La idea de este ensayo es tratar de comparar los conceptos de felicidad de Hume y de
Kant debido a que según el primero, la moral esta al servicio de una felicidad
que se sustenta en la pasión y el segundo establece que la felicidad proviene
de un orden moral sustentado en una buena voluntad de origen racional. Para
ello se hará una síntesis de la propuesta humeana, luego se continuará con la
proposición kantiana para posteriormente comparar ambos conceptos y hacer una
reflexión final.
David Hume expresó
que la moral no proviene de la razón y la razón a su vez es esclava de las
pasiones. Este argumento se debe a que según él la razón es “el descubrimiento
de la verdad o falsedad” y estas consisten en “la concordancia o discordancia
con las relaciones reales de las ideas o con la existencia real y los hechos”.
En este sentido, las pasiones, voliciones y acciones no son susceptibles de una
concordancia o una discordancia por no estar referidas a otras pasiones. La
razón, afirma Hume, es “completamente inactiva y no puede ser la fuente de un
principio activo, como la conciencia o el sentido moral”; esta puede ser causa
mediata de una acción condicionando la pasión, pero no puede determinar si esa
acción es virtuosa o viciosa. La virtud la entiende como el sentimiento de
satisfacción de un genero determinado ante la contemplación de un carácter. La
virtud se caracteriza por el placer y su opuesto, el vicio, por el dolor.
La moralidad la fundamenta Hume por
el carácter agradable que tiene un acto o un hecho con respecto a uno mismo y
con respecto a los otros porque produce una respuesta de aprobación o
desaprobación y además, en un contexto donde la pasión determina las acciones
de los individuos se ha hecho necesario la conformación de un instrumento que
permita a los individuos continuar viviendo de manera placentera por lo que
esta moralidad adquirió un sentido de utilidad en la medida en que fomenta la
felicidad.
La utilidad, según este autor,
surgió de un proceso evolutivo y al efecto desarrolla una tesis a través del
cual expresa que el estado
de naturaleza
ha de ser considerado como una mera ficción debido a que antes de constituirse
la sociedad existía una abundancia de objetos tal que “la afección cordial, la
compasión y la simpatía eran los únicos movimientos del ánimo que conocía el
espíritu humano”, estas circunstancias permitieron que los hombres pudieran
sentirse agradados todo el tiempo, en otra palabras ser felices. Luego de un proceso
de evolución signado por una creciente escasez de medios que la naturaleza
proporciona para satisfacer las necesidades fundamentales y por el egoísmo y la
limitada generosidad de las personas fue que se produjo la justicia como un
medio para tratar de prolongar el estado de felicidad de los individuos. La
propiedad, a este respecto, surge de una relación de carácter moral fundada en
la justicia al relacionar un objeto con un individuo, en otras palabras, por
intermedio de la justicia se puede explicar la propiedad.
Pero, la creación de la justicia, no
fue una consideración de interés público o de una benevolencia muy extensa, fue
el interés por el interés individual y por el interés público proviniendo este
interés primigenio de las impresiones y sentimientos. Las impresiones a su vez
surgieron del artificio y las convenciones humanas. De ahí surgió el sentido de
la utilidad de la justicia como virtud artificial.
En consecuencia, la moralidad es
útil y agradable porque fomenta la felicidad, permitiendo a su vez que cada
individuo pueda ser considerado frente a los demás como un ser valioso al
canalizar el placer, que es particular, hacia aquello que es considerado
también bueno por los otros individuos produciendo en reversa que ese acto que
generó placer sea imitado por otros reforzando la conducta del individuo como
una forma de auto imitación. Este hecho hace que la moral, entendida
racionalmente, tenga influencia sobre las acciones y afecciones debido a que
excita las pasiones y produce o evita acciones. Consecuentemente, la moral
busca mantener en el tiempo, por intermedio de convenciones, ese estado de
felicidad. Es hacer de la felicidad un siempre presente.
La moral se perfecciona entonces por
interés al fundamentarse en lo útil y agradable. El fundamento es el interés
personal y la moralidad cuando este interés es observado por todos. En otras
palabras se percibe una ventaja mutua en todos los individuos, entrando en
juego sentimientos de simpatía y antipatía hacia el prójimo.
Ahora bien, si se tiene presente que la existencia humana
es la suma de lo vivido, Hume al colocar a la razón como promotora de una
virtud artificial que en cuanto a su generación es un acto natural, a final de
cuentas está fundiendo a la pasión y la razón en un todo inseparable. Si se
considera que no se ha tenido experiencia la pasión actúa de forma pura, pero
cuando esta se va acumulando la razón va ordenando lo bueno o virtuoso y lo que
es malo o vicioso, haciendo que los actos pasionales se tornen o tiendan a convertirse
en hábitos. Esto hace difícil saber cuando un acto proviene de la pasión o de
una razón cuando ha intervenido de tal forma que impulsa a un individuo a obrar
de una determinada manera.
Hume al caracterizar a las pasiones
violentas habla del hábito, y en esa caracterización hace resaltar el papel de
la costumbre. Aquí podría entrar en juego el papel de la experiencia, como
dosificador de las pasiones, convirtiendo una pasión en un hábito o costumbre.
Para que la costumbre exista, el acto debe producir una aprobación en la
sociedad como conjunto, es decir, el mismo debe ser útil y agradable. Convertir
un habito en ley es fijar una costumbre que tiene contenido moral. Las fuentes
básicas del derecho son los tratados y las costumbres.
La razón entonces
ocupa un papel regulador al tratar de asegurar que los individuos en sociedad
puedan ser felices al tratar de corregir los actos de la pasión que han
producido dolor o desagrado. En otras palabras, la razón es una herramienta que
ayuda a la moral a mantener el equilibrio. La moral, entonces, es un sistema
dinámico que de manera autónoma busca mantener el equilibrio entre el interés
individual y la preocupación que se tiene por los otros. El sistema es abierto
porque los sentimientos son inconmensurables y las normas que podrían
regularlas también. Para Hume la preocupación por el bien común es un hecho
natural en cada hombre, en contraposición a la tesis de Hobbes.
Consecuentemente, la moral esta al servicio de la felicidad.
En este sistema
humeano al parecer la tendencia predominante es la de que todos los hombres son
buenos por naturaleza, de ahí radica la pretensión de viabilidad de su
propuesta, sin embargo, esta es una situación hipotética y ello le resta fuerza
a sus argumentos entre otras razones debido a que, en principio, la propiedad
es asimétrica y al ser los deseos inconmensurables, los actos que son
susceptibles de ser desaprobados son hechos que ocurren dentro de un contexto
social. No obstante, la aprobación (de carácter moral) de los actos que
promueven la felicidad individual refuerzan las actitudes a los buenos y el
movimiento que genera podría hacer a los malos buenos por imitación o por
corrección. La razón al final de cuentas se usa para dar sustentabilidad a la
tesis de la pasión, como un hecho natural.
Para Kant, en cambio, los juicios
morales se pueden fundamentar racionalmente. En la Fundamentación de la
Metafísica de las Costumbres, expresa que todos los conceptos morales tienen su
asiento y origen completamente a priori,
en la razón y para explicar ello parte de la Buena Voluntad como principio de
moralidad. La “Buena Voluntad no es buena por lo que efectúe o realice ni por
su aptitud para alcanzar algún determinado fin propuesto previamente, sino que
sólo es buena por el querer, es decir, en sí misma”.
Esta Buena Voluntad proviene de dos
vías: aquella cuyas acciones tienen un Contenido Moral (ser benéfico,
procurarse su propia felicidad, hacer el bien), es decir, no son hechas por
inclinación sino por deber, y aquella que es una representación de un principio
constrictivo para una voluntad que Kant denomina Imperativo (por ser mandato de
la razón). El fundamento de esta afirmación estriba en el hecho que “la
naturaleza racional existe como fin en sí misma”.
Los imperativos
pueden ser hipotéticos y categóricos; hipotéticos si representan la necesidad
practica de una acción posible como medio para conseguir otra cosa que se
quiere (o que es posible que se quiera), y categórico si representa una acción
por sí misma como objetivamente necesaria, sin referencia a ningún otro fin.
Todos los imperativos son formulas de la determinación de la acción que es
necesaria según el principio de la buena voluntad. Por otra parte, el
imperativo categórico es algún mandato que es posible, para las capacidades que
algún ser racional, puede pensarse como propósito posible para alguna voluntad.
Hay otro imperativo que se refiere a la forma y al principio que gobierna la
acción y lo esencialmente bueno de tal acción reside en el animo del que la
lleva a cabo, sea cual sea el éxito obtenido. Este es el Imperativo de la
Moralidad. A continuación se muestra sucintamente los tres tipos de imperativo
que propone Kant:
Imperativo
|
Principio
|
Reglas
|
Relación / pertenencia
|
Categórico
|
Apodíctico[1]
- práctico
|
De la habilidad
|
Técnicos (a las artes)
|
Hipotético
|
Principio Asertórico[2]
|
De la sagacidad (prudencia)
|
Pragmáticos (felicidad, bienestar)
|
De la
Moralidad
|
Apodíctico - práctico
|
Mandato de la Moralidad
|
Morales (a las costumbres)
|
Es importante destacar que luego de
esta categorización Kant sólo se refiere a los imperativos hipotéticos y los
categóricos relativos a la moralidad; no hace más mención al imperativo
categórico referido a la técnica (relacionado con la habilidad). El imperativo
categórico de la moralidad es el único que se expresa en una ley practica por
ser necesario y los demás imperativos pueden llamarse principios de la voluntad
pero no leyes de la voluntad porque son contingentes. La dualidad necesario y
contingente pasa a ser un problema como se mostrará más adelante puesto que la
felicidad (como deseo) es un fin, que dentro de la perspectiva kantiana
pareciera ser contingente pero que al final de cuentas resulta ser un fin
supremo.
La voluntad es pensada entonces como
la facultad de determinarse uno a sí mismo a obrar conforme a la representación
de ciertas leyes. Se entiende por fin aquello que sirve a la voluntad como
fundamento objetivo de su autodeterminación, y cuando es puesto por la mera
razón tal fin debe valer igualmente para todos los seres racionales. En cambio,
lo que constituye simplemente el fundamento de la posibilidad de la acción cuyo
efecto es el fin se denomina medio. Así se tiene que un “fin” se fundamenta
como sigue:
Fundamento Subjetivo
|
Deseo
|
Estimulo
|
Fines Subjetivos
|
Fundamento Objetivo
|
Querer
|
Motivo
|
Fines Objetivos
|
Los principios prácticos son
formales cuando hacen abstracción de todos los fines subjetivos, y son
materiales cuando consideran los fines subjetivos. Estos fines materiales son
relativos y no proporcionan ningún principio universal valido, por lo que se
apoyan solo en imperativos hipotéticos. En este sentido un principio practico
supremo e imperativo categórico con respecto a la voluntad que puede servir
como ley practica universal es: “Obra de tal modo que te relaciones con la
humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un
fin, y nunca sólo como un medio”.
Esta voluntad consecuentemente como
fin en si misma constituye la suprema condición limitativa de la libertad y se
expresa en tres principios fundamentales de autonomía:
1º que mi máxima, por ser universal la capacita para ser una ley
natural,
2º que el sujeto
de todos los fines es todo ser racional como fin en sí mismo y
3º la idea de
voluntad de todo ser racional como voluntad universalmente legisladora.
Una voluntad es absolutamente buena cuando su máxima
no puede contradecirse nunca al ser transformada en ley universal, es decir
cuando es aceptada por todos. La
voluntad cuyas máximas concuerdan necesariamente con las leyes de la autonomía
es una Voluntad Buena. Un ser racional, en este sentido debe poder considerarse
un legislador universal porque esta actitud lo distingue como fin en si mismo,
al igual que su dignidad con respecto a los otros seres. La moralidad, en consecuencia,
pasa a ser aquella condición bajo la cual un ser racional puede ser un fin en
sí mismo, puesto que sólo por aquella condición es posible ser miembro
legislador en un reino de los fines. La moral kantiana se sustenta entonces en
sentimientos de autoestima y respeto mutuo.
Un individuo como fin en sí mismo
tiene en la moralidad un medio para la consecución de ese fin. En un reino de
los fines la voluntad buena es el mecanismo que le permite a los otros
individuos que son fines en sí mismo tratar dignamente de alcanzar el propósito
que se hayan establecido. La autonomía entonces es el principio por medio del
cual cada individuo va a actuar con buena voluntad buena para alcanzar sus
fines. Como el hombre se considera miembro perteneciente al mundo de los seres
inteligible, todas sus acciones se seguirán el principio supremo de la
moralidad, pero como además tiene conciencia de formar parte del mundo de los
seres sensibles, sus apetitos e inclinaciones que se asientan en el principio
supremo de la felicidad, deberán someterse al mundo de la razón.
Para Kant la felicidad entonces pasa
a ser un concepto restringido por la moralidad, que de manera deontológica se
sustenta a su vez en el principio de autonomía de la voluntad. Pero esta no
deja de ser fin supremo, la moral, en este orden de ideas, hace a los
individuos dignos de ser felices. Consecuentemente, la felicidad la define como
“el estado de un ser racional en el mundo, al cual, en el conjunto de su
existencia, le va todo según su deseo y voluntad” (Bravo 1997). El deseo y el
placer que la acción causa, como elementos constitutivos de la felicidad y la
voluntad según el principio de autonomía que antepone la razón a dichos deseos
por deber, con lo que se presenta entonces una situación de ambigüedad.
La ambigüedad que se presenta es que
la felicidad – bienestar enunciada como relación / pertenencia al imperativo
hipotético que son de carácter contingente se le agrega la voluntad buena como
imperativo categórico de la moralidad que constituye un elemento necesario al
presuponer que el “mundo ininteligible contiene el fundamento del mundo
sensible y, por tanto, también de sus leyes...”. Pero como el hombre es un fin
en sí mismo que se reconoce como inteligencia sometida a las leyes del mundo
ininteligible antepone la moralidad a la sensibilidad, puesto que como deber
establecido en el mundo ininteligible también lo es en el mundo sensible,
presentándose otro problema en lo que concierne a la cosa en sí (noúmeno), o a
las cosas tal como se supone que son en sí mismas, más allá de lo que se pueda
conocer por la experiencia, que sólo es dada por el acceso al fenómeno, u objeto conocido,
mediante la sensibilidad y el entendimiento[3].
Al anteponerse la moralidad a la
felicidad no deja esta de ser un fin que es un deber puesto que es un principio
supremo, una ley natural. Y como cada individuo es un fin en sí mismo, la
felicidad no sólo se busca como fin en si misma, sino por deber, como lo son
también las acciones prescritas como imperativos de acuerdo a las leyes del
mundo inteligible. Con ello Kant introduce la idea de la felicidad en el ámbito
de la moralidad.
Pero si felicidad es placer y la
buena voluntad es la condición que nos hace dignos de ser felices se presenta,
según F. Bravo, un problema de incompatibilidad entre la felicidad y el deber
debido a que la felicidad depende de un sentimiento en el cual está implícito
la libre elección, y en la buena voluntad opera otra forma de libre elección
que limita la acción del individuo en un reino de los fines, con lo cual
concluye afirmando que la felicidad, según Kant, no es buena sin restricciones,
condenando sólo un cierto tipo de deseos debido a la concepción que Kant tiene
del deseo y de la felicidad como tal.
Ahora el fin
establecido en el principio objetivo supremo de la moralidad es la felicidad y
el deber es considerar que todos los hombres buscan también la felicidad, pero
esta felicidad está condicionada por el hecho que los actos subsiguientes deben
poder ser siempre leyes universales, por lo que debe existir un orden de los
deseos que sea universalizable racionalmente de acuerdo a principios de
aceptabilidad o dignidad. La expresión “siempre” da a la propuesta kantiana un
sentido de temporalidad. Una idea del tiempo en la que la racionalidad condiciona
los deseos y placeres que se caracterizan por su inmediatez y la necesidad de
que perdure en el tiempo, en una visión de futuro que intenta con ello limitar
la felicidad a aquello que pueda ser viable.
Aquí hace su aparición la prudencia
que requiere al efecto un manejo del tiempo debido a que es un ”saber que se
acredita en las acciones” debiéndose considerar a la felicidad como un fin
subjetivo (Villacañas 1992). El resultado deseado es el éxito en el control de
las consecuencias. La cuestión es que para asegurar ese éxito sólo se dispone
de un saber experimental acerca de algo que no se domina como lo es el tiempo y
las circunstancias...” (Villacañas) trayendo como consecuencia que la prudencia
restringe las inclinaciones y las va perfeccionando en la medida que exista una
mayor certidumbre, y aunque Villacañas hace una distinción entre sagacidad y
prudencia, la sagacidad podría ser entendida en este contexto como la habilidad
para actuar con prudencia en escenarios inciertos, por lo tanto, la moral
termina determinando la prudencia.
Así pues la prudencia constituye un
obrar universalizable como condición necesaria para la felicidad con lo cual,
al parecer Kant, da a entender que la felicidad puede ser un fin y un deber
directo que es posible que todos puedan seguirlo en la medida de sus
posibilidades. Consecuentemente aunque los deseos derivados del mundo sensible
se subordinan al mundo inteligible, si se actúa con prudencia y con buena voluntad se puede ser feliz. Por
tanto, la prudencia intenta corregir las deficiencias encontradas por F. Bravo
al concepto de felicidad kantiano. Así entonces, dentro de la perspectiva
kantiana, la moral restringe la felicidad, pero no la subordina. Entonces el
problema es controlar las pasiones y para ello Villacañas expresa que Kant
propone para ello la profesión como dedicación al trabajo, porque permiten el
dominio y manejo del tiempo.
De lo reseñado precedentemente se
observa que Kant propone un mundo deseable y Hume describe al mundo tal cual
es. Ello establece que en cierto sentido hay coincidencias en lo que atañe al
papel de la pasión como causa de todas nuestras acciones, no obstante, Kant
propone que el entendimiento es el medio a través del cual se pueden establecer
obligaciones de carácter categórico para restringir las pasiones y evitar así
el desorden en la naturaleza, generando las condiciones para asegurar la
convivencia en un reino de los fines sustentado en normas universales. No
obstante, Hume también hace mención a una virtud artificial resultante del
papel del entendimiento, como mecanismo para garantizar un orden natural, con
lo cual en principio se evidencia una concordancia en lo que atañe al medio, la
diferencia se evidencia en el fin. Mientras que para Hume la moralidad
construida a partir de la razón está al servicio de la felicidad, la moralidad
en Kant es pensada, en principio, como un medio para restringir la felicidad a
aquello que la buena voluntad permite.
Sin embargo, las normas de carácter
moral como las entiende Hume también tienen un carácter restrictivo, pero estas
son percibidas como de carácter indirecto, es decir el sistema dinámico humeano
hace un control por negación de las pasiones, mientras que Kant propone un
sistema normativo directo que determina lo que hay que hacer, estableciéndose
que lo que quede por fuera no es permitido, el problema estriba en que a la
inconmesurabilidad de los placeres y deseos se le opone un sistema de normas
que estarían rezagadas hasta que se determinen su universalidad, mientras que
en la propuesta de Hume los actos que en tanto y en cuanto no afecten
negativamente a la sociedad están permitidos. La formula que propone Kant para
corregir la deficiencia de su propuesta es la prudencia y con ello afirma que la felicidad al igual
que la moralidad son principios supremos, a pesar de haber afirmado que un ser
como miembro del mundo sensible está sometidos a las leyes del mundo
ininteligible porque estas también contienen los fundamentos del mundo
sensible.
Al utilizar la prudencia como medio
para alcanzar la felicidad, en un contexto de moralidad signada por el
imperativo categórico, introduce la noción del tiempo en su propuesta, cosa
que, al parecer, no se evidencia en el tratado de Hume. Lo que se entiende es
que el concepto de felicidad en Hume está enmarcado en un presente no definido
y en Kant el sentido del tiempo no viene dado por la razón en el sentido que la
felicidad está condicionada a la relación medios – fines determinada por las
reglas del imperativo hipotético. Así pues Kant, al final de cuentas coloca a
la pasión en el mismo nivel que lo hace Hume, pero le coloca al lado a la moral
fundada en el imperativo categórico.
Por otra parte tanto Hume y Kant
conciben que la base de la moralidad está dada por la autoestima y el respeto
mutuo. Ambos están conscientes que sin este fundamento no es posible un orden
natural, no obstante, la división internacional del trabajo que menciona Hume,
en este contexto, tiene la utilidad de usar a los individuos en función de sus
capacidades fomentando el progreso y la felicidad de las sociedades. En Kant,
sin embargo, su sistema moral parte de un deber ser que se sustenta en un es,
es decir, los individuos como miembros del mundo inteligible se reconocen como
seres sometidos al mundo de la razón y no al mundo sensible y este hecho como
tal debe ser aceptado como tal por intermedio de la imposición o auto
imposición.
En Hume de igual forma, al aceptar
que la virtud artificial es consecuencia de la aparición de la escasez en un
mundo donde anteriormente imperaba la abundancia reconoce de manera implícita
que las normas en cierta forma asumirán, cada vez más, un rol de contención
puesto que las asimetrías sociales existente en el sistema podrían quebrar la
condición de un equilibrio que dicho sistema fomenta generando las condiciones
para otras formas de organización social.
Para concluir, se puede afirmar que
ambos autores se sustentan en la razón como medio, pero la diferencia estriba
en el hecho que en Hume la felicidad es un fin supremo y la moral es un medio
que la fomenta, y en Kant la felicidad y la moral sustentada en el imperativo
categórico constituyen también fines supremos tratando de establecer un
equilibrio que asegure la convivencia.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
BRAVO, Francisco. Del deber de ser feliz, o la línea
divisoria entre las éticas de Kant y Aristóteles. En Apuntes Filosóficos Nº
11. Caracas. UCV 1997.Pp 59-73
HEYMANN, Ezra. Decantaciones Kantianas. Trece
estudios críticos y una revisión de conjunto. Caracas. UCV. Comisión de
Estudios de postgrado. Facultad de Humanidades y Educación. 1999. 187 p.
HUME, David. Tratado de la Naturaleza Humana.
Diputación de Albacete. www.dipualba.es/publicaciones.
KANT, Emmanuel. Fundamentación de la Metafísica de
las Costumbres. Escuela de Filosofía Universidad de ARCIS. www.philosophia.cl.
VETHENCOURT, Fabiola. Rawls y la Moral Kantiana.
Caracas. UCV. Fondo Editorial de Humanidades y Educación. 1998. 134 P.
VILLACAÑAS, José Luis. Kant. En Historia de la Ética.
Victoria Camps Comp.. Editorial Crítica. Barcelona 1992. Pp. 315-404.
[1] Apodíctico: Etimológicamente, demostrativo e indudable. Normalmente se
dice del enunciado en el que aparecen términos modales que implican necesidad,
como «ha de», «necesario», «necesariamente», etc.; por ejemplo, «todo suceso ha
de tener su causa». Los enunciados apodícticos pueden no ser necesarios, así
como los enunciados necesarios pueden no ser apodícticos: «Los solteros son no
casados» es un enunciado necesario, pero no apodíctico. El enunciado
«Necesariamente todos los gatos son pardos» es apodíctico, pero no necesario.
[2] Asertórico: Enunciado con el que simplemente se afirma que algo es
verdadero y que no contiene ninguna clase de términos que indiquen algún tipo
de modalidad sobre la necesidad o la posibilidad. El enunciado «todos los
hombres son iguales» es un ejemplo de enunciado asertórico.
[3] Según Kant, el mundo
sensible también puede y debe ser pensado puesto que como individuo, el ser
racional, se conoce como miembro del mundo ininteligible y sometido a sus
leyes.