jueves, 2 de diciembre de 2021

APROXIMACIÓN AL PENSAMIENTO POLÍTICO DE ANDRÉS BELLO

 


[1]

El inicio del siglo XIX fue traumático para europeos e iberoamericanos desde el mismo momento que Napoleón Bonaparte intentó imponer un nuevo orden en el espacio geográfico que devendría en Occidente. La actitud frente a ese intento bonapartista fue dispar en dos autores contemporáneos: Georg F. Hegel y Andrés Bello. El primero, influido por el pensamiento de Heráclito y Benedicto de Spinoza, vivió los avatares de las guerras napoleónicas desde Jena, pasando por la conferencia de Viena hasta la revolución francesa de 1830, es decir, en un esfuerzo por superar el pensamiento kantiano propuso un nuevo logos que sirvió para construir una filosofía de la historia en la Fenomenología del Espíritu basada en el esfuerzo de la humanidad por superar una situación determinada en un contexto signado por la gran intensidad de los antagonismos en Europa entre 1806 y 1815 y la posterior restauración europea donde mostró un conservadurismo expresado en su actitud frente a ese proceso que cargó hasta el final de sus días en momentos en que pudo constatar la consistencia de sus postulados.

El segundo formado en el pensamiento tomista y escotista[2], leibniziano, el naturalismo de Alejandro de Humboldt y después familiarizado, en primer lugar, con la Escuela Escocesa y la filosofía del sentido común de Thomas Reid y Dugald Stewart hasta el eclecticismo de Víctor Cousin a través del cual conoció la filosofía kantiana[3] y, en segundo lugar, con el pensamiento de James Mill, Jeremy Bentham, John Locke, David Hume, George Berkeley y la escuela de los ideólogos franceses, en especial Destutt de Tracy. Todas estas fuentes han permitido afirmar que Andrés Bello asumió una postura ecléctica que en muchos casos fue interpretada como conservatista en virtud de su experiencia como funcionario público de la Capitanía General de Venezuela y como diplomático en el proceso independentista venezolano y, en general, hispanoamericano[4].

En el caso de Andrés Bello podemos decir que la estructura de poder que significó la ilustración basada en un absolutismo político y una apertura hacia el conocimiento, donde su relación con Humboldt fue significativa, hicieron de él un conservatista en las mismas condiciones que lo fue Kant en un contexto en que la turbulencia política comenzó a afectar a su tierra natal. Este conservatismo lo llevó a apoyar inicialmente los derechos de Fernando VII en los sucesos caraqueños del 19 de abril de 1810 y luego cuando Venezuela logró hacerse firme como país independiente consideró la implantación en América de un modelo de monarquía constitucional apartado del absolutismo español y, finalmente, abrazó la concepción republicana cuando se percató que la independencia de los países hispanoamericanos se estaba haciendo un hecho consumado[5].

A pesar de los avatares de este caraqueño, sus escritos en Venezuela indican que él observó que el verbo castellano requería, según Iván Jaksic, de “categorías propias de clasificación y sistematización [que permitieran] tanto la innovación como el reconocimiento de los aportes lingüísticos locales”. Con ello se puede decir que desde sus inicios pensó en una visión revolucionaria de observar el mundo desde el lenguaje que tendría un gran impacto en el fortalecimiento de las repúblicas que lograron efectivamente su independencia (Jaksic, 2001:50). En ambos casos, el alemán y el venezolano asumieron una actitud cautelosa frente a las circunstancias que vivieron en ese momento histórico en las mismas condiciones en que Kant pasó del entusiasmo revolucionario a un cauto reformismo político.

La filosofía eclética que le ha sido atribuida a Andrés Bello tuvo sus orígenes en Grecia en el siglo II a.C. y supuso una síntesis de las diversas corrientes de pensamiento existentes en ese entonces. Los romanos perfeccionaron esta corriente siendo uno de sus mayores exponentes Cicerón, pero en realidad se hizo consistente con el surgimiento del pensamiento neoplatónico visto como el perfeccionamiento de la filosofía platónica a la luz de las diversas corrientes griegas y orientales existentes. Este eclecticismo se observaría en la edad media teniendo como foco el pensamiento aristotélico y lo observaremos durante la ilustración de la mano de los enciclopedistas franceses. Es por la vía de los enciclopedistas que el eclecticismo llegó a España y creemos que por esta vía llegó a Caracas. Creemos que Andrés Bello, influido por la escuela escocesa produjo después una síntesis eclética de la cosmovisión hispánica ilustrada con las cosmovisiones ilustradas de un mundo que se encontraba en plena transformación por los efectos de la revolución francesa, los procesos independentistas americanos y la revolución industrial. Esta síntesis estuvo orientada al lenguaje observado como función trascendental que “espiritualiza la materia, trocándola en signo y símbolos a través de los cuales nos habla el espíritu, y nos habla de ideas” permitiendo con ello cambiar el mundo (Beorlegui, 2004:473)[6]. En estas mismas condiciones sintéticas hispánicas y de la ilustración francesa con una orientación diferente podemos decir se ubica el pensamiento de Juan German Roscio.

Los intereses generales del pensador venezolano-chileno, en su etapa posterior chilena, fueron desarrollados en una obra filosófica que ha sido dividida en dos partes: Filosofía del Entendimiento y Filosofía Moral. Esta obra, en su totalidad fue publicada póstumamente en el año 1881. La primera de ellas, giraba en torno a las facultades y operaciones del entendimiento en el proceso del conocimiento y de las reglas lógicas para dirigir dichas facultades de modo tal que se pudiese dar cuenta de la realidad de una manera más amplia y general en relación al concepto kantiano (III,10)[7] y, la segunda, conducía al tratamiento de problemas relacionados con la ética y la psicología moral. Además de ello, su reflexión filosófica también abordó temas religiosos, culturales, de derecho, política y educación en un contexto donde las jóvenes republicas americanas tenían como propósito fundamental implantar un orden político moderno estable e inculcar la formación republicana de los pueblos que acobijaba en su seno para superar sus vulnerabilidades. Pero su vivencia chilena fue la tercera y última etapa de su vida intelectual: la primera la desarrolló en Caracas y la segunda en Londres desempeñando en todas estas un conjunto de actividades que van de lo diplomático al escritor y filósofo práctico. Por ello vamos a examinar esos tres momentos, es decir, como investigador pro-monárquico, como diplomático y agente publico en el campo de las relaciones internacionales, y, finalmente como filósofo practico en el mundo chileno e hispanoamericano.

Como investigador pro monárquico

En su etapa caraqueña Andrés Bello quedó negativamente impresionado con la trágica secuela de caos, violencia y muerte que produjo el proceso revolucionario en Haití a través del conocimiento de la experiencia de los refugiados como luego experimentará la región durante el proceso independentista. Por ello, nunca logró ver en la revolución un medio adecuado para la causa republicana en Hispanoamérica y explica, de suyo, su pasión por el orden como ha indicado Jaksic. De ahí que, por una parte, se le reprochase al caraqueño su pasado de funcionario de la Corona y su defensa consiguiente de esta institución frente al agresor francés y, por la otra, que el tema monárquico fuese recurrente en sus dos primeras etapas de su vida hasta, como dijimos, que la existencia de las nuevas repúblicas americanas se hizo firme. Pero en este punto hay que aclarar que, en la fase final de la colonia, la Capitanía General de Venezuela no se caracterizaba por su pobreza, sino más bien por el crecimiento económico por la liberación del intercambio inter-colonial. En este sentido, Andrés Bello expresó en una oportunidad que muchos emprendedores terminaban solicitando auxilio a sus gobernantes cuando sus emprendimientos fracasaban, por ello se puede agregar también que no fue un liberal en materia económica a pesar de la influencia anglosajona. La pertinencia de esta aclaratoria obedece a que la causa social como motivador de un proceso revolucionario no estaba en el horizonte de la situación política venezolana e incluso tampoco estaba las causas que dieron origen a la revolución estadounidense[8].

Ya hemos indicado que Andrés Bello representó en Londres a los derechos de Fernando VII en nombre de la junta de Caracas. El renovado interés de Andrés Bello por la monarquía constitucional como modelo político para una Hispanoamérica independiente surgió por el año 1817, cuando, en primer lugar, el Libertador Simón Bolívar estableció una base firme de operaciones al sur del territorio venezolano y empezó a actuar como jefe de un orden soberano estable, en segundo lugar, cuando comenzó su proyección independentista en todo el norte de Suramérica a la par que desde el sur José de San Martín actuaba de manera semejante y, en tercer lugar, se producía en España la revolución de Riego (Jaksic, Op. Cit.:74). Fue dentro de este marco temporal que el caraqueño expresó que estaba “persuadido que [la paz en Hispanoamérica] no podrá consolidarse jamás bajo otros principios que los monárquicos” (Ibíd.:75). Podemos entender aquí que siguiendo a Montesquieu y Rousseau los grandes espacios suramericanos aconsejaban esa forma de gobierno. Esta afirmación pareció para Jaksic,

“una evaluación pragmática, puesto que la violencia que acompañó al proceso de independencia parecía confirmar tanto el rechazo de los principios republicanos como la legitimidad de la monarquía entendida en términos limitados para importantes sectores de la población” (Ibid.).

Sin embargo, el fracaso de la monarquía en México, el avance republicano en Suramérica y la declaración del gobierno británico de estar dispuesto a reconocer las nuevas republicas americanas sin importar la forma de gobierno empujaron a Andrés Bello definitivamente a las ideas republicanas.

La idea de la monarquía entraría de nuevo en el ambiente en los años finales de Colombia ‘la grande’. Andrés Bello produjo en el año 1828 una poesía titulada “canción a la disolución de Colombia” donde promovió con optimismo la unidad estatal continental. Allí expresó: “una es la senda a que la Patria os llama, / uno el intento sea, uno el caudillo”. La patria aquí era para Andrés Bello Hispanoamérica como una unidad política y el caudillo era Simón Bolívar. Esta alusión al caudillo y a la unidad hispanoamericana, considerando que en ese momento histórico Andrés Bello buscó infructuosamente mantenerse como funcionario colombiano, se caracterizó por el hecho de que la idea de la monarquía estuvo presente en diversos círculos políticos como medio para evitar la fragmentación.

Pero, cuando Andrés Bello propuso la idea de la monarquía constitucional en el periodo de la campaña que condujo al establecimiento de la constitución de Angostura en 1819 fue objeto de reprobación por parte del Libertador a pesar de que el estado de guerra le había dado poderes excepcionales que lo acercaron fácticamente a la monarquía, pero en el año 1828 las circunstancias eran diferentes. Después de vivir la inestabilidad boliviana y la colombiana que lo llevó a asumir poderes excepcionales después de la convención de Ocaña, Bolívar fue objeto de un sinfín de propuestas monárquicas que indican que esa idea, como dijimos, estaba en el convulso ambiente político de la época. Sin embargo, para ese entonces Andrés Bello era un republicano que estaba al servicio de Colombia hasta que la crisis de la deuda del país lo puso en estado de aprieto tal que fue empujado para Chile que requería de sus servicios. El libertador cuando conoció la situación de su coterráneo hizo esfuerzos para mantenerlo al servicio de Colombia, pero en el contexto de disolución del país y de pérdida de poder era difícil que lograra mantenerlo. Ahora, la expresión ‘caudillo’, según Corominas es del siglo XIV y proviene de la palabra ‘cabdiello’ y a su vez del latín ‘capitellum’ que denotaba ‘cabecilla’, diminutivo de ‘caput’, ‘capitis’ que significaba cabeza. En el Diccionario de Autoridades la palabra ‘caudillo’ denotaba al que guiaba, mandaba y regía a gente de guerra, siendo su cabeza y como tal todos obedecían y, por extensión, se llamaba también el que regía y mandaba y era cabeza de alguna compañía o gente, aunque no fuese de guerra. Con esta etimología podemos decir entonces que Andrés Bello con el poema en cuestión estaba pensando en la imagen de un ser capaz no sólo de imponer el orden a la inestabilidad creciente en Colombia, Perú y Bolivia sino también a partir de allí construir una unidad hispanoamericana. De ahí la idea del hombre fuerte, con gran concentración de poder, estuvo coincidencialmente presente en la mente de los dos venezolanos más allá de las distancias y esto puede ser observado como un concepto muy cercano al del monarca sin abrazarlo explícitamente. La pasión por el orden como expresó Jaksic estuvo presente en el venezolano-chileno quizás bajo la figura clásica romana del dictador investido con poderes excepcionales.

Con respecto a la unidad hispanoamericana Andrés Bello hizo un llamado a los hombres de Estado para la realización de una estructura de principios y un derecho comunitario internacional en Hispanoamérica. Pero este esfuerzo lo desarrollaremos en el siguiente apartado.

El diplomático y las relaciones internacionales

Hay dos momentos diplomáticos en la vida de Andrés Bello: por una parte, como representante de la junta de Caracas y como hispanoamericano defensor de las jóvenes republicas americanas y, por la otra, como encargado de las relaciones internacionales chilenas. Del primero ya hemos hecho mención de forma sucinta. Aquí podemos agregar que fue parte de una misión venezolana a Londres que quedó sin sustento por el giro independentista que se asumió en el país y la caída posterior de la república. En vista de esta situación vivió de forma precaria hasta que la independencia de los países americanos se hizo consistente. Los problemas en que él se empeñó en este contexto de precariedad fueron tres: el del reconocimiento europeo de las nuevas repúblicas trabajando para los chilenos y posteriormente los colombianos y como un formador de opinión para ayudar en ese reconocimiento. El segundo tuvo que ver con la figura clave que representó en la política internacional.

La libertad de expresión como medio para difundir el nuevo estado de cosas en Suramérica y la necesidad de reconocer dicho estado de cosas y como medio para la formación ciudadana y adecuar el estado de ideas al nuevo estado de cosas político fue el papel que Andrés Bello ejecutó en Londres para contribuir con su criterio en la causa americana. En el primer caso difundió el proceso de liberación en curso de la región en sentido amplio y buscó que los liberados estuviesen a la altura de los países que conformaban el orden internacional y al afecto promovió la difusión de obras de autores anglosajones desde una perspectiva económica y principalmente educativa. De igual forma buscó a través del idioma y la gramática la facilitación del proceso de aprehender ese estado de ideas de modo tal de hacer más factible la adecuación de las nuevas repúblicas a la nueva realidad internacional. Para ello, transmitió a los potenciales lectores hispanoamericanos, por intermedio de tres revistas en las que participó, noticias y comentarios sobre temas científicos, políticos y culturales disponibles en la capital británica, así como también los resultados de sus propias investigaciones y asuntos culturales que le parecieron indispensables para la construcción de las nuevas nacionalidades una vez se concretase la Independencia.

Del segundo, podemos decir que Andrés Bello ocupó funciones de “Oficial Mayor” en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile. En este cargo publicó en el año 1832 la obra más influyente de derecho internacional en Hispanoamérica en el siglo XIX, esto es, los Principios de derecho de gentes. Según Jaksic esta obra trató de dar respuesta a dos necesidades:

·         Conocer los principios básicos de derecho internacional para las instituciones e individuos encargados de llevar la política exterior en las nuevas repúblicas, así como también dar respuesta eficaz “a temas prácticos como las demandas internacionales sobre la propiedad extranjera, y los límites de la responsabilidad del Estado en asuntos tales como la deuda externa y los actos criminales de extranjeros en territorio nacional”.

·         Fundamentar la legitimidad internacional de las nuevas repúblicas debido a que la doctrina europea no consideraba el surgimiento de nuevos estados a pesar de la experiencia neerlandesa, suiza y estadounidense. Este esfuerzo de fundamentación estuvo dirigido también a fomentar la realización de los ajustes de rigor en el emergente orden jurídico internacional (Op. Cit.)[9].

De estas dos necesidades podemos observar reminiscencia del opúsculo Sobre la Paz Perpetua de Immanuel Kant: en relación con el primer aspecto si tenemos presente los artículos preliminares para la paz perpetua entre Estados en lo concerniente a que “no debe emitirse deuda pública en relación con los asuntos de política exterior” y el potencial empleo en un estado de guerra “de asesinos, envenenadores, quebrantamiento de capitulaciones, la inducción a la traición, etc.” (1795 [2002]:46-47)[10]. En el segundo aspecto, la preocupación de Andrés Bello fue demostrar, en una relativa cercanía con Kant, la existencia de constituciones republicanas, es decir:

“aquella establecida de conformidad con los principios, 1º de la libertad de los miembros de una sociedad (en cuanto hombres), 2º de la dependencia de todos respecto a una única legislación común (en cuanto súbditos) y 3º, de conformidad con la ley de la igualdad de todos los súbditos (en cuanto ciudadanos: es la única que se deriva de la idea del contrato originario y sobre la que deben fundarse todas las normas jurídicas de un pueblo” (Ibíd.:52-53).

De aquí se sigue que el objetivo principal de Andrés Bello estuvo dirigido a dar consistencia al principio de igualdad de los Estados a través de la demostración de la existencia de constituciones republicanas indiferentemente de su sistema político y/o la manera en que hubiesen nacido o surgido, con la finalidad de colocarlas al mismo nivel que los principales estados europeos bajo la premisa de que Estado en sí mismo es estado de derecho. De acuerdo con esto señalado, el caraqueño expresó que,

“siendo los hombres naturalmente iguales, lo son también los agregados de hombres que componen la sociedad universal. La república más débil goza de los mismos derechos y está sujeta a las mismas obligaciones que el imperio más poderoso” (X, 31).

Esta afirmación se basa en el derecho de gentes y podemos decir que constituye para Kant el fundamento para la constitución de una federación de Estados. Pero en el caso de Andrés Bello como también en Francisco de Miranda[11], la existencia dentro de los nuevos estados de salvajes apegados a “la libertad sin ley, que prefieren la lucha continua a la sumisión a una fuerza legal determinable por ellos mismos” usando las palabras de Kant (Op. Cit.:58), hacía necesario salir de esa situación de vulnerabilidad para asegurar el reconocimiento. Es conveniente agregar aquí que la palabra ‘reconocimiento’ es la palabra clave para comprender la obra Los Rasgos Fundamentales de la Filosofía del Derecho (1821) de Georg F Hegel, una obra que marcó la restauración en el centro de Europa.

En este mismo orden de ideas, el venezolano-chileno desarrolló unos conceptos de soberanía e independencia ajustados y justificados de acuerdo con las necesidades continentales. En este sentido expresó que: “La independencia de la nación consiste en no recibir leyes de otra, y su soberanía en la existencia de una autoridad suprema que la dirige y representa” (X, 32). Esta conceptualización es muy similar a la realizada por Kant cuando afirmó que cada Estado sitúa su soberanía “… en no estar sometido en absoluto a ninguna fuerza legal externa…” (Kant, Op. Cit.: 59). El fundamento de esta afirmación del venezolano-chileno radicaba según él en el hecho de que “la independencia y soberanía de una nación es, a los ojos de las otras”, un hecho observable desde una autoorganización efectiva y una capacidad de defenderse; y de este hecho surgió naturalmente el derecho de relacionarse entre ellas sobre la base de la igualdad, la buena fe y la reciprocidad. Si surge, en este sentido, un estado nuevo luego de un proceso de colonización de un espacio o un país recién descubierto, o por la desmembración de un estado antiguo, a los demás estados sólo les corresponde constatar si la nueva comunidad política es efectivamente independiente y ha establecido “una autoridad que dirija a sus miembros, los represente, y se haga en cierto modo responsable de su conducta” frente al resto del concierto de naciones. Siendo así, no podían dejar de reconocer a los nuevos Estados, como miembros de la comunidad internacional (X, 36). Ahora bien, la soberanía e independencia no suponían para Andrés Bello una ruptura con las raíces culturales hispánicas, sino más bien su renovación y difusión con la finalidad de que proporcionase los valores cívicos y morales, antes de difícil acceso, debido a la restringida educación, para dar sustento a las nuevas repúblicas.

En relación con el nuevo concierto de estados hispanoamericanos Andrés Bello además de las ideas de "equilibrio de intereses y fuerzas” pensó en la unidad hispanoamericana forjada por la lengua común desde antes de la fragmentación de Colombia. Este deseo de unidad resurgiría a propósito del congreso para la Confederación de Hispanoamérica. Al efecto expresó en el año 1845 que la unidad había sido una tendencia que se había observado en Europa y no había nada de extraño que los nuevos estados siguiesen el mismo derrotero teniendo la ventaja de una lengua e identidad común respetando las nuevas estructuras jurídico-políticas. De igual forma expresó que esta unidad no sólo se refería específicamente a los gobiernos, sino a los pueblos que integraban a través de su estructura legislativa en condiciones similares a las que se pueden observar en la Metafísica de las Costumbres de Immanuel Kant de modo que fuese viable la paz perpetua y el equilibrio entre Estados tanto dentro como fuera de la unión[12]. Este congreso se realizaría desde finales del año 1847 e inicios de 1848 dentro del marco de la guerra entre México y EE.UU. y, se harían nuevos intentos en los años 1856 y 1864-1865 (2011:29)[13]. Estos esfuerzos que apoyó Andrés Bello como representante chileno, que lo colocan en una esfera conservatista vista desde un enfoque reformista, nos lleva a examinar el alcance de su praxis política hispanoamericana.

Andrés Bello como filósofo práctico

En la introducción de este estudio hicimos mención al eclecticismo de Andrés Bello. Pero este eclecticismo puede ser observado desde la perspectiva del político que estaba obligado a ejercer un efecto moderador en el ámbito ideológico, a través del lenguaje, para sumar voluntades y extender las redes de poder que garantizasen integridad y orden. Así pues, este eclecticismo se observa desde el punto de vista moral y en su concepción filosófica de la historia. 

Desde la perspectiva moral Andrés Bello escribió los Apuntes sobre la teoría de los sentimientos morales, de Mr. Jouffroy con la finalidad de “analizar las ideas morales, no sólo desde un punto de vista genealógico, sino también en su fundamento y naturaleza”[14]. A partir de esta obra que fue publicada también póstumamente, el filósofo venezolano-chileno consideró desde una perspectiva intermedia, en primer lugar, un racionalismo que imagina el origen del deber en el orden y, en segundo lugar, el utilitarismo que se centra en el placer (la felicidad) entendido como “el bien a que aspiramos por un instinto irresistible de la naturaleza humana y la utilidad que es algo correlativo a la idea de la felicidad”. Este enfoque que se basa en la idea del derecho natural es el fundamento desde donde establece un anclaje de sus principios morales (XXX, 549-550). El derecho natural será otro aspecto que diferenciará el pensamiento de Andrés Bello con el de Georg Hegel quien superó los sistemas basados en el derecho natural en Los Rasgos Fundamentales de la Filosofía del Derecho.

Según Andrés Bello la naturaleza hizo al hombre sociable y para ello benévolo, pero apoyando esta idea de benevolencia (simpatía) en un egoísmo que relaciona con el altruismo desde una perspectiva utilitaria a partir de la afectividad. La felicidad es, para él, el bien por excelencia que conduce al bien absoluto. Pero este ‘bien’ no fue entendido como ‘el bien’ sino como ‘un bien’ en sentido utilitario (Ibíd.:561) y, por ello podemos decir que, en primer lugar, “el interés bien entendido es la felicidad”. Ahora, este interés prescribe una norma que tiene un sentido eminentemente moral cuyo fundamento trascendental se encuentra en una creencia superior que podría estar ubicada en la contemplación de Dios[15]. Y, en segundo lugar, lo útil que se fundamenta en el placer entendido de manera corporal y espiritual es lo que promueve el interés, de lo que se sigue que "El verdadero bien, el bien absoluto, es el bien total, y último que resume los fines parciales de todas las criaturas posibles” (Ibíd.:572)[16]. El bien es entonces, para Andrés Bello, un principio de acción que está determinado por una voluntad acompañada de la razón. Así pues, la moral, según el filósofo venezolano-chileno, está indefectiblemente ligada a la felicidad. De forma más enfática expresó en el Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile, lo siguiente

“… la moral (que yo no separo de la religión) es la vida misma de la sociedad, la libertad es el estímulo que da vigor sano y una actividad fecunda a las instituciones sociales. Lo que enturbie la pureza de la moral, lo que trabe el arreglado, pero libre desarrollo de las facultades individuales y colectivas de la humanidad – y digo más – lo que las ejercite infructuosamente, no debe un gobierno sabio incorporarlo en la organización del estado” (XXI, 4-5).

En la ética Andrés Bello siguió también un método empírico espiritualista que ha sido catalogado como descriptivo, permitiéndole concluir que

"Como las aspiraciones eliminadas de cada individuo encuentran resistencias insuperables en las aspiraciones ilimitadas de todos los otros, y como cada individuo es débil en comparación del conjunto, la razón no tarda en decir a cada hombre: no debes, es decir, no puedes en el interés a tu mayor felicidad posible, permitirte a ti mismo lo que, permitido a cualquier otro hombre en circunstancias semejantes, sería pernicioso a todos" (XXX: 573-574)

Aquí podemos encontrar dos cosas: en primer lugar, la reminiscencia a los imperativos categóricos kantianos y, en segundo lugar, siguiendo a Rojas Osorio que Andrés Bello “comienza con el utilitarismo y termina en el racionalismo [permitiéndole] de ese modo armoniza los dos principios. El orden que la razón propone es un concepto abstracto [al que se llega en una] lenta maduración humana” (1992:47). Nosotros encontramos aquí un punto de equilibrio que se sintetiza en una visión reformista siguiendo al efecto otra perspectiva.

Como se observa, en Andrés Bello el acceso a las verdades morales sólo puede realizarse mediante la relación recíproca de la afectividad y la razón. El ser humano, según nuestro autor, va avanzando de forma progresiva por aquellas nociones más cercanas a la experiencia, como lo son, la sensación, los sentimientos y la utilidad, hasta llegar finalmente a una noción de felicidad y orden racional que se expresa en armonía en relación con los otros seres. El bien, dentro de esta perspectiva, está presente como un sentimiento instintivo que se va desarrollando hasta llegar a la idea de una felicidad absoluta que entendemos era observada de una manera contemplativa.

Por otra parte, en Chile también publicaría los estudios realizados acerca del lenguaje en su etapa caraqueña y londinense añejados por la experiencia vivida. Su propósito, según Jaksic, fue documentar los procesos de corrupción y colapso del latín en la Europa medieval porque consideró que ese proceso tuvo consecuencias políticas (Op. Cit.:80). Andrés Bello no quería que Hispanoamérica siguiera el mismo derrotero de la Europa medieval en cuanto al idioma sino una América unida en lenguaje y en cultura porque estimó que ambos eran fuertes pilares para construir una sólida unidad política, cultural y social en el continente como ya hemos indicado. Según el autor chileno,

“su obra Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos (1847), fue de hecho preparada con vistas a proporcionar una unidad lingüística a las nuevas naciones hispanoamericanas y evitar así la fragmentación” (Ibíd.:84).

La fragmentación la entendemos aquí como un hecho generado por los desplazamientos de significados que pueden sufrir las palabras y por los cambios semánticos y estructurales que sufrió el latín a lo largo del tiempo. Esto nos coloca en el plano de la historia y de la gramática.

En relación con la historia, Andrés Bello defendió, desde un fundamento romántico, “una historia narrativa que debía contar los hechos sin mistificarlos con teorías”, es decir, él defendió una concepción de la historia observada desde una mirada romántica, preocupándose más de la Nación, entendida aquí desde una perspectiva hispanoamericana (nación de naciones), en particular que de la validez de ideas universales[17]. De ahí que Andrés Bello consideró que una

“Una filosofía de la historia debe no olvidar que por encima de los postulados que unos principios esenciales puedan erigir se encuentra la cadena continua e imprevisible de asociaciones y secuencias de sucesos únicamente observables a través de la experiencia. El historiador debe acometer con probidad y ecuanimidad sus estudios, lo que en definitiva viene a entenderse como la facultad de mantenerse fiel a los acontecimientos, sin quitarle, ni añadirle nada. La virtud del investigador radica en retratar con vivos colores el pasado, en una palabra, revivir, o si se quiere hacer inteligible lo que fue un modo de proceder ya caduco o extraño, pero que dice mucho de la naturaleza humana” (Da Silva, 2007:61-62)[18].

Para ello, en primer lugar, se apoyó parcialmente en el pensamiento de Johann Gottfried von Herder desarrollado en Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad (1784-91). A través de esta obra, Andrés Bello consideró que Herder apoyó una filosofía de la historia basada en una investigación empírica que integraba a la naturaleza como un todo. En segundo lugar, Andrés Bello pretendió iniciar una praxis sustentada en una crítica de la historia reciente que a su vez se sustentó en su experiencia vivida como después observaremos en el Hegel de la Fenomenología del Espíritu. De acuerdo con esta filosofía de la historia el progreso era expresión de este todo que era posible mediante el lenguaje. El aspecto político que Andrés Bello omitió estuvo dado en que Herder defendió

“un concepto de nacionalidad que a su parecer surgía de comunidades orgánicas e integradas que se constituían sobre la base de la lengua y la cultura y, rechazaba, al mismo tiempo, la autoridad estatal centralizada como el motor de la organización y desarrollo de las naciones” (Jaksic, Op. Cit.:170).

La omisión deliberada se debía a que esta idea de Herder, en primer lugar, podía impedir la consolidación de Chile como república en un contexto de inestabilidad donde el gobierno era la única institución capaz de ir más allá de la existencia de intereses individuales[19] y, en segundo lugar, considerando que la inestabilidad chilena era similar en el resto de la región, podía impedir la consecución del proyecto integracionistas cuando las condiciones estuviesen dadas.

No obstante, podemos decir que Andrés Bello eclécticamente trató de reproducir las ideas europeas, pero trató de desarrollar nuevas formas de conceptualizar y pensar la realidad desde una perspectiva hispanoamericana para articular una forma de Nación y una Nación de naciones, en sentido concreto, reformada y reformadora, es decir, su planteamiento estuvo dirigido a determinar qué tipo de nación desarrollar desde una perspectiva práctica en función de la experiencia vivida. En este sentido, el objetivo de Andrés Bello fue lograr la consolidación de un orden y a partir de él hacer progresar a la Nación a través del énfasis que hizo en el lenguaje, la educación y la historia debido a que los consideraba como fundamentales para definir un concepto de ciudadanía en un sistema republicano que fuese estable. Por ello, Andrés Bello en su visión de la historia apuntó a articular una narración que, como indicamos, debían seguir una visión imparcial basada en ideas filosóficas ilustradas que sostuvieran el nuevo estado de cosas también dentro de un contexto ilustrado (Vrsalovic, 2013:38). Podemos decir, además, que su idea de la historia era de progresión lineal, en el sentido kantiano del término, y en términos de filosofía práctica, su experiencia histórica lo inclinó a asumir una prudente actitud reformista, insistimos, utilizando el lenguaje como vehículo de cambio, para evitar los excesos que había conocido y presenciado. Es decir, del mismo modo que había logrado una comprensión de la historia de alcance regional y trasatlántico a través del estudio de la lengua, Andrés Bello creyó y logró

“estructurar la nacionalidad independiente [de las nuevas repúblicas] sobre la base del cultivo y adaptación del castellano a las nuevas realidades políticas, y en cercano contacto, además, con la promoción del imperio de la ley” (Ibid.).

Todo este esfuerzo estuvo orientado a dar un fundamento republicano romano a las nuevas republicas americanas a partir del concepto de virtud siguiendo al efecto el pensamiento de Montesquieu (Jascik, Op. Cit.:157-158). Este esfuerzo creemos que no fue seguido y, por consiguiente, todavía no ha sido completado.

Corolario

Este escrito lo iniciamos presentando una comparación entre Andrés Bello y Georg W. F. Hegel debido a que el primero fue poco proclive a los cambios revolucionarios a diferencia del segundo, pero en dos momentos históricos que podemos ubicar el primero en el periodo 1815-1817 ambos coincidieron en la propuesta de monarquía constitucional. Sabemos que el venezolano-chileno no tuvo suerte en su propuesta, no así el alemán que le dio sustento filosófico a la restauración germana. En el segundo, que podemos ubicar entre los años 1828 y 1830, las ideas republicanas de Andrés Bello estaban consolidadas a pesar de las corrientes monárquicas imperantes, mientras que Hegel observó cómo se comenzó a tambalear la restauración en Europa debido al surgimiento de un nuevo germen revolucionario. De ahí la importancia que le dimos al conservatismo kantiano a lo largo del texto debido a que el republicanismo kantiano no sólo se apoyaba en la idea de orden y progreso, sino también apuntaba a dar continuidad a las ideas establecidas en Sobre la Paz Perpetua y en cierta manera en la Metafísica de las Costumbres en tanto y en cuanto oponía el republicanismo al “cosmopolitismo” generado por la revolución francesa.



[1] Andrés Bello. Obras completas. 26 tomos. Caracas: La Casa de Bello, 1981-1984. Aquí se va a indicar el tomo en números romanos y seguidamente el número de página.

[2] Ver al respecto: Juan David García Bacca citado por Omar Astorga, “Una mirada a la filosofía y sus nexos con el pensar venezolano”. Sevilla. Universidad de Sevilla. Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, vol. 12, núm. 23, 2010, pp. 3-28. García Bacca nos mostró “no solamente la herencia escotista e ilustrada de Bello en su aplicación a los conceptos de Dios, alma, lenguaje y lógica; o en su orientación espiritualista, desde la cual hace énfasis en la autonomía del espíritu -al considerar que tenemos conciencia directa de los actos y conciencia metafórica del cuerpo-, sino también en la ingeniosa articulación que es posible advertir entre su filosofía y su consagrada gramática.

[3] Ver al respecto: Mora, D. (2018). “Andrés Bello: Gramática y Filosofía del Entendimiento, Visión Latinoamericanista”. Mérida. Universidad de los Andes. Revista Contexto Segunda etapa - Vol. 22 - Nro. 24. Pp 170-182

[4] Sobre las influencias en Andrés Bello, en esta primera etapa ver: Iván Jaksic Andrade (2001). Andrés Bello: la pasión por el orden. Santiago de Chile. Editorial Universitaria. 331 p

[5] Memoria chilena, “El pensamiento filosófico de Andrés Bello”. [Documento en línea]. Disponible: http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-94698.html

[6] Beorlegui, Carlos. (2004). El espiritualismo positivista de Andrés Bello (La filosofía de Andrés Bello desde la perspectiva de Juan David García Bacca). San Salvador. Universidad centroamericana. Realidad: Revista de Ciencias Sociales y Humanidades No. 100, Pp 461-502

[7] Mora, D. (Op. Cit.:177).

[8] Sobre el tema de la revolución, ver al respecto: Arendt, H. (2006). Sobre la Revolución. Madrid. (T. P. Bravo). Ediciones de la Revista de Occidente. 343 p.

[9] La última obra que desarrolló Andrés Bello y que legó a la posteridad fue el Código Civil de la República de Chile. Este fue un instrumento concebido para ordena, de una manera diferente la organización y utilización de la propiedad privada. Es decir, allí se estableció un ordenamiento donde se le quitó a la costumbre la “fuerza de ley”, definiéndose, por una parte, a la ley como “una declaración de la voluntad soberana que, manifestada en la forma prescrita por la Constitución, manda, prohíbe, o permite” (XIV, 27), y, por la otra, a la libertad como “imperio de las leyes” (Ibid.).

[10] Kant, I. (1795). Sobre la Paz Perpetua. Madrid (2002). Alianza Editorial. 109 p.

[11] Ver al respecto: Blanco, E. (2019). “Francisco de Miranda: De la Construcción Teórica de una República Liberal a una praxis fallida de 200 Años”. Caracas. Documento en línea. Disponible: https://edgareblancocarrero.blogspot.com/2019/03/francisco-de-miranda-de-la-construccion.html

[12] Ver al respecto: Kant, I. (1797 [2008]). Metafísica de las Costumbres. 4° ed. (T. A. Cortina y J. Cunill). Editorial Tecnos. 374 p

[13] Andrés Bello impulso la creación de congresos permanentes para asegurar la efectividad de la estructura confederada. Ver al respecto: De la Reza, G. (2010). “La asamblea hispanoamericana de 1864–1865, último eslabón de la anfictionía”. México. Estudios de historia Moderna y Contemporánea. Nº.39 y Rojas, M. (2011). “La vigencia y trascendencia de los aportes de Andrés Bello a la identidad e integración Iberoamericana”. Cali. Universidad del Valle. Revista Poligramas 27. Pp 1-37. Documento en línea. Disponible: https://bibliotecadigital.univalle.edu.co/xmlui/handle/10893/2976

[14] Según Morales, Théodore Jouffroy consideraba que los aspectos históricos y jurídicos debían estar contenidos en lo que denominó la Ley Natural. Esta ley natural “la que concebía como el sistema de los principios morales y políticos subyacentes a los estatutos de todos los pueblos. Sólo el sentido común poseería la verdad absoluta, pero este sentido común sería más el fruto de la concurrencia de todas las facultades anímicas y de los conocimientos de distintos pensadores y naciones, que algo directamente accesible a cada individuo. Para Jouffroy, si los hombres entendieran su dependencia de la totalidad de los demás individuos que componen su especie, cesarían de combatirse unos a otros, y formarían una comunidad fraternal, encarnación del sentido común que late ocultamente en todos ellos… En cuanto a la moral, conducía según él a la metafísica, pues, aunque todos los seres vivos poseen su destino especial, que les es dado por su naturaleza, sólo el hombre cuenta con la capacidad de hacerse consciente del suyo” (2004:151). Ver al respecto: Morales, F. (2004). “La teoría de los sentimientos morales de Andrés Bello”. Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, 21 pp 149-168

[15] Ver también: Morales (2004:163).

[16] Ver también: Rojas Osorio, C. (1992). “Tres Aspectos de la Filosofía de Andrés Bello”. Santafé de Bogotá. UNIVERSITAS PHILOSOPHICA. Pp 29-50

[17] Ver al respecto: Stefan Vrsalovic, (2013). “Andrés Bello y José Victorino Lastarria: La Apropiación Latinoamericana del Romanticismo y la Ilustración”. Santiago. Intus-Legere Filosofía, Vol. 7, Nº 1. pp. 27 – 41.

[18] Ver al respecto: Da Silva, J. (2007). “El modo de escribir historia o la importancia de los hechos en el pensamiento histórico de Andrés Bello”. Caracas. Revista Apuntes Filosóficos Nº 31. Pp 45-66

[19] Ibid.