viernes, 12 de julio de 2013

ANÁLISIS COMPARATIVO SOBRE LA IDEA DE FELICIDAD EN HUME Y KANT.



La idea de este ensayo es tratar de comparar los conceptos de felicidad de Hume y de Kant debido a que según el primero, la moral esta al servicio de una felicidad que se sustenta en la pasión y el segundo establece que la felicidad proviene de un orden moral sustentado en una buena voluntad de origen racional. Para ello se hará una síntesis de la propuesta humeana, luego se continuará con la proposición kantiana para posteriormente comparar ambos conceptos y hacer una reflexión final.

David Hume expresó que la moral no proviene de la razón y la razón a su vez es esclava de las pasiones. Este argumento se debe a que según él la razón es “el descubrimiento de la verdad o falsedad” y estas consisten en “la concordancia o discordancia con las relaciones reales de las ideas o con la existencia real y los hechos”. En este sentido, las pasiones, voliciones y acciones no son susceptibles de una concordancia o una discordancia por no estar referidas a otras pasiones. La razón, afirma Hume, es “completamente inactiva y no puede ser la fuente de un principio activo, como la conciencia o el sentido moral”; esta puede ser causa mediata de una acción condicionando la pasión, pero no puede determinar si esa acción es virtuosa o viciosa. La virtud la entiende como el sentimiento de satisfacción de un genero determinado ante la contemplación de un carácter. La virtud se caracteriza por el placer y su opuesto, el vicio, por el dolor.

La moralidad la fundamenta Hume por el carácter agradable que tiene un acto o un hecho con respecto a uno mismo y con respecto a los otros porque produce una respuesta de aprobación o desaprobación y además, en un contexto donde la pasión determina las acciones de los individuos se ha hecho necesario la conformación de un instrumento que permita a los individuos continuar viviendo de manera placentera por lo que esta moralidad adquirió un sentido de utilidad en la medida en que fomenta la felicidad.

La utilidad, según este autor, surgió de un proceso evolutivo y al efecto desarrolla una tesis a través del cual expresa que el estado de naturaleza ha de ser considerado como una mera ficción debido a que antes de constituirse la sociedad existía una abundancia de objetos tal que “la afección cordial, la compasión y la simpatía eran los únicos movimientos del ánimo que conocía el espíritu humano”, estas circunstancias permitieron que los hombres pudieran sentirse agradados todo el tiempo, en otra palabras ser felices. Luego de un proceso de evolución signado por una creciente escasez de medios que la naturaleza proporciona para satisfacer las necesidades fundamentales y por el egoísmo y la limitada generosidad de las personas fue que se produjo la justicia como un medio para tratar de prolongar el estado de felicidad de los individuos. La propiedad, a este respecto, surge de una relación de carácter moral fundada en la justicia al relacionar un objeto con un individuo, en otras palabras, por intermedio de la justicia se puede explicar la propiedad.

Pero, la creación de la justicia, no fue una consideración de interés público o de una benevolencia muy extensa, fue el interés por el interés individual y por el interés público proviniendo este interés primigenio de las impresiones y sentimientos. Las impresiones a su vez surgieron del artificio y las convenciones humanas. De ahí surgió el sentido de la utilidad de la justicia como virtud artificial.

En consecuencia, la moralidad es útil y agradable porque fomenta la felicidad, permitiendo a su vez que cada individuo pueda ser considerado frente a los demás como un ser valioso al canalizar el placer, que es particular, hacia aquello que es considerado también bueno por los otros individuos produciendo en reversa que ese acto que generó placer sea imitado por otros reforzando la conducta del individuo como una forma de auto imitación. Este hecho hace que la moral, entendida racionalmente, tenga influencia sobre las acciones y afecciones debido a que excita las pasiones y produce o evita acciones. Consecuentemente, la moral busca mantener en el tiempo, por intermedio de convenciones, ese estado de felicidad. Es hacer de la felicidad un siempre presente.

La moral se perfecciona entonces por interés al fundamentarse en lo útil y agradable. El fundamento es el interés personal y la moralidad cuando este interés es observado por todos. En otras palabras se percibe una ventaja mutua en todos los individuos, entrando en juego sentimientos de simpatía y antipatía hacia el prójimo.

Ahora bien,  si se tiene presente que la existencia humana es la suma de lo vivido, Hume al colocar a la razón como promotora de una virtud artificial que en cuanto a su generación es un acto natural, a final de cuentas está fundiendo a la pasión y la razón en un todo inseparable. Si se considera que no se ha tenido experiencia la pasión actúa de forma pura, pero cuando esta se va acumulando la razón va ordenando lo bueno o virtuoso y lo que es malo o vicioso, haciendo que los actos pasionales se tornen o tiendan a convertirse en hábitos. Esto hace difícil saber cuando un acto proviene de la pasión o de una razón cuando ha intervenido de tal forma que impulsa a un individuo a obrar de una determinada manera.

Hume al caracterizar a las pasiones violentas habla del hábito, y en esa caracterización hace resaltar el papel de la costumbre. Aquí podría entrar en juego el papel de la experiencia, como dosificador de las pasiones, convirtiendo una pasión en un hábito o costumbre. Para que la costumbre exista, el acto debe producir una aprobación en la sociedad como conjunto, es decir, el mismo debe ser útil y agradable. Convertir un habito en ley es fijar una costumbre que tiene contenido moral. Las fuentes básicas del derecho son los tratados y las costumbres.

La razón entonces ocupa un papel regulador al tratar de asegurar que los individuos en sociedad puedan ser felices al tratar de corregir los actos de la pasión que han producido dolor o desagrado. En otras palabras, la razón es una herramienta que ayuda a la moral a mantener el equilibrio. La moral, entonces, es un sistema dinámico que de manera autónoma busca mantener el equilibrio entre el interés individual y la preocupación que se tiene por los otros. El sistema es abierto porque los sentimientos son inconmensurables y las normas que podrían regularlas también. Para Hume la preocupación por el bien común es un hecho natural en cada hombre, en contraposición a la tesis de Hobbes. Consecuentemente, la moral esta al servicio de la felicidad.

En este sistema humeano al parecer la tendencia predominante es la de que todos los hombres son buenos por naturaleza, de ahí radica la pretensión de viabilidad de su propuesta, sin embargo, esta es una situación hipotética y ello le resta fuerza a sus argumentos entre otras razones debido a que, en principio, la propiedad es asimétrica y al ser los deseos inconmensurables, los actos que son susceptibles de ser desaprobados son hechos que ocurren dentro de un contexto social. No obstante, la aprobación (de carácter moral) de los actos que promueven la felicidad individual refuerzan las actitudes a los buenos y el movimiento que genera podría hacer a los malos buenos por imitación o por corrección. La razón al final de cuentas se usa para dar sustentabilidad a la tesis de la pasión, como un hecho natural. 

Para Kant, en cambio, los juicios morales se pueden fundamentar racionalmente. En la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, expresa que todos los conceptos morales tienen su asiento y origen completamente a priori, en la razón y para explicar ello parte de la Buena Voluntad como principio de moralidad. La “Buena Voluntad no es buena por lo que efectúe o realice ni por su aptitud para alcanzar algún determinado fin propuesto previamente, sino que sólo es buena por el querer, es decir, en sí misma”.

Esta Buena Voluntad proviene de dos vías: aquella cuyas acciones tienen un Contenido Moral (ser benéfico, procurarse su propia felicidad, hacer el bien), es decir, no son hechas por inclinación sino por deber, y aquella que es una representación de un principio constrictivo para una voluntad que Kant denomina Imperativo (por ser mandato de la razón). El fundamento de esta afirmación estriba en el hecho que “la naturaleza racional existe como fin en sí misma”.

Los imperativos pueden ser hipotéticos y categóricos; hipotéticos si representan la necesidad practica de una acción posible como medio para conseguir otra cosa que se quiere (o que es posible que se quiera), y categórico si representa una acción por sí misma como objetivamente necesaria, sin referencia a ningún otro fin. Todos los imperativos son formulas de la determinación de la acción que es necesaria según el principio de la buena voluntad. Por otra parte, el imperativo categórico es algún mandato que es posible, para las capacidades que algún ser racional, puede pensarse como propósito posible para alguna voluntad. Hay otro imperativo que se refiere a la forma y al principio que gobierna la acción y lo esencialmente bueno de tal acción reside en el animo del que la lleva a cabo, sea cual sea el éxito obtenido. Este es el Imperativo de la Moralidad. A continuación se muestra sucintamente los tres tipos de imperativo que propone Kant:

Imperativo
Principio
Reglas
Relación / pertenencia
Categórico
Apodíctico[1] - práctico
De la habilidad
Técnicos  (a las artes)
Hipotético
Principio Asertórico[2]
De la sagacidad (prudencia)
Pragmáticos (felicidad, bienestar)
De la
Moralidad
Apodíctico - práctico
Mandato de la Moralidad
Morales (a las costumbres)

Es importante destacar que luego de esta categorización Kant sólo se refiere a los imperativos hipotéticos y los categóricos relativos a la moralidad; no hace más mención al imperativo categórico referido a la técnica (relacionado con la habilidad). El imperativo categórico de la moralidad es el único que se expresa en una ley practica por ser necesario y los demás imperativos pueden llamarse principios de la voluntad pero no leyes de la voluntad porque son contingentes. La dualidad necesario y contingente pasa a ser un problema como se mostrará más adelante puesto que la felicidad (como deseo) es un fin, que dentro de la perspectiva kantiana pareciera ser contingente pero que al final de cuentas resulta ser un fin supremo.

La voluntad es pensada entonces como la facultad de determinarse uno a sí mismo a obrar conforme a la representación de ciertas leyes. Se entiende por fin aquello que sirve a la voluntad como fundamento objetivo de su autodeterminación, y cuando es puesto por la mera razón tal fin debe valer igualmente para todos los seres racionales. En cambio, lo que constituye simplemente el fundamento de la posibilidad de la acción cuyo efecto es el fin se denomina medio. Así se tiene que un “fin” se fundamenta como sigue:


Fundamento Subjetivo
Deseo
Estimulo
Fines Subjetivos
Fundamento Objetivo
Querer
Motivo
Fines Objetivos

Los principios prácticos son formales cuando hacen abstracción de todos los fines subjetivos, y son materiales cuando consideran los fines subjetivos. Estos fines materiales son relativos y no proporcionan ningún principio universal valido, por lo que se apoyan solo en imperativos hipotéticos. En este sentido un principio practico supremo e imperativo categórico con respecto a la voluntad que puede servir como ley practica universal es: “Obra de tal modo que te relaciones con la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio”.

Esta voluntad consecuentemente como fin en si misma constituye la suprema condición limitativa de la libertad y se expresa en tres principios fundamentales de autonomía:

1º que mi máxima, por ser universal la capacita para ser una ley natural,
2º que el sujeto de todos los fines es todo ser racional como fin en sí mismo y
3º la idea de voluntad de todo ser racional como voluntad universalmente legisladora.

Una voluntad es absolutamente buena cuando su máxima no puede contradecirse nunca al ser transformada en ley universal, es decir cuando es aceptada por todos. La voluntad cuyas máximas concuerdan necesariamente con las leyes de la autonomía es una Voluntad Buena. Un ser racional, en este sentido debe poder considerarse un legislador universal porque esta actitud lo distingue como fin en si mismo, al igual que su dignidad con respecto a los otros seres. La moralidad, en consecuencia, pasa a ser aquella condición bajo la cual un ser racional puede ser un fin en sí mismo, puesto que sólo por aquella condición es posible ser miembro legislador en un reino de los fines. La moral kantiana se sustenta entonces en sentimientos de autoestima y respeto mutuo.

Un individuo como fin en sí mismo tiene en la moralidad un medio para la consecución de ese fin. En un reino de los fines la voluntad buena es el mecanismo que le permite a los otros individuos que son fines en sí mismo tratar dignamente de alcanzar el propósito que se hayan establecido. La autonomía entonces es el principio por medio del cual cada individuo va a actuar con buena voluntad buena para alcanzar sus fines. Como el hombre se considera miembro perteneciente al mundo de los seres inteligible, todas sus acciones se seguirán el principio supremo de la moralidad, pero como además tiene conciencia de formar parte del mundo de los seres sensibles, sus apetitos e inclinaciones que se asientan en el principio supremo de la felicidad, deberán someterse al mundo de la razón.

Para Kant la felicidad entonces pasa a ser un concepto restringido por la moralidad, que de manera deontológica se sustenta a su vez en el principio de autonomía de la voluntad. Pero esta no deja de ser fin supremo, la moral, en este orden de ideas, hace a los individuos dignos de ser felices. Consecuentemente, la felicidad la define como “el estado de un ser racional en el mundo, al cual, en el conjunto de su existencia, le va todo según su deseo y voluntad” (Bravo 1997). El deseo y el placer que la acción causa, como elementos constitutivos de la felicidad y la voluntad según el principio de autonomía que antepone la razón a dichos deseos por deber, con lo que se presenta entonces una situación de ambigüedad.  

La ambigüedad que se presenta es que la felicidad – bienestar enunciada como relación / pertenencia al imperativo hipotético que son de carácter contingente se le agrega la voluntad buena como imperativo categórico de la moralidad que constituye un elemento necesario al presuponer que el “mundo ininteligible contiene el fundamento del mundo sensible y, por tanto, también de sus leyes...”. Pero como el hombre es un fin en sí mismo que se reconoce como inteligencia sometida a las leyes del mundo ininteligible antepone la moralidad a la sensibilidad, puesto que como deber establecido en el mundo ininteligible también lo es en el mundo sensible, presentándose otro problema en lo que concierne a la cosa en sí (noúmeno), o a las cosas tal como se supone que son en sí mismas, más allá de lo que se pueda conocer por la experiencia, que sólo es dada por el  acceso al fenómeno, u objeto conocido, mediante la sensibilidad y el entendimiento[3].

Al anteponerse la moralidad a la felicidad no deja esta de ser un fin que es un deber puesto que es un principio supremo, una ley natural. Y como cada individuo es un fin en sí mismo, la felicidad no sólo se busca como fin en si misma, sino por deber, como lo son también las acciones prescritas como imperativos de acuerdo a las leyes del mundo inteligible. Con ello Kant introduce la idea de la felicidad en el ámbito de la moralidad.

Pero si felicidad es placer y la buena voluntad es la condición que nos hace dignos de ser felices se presenta, según F. Bravo, un problema de incompatibilidad entre la felicidad y el deber debido a que la felicidad depende de un sentimiento en el cual está implícito la libre elección, y en la buena voluntad opera otra forma de libre elección que limita la acción del individuo en un reino de los fines, con lo cual concluye afirmando que la felicidad, según Kant, no es buena sin restricciones, condenando sólo un cierto tipo de deseos debido a la concepción que Kant tiene del deseo y de la felicidad como tal.

Ahora el fin establecido en el principio objetivo supremo de la moralidad es la felicidad y el deber es considerar que todos los hombres buscan también la felicidad, pero esta felicidad está condicionada por el hecho que los actos subsiguientes deben poder ser siempre leyes universales, por lo que debe existir un orden de los deseos que sea universalizable racionalmente de acuerdo a principios de aceptabilidad o dignidad. La expresión “siempre” da a la propuesta kantiana un sentido de temporalidad. Una idea del tiempo en la que la racionalidad condiciona los deseos y placeres que se caracterizan por su inmediatez y la necesidad de que perdure en el tiempo, en una visión de futuro que intenta con ello limitar la felicidad a aquello que pueda ser viable.

Aquí hace su aparición la prudencia que requiere al efecto un manejo del tiempo debido a que es un ”saber que se acredita en las acciones” debiéndose considerar a la felicidad como un fin subjetivo (Villacañas 1992). El resultado deseado es el éxito en el control de las consecuencias. La cuestión es que para asegurar ese éxito sólo se dispone de un saber experimental acerca de algo que no se domina como lo es el tiempo y las circunstancias...” (Villacañas) trayendo como consecuencia que la prudencia restringe las inclinaciones y las va perfeccionando en la medida que exista una mayor certidumbre, y aunque Villacañas hace una distinción entre sagacidad y prudencia, la sagacidad podría ser entendida en este contexto como la habilidad para actuar con prudencia en escenarios inciertos, por lo tanto, la moral termina determinando la prudencia.

Así pues la prudencia constituye un obrar universalizable como condición necesaria para la felicidad con lo cual, al parecer Kant, da a entender que la felicidad puede ser un fin y un deber directo que es posible que todos puedan seguirlo en la medida de sus posibilidades. Consecuentemente aunque los deseos derivados del mundo sensible se subordinan al mundo inteligible, si se actúa con prudencia  y con buena voluntad se puede ser feliz. Por tanto, la prudencia intenta corregir las deficiencias encontradas por F. Bravo al concepto de felicidad kantiano. Así entonces, dentro de la perspectiva kantiana, la moral restringe la felicidad, pero no la subordina. Entonces el problema es controlar las pasiones y para ello Villacañas expresa que Kant propone para ello la profesión como dedicación al trabajo, porque permiten el dominio y manejo del tiempo.

De lo reseñado precedentemente se observa que Kant propone un mundo deseable y Hume describe al mundo tal cual es. Ello establece que en cierto sentido hay coincidencias en lo que atañe al papel de la pasión como causa de todas nuestras acciones, no obstante, Kant propone que el entendimiento es el medio a través del cual se pueden establecer obligaciones de carácter categórico para restringir las pasiones y evitar así el desorden en la naturaleza, generando las condiciones para asegurar la convivencia en un reino de los fines sustentado en normas universales. No obstante, Hume también hace mención a una virtud artificial resultante del papel del entendimiento, como mecanismo para garantizar un orden natural, con lo cual en principio se evidencia una concordancia en lo que atañe al medio, la diferencia se evidencia en el fin. Mientras que para Hume la moralidad construida a partir de la razón está al servicio de la felicidad, la moralidad en Kant es pensada, en principio, como un medio para restringir la felicidad a aquello que la buena voluntad permite.

Sin embargo, las normas de carácter moral como las entiende Hume también tienen un carácter restrictivo, pero estas son percibidas como de carácter indirecto, es decir el sistema dinámico humeano hace un control por negación de las pasiones, mientras que Kant propone un sistema normativo directo que determina lo que hay que hacer, estableciéndose que lo que quede por fuera no es permitido, el problema estriba en que a la inconmesurabilidad de los placeres y deseos se le opone un sistema de normas que estarían rezagadas hasta que se determinen su universalidad, mientras que en la propuesta de Hume los actos que en tanto y en cuanto no afecten negativamente a la sociedad están permitidos. La formula que propone Kant para corregir la deficiencia de su propuesta es la prudencia  y con ello afirma que la felicidad al igual que la moralidad son principios supremos, a pesar de haber afirmado que un ser como miembro del mundo sensible está sometidos a las leyes del mundo ininteligible porque estas también contienen los fundamentos del mundo sensible.

Al utilizar la prudencia como medio para alcanzar la felicidad, en un contexto de moralidad signada por el imperativo categórico, introduce la noción del tiempo en su propuesta, cosa que, al parecer, no se evidencia en el tratado de Hume. Lo que se entiende es que el concepto de felicidad en Hume está enmarcado en un presente no definido y en Kant el sentido del tiempo no viene dado por la razón en el sentido que la felicidad está condicionada a la relación medios – fines determinada por las reglas del imperativo hipotético. Así pues Kant, al final de cuentas coloca a la pasión en el mismo nivel que lo hace Hume, pero le coloca al lado a la moral fundada en el imperativo categórico. 

Por otra parte tanto Hume y Kant conciben que la base de la moralidad está dada por la autoestima y el respeto mutuo. Ambos están conscientes que sin este fundamento no es posible un orden natural, no obstante, la división internacional del trabajo que menciona Hume, en este contexto, tiene la utilidad de usar a los individuos en función de sus capacidades fomentando el progreso y la felicidad de las sociedades. En Kant, sin embargo, su sistema moral parte de un deber ser que se sustenta en un es, es decir, los individuos como miembros del mundo inteligible se reconocen como seres sometidos al mundo de la razón y no al mundo sensible y este hecho como tal debe ser aceptado como tal por intermedio de la imposición o auto imposición.

En Hume de igual forma, al aceptar que la virtud artificial es consecuencia de la aparición de la escasez en un mundo donde anteriormente imperaba la abundancia reconoce de manera implícita que las normas en cierta forma asumirán, cada vez más, un rol de contención puesto que las asimetrías sociales existente en el sistema podrían quebrar la condición de un equilibrio que dicho sistema fomenta generando las condiciones para otras formas de organización social.

Para concluir, se puede afirmar que ambos autores se sustentan en la razón como medio, pero la diferencia estriba en el hecho que en Hume la felicidad es un fin supremo y la moral es un medio que la fomenta, y en Kant la felicidad y la moral sustentada en el imperativo categórico constituyen también fines supremos tratando de establecer un equilibrio que asegure la convivencia. 


BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

BRAVO, Francisco. Del deber de ser feliz, o la línea divisoria entre las éticas de Kant y Aristóteles. En Apuntes Filosóficos Nº 11. Caracas. UCV 1997.Pp 59-73

HEYMANN, Ezra. Decantaciones Kantianas. Trece estudios críticos y una revisión de conjunto. Caracas. UCV. Comisión de Estudios de postgrado. Facultad de Humanidades y Educación. 1999. 187 p.

HUME, David. Tratado de la Naturaleza Humana. Diputación de Albacete.  www.dipualba.es/publicaciones.

KANT, Emmanuel. Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres. Escuela de Filosofía Universidad de ARCIS. www.philosophia.cl.

VETHENCOURT, Fabiola. Rawls y la Moral Kantiana. Caracas. UCV. Fondo Editorial de Humanidades y Educación. 1998. 134 P.

VILLACAÑAS, José Luis. Kant. En Historia de la Ética. Victoria Camps Comp.. Editorial Crítica. Barcelona 1992. Pp. 315-404.









[1] Apodíctico: Etimológicamente, demostrativo e indudable. Normalmente se dice del enunciado en el que aparecen términos modales que implican necesidad, como «ha de», «necesario», «necesariamente», etc.; por ejemplo, «todo suceso ha de tener su causa». Los enunciados apodícticos pueden no ser necesarios, así como los enunciados necesarios pueden no ser apodícticos: «Los solteros son no casados» es un enunciado necesario, pero no apodíctico. El enunciado «Necesariamente todos los gatos son pardos» es apodíctico, pero no necesario.
[2] Asertórico: Enunciado con el que simplemente se afirma que algo es verdadero y que no contiene ninguna clase de términos que indiquen algún tipo de modalidad sobre la necesidad o la posibilidad. El enunciado «todos los hombres son iguales» es un ejemplo de enunciado asertórico.
[3] Según Kant, el mundo sensible también puede y debe ser pensado puesto que como individuo, el ser racional, se conoce como miembro del mundo ininteligible y sometido a sus leyes.