Por el Dr. Jairo
Bracho Palma
Generalidades
Los señalamientos con
arrestos infantiles sobre “los imperios y su malvada naturaleza”;
la costumbre de descansar responsabilidades propias sobre conspiraciones internacionales
de tinte esotérico; y nuestra sobre elaborada técnica para organizar culpas
y señalar causas exógenas, y así justificar fracasos y esconder botines; resultan deleznables.
Por otro lado, las
caracterizaciones triunfalistas, las amenazas huecas apoyadas por actores internacionales
ávidos de recursos y más de todo; los ofrecimientos engañosos, y la
indiferencia por la suerte de aquellos que creyeron en agoreros vaticinios de desenlaces épicos sobre la
salida del gobierno, no son menos despreciables.
La intrahistoria y las
condiciones de contorno del período 1901-1909, y las actuales son similares. Los
hechos que a continuación expondremos igual sucedieron con algunas adaptaciones en 2013, 1991, 1958,
1945, 1908, 1899, 1892, 1870, 1859, 1830, etc., y cualquier otro momento en que
un nuevo grupo, facción, partido o banda criminal, con voluntad de poder, y
algo de sesos, se propusiera dirigir el gobierno.
Hemos encontrado no menos de
sesenta condiciones de contorno y caracterizaciones intrahistóricas que se
repiten con algunos nuevos elementos contingentes en nuestro muy particular
caso.
A menudo, los analistas hablan
de movimientos sociales, de la decadencia partidista, de las reiteradas crisis
de la economía especulativa, entre otras. No son erradas tales apreciaciones
post eventos, pero, existen otras consideraciones que traspasan las especulaciones
cartesianas de causa y efecto.
En el caso venezolano ¿Cómo
es posible que en pleno siglo XXI suframos los efectos casi copiados al calco de
los acaecidos siglos atrás?
La tesis más simple suele
ser acertada: algunos grupos bien organizados han estudiado con un demoníaco
método de análisis y prospección de escenarios, no tanto la cronología de
hechos, sino la esencia intrahistórica e intratemporal de la sociedad
venezolana, y lo han cruzado con posibles resultados, tomando en
consideración el predecible comportamiento
de las potencias dominantes, de sus compañías globales y de sus pensadores
dentro de la denominada ética protestante.
En el grave conflicto que
sufre la sociedad venezolana que asiste como corifeo del enfrentamiento sobre
dos maneras de ver el país, así las vestales de siempre se rasguen vestiduras y
griten anatema, el gobierno ha resultado vencedor, no sólo internamente, sino
que ha dejado en ridículo los vaticinios y amenazas de los actores
internacionales. Veamos por qué.
La muy bien organizada
arremetida de la izquierda por reocupar espacios en Europa y en América ha tenido
éxito. Extrañamente, Venezuela que en general asiste con treinta o cuarenta
años de retraso a las nuevas tendencias, por vez primera va a la vanguardia,
mérito nada honroso ni original, que tiene un peligro evidente porque forma
parte de un ensayo de laboratorio, y como experimento, podría explotar en las
manos. Una forma más de sociedad dependiente. Esto puede terminar siendo un tremendo
fiasco y un verdadero desastre.
La intrahistoria y el
intratiempo venezolano han sido cíclicos. Los períodos de paz y prosperidad,
sólo interregnos afortunados. Las condiciones de contorno mantienen su esencia.
Algunas
Consideraciones Históricas
Quitémosles hierro al asunto
e imaginemos con fundamentos históricos:
Marzo de 1902. Horas de la
mañana. El gobierno se encuentra en plena lucha contra la “Revolución
Libertadora”. Ha abierto operaciones militares sobre los estados occidentales.
La revolución domina buena parte de aquellas regiones. Caudillos, políticos de
oficio, y los entremetidos habituales: compañías globales y sus gobiernos,
secundan el empeño de Manuel Antonio Matos por sacar a Cipriano Castro del
poder.
El tema de la pugna política
en Venezuela, origen de tanta muerte y tanta miseria, tiene un estigma personal
evidente. Los apodos y frases despectivas entre enemigos políticos siguen
resultando anecdóticos, y se suelen usar los mismos adjetivos que al parecer,
el tiempo no desgasta. Manuel Antonio Matos, de modales afectados, dueño de
banco, mimado de la sociedad caraqueña, conversación exótica, escrupuloso
seguidor de la moda europea, sus guantes negros, su parasol; consideraba a Cipriano
Castro como un “zambo”, un “simio” o cualquier otra calificación en la escala
de los primates. Por su parte, Castro, capachero rústico, influido por la prosa
de Vargas Vila, con arranques de oratoria afortunada en algunos casos; ojos
vivaces, baja estatura, hirsuto, prognato, inquieto, déspota y voluble; de una
energía maravillosa como incontenible su libido, se refería a Matos como “payaso”, “alacrán”, y “bobo”.
En cualquier caso, ni unos
eran “macacos”, ni los otros eran “bobos”; eran venezolanos con un empeño
volitivo para alcanzar el poder, y con él, la
capacidad de distribuir las rentas públicas, recompensar a los conmilitones
con cargos y monopolios, grados y jefaturas. Una recoleta cofradía sería la recompensada.
Volvamos a occidente en 1902.
El crucero “Restaurador” y el cazatorpedero “Miranda”, buques de la Armada
venezolana, se encuentran al ancla frente a las playas llanas y fangosas de
Tucacas, un pueblo que prospera al ritmo del ferrocarril alemán que le comunica
con las poblaciones del Hacha, Yumare, Barquisimeto, entre otras.
Los buques traen tropas de
desembarco. En la playa, alejada de la población unos cinco kilómetros, les
esperan, atrincherados, para darles una
bienvenida nada cordial, las partidas del general de división Segundo José
Riera, caudillo coreano, heredero de las huestes de su padre, el general José
Gregorio Riera. Cumplía ese mes de marzo, diez años desde que había comenzado
sus correrías al lado de la Revolución Legalista. Pugnaz y levantisco a la
menor inconformidad, formaba parte de la Venezuela fragmentada en intereses
personalísimos, por esta vez, al servicio de Manuel Antonio Matos.
A bordo del “Restaurador”
todo es un caos: el primer contramaestre Mateo Coffil arrastra su pesada
humanidad hacia los escobenes de proa donde hay un ancla en pendura y un
anclote que garrea, le siguen los marineros de primera Jesús Rojas y Cándido
Quiróz para bracear el calabrote, trincar con boza, y así ayudar a la chigra que recoge el ancla. Mientras eso
sucede, el primer ingeniero Federico Wyke obedece las órdenes que desde el
puente le envía por telégrafo el teniente de navío Román Delgado, para ir
avante, el anclote ha quedado completamente suelto, ahora las órdenes cambian,
las máquinas hacia atrás, más carbón, más presión, cuidado con el aceite. El
“Restaurador” se ha alejado y está a buena distancia de la orilla. El anclote
queda en pendura, el calabrote adujado. Ahora Coffil ordena con señales de pito
largar el ancla de dos uñas.
Mientras tanto en la cubierta,
a los soldados del batallón “Miranda” sentados en tropel, les han repartido el
magro desayuno que recogen en sus estropeadas escudillas: un trozo de papelón,
arepa, algo de caraota y guarapo de café amargo, es más de lo que pueden
esperar en sus hogares. Castro ha importado grandes cantidades de alimentos,
porque los conucos y los latifundios están escasos de ganado y siembras, y lo
controlan sus enemigos.
Castro importa alimentos y
armas mientras saliva pestes contra los gobiernos que le sirven de proveedores.
Comen de prisa, pronto
desembarcarán. Algunos se ocupan en remendar las alpargatas, sin ellas les toca
hacer a pie el camino hacia Yumare, y quedarán abandonados en el camino con
dolorosas heridas en carne viva por causa de las albinas. Otros cuentan las
municiones de un fusil de mayor altura que sus dueños morenos y canijos. Los
vestidos curtidos y empapados, porque han viajado desde Puerto Cabello al
descubierto. El pantalón pardo a medio tobillo, la camisa curtida en jirones,
el sombrero de cogollo, la cobija de pellón al hombro.
La sonrisa en los labios, el
chiste desenfadado, el golpe de cocuy de penca, tal vez de ron “La Ceiba”, la alegría ante tanta pena y tanto absurdo.
El escapulario para que le salve del mal trance, adminículo que le sirve de fe,
de un futuro mejor que se le escurre en cada ocasión. Le esperan cinco o seis
tripones en sus ranchos de bahareque, caña amarga, piso de tierra y fogón. No
saben si volverán a verles. Raza sufrida, anónima, pero que nunca pierde la esperanza
a pesar de la desesperación que la alimenta. Protagonista de nuestra momificada
fiereza sobrevenida en epopeya de guerras internas, pugnas políticas y reparto de botín.
No podemos imaginarnos estos
desembarcos en una Venezuela acostumbrada a hacer las cosas lo más difíciles
posible, como un épico salto a tierra de fornidos soldados con fusil en mano,
roncos de euforia. Aquello era un trabajoso traslado en botes de caperoles
afinados. Tropel, caídas, bajos inesperados, el equipo y los fusiles empapados, las maldiciones de costumbre, el
pesado avance a la orilla sobre un fondo pantanoso donde se encastran las
alpargatas y se dejan las suelas.
Al llegar a la orilla, el
soldado sin tiempo para recontar qué demonios perdió en el tropel, se ve en la
vital necesidad de cubrirse de los tiros
que le hacen desde los parapetos para no terminar boca arriba pudriéndose en la
playa. Les esperan los hombres de Riera y de Amabile Solaigne Araujo, un
sesentón y rico hacendado larense, “mochista” de uña en el rabo.
Y a pesar de esperanzas, de
la fe, y de los arranques heroicos,
muchos soldados quedarían abandonados en la playa, descomponiéndose al
sol.
Mientras tanto, en oriente, desde su
cuartel general en Zaraza, la revolución cuenta con una eficiente campaña publitaria.
Emite boletines de guerra con exageradas noticias. Se llama a si mismo “Gobierno Provisional”, subestima hasta al
ridículo a su oponente, aumenta los contactos con las delegaciones extranjeras,
ofrecen lo que no controlan.
En un golpe de suerte, la revolución
logra conquistar Ciudad Bolívar (16 de mayo de 1902), noticia que explotan con
mucho ruido.
Ramón Cecilio Farreras, un oficial
transfuga, publicitado como héroe al rebelarse contra el gobernador de Ciudad
Bolívar, hizo un inútil sacrificio personal. Su esposa tendría que pasar siete
años visitándolo en la cárcel de la Rotunda, y luego, sufrir su confinamiento
en el Táchira por orden de Juan Vicente Gómez una vez en el poder, sin que los
beneficiarios de aquella osadía, como
Matos o Nicolás Rolando, ahora amigos premiados del nuevo mandatario
(1909), hicieran algo por ayudarle.
La toma de Ciudad Bolívar exacerbó la
ambición de algunos miembros de la oposición, como Horacio Ducharne, caudillo
por antonomasia en oriente. Éste ofrecía al gobernador defenestrado, el general
Julio Sarría, un oficial de los tiempos de la Federación, manco, caracortada y
de muy malas pulgas, la posibilidad de permitirle volver a su puesto, si se
pasaba a la revolución, pero con la condición de que la aduana de la ciudad
estaría regida por un hombre de la confianza de Ducharne. Sobran las
explicaciones.
Mientras eso sucedía,
nuestro territorio era visitado por los entremetidos habituales. En agosto de 1902, el mar venezolano era la
prueba del verdadero significado de uno de los más peligrosos eufemismos
utilizados en política internacional: la diplomacia naval. El “Suchet” de
Francia; los cruceros alemanes “Gazzehi” y “Falke”; los italianos “Calabri” y
“Girand Bueno”; el “Konigen” holandés; el “Alert” de Gran Bretaña, y los
norteamericanos “Cincinati” y “Topeka”[1]. Buques
de las naciones con intereses comerciales por muy mínimos que fueran, empeñados
en demostrar un intangible e indigerible
activo, como es el “prestigio”, de mayor valía en el caso alemán.
Navegan entre Güiria y las costas de Coro. Saben del gran movimiento rebelde
hacia el centro. Están a la espera de las órdenes de sus respectivos gobiernos
para atacar a un país pobre y enfermo.
En el
útimo conflicto importante que habría de sufrir nuestro país, encontraremos a lo largo y ancho de las
costas venezolanas, a buques de guerra de Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia
y en mayoría abrumadora, los despachados por el buscarruidos de Berlín, algunos
con la excusa de proteger vidas y bienes de sus ciudadanos, otros, en apoyo
abierto a los rebeldes.
Hay grandes intereses en
juego. El cable francés, el trust del
asfalto, el ferrocarril inglés y el alemán, los 200 millones de marco oro
invertidos en Venezuela por el gobierno alemán.
Esto nos colocaría como
víctimas desprotegidas. Pero no es así.
Las
potencias marítimas tenían los ojos puestos sobre el sistema fluvial del
Orinoco, su cuenca y la región donde prodiga sus aguas. Algunos estudios
hablaban de sus inmensas potencialidades. Los estadounidenses, no iban a la saga
de sus parientes anglosajones, pues su interés más allá de declarativas
políticas sobre dominio regional, los recursos minerales, especialmente el
hierro, ocupaban su atención. El oro y
la posibilidad de comunicación con el rio Amazonas entraba en sus
consideraciones geopolíticas y comerciales.
El 1895,
el Departamento de Estado presionó en una tónica amenazante y bajo la bandera
monrroista, su decisión de impedir al Reino Unido apoderarse del río Orinoco.
Un programa naval de construcción de buques de guerra para navegación fluvial
con suficiente poder de fuego (Newport, 1890), respondieron a estos objetivos.
La visita del “ USS Wilmington” a
Ciudad Bolívar (24 de junio de 1899) fue más que un ejercicio de diplomacia
naval, pues sirvió como mensaje sobre la protección de los intereses de la “Orinoco
Iron Company” encargada de explotar
el mineral de hierro en el caño Imataca (delta del Orinoco) en una concesión de
20.000 millas cuadradas, y con un pleito
pendiente con industriales ingleses; verificar las posibilidades para crear el
eje Orinoco – Amazonas, estudiar nuevas explotaciones de hierro y oro, y
consolidar aquellos espacios desde lo político estratégico.
Todo
este asunto de la Guayana Esequiba tiene en nosotros los venezolanos, o
especificando responsabilidades, en nuestros dirigentes, una culpa de
naturaleza criminal.
La
idea persistente de un país que durante todo el siglo XIX, estuvo resignado a
unos modestos ingresos producidos por las exportaciones de café y cacao, causa
principal de atraso, es una mentira repetida mil veces, una pálida excusa.
Venezuela nunca fue pobre.
Entre
1880 y 1890, el nombre del Callao era famoso en todo el mundo, de hecho fueron
las minas más productivas. Con un promedio de seis a ocho onzas por tonelada de
cuarzo, superaba cinco veces a los mejores yacimientos surafricanos. La moneda
de oro “El Callao” tuvo un valor de 100
francos. La leyenda hablaba de un filón que sudaba oro.
El
gobierno venezolano otorgó en concesión unas 12.354 hectáreas a empresas de
origen francés, inglés, alemán y norteamericano. La más grande y de mayor
productividad, denominada con el mismo nombre de la región, tenía 2.253
hectáreas. Poseía fragua, molino y 60 pilones. La enorme devastación forestal
para estos empeños no se ha cuantificado.
La
empresa “El Callao” parecía ser de origen venezolano, pero realmente en ellas
estaban representadas importantes trasnacionales: “Baring Brothers” (inglesa); “Rostschild”
(francesa) y la casa “Spring”
(Alemana). Entre 1881 y 1890 la compañía
“El Callao” trituró 540.473 toneladas de cuarzo que produjeron 1.320.929,029
onzas troy en lingotes de oro, unos 127.050.0084 millones bolívares. La
devastación ecológica aún no se ha cuantificado.
El
total de producción de las minas venezolanas entre 1866 y 1890 fue de
209.224.598 millones de bolívares, una cifra astronómica para la época. El
ingreso promedio anual de rentas en Venezuela entre 1850 y 1890 era de Bs.
30.000.000. Aquellos beneficios habrían
remediado buena parte de los graves males del país. Ni una industria, una
calle, ni un hospital, carretera o escuela.
De
la riqueza mineral del siglo XIX, casi nada ingresó al fisco, la inmensa
mayoría salió por barco al exterior, y una pequeña parte fue al saco roto del
prevaricato. Hubo un espejismo breve de prosperidad por la importación de
artículos de lujo, vinos caros, viajes, mansiones en el exterior, y casas
señoriales en Caracas.
En
consecuencia, podemos entender por qué la agresión inglesa, la intervención
norteamericana, las legaciones diplomáticas en Ciudad Bolívar, los grandes
monopolios de transportes marítimos, el movimiento comercial sin desarrollo
real de aquellas regiones, y las intervenciones militares. Todos estos sucesos tienen
en nosotros, a los grandes culpables. Podemos entender por qué las
condiciones de contorno de 1900 no han cambiado.
Nosotros
invocamos a los demonios. Les llamamos y entregamos las riquezas por un
mendrugo. Una vez que el oro se agotó, permanecieron.
Las
expropiaciones invocadas por lenguaraces de jeta descuadrada causan temor. La
nacionalización del lago de asfalto de Guanoco se justificaba pues la concesión
de un bien que era utilizado para asfaltar calles y en otras aplicaciones de la
vida diaria, de allí su importancia, abarcaba casi un estado. Una concesión que
poco dejaba a la nación. Pero por otro lado, no es menos cierto que en las
nacionalizaciones, los furibundos nacionalistas se quedan con parte del
traspaso.
Las precipitaciones en
reconocer revoluciones y futuros gobiernos a los que aún le falta nada menos
que vencer, sobre todo en Venezuela, conducen a resultados funestos. La “Orinoco Steamship Company” era una empresa de capital norteamericano y
británico, que vino a sustituir a la “Orinoco
Shipping and Trading Company”. Ésta tuvo el monopolio de la navegación en
el río Orinoco, Pedernales y caño Macareo, privilegio que le fue revocado en
1900, y allí comenzaron los rencores nada disimulados. La conformación
accionaria de la primera compañía poco varió con el cambio de nombre y de
domicilio fiscal. Como no podía ser de otra manera, la directiva de la Steamship, haciendo cálculos
sobrestimados, se unió a los capitales extranjeros que
apoyaban a los revolucionarios. Pero fueron más allá, y reconocieron la
autoridad del coronel Farreras para enviar fiscales a sus vapores, lo que
tácitamente significaba reconocer el gobierno revolucionario en Ciudad Bolívar.
Como si no fuera suficiente, en los prolegómenos de la batalla en aquella
ciudad, suspendió el tráfico de sus buques.
Terminada la guerra, las
represalias no se hicieron esperar. El 18 de abril de 1904, Manuel Corao
firmaba un contrato con el gobierno para crear una empresa de navegación
fluvial con el mismo alcance de la Steamship,
que a su vez enfrentaba una demanda
introducida en los Tribunales por la Procuraduría General de la República. El
22 de abril se creaba la compañía “Vapores del Orinoco”. Los buques para el
servicio serían los pertenecientes a la empresa norteamericana mayoría
societaria inglesa. El 2 de enero de 1905, Manuel Corao traspasó sus derechos a
la compañía “Vapores del Orinoco”. Castro pasó a ser accionista principal a
través de testaferros. Los más cercanos colaboradores del gobierno recibieron
un paquete de acciones.
Y aquí encontramos otra
constante en nuestra intrahistoria: se predica el nacionalismo y las
nacionalizaciones, y por otro lado, el control de las compañías pasan a manos
de sus expropiadores. Nacionalismo y mercantilismo parasitario, fórmula penosa.
Para apoyar la amenaza de
los cañones, los gobiernos extranjeros utilizaban la guerra de información, que
salía desde Francia, Alemania y los Estados Unidos principalmente. El caso del
“Mirror” de Nueva York hace imposible
que no se nos escape una sonrisa si colocamos una noticia actual al lado de la
publicada en aquellas fechas: una copia en el texto y en el espíritu del
mensaje.
Las condiciones de contorno de la goblalización no
son problemas fenoménicos de reciente
data. La circulación desacotada de
información, bienes y servicios había tomado fuerza a partir de 1880 aproximadamente;
temas asociados como la liberación femenina, la explotación irracional de
recursos naturales, y la posible decadencia de la mayoria de los idiomas ante
el avance inexorable del inglés y del chino eran tratados en diferentes
artículos de opinión en los años 90 del siglo XIX. Algunas publicaciones
períodicas del país se hacían eco de tales novedades. Periódicos como el “New
York Herald”, “New York Time” llegaban a los comercios caraqueños.
A aquello
se le suma la inmigración, que a finales del sigo XIX y principios del XX, iba
en sentido inverso. El problema de lo que se conoce como “hombres superfluos”, vale decir, aquellos marginados en los
confines urbanos, con irregulares ingresos y pobres oportunidades laborales
llegó a niveles precupantes en las metrópolis. Por otro lado, el “dinero superfluo”, aquel que sólo podía
ser utilizado para fines especulativos por el reiterado superavit, encontró,
junto al hombre superfluo, una salida más o menos viable mediante la
inmigración y la movilización de capitales hacia zonas de escaso desarrollo.
En 1895,
187.908 inmigrantes partieron desde Italia; 183.175 desde Gran Bretaña; 37.458
alemanes; 36.725 rusos; 60.520 desde el imperio austro - húngaro; 44.419
portugueses; 36.226 españoles; 12.708 suecos, entre otros.
Los
destinos preferidos: África, América del Norte y América del Sur.
El tema de las modas y los
imperios está atado en una imperceptible multiplicidad de capas
transtemporales. El inter-relacionamiento entre aquello que no sabemos que
creemos y la manera cómo estas creencias, de una futilidad asombrosa en graves
casos, dictan la manera cómo nos relacionamos con la otredad; subjetivismo a la
que no escapan los políticos.
La moda informativa cobra
pertinencia en el bloqueo de 1902-1903 por aquello de la percepción colectiva
sobre Venezuela. El prolijo tiraje sobre la revolución Libertadora portaba un
“no dicho” subjetivado.
“La Revolución Nacional
Libertadora”, por su naturaleza dual (interna y foránea), fue una guerra que
gozó de una amplia cobertura periodística internacional. Reportajes gráficos,
relatos de toda índole y tendencias pueden encontrarse en la prensa de aquellos
años.
Willis Mallory, comandante
inglés del “Bang Righ”, se había convertido en toda una celebridad a su regreso
a Londres. Marino de profesión, parecía dotado de una extensa cultura.
Literalmente dejó tirado el mando de su barco en puerto Colombia apenas supo
que Cipriano Castro ofrecía Bs. 50.000 por su captura. Sus aventuras descritas
en “The Cruise of the Bang Righ or How I
Became a Pirate” encajaban de maravilla con una moda literaria, popular en
las grandes capitales, como eran las novelas de aventuras en remotos lugares
exóticos, en el que el impertérrito protagonista de delineadas facciones
caucásicas, vestido de impecable lino blanco, con un remington de repetición al tercio, daba cuenta de los malvados
salvajes que se oponían a su heroico destino; dotado con un talante moral a
prueba de fugaces miradas mórbidas a los erguidos senos de las aborígenes en
taparrabos, colmaba sus afanes con un rincón de paraíso terrenal arrancado a
fuego y sangre a sus legítimos propietarios.
En un mundo gobernado por
los imperialismos y sus aprendices codiciosos e insaciables, la geografía
colonial servía de parque temático para sus ciudadanos apremiados por
experiencias tropicales, y Willis Mallory no fue la excepción. Obsesionado con
el baño diario y los olores corporales de nuestros hombres de vivaques, se nos
presenta reiterativo en señalamientos xenófobos y honrillas culturales. Mallory sólo nos muestra la
esencia de cómo éramos vistos por una parte de aquellas sociedades, dirigentes
políticos incluidos.
Los calificativos deben
tomarse con la debida gravedad cuando provienen de medios oficiales. Si
retomamos el escatológico asunto de las hedentinas y los humores sebáceos como
abismo superlativo en las peripecias de Mallory y sus apreciaciones, observamos
que algunos funcionarios de la Cancillería inglesa tenían idénticas
prevenciones como por ejemplo, sobre nuestros buques de guerra sin haber puesto
un pie en ellos:
Barquichuelos que olían a orín, bananas, sancocho y
olor de mestizos.
No podíamos esperar mayor
cosa si el Rey de aquella nación guardaba una opinión que parecía haber sido
calcada de una ayuda memoria cuando se trataba del tema de Venezuela:
Los ministro americanos eran unos salvajes y
ninguna cantidad de persuasión por parte del Foreing Office podía convencer al
monarca de que su inclusión en una fiesta era un aburrimiento digno de
soportar.
El
imperio alemán, hoy abanderado del lenguaje anfibiológico sobre cómo y de qué
manera deben vivir los países en desarrollo, se nos presenta en la revolución
Libertadora como el increíble extremo a que llegaron las trasnacionales a
través de sus gobiernos para apoyar los intereses que dictaba la codicia. La
moderna tendencia política disfrazada en sesudos estudios para relativizar
asertos que recuerden pasados ominosos resultan insuficientes.
Las
condiciones de contornos siguen vigente: monopolio de materias primas, y control
de sus proveedores. Escases y crisis
creadas artificialmente.
Pero a
pesar del triunfalismo, del apoyo económico internacional, los intereses
financieros empeñados, la ayuda de grandes buques de guerra, la buena prensa a
la causa libertadora, Castro venció. Ningún pronóstico de los medios de
comunicación, de las cancillerías, ni de los estados mayores se acercaron en
sus asertos.
Tres de noviembre de 1903.
Veinticinco focos de luz de arco mantienen despierta la plaza Bolívar.
Farolillos multicolores de fabricación china cuelgan de los gigantescos cedros
entre la abigarrada concurrencia de aquel sábado. A ratos, la banda marcial
interrumpe la algazara de optimismo festivo.
Castro ha invitado a la
representación de las fuerzas vivas del país a la Casa Amarilla. Desea hacer
las paces con los directores del banco
de Venezuela y del banco de Caracas. La guerra había terminado.
La
naturaleza de la ciudad venezolana no ha cambiado: una economía de puerto. Una
imnumerable cantidad de tiendas ultramarinas se disputaban las ventas de toda
suerte de mercancías en Caracas: “La Mejor”,”La Competitiva”, “La Económica”,
“La Hispana”, “H.L. Boulton”, “C. Montemayor”, “Martínez Hermanos”, “C.J.L.
Gorrondona”, “Hermanos Santana” entre otras. De “Trasposo a Colón” encontrabas
una exposición permanente de trenes portátiles de la empresa alemana “Orestein Koppel” que ofrecía estos adelantos para las haciendas de
cacao, café y caña; hacían seis años que había cambiado el modelo de negocios
orientado a las minas de oro, porque la
“bulla” del “Callao” se había perdido por el manejo atolondrado de los filones,
que provocó el derrumbamiento de las galerías, desaprovechando la mejor parte
de una riqueza que fue tratada con espíritu de saqueo.
Caracas
asistía a la modernidad despreciando su pasado inmediato. Una propaganda de
ventas de puertas hacía ver a las antiguas, muy altas y pesadas entradas de las
casas coloniales, como vejestorios de remembraza castellana, con sus cuarteles
de leones y castillos, y sus retoques árabes.
Entonces Caracas no era
noctámbula, o eso es lo que parecía. Podías ir a las fiestas en los centros
sociales que extendían sus horarios hasta las dos de la madrugada, entonces
sólo existían el “Unión”, “Concordia”, “Venezuela” y el “Jockey Club”. Si te
gustaban las carreras de caballos, el
fin de semana, podías tomar el tren que te llevaba al hipódromo de Sabana
Grande, un viaje rodeado de un paisaje primaveral. La estancia de Alfredo
Vollmer en San Bernardino, y la hacienda que ocupaba el actual parque los
Caobos, alentaban las posibilidades de una metrópoli al estilo europeo.
Caracas celebraba, pero el
resto del país, incluyendo los muy pobres alrededores más allá de los escasos
metros cuadrados alrededor de la Plaza Bolívar, no estaba para fiestas y
convites. Los reportajes fotográficos de H.
Avril, son los mejores testimonios de las consecuencias de la guerra. No
era Crimea ni Puerto Arturo. Era Venezuela: niños entecos con los pellejos
pegados a los famélicos huesos, las caritas lánguidas, ojos llenos de lagañas,
una barriga abultadísima de niguas y demás parásitos; padres en harapos, apenas
le cubren las vergüenzas; montañas de cráneos y cachos de ganado que dan cuenta
de la visita de las tropas de ambas facciones en puga. Apenas papelón, cuatro
mazorcas, algo de yuca, poca cosa más para llevar al estómago. Casas de barro,
caña amarga, y chipos. Todas las miserias son pestilentes.
1903 había sido un año
especialmente triste: 210 batallas, 12.000 muertos, 80% del ganado en pie
perdido entre saqueos y expolios de ambos bandos. 25 millones de bolívares en
gastos de guerra, un bloqueo económico que dejó sin gas a la capital entre
otras carencias. Un país en ruinas.
Los muchos muertos, las
muchas viudas, el inconsolable llanto. Los muchos sonámbulos por las hambres
acumuladas, recorren los cerros donde quedaron sembrados los pobres hijos de
una pobre tierra. Los desvisten, los descalzan, con un cuchillo oxidado y romo,
hacen una cruz en el dedo gordo del pie derecho, le echan un poco de kerosene,
encienden. La grasa corpórea servirá para la auto combustión. La bandada de
alegres zamuros que han sentido la hedentina que recorre inmensidades.
Los desterrados y vencidos
ya volverían. Los vencedores, se han ganado el derecho de mandar albardados
sobre lealtades lívidas. Tienen el derecho a la ganancia sustanciosa, a la
prevaricación descarada. La formalidad ciega les llamará héroes, es necesario
porque la heroicidad ha sido una virtud secularizada, y como tal vista por
nosotros, como algo sagrado, irracional, pero sagrado, cuestión de fe.
Satisfechas las ambiciones,
las promesas de proclamas sucumben a la soberbia. Todo continuaría igual para
los dos millones de venezolanos que sobreviven a la escasez, a las plagas, las
enfermedades, a los jefes civiles, los generalotes y a los atrabiliarios chafarotes.
La perversidad de la
Cuestión
La iglesia católica organizó desde
los tiempos romanos, la visión occidental de la identidad humana y su función
en el mundo. Sus ritos y símbolos influyeron profundamente en nuestra
cotidianidad. Sembró en nuestra psiquis una serie de valores y sentimientos que
son consideramos sobre cualquier intento racional sustitutivo.
Esta visión absoluta del mundo y de
nuestro papel en ella, por razones muy complicadas de resumir, fue perdiendo su
conexión con la vitalidad de las fuentes originarias en un lento pero
irremediable proceso de descomposición. A pesar de ello, nuestra esencia
católica atanasiana no ha variado.
De los restos del absoluto teológico
dieron cuenta con intención de relevo, las ideologías políticas de naturaleza
totalitaria, como el fascismo y el nazismo, que utilizan las
leyes de la naturaleza; y del comunismo, que utiliza las leyes de la historia.
La denominada derecha, ha seguido racionalizando
técnicas derivadas de procesos históricos en tanto fines, una receta de
procedimientos institucionalizados, muchas veces automaticos para objetivos sociales,
políticos y militares que se acomoden al imperativo económico, por eso tenemos
términos como “Estados no viables”, “buena gobernanza”, y pare de contar. En
pocas palabras, desde la ética de naturaleza protestante se ha hecho de la
ciencia y la técnica un medio para fines económicos excluyentes, con el secular
intento de sustituir las viejas instituciones y las viejas legitimaciones.
La izquierda no se ha quedado atrás,
y ha intensificado sus esfuerzos por reorientar el absoluto teólógico de una
manera mucho más inteligente.
El catolicismo echó mano de lo
heróico en un momento en que el arrianismo y posteriomente, el islam, amenazaba
la supervivencia de la nueva religión. Parió miriadas de héroes, capaces de las
acciones individuales más audacez en el nombre de Dios. En cambio, el
protestantismo dio sin excepción, sociedades prósperas de esencia anónima, con
héroes sometidos a limites en tiempo y en honras. El primero es de naturaleza
escatológica, el segundo es ético.
El primero se sirve de los teólogos,
de los abogados, del dogma, que es una verdad sin cuestionar. Por ello, la fe
es contrarracional, rechaza lo esceptico, que está asociado a inquirir o
investigar.
A los héroes los mueve la fe, en su
acepción más antigua, “Πίστις”, y la latina “fide”, no significan otra cosa que fiarse, obedecer, términos
enteramente humanos, confiar en lo que te dicen es cierto asi no lo veas.
La voluntad está asociada al dolor,
y el dolor al amor, por ello el amor y la dicha no son compatibles en el mundo
nuestro. Ese amor, ese anhelo de Dios, nos coloca en un tiempo singularisimo,
en un pasado con promesa de futuro, una esperanza. La naturaleza de la esperanza
es que nunca llega, sin embargo nos mantiene alertas en espera de que la promesa se cumpla.
En pocas partes del mundo se puede
exhibir el inmenso panteón de héroes, próceres y demás cenáculo de semidioses.
En los primeros días fueron necesarios, hoy serían una referencia importante de
la venezolanidad. El problema es que han sido secularizados en tanto fines
políticos.
En medio de la tendencia post –
heróica, que es una arista global que no explicaremos en esta ocasión, los
políticos venezolanos se aferran a los héroes militares, los de las grandes
batallas y de las grandes paradas. Por eso usted puede entender cómo es posible
la unión de militares de formación conservadora, como los nuestros, porque es
mentira que desde las escuelas fueron ávidos lectores de libros prohibidos
sobre Bakunín o Krotpokin, con una izquierda que por tradición les odiaba.
Qué han explotado nuestros políticos
de todos los tiempos, porque los actuales, se diferencian en la estética del
discurso de poder, no en su esencia: la fe, la voluntad, la esperanza, y el
vacío devenido en nihilidad.
Al secularizar la fe, algo fácil por
la etimología significante, se echa mano de la esperanza, vale decir, la unión
de un pasado con un futuro que nunca llega, pero que te reconforta, te confiere
voluntad que por naturaleza es dolorosa. Y cómo se fraguan esperanzas: con
recuerdos de glorias pasadas.
Ese creer dogmático, el creer porque
yo lo digo, infalible, incuestionable, so pena de merecer dentro de la nueva
religión política creada, culpas heréticas, ese creer que tu dolor es causa
exógena pero que puede cesar. Realmente la política se sirve de la teología.
La fe tergiversada, con el constante
uso de la palabra amor es otra magnífica creación de significantes. El amor a
Dios devenido en amor al caudillo y a su particularísima visión política,
implica dolor, el sufrimiento necesario para que se haga la voluntad del logro
de lo empeñado, un sentimiento trágico que nos une y nos ha unido.
El amor teológico y el amor de las
ideológías no es compatible con la dicha, porque si se logra la dicha, que es
un estado perenne, el dominio, el ejercicio del poder sin medida, se pierde.
La fe, y la voluntad maneja algo que
el racionalismo protestante encuentra dificil de hacer: el sentimiento, y más
aún: el sentimiento de lo trágico como un activo.
Resulta fascinante como modernamente
se ha manejado la palabra, el sentimiento y el significado. Venezuela es un
laboratorio de avanzada de este pensamiento en guerra abierta con el espíritu
de ética protestante. En ambos casos, estamos en el medio, y sólo tenemos
esperanza, que ya sabemos qué significa, y un pasado heróico en el que nos
refugiamos, pero no tenemos un presente, mucho menos la certeza de un futuro.
Si profundizamos en este tema nos
encontraremos con el importante hecho de que no somos occidentales, y esto se
demuestra por la nihilidad que atenaza la mentalidad colectiva venezolana, una
distorsionada herencia de nuestras naciones originarias por el sincretrismo, y
que en esencia consiste en el manejo del vacío cosmogónico para explicar el
todo, que funcionaba muy bien para los hombres de la selva, pero que hoy se
hizo apatía y resignación.
La desesperación es el origen de la
esperanza, sentimientos que han sido muy bien manejados.
Por eso usted puede explicarse sin
necesidad de los analistas de oficio, por qué cualquier intento por defenestrar
a la izquierda, a menos que se ejecuten acciones directas en el que se explote
el sentimiento, van camino al fracaso.
Los cálculos del pensamiento liberal
son inútiles ante el pensamiento complejo del sentimiento.
La fe, el amor, la esperanza, y el
vacío originario que nos diferencia del Occidente, son importantes, no tienen
sustitutos por ahora, pero están siendo utilizados para fines políticos.