Resumen
En
este ensayo se plantea la necesidad de establecer un anclaje ontológico que
permita establecer un horizonte de comprensión adecuado a los estudios históricos
que pretenden dar fundamento a la doctrina militar venezolana, debido a que las
visiones científicas y parciales derivadas de un anclaje poco firme pueden
generar distorsiones que impidan una mejor comprensión de la historia militar y
por consiguiente de nuestra conducta estratégica y táctica.
Palabras
claves: anclaje ontológico, horizonte de comprensión, método, historia militar
Introducción
A partir del año 2004 se inició un proceso de
revisión de la doctrina militar venezolana que tuvo como objeto la adecuación
de la conducta estratégica militar a las realidades del cambio político que
estaba viviendo el país. A tal fin se estableció como horizonte de comprensión,
siguiendo una expresión gadameriana, la lucha entablada por las comunidades aborígenes
originarias contra el agresor europeo permitiéndose con ello traer al presente
un apreciable cúmulo de saberes que la historiografía militar había sumido en
el olvido. Sin bien este enfoque ha tenido importantes consecuencias
ontológicas en el sentido que ha reconfigurado al Ser-venezolano en tanto que
Ser-para-la-defensa, falta establecer un anclaje ontológico de lo que podríamos
denominar venezolanidad a fin de generar las condiciones de posibilidad para
que una epistemología de la defensa militar sea expresión del
Ser-que-se-defiende en Venezuela en lo que concierne a las ciencias humanas. A
este respecto vamos a analizar el problema de la fundamentación e indicaremos
unas orientaciones a seguir para repensar los fundamentos de una nueva doctrina
militar venezolana que pueda permanecer en el tiempo.
El
problema de la fundamentación
Agamben (2008) ha identificado dos corrientes
de pensamiento en relación con las ciencias humanas: una que apunta al campo
histórico esencialmente exegético y la otra que se orienta al campo de las
ciencias naturales teniendo como foco la biología desde el punto de vista
cognitivo. La principal preocupación de este pensador, en este contexto, es que
los avances tecnológicos estaban provocando un desplazamiento del campo
histórico al campo científico.
Si retomamos el punto cero establecido como
horizonte de comprensión para el desarrollo de una “nueva” doctrina militar desde
los esfuerzos iniciados en el año 2004, nos encontramos con la necesidad de
repensar ontológicamente a los diferentes seres que en cierta forma nos han
legado nuestro sentido de venezolanidad hoy en día, es decir, hay que hacer una
exégesis acerca de la naturaleza de los antagonismos a partir de la puesta en
juego de los principales actores que hicieron presencia en “Tierra Firme” con
la llegada de los europeos teniendo como fundamento la producción de sus modos
para la vida. Dicho de otra manera es tener presente básicamente, en primer
lugar, el antagonismo entre comunidades semi-nómadas (caribes) y comunidades
semi-sedentarias (arawacos) antes de la llegada de los europeos, en segundo
lugar, con la llegada de los españoles, el antagonismo entre dos civilizaciones
semi-nómadas (europeos y caribes) y una civilización semi-sedentaria (arawacos)
y, en tercer lugar, tres civilizaciones semi-sedentarias una vez que los hispanos
se comenzaron a apropiar del territorio y los caribes comenzaron de defenderlo
(Blanco, 2013). En el primer caso, la forma de combate se materializó mediante
flujos de destrucción que Keegan refiriéndose a los yãnomãmi definió como
ataque o incursión y que Deleuze y Guattari (2008:368) han descrito a través de
una metáfora nómada cómo hidráulico, turbulento, atómico y problemático, el
segundo caso fue producto del choque de un flujo nómadico y otro flujo descrito
mediante una metáfora hidráulica que Boyd (1976/2012 y 2007) ha racionalizado a
partir del manejo de información, la incompletitud y de la incertidumbre. El
tercer caso, los flujos de destrucción adquirieron otra naturaleza. Se pasó de
una forma hidráulica a una forma biológica representada por la adopción de
tácticas asimétricas por la imposibilidad de reproducir un efectivo flujo. Ello
significó en cierta forma la aceptación de un statu quo que cambiaría de manera simbólica con el ataque inglés
del año 1742, cuando los antiguos antagonistas hicieron frente a la agresión
inglesa. En este proceso de evolución de las formas de combate a partir de la
idea de los flujos de destrucción podemos señalar dos momentos de
identificación, es decir, cuando los aborígenes se enfrentaron al español y
cuando los pobladores de Tierra Firme
hicieron frente a la amenaza inglesa debido a que generó una nueva forma de
identificación, es decir, conformó un “nosotros” que incluyó diversas culturas
que estaban en proceso de integración.
En relación con la forma biológica de
reproducir flujos, Arquilla y Ronfeldt (2000) la han identificado bajo el
concepto de enjambre y Robben, yendo más allá, a partir del estudio de las
formas de combate de los pueblos que originariamente ocuparon Irak planteó la
discusión ética sobre el uso de la arqueología para generar contramedidas
frente a formas de combate asimétricas. La reproducción de la naturaleza en
operaciones militares, además de las prácticas de los pueblos originarios fue
usada por los submarinistas alemanes durante la Segunda Guerra Mundial,
mediante lo que se conoció como rudeltaktik. En operaciones militares
terrestres, los franceses racionalizaron este modo de combate en Argelia,
siendo perfeccionada posteriormente por los estadounidenses. Autores como Negri
(2007) han tratado de usar la arqueología como medio para establecer una
genealogía de las formas de resistencia a partir de una realidad material determinada
por la reproducción de los medios para la vida y de cómo hacer de estos medios,
armas, en un contexto determinado y junto con Michael Hardt han propuesto hacer
la guerra contra el Estado mediante la instrumentación de esta forma de combate
(Blanco, 2013b).
La racionalización de la naturaleza para proponer
una forma de combate determinada evidencia, en este contexto, un carácter
científico que expresa la necesidad de establecer marcos referenciales para
mantener un grado de disciplina y/o control social que permita pronosticar en condiciones
favorables un resultado esperado. Ello se evidencia en que a pesar de los
estudios realizados entre los años 2004 y 2005 (CGA, 2006), lo que se ha
conocido como “Nueva Doctrina Militar venezolana” derivó en una doctrina de
defensa popular basada en el modelo cubano para defender, más allá de una
comunidad política como una totalidad, a un régimen político bajo la
justificación de una orientación ideológica. Esta forma de racionalización se
está conociendo hoy en día como biopoder, es decir, una estructura de poder que
regula la vida social mediante su seguimiento, interpretación, absorción y
rearticulación, usando al respecto la fuerza como mecanismo de regulación (Blanco,
2012).
Esta discrepancia de métodos frente a un mismo
anclaje ontológico, en este caso basado uno en la arqueología y otro en la
ideología, representa un importante reto para reflexionar en todo lo
concerniente al rescate de la historia militar venezolana planteando la
necesidad de revisar la revisión y construcción realizada hasta el presente
debido, en primer lugar, a que la forma de encarar la historia ha mantenido una
linealidad que no necesariamente indica la acumulación por capas de saberes
ancestrales dentro de un contexto de mestizaje cuyo punto referencial lo
representó la unión de todos los habitantes de Tierra Firme para hacer frente, por una parte, al español y, por la
otra, al ataque inglés del año 1743 y, en segundo lugar, si se considera el
horizonte de comprensión nos encontramos frente a tres contextos
civilizacionales que expresaron cada una, una forma de combate determinada, es
decir: dos basados en una relación social a-estatal centrada en un contexto de
abundancia y otra estatal enfocada en relaciones de poder dentro de un contexto
de desarrollo de las fuerzas productivas que tuvo como punto cero la
apropiación del espacio. En el presente, el anclaje ontológico está
representado en el Congreso de Angostura que dio origen a la República de
Colombia “la grande” y se ha hecho para justificar un nuevo orden basado en la
ideología en que nos encontramos en un nuevo proceso independentista en un
contexto signado en la apropiación de las fuerzas productivas del presente.
En estas formas de combate se evidencian una
actitud defensiva encarnada en la resistencia y una actitud agresiva expresada
en la apropiación, dos aspectos que expresan la fragmentación social impuesta
desde el punto de vista ideológico y en vista que, autores como Keegan han
usado la experiencia yãnomãmi para entender cómo hacer la guerra en sus
orígenes, es conveniente traer a colación el hecho que Lizot ha indicado que
los símbolos del ideal guerrero de los pueblos aborigen, al menos en lo que
concierne a un gentilicio que todavía mantiene sus raíces ancestrales y que aún
es visible en los yãnomãmi eran el coatí (o zorro guache) y la pereza. El
primero porque se defiende astuta y valientemente y el segundo por su capacidad
de soportar dolor (2004:458). Así pues, ¿hasta qué punto un mito o una
significación dada a partir de cómo se expresa la naturaleza puede ayudarnos a
explicar un modo de vida y de combate? A partir de este interrogante surgen
otros como ¿qué hemos heredado en términos de conducta para el combate o frente
a una agresión en todo este proceso de mestizaje a lo largo de la historia? y
¿cómo se podría traducir hoy en día ser como un coatí y una pereza al mismo
tiempo?
Para tener los fundamentos para
responder a estas interrogantes se hace necesario reflexionar sobre la
imposición ideológica del cual hemos hecho mención. La imposición ideológica
producida desde el año 2004 se ha fundamentado en el hecho que hasta esa fecha
el anclaje ontológico para la comprensión de la venezolanidad ha sido el
proceso independentista, en especial, el iniciado por el Libertador Simón
Bolívar. Usando ese fundamento, la clase dirigente actual ha realizado un
enorme esfuerzo de recodificación de la sociedad venezolana partiendo del
establecimiento de un concepto que ha tratado de unir bolivarianismo,
zamoranismo y marxismo bajo una nueva imagen del mundo centrada en la figura
del fallecido presidente Chávez. Sin embargo, si tenemos presente que el
proceso independentista se inició como una guerra civil y que esta guerra civil
se reinició a partir del año 1835 y se ha mantenido, en cierta forma, hasta el
presente, podemos concluir que este proceso de recodificación está condenado al
fracaso porque no partió de un momento de unión de la sociedad como un todo,
sino de un proceso de división que en el año 1811 se expresó en el desacuerdo y
después del año 1817 en la imposición de un criterio no aprehendido
razonablemente por la sociedad como un todo.
Como se puede observar un horizonte de
comprensión determinado por el énfasis en un solo tipo de antagonismo, entendido
de manera ideológica, podemos afirmar que este representa el establecimiento de
un anclaje ontológico que aún no ha hecho cabeza en el fondo por no haberse
fijado en un fundamento sólido, es decir, es un ancla que garrea, que se mueve,
y hace que la estructura de adquisición de conocimiento se mueva por efecto de
todas las corrientes (modas) epistemológicas que oscurecen el qué, en tanto que
pregunta que de fundamento a un nuevo modo de Ser-para-la-defensa. Este aspecto
es pertinente tenerlo en cuenta sobre todo si tenemos presente el papel que
está cobrando la arqueología en el reconocimiento de formas de combate del
pasado que aún se mantienen presentes tanto desde el punto de vista cognitivo
como genealógico.
Este garreo obedece también a que, desde el
punto de vista epistémico se ha estado omitiendo históricamente estos
solapamientos de saberes y se ha estado adoptando, de forma deliberada, una
visión del mundo que no necesariamente se corresponde a nuestra realidad. Aquí
radica nuestra coincidencia con la visión de Agamben. La omisión de los
solapamientos de saberes que han ocultado la simbología que representa el coatí
y la pereza, no necesariamente significa que tengamos una herencia yãnomãmi,
pero podría ayudar a entender cómo la sociedad venezolana como un todo ha sido
capaz de resistir históricamente la imposición política en sus diferentes
manifestaciones.
Desde el punto de vista genealógico, este
garreo se pudiera estar presentando por el hecho que sólo se está considerando
un particular antagonismo y su contexto productivo para la vida y para la
defensa que ha estado ocultando la posibilidad de comprender nuestra realidad a
partir de la consideración de todos los antagonismos del pasado y los que
realmente se están presentando en el presente más allá de la imposición de
cualquier tipo de ideología que nos recuerda que, según Clastres, las luchas de
las sociedades prehispánicas desde Venezuela hasta el norte de Argentina antes
de la llegada de portugueses y españoles fue la lucha contra cualquier forma de
dominación que en sentido moderno ha sido materializada en el Estado. En este
contexto, Venezuela siguió un largo y penoso camino a la democratización que se
interrumpió desde el momento que la clase dirigente nacional trató de imponer
un orden que había sido rechazado en un referendo constitucional.
Orientaciones
onto-epistémicas.
El golpe de timón que deben seguir, entre
otros, los estudios de historia militar en Venezuela, desde el punto de vista
metodológico, deben conducir a un rumbo que permita establecer un anclaje
ontológico firmemente establecido que permita hacer hablar, en el sentido que
hoy día le damos a la seguridad de la nación, a las piezas que los arqueólogos
han rescatado de nuestro pasado, es decir, hay que considerar la arqueología en
sus diferentes campos (militar y naval) porque indiferentemente del lente
teórico que sea usado para acceder a la verdad histórica, éste seguramente
abrirá el camino para establecer una genealogía de las formas de combate que
permita alcanzar, a su vez, un horizonte que cree las condiciones de
posibilidad para realizar las rectificaciones de rigor frente a los retos por
venir en términos de comportamiento y de conducta táctica y estratégica.
De igual forma este anclaje debe partir
ontológicamente de un punto de unión y no de separación. La independencia, en
este contexto, es un punto de separación que sólo tiene validez cuando una
comunidad, en tanto que totalidad, ha adquirido la conciencia de que ha dejado
de ser dependiente y es capaz de generar las condiciones de posibilidad de
perseverar en su propia existencia.
Por último, volviendo al coatí y la
pereza es conveniente recordar que desde el punto de vista de la cultura
europea el primero como zorro ha sido siempre asociado a la astucia y la
valentía y el segundo ha tenido siempre una connotación negativa. Ahora, si
consideramos lo que el coatí significaba para los yãnomãmi algo similar a los
europeos y la pereza no, habría que reflexionar lo que una pereza significaba
para esta civilización aborigen. Al respecto Lizot nos han indicado que la
pereza es denominada por los yãnomãmi con la voz “Ihama”. Para ellos, Ihama
simboliza valentía y estoicismo. En los tiempos originarios los yãnomãmi se
convirtieron en perezas por lo que para ellos es ofensivo tratar a alguien de
perezoso porque la Ihama es una especie de espíritu (hakure) que expresa
inmortalidad (2007:123). Ello explica la coincidencia existente en las
consecuencias en el significado de la palabra y no sus causas. Con esta
explicación podemos afirmar que con esta manera de entender el mundo, los
venezolanos no hemos sido astutos, valientes y perezosos, al contrario, los
venezolanos hemos sido astutos, valientes y estoicos para superar todas las
adversidades que se han presentado a partir de los momentos de desunión que
hemos tenido. Esa debería ser la nueva manera de entender la historia militar y
la historia venezolana. Con ello la gesta guaicaipuriana, mirandoniana,
bolivariana, brioniana, sucreana, parediana, delgadochalbouiana y de todos los
venezolanos anónimos que han luchado contra la injusticia tendrían un nuevo
sentido .
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