país en un avión.

Y como los golpes en ciernes eran objeto predilecto de comidillas y largas conversaciones entre el público caraqueño que de alguna ingeniosa manera se las arreglaba para estar al tanto de las novedades en los cuarteles, la conspiración contra Delgado Chalbaud fue un secreto a voces.

El casco histórico de Petare era un lugar frecuentado para comer carne en un famoso restaurant enmarcado en un ambiente colonial. En él se reunieron varios oficiales de rango inferior a principios de 1950. Se trató el tema de la conspiración para sacar a Delgado Chalbaud del país y enviarlo a Santo Domingo.

De alguna manera el teniente Oscar Zamora Conde, antiguo edecán del derrocado presidente Gallegos, y que ahora sufría las consecuencias de su pundonorosa conducta, se enteró de aquella reunión, donde el mayor Roberto Pulido Guerrero de manera jocosa, simulaba una colecta entre los oficiales para comprar el pasaje del presidente de la Junta.

Pulido Guerrero era artillero, y había servido con Roberto Casanova en el Regimiento de Artillería Ayacucho.

Zamora apreciaba a Carlos Delgado, a pesar de la persecución de la que fue objeto en aquellos días.  Se las ingenió para conseguir un audiencia a través de Lucía, quien no tuvo inconvenientes en ayudarlo.  Efectivamente, superada las maniobras para no ser visto, Delgado Chalbaud lo recibió en su oficina. Fue impuesto de lo que supo, ironías de la vida, por información de algunos políticos adecos perseguidos, que sabían de la conspiración.

Hablando de Oscar Zamora Conde, es oportuno referirnos a los oficiales que estuvieron cerca del partido Acción Democrática, como el teniente Juan Sucre Figarella (egresado en 1945), señalado en los informes que llegaban a Miraflores, pero sin indicios serios. Fue oficial de planta de la Escuela Militar cuando ocurrieron los sucesos del 24 de Noviembre. Por ello se disgustó con Delgado Chalbaud. Losher Blanco, Ezequiel Zamora, Coll Rodriguez entre otros, mantuvieron contacto con el partido, de manera que es improbable que se aliaran con el movimiento del 13 de noviembre para imponer a Pérez Jiménez.

Los conspiradores militares no pudieron concretar nada porque Delgado, muchas veces con el silencio disidente de Pérez, había tomado contra los cabecillas una precaución que anulaban sus capacidades para movilizar armas, hombres y equipos, como fue su pase a retiro o quitarles el mando, mecanismo suficiente para dividir lealtades y disminuir influencias. 

Los conjurados no fueron mayoría, carecieron de los elementos suficientes para  triunfar, y eso Delgado lo sabía.

Ninguno de los confabulados se ofreció para capturar personalmente a Delgado, porque éste tenía la habilidad de desvanecer en el interlocutor, cualquier argumento o actitud agresiva.

De manera que se acordó aprovechar la audacia de Urbina para secuestrar a Delgado, ponerlo en un avión, y sacarlo del país, causa según ellos, suficiente para sembrar la confusión entre la población y movilizarla, y con esa excusa, sacar las unidades militares a la calle mientras los cabecillas militares obligaban a un pronunciamiento de los otros miembros de la Junta, en el que Marcos Pérez Jiménez asumiría la dictadura militar, u otro si éste se oponía.

Marcos Pérez Jiménez y el magnicidio

No ha existido personaje de la vida pública venezolana más vilipendiado por adecos, copeyanos y comunistas. Tal vez uno de lo ataques predilectos ha sido atribuirle la autoría intelectual del magnicidio, un argumento públicamente rechazado por el Departamento de Estado como motivo de la extradición y de procesamiento del derrocado presidente.

Y como nos encantan las leyendas de conspiraciones, asesinatos, series televisivas de gorditos libidinosos en motoneta persiguiendo muchachas en bikinis sobre playas pedregosas, mientras los lunes decide a quien tortura la calumnia sirve de mejor  herramienta para tan entretenidos fines.

Marcos Pérez Jiménez era visitado continuamente por el cenáculo conspirador, que lo presionó de todas las formas posibles, pero nunca obtuvieron un respuesta favorable o directa para destituir a  Delgado

La culpabilidad de Pérez Jiménez es una calumnia convertida en una de nuestras más sólidas creencias predeterminadas. 

En los Idus de Noviembre hay dos víctimas: Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez. Carlos Delgado Chalbaud martirizado por la ferocidad de los chacales, pasó a la categoría de símbolo y es luminaria de Venezuela. La calumnia se ahincó en la reputación de Pérez Jiménez .

 En una entrevista realizada a Margot Pérez-Jiménez (2003), recuerda el día del magnicidio y la llegada de su padre a casa más temprano de lo usual. Iba  cambiarse de uniforme. Lo vio sereno, pero al darle la noticia a su mamá, ambos rompieron en llanto.

 Régulo Fermín Bermúdez, el último director de la Seguridad Nacional, fue amigo de Luis Felipe Llovera Páez, una de las personas más calificadas para refererirse al tema:

Estábamos los dos solos… le dije… desde hace mucho tiempo estoy por hacerte una pregunta, ¿el coronel Pérez Jiménez tuvo alguna intervención en la muerte de Delgado Chalbaud, ya sea por negligencia o cualquier otra forma? Llovera se puso de pie como un resorte y me contestó airado, tú me conoces bien, si yo hubiera tenido alguna duda sobre eso, no hubiera tratado más a Pérez, mira Régulo, Delgado Chalbaud le hacía más falta a Pérez que Pérez a Delgado … pero para qué lo iba a matar Pérez Jiménez, si él puso a Delgado en la presidencia de la Junta Militar igual lo hubiera podido sacar del gobierno.

 La carta de Urbina fue un farol de una audacia propia de su naturaleza maliciosa  para  involucrar a Pérez Jiménez y ganarlo a su favor:

Comandante Pérez Jiménez.- Mi muy apreciado amigo: En estos momentos tengo movilizado al pueblo de Venezuela. Como le dije cuando llegué al país no quiero más Presidente que Ud. Delgado quedó mal herido aunque yo no quería que le mataran como consta al motorizado. Ojalá Ud. me respalde en la Embajada de Nicaragua donde me encuentro mal herido. Rafael Simón Urbina.

 

La carta de Urbina afectó profundamente el curso de los acontecimientos políticos del país, porque Marcos Pérez Jiménez al carecer de habilidad para tales fines, no supo cómo manejar asunto tan delicado.

 Si todo cuanto se señala sobre la supuesta autoría intelectual del ministro de la defensa habría resultado cierto, ni por asomo se hubiera hecho del conocimiento de terceras personas.

 Efectivamenmte, Pérez Jiménez mostró la carta a Llovera Páez, a Miguel Moreno y al canciller, que era primo y amigo de Delgado Chalbaud. Pero fue a más. En la reunión extraordinaria del Consejo de Ministros del día siguiente, se leyó y se entregó la carta para el estudio y conocimiento oficial.

 Pérez Jiménez mantuvo el código de conducta militar de decir la verdad sin importar las consecuencias, sin entender que las realidades en la política suelen ser distintas por muy bien intencionados que sean los motivos. Hizo trasladar a Domingo Urbina al palacio de Miraflores:

Pérez Jiménez se mostró ecuánime y sereno cada vez que se aludió a su nombre durante el interrogatorio a los reos del atentado. Domingo Urbina se reveló hombre entero, inteligente y astuto- ¡Entonces yo le disparé! Creo que a la altura del pecho era el tiro. Se desplomó.  Sibilinamente insinuó que quería hablar, pero no delante de tanta gente, Pérez Jiménez lo conminó a hacerlo sin ambages: aquí, dijo, no se le teme a los secretos porque no hay motivo para ello. Domingo Urbina expresó entonces que: Rafael Simón le había dicho que Pérez Jiménez estaba en el complot, lo que me pareció extraño. Pérez Jiménez lo oyó sin inmutarse y le dijo: usted que parece hombre inteligente y vivo debería haberse cerciorado conmigo mismo si había algún fundamento en las locas afirmaciones de Urbina. Los Idus de Noviembre se habían cumplido; el drama me tornó caviloso y en la tabla de mis inquietudes la observación callada y penetrante se multiplicó por los sentimientos de mi amistad lacerada. Yo me experimenté a mí mismo como un buzo en el revuelto mar de las conjeturas e informaciones palaciegas. Las espontáneas reacciones de Pérez Jiménez me acreditaron su inculpabilidad.

 

Por confesión del mismo Urbina, se sabe que pensaba negociar con los otros miembros de la Junta, su reorganización, y de no aceptar, usarían a Delgado como escudo.

 Pérez Jiménez en reiteradas entrevistas ha confesado haber dado la orden de la ejecución de Urbina, una decisión que le dio mayores herramientas a sus enemigos.

 El grupo Uribante

 Miguel Moreno fue el alma de la intriga de palacio. Perteneció al denominado grupo “Uribante”. En la madrugada del 25 de octubre de 1948, los abogados no abundaban en los pasillos del Ministerio de la Defensa, no se sabe por qué nadie notó la presencia de Luis Gerónimo Pietri, y como resultaba urgente redactar el “Acta Constitutiva de la Junta de Gobierno”, y los decretos posteriores, el comandante de la Fuerza Aérea, Román Moreno, sugirió el apoyo de su hermano Miguel para encargarse del papeleo. Nadie fijó su atención en el hecho de que Miguel Moreno acreditó aquellos actos como secretario.

 El grupo “Uribante” se formó en 1940, por estudiantes tachirenses  que residían en Caracas, para abordar intelectualmente los problemas que afectaban a Venezuela. Fueron influenciados por un maestro común de enorme trascendencia en la historia política: Amenodoro Rangel Lamus. No fue un partido o una cofradía con pretensiones de poder político, porque muchos de sus miembros se hallaron en posiciones opuestas. Formaron parte del grupo Ramón J. Velázquez, Leonardo Ruíz Pineda, Miguel Moreno, Rafael Pinzón, Antonio Arellano, Gonzalo Vivas Díaz, Román Sansón, entre otros.  

 A juicio del licenciado Carlos Pérez Jurado, el grupo “Uribante” no tuvo nada que ver con los hechos del 13 de noviembre de 1950, pero fue señalado en su oportunidad, porque dos de sus miembros, que usaron la plataforma para fines de poder, como Rafael Pinzón y Miguel Moreno, adversaban a Delgado Chalbaud. Fueron posiciones individuales.

 Miguel Moreno mantuvo un ambiente de rumores y hablillas que trastocaron la armonía de los miembros de la Junta, especialmente contra Delgado Chalbaud, a quien quería ver suplantado por Marcos Pérez Jiménez, trató de predisponerlo contra aquel.

 A mediados de noviembre Miguel Moreno había liado el entorno con el rumor de que Delgado Chalbaud llamaría a elecciones para lanzarse como candidato. La realidad era distinta.

 En la primer semana de noviembre y luego de una agria conversación, Delgado reconvino de manera tajante a Moreno, porque éste se oponía, por diferentes razones, a la decisión de llamar a elecciones. Al salir de la oficina de Delgado, una conversación de alta política degeneró en un vulgar chisme interesado.

 Pero, no existió vinculación entre Moreno y Pinzón con los grupos sediciosos, ni con Rafael Simón Urbina.

Rafael Pinzón

 Miembro fundador del Partido Democrático Venezolano (PDV). Sufrió cárcel por dos años luego del derrocamiento de Isaías Medina Angarita. Hizo oposición al gobierno de Rómulo Gallegos. Afiliado al partido COPEI es electo diputado al Congreso Nacional por el Estado Táchira.

 Miguel Moreno le consigue el nombramiento como asesor de la junta encargada de devolver los bienes confiscados. Como embajador en República Dominicana, fue relevado por expresarse mal de Delgado, quien lo tenía por enemigo. Creó discordia entre la Junta Militar, pero no estuvo involucrado en los crímenes cometidos.

Antonio Rivero Vázquez

 Dueño de la procesadora de pescado “Cubagua”, tuvo una larga amistad con Eleazar López Contreras, apoyándolo en el exilio. Fue sometido a juicio por peculado. Unido a Julio César Vargas por relaciones de compadrazgo, y con el coronel Eleazar Niño por intereses comerciales. Exiliado político, mantuvo correspondencia con Román Delgado Chalbaud entre 1927 y 1929.

 Rivero esperaba que Carlos Delgado revocara el contrato que el gobierno anterior había hecho con Nelson Rockefeller porque afectaba a su industria. Por varios medios intentó tener acceso a créditos para su industria, pero al no hacer los trámites por los órganos correspondientes, fueron rechazados. Culpó a Delgado por todo aquello.

 Por causa de las continuas reuniones en las que era partícipe con aquellos, más los continuos emisarios que enviaba a diferentes partes del país, había sido considerada su expulsión del país.

 Supo del plan con antelación. Aquel 13 de noviembre esperó por la esposa de Urbina para saber de la captura de Delgado. Fue el enlace para informar al sector militar que estaba comprometido.

 Juan Francisco Franco Quijano

 Las contiendas electorales amañadas, así como las oficinas paralelas con las mismas capacidades del Consejo Nacional Electoral para saber al momento, las tendencias del electorado no es un invento moderno, y en eso destacó Francisco Franco Quijano en los años 40. Abogado de origen colombiano que hizo vida entre su país natal y Venezuela. Participó en la comisión redactora del estatuto electoral durante la presidencia de Isaías Medina Angarita, un tema que le apasionaba además de todo lo relacionado con revoluciones y golpes de Estado. Fue el asesor legal de Urbina mientras estuvo exiliado en Barranquilla entre 1945 y 1946. Enlace y apoyo de la mayoría de opositores al nuevo régimen que se radicó en Colombia, como Eleazar López Contreras y León Jurado, entre muchos otros. Urbina lo estimaba.

 Quijano sabía del plan de secuestro, como lo demuestra el comentario de Urbina cuando lo visitó sin éxito el día 12 de noviembre:

Qué vaina, vámonos…como el pariente no se me vaya a rajar.

 Fue el encargado de informar a Aranguren sobre el resultado del secuestro.

 Redactó el documento de renuncia de Delgado Chalbaud para que fuera entregado por Urbina.

 De todos anteriores,  los “sayones de la oligarquía”, fueron los ejecutores reales:

 

Una autoría intelectual y una autoría material, ¿Cuál es el móvil? El desplazamiento del jefe de Estado a una situación de inocuidad para generar una situación de fuerza, obviamente no era Pérez Jiménez quien iba a ser presidente, era Antonio Aranguren… el testaferro de la operación fue Urbina.

 Resumiendo, tenemos una autoría intelectual  en manos de Antonio Aranguren y de Rafael Simón Urbina. Conocían los detalles del evento. Una complicidad necesaria: Franco Quijano, Antonio Rivero Vázquez, Tomás Mendoza, Castro León y Roberto Casanova. Y una complicidad frustrada, representada por los oficiales comprometidos para actuar una vez consumado el secuestro.

Un secreto a voces

 15 de septiembre de 1950, horas de la noche, final de la avenida principal de Altamira, sede de la Embajada de la República de Nicaragua acreditada en Venezuela.  El embajador Diego Manuel Sequeira ofrece una fiesta con motivo del día de la  independencia  nicaragüense.

 Los embajadores de Costa Rica, Argentina y Nicaragua sostienen una amena conversación, son frecuentes sus largas sobremesas en los convites y casas particulares a las que asisten en la agitada vida diplomática caraqueña.

 Rafael Simón Urbina es un invitado recurrente a  las celebraciones diplomáticas, porque mantiene una relación de altibajos e intereses poco trasparentes con Rafael Leónidas Trujillo y Anastasio Somoza, pero también dispensa visitas de cortesía en algunas ocasiones, a las Embajadas argentina y estadounidense.

 Urbina ha visto a los embajadores reunidos en medio del salón, se acerca, corto silencio, se integra a desgano de los tertulianos, cambian de tema, ahora se refieren a cómo ha mejorado la situación política en Venezuela con la Junta Militar,  y de la tranquilidad social que se percibe en la calle.

 Con la mirada torva y la atención de soslayo, que evita permanecer fija en los ojos del oyente, ha interrumpido las reflexiones del embajador argentino, porque es imposible quedarse callado, su egocentrismo alcanza niveles de enfermedad, y tiene la inexcusable obligación de manifestar su importancia, porque ¡Carajo, qué haría el país, si él no estuviera!.

 Y así, Urbina ha confirmado lo que ya manejan las embajadas desde hace tiempo, inclusive en el exterior, pero no al nivel de detalles como para saber quién era uno de los protagonistas, que no es otro que el deslenguado forajido.

 ¿Cómo lo sabemos?

 Poco después del 13 de noviembre de 1950, el canciller Luis Emilio Gómez Ruíz recibió una nota del embajador venezolano en Argentina, sobre la referida fiesta de aniversario de la independencia de Nicaragua, y de la intervención de Urbina en una conversación de embajadores:

Que estuviesen atentos a los periódicos, porque se ocuparían de él pronto, al apoderarse del mando en Venezuela.

 Las  notas diplomáticas de las embajadas acreditadas en Venezuela abundan en informaciones sobre posibles intentos de golpes de Estado, especialmente la estadounidense, procedimiento corriente en el mundo de las cancillerías.

La planificación

 Ha quedado demostrado que no hubo intervención extranjera en el secuestro y homicidio del presidente de la Junta Militar. De igual manera, se demuestra la existencia de un plan urdido por la facción militar disidente.

 ¿Cuáles fueron los móviles del sector militar?

  1. La imposición de un gobierno militar dirigido por un oficial de renombre, salido de escuela, que representara los intereses políticos de la camarilla radical.
  2. La postergación de la elecciones anunciadas para mejor ocasión.
  3. Mayor participación en el gobierno del sector militar.
  4. Proscripción del comunismo.

 El plan militar fue concretado a mediados de julio de 1950, si bien tuvieron lugar acercamientos preliminares en 1949. En este período la participación de civiles fue mínima.

 Las reuniones de planificación y coordinación se produjeron en 1950, en varios niveles:

  1. Reuniones entre Roberto Casanova, Tomás Mendoza y los oficiales efectivos comprometidos, y a los que hemos hecho referencia.
  2. Reuniones entre Roberto Casanova, Tomás Mendoza y Rafael Simón Urbina, quien sugirió el secuestro, idea que fue bien acogida. Estas reuniones fueron separadas y en algunas ocasiones, con la asistencia de los tres. Hacen creer a Urbina de la participación, o por lo menos la anuencia de Pérez Jiménez.
  3. Reuniones entre Rafael Urbina y Antonio Aranguren, quien financiaría la operación de secuestro. También se acordó que una vez materializada, Urbina se saldría del guión, amenazaría con matar a Delgado para ejercer presión y lograr el nombramiento de Aranguren como presidente.
  4. Reuniones entre Antonio Aranguren, Rafael Simón Urbina y Antonio Rivero Vázquez, para lograr el apoyo de Julio César Vargas y del sector militar en el que aún ejercía  influencia.
  5. Reuniones entre Rafael Urbina y Juan Franco Quijano, para la protección de la familia Urbina el día de los acontecimientos, y la redacción de documento de renuncia de Carlos Delgado.

 El plan general comprendió las siguientes fases:

  1. Secuestro del presidente y su comitiva.
  2. Traslado de los secuestrados a la quinta “Maritza”.
  3. Presionar a Delgado para lograr la firma del documento de renuncia.
  4. Al mismo tiempo, la toma de varias estaciones de radio en Caracas, Maracaibo y Maracay, para crear confusión, crear caos, y movilizar a la ciudadanía.
  5. Con la excusa de restaurar el orden, la salida de los cuarteles y pronunciamiento de los oficiales comprometidos, de las siguientes unidades: Regimiento Ayacucho, cuartel Ambrosio Plaza, Agrupamiento Militar de Maracaibo, y algunas unidades de la base aérea de Maracay.
  6. Apoyo de los oficiales con mando de tropas a la presión que ejercerían los voceros militares sobre Marcos Pérez Jiménez y Luís Felipe Llovera Páez.
  7. Restructuración de la Junta Militar de Gobierno.
  8. Nombramiento de nuevos oficiales en puestos de gobierno.
  9. Expulsión del país de Carlos Delgado Chalbaud.

 

Pero, los objetivos del plan militar no se correspondían con los de Urbina, que tuvo motivaciones de diferente naturaleza.

 La fase del secuestro fue desarrollado exclusivamente por Rafael Simón Urbina:

  1. Reclutamiento de unos veinte hombres de confianza, con experiencia en el uso de armas.
  2. Alquiler de varios vehículos para traslado.
  3. Vigilancia continua a las actividades de Carlos Delgado, por parte de Urbina, asunto fácil de ejecutar porque en general Delgado andaba sin escolta y solía ser muy despistado.
  4. Para lo anterior, Urbina había hecho amistad y hasta invitado a su casa, a algunos miembros de la custodia personal de Delgado.
  5. Bloqueo del trayecto de vehículo presidencial.
  6. Secuestro por los hombres emboscados bajo la dirección de Urbina y de su segundo.
  7. Traslado de los secuestrados a un vehículo de los plagiarios.
  8. Detención de Delgado Chalbaud en la quinta “Maritza”.
  9. En el ánimo de Urbina y de su segundo, estuvo el asesinato de Carlos Delgado Chalbaud. La declaración de Juan Bautista Morillo Romero, jefe civil de Santa Cruz de Bucaral sobre todo cuanto dijo Pedro Antonio Díaz, no deja lugar a dudas.

 Al final, la toma de las  estaciones de radio para alentar el mentado apoyo de la ciudadanía no ocurrió, menos la movilización militar, ni siquiera hubo intento de ella. Es difícil de creer que en épocas posteriores, nadie hubiera corroborado un pronunciamiento aquel día, ni publicado algún libro señalándolo. Como el asesinato de Delgado no estaba contemplado, el movimiento militar no se realizó, lo que vino a continuación fue el hermetismo general, porque no quisieron verse implicados en hecho tan repudiable.

 Urbina murió creyendo que el pueblo se había movilizado.

 Existió un plan concreto para el secuestro y exilio del presidente, en el que participaron oficiales alejados del mando de tropas, con el conocimiento y apoyo de oficiales activos del Regimiento de Artillería Ayacucho, del Ambrosio Plaza y del Agrupamiento Militar de Maracaibo, dentro de un esquema de división de lealtades, siendo el fiel de la balanza y muro de contención, Marcos Pérez Jiménez, quien no se sumó.