El
inicio del siglo XIX fue traumático para europeos e iberoamericanos desde el
mismo momento que Napoleón Bonaparte intentó imponer un nuevo orden en el
espacio geográfico que devendría en Occidente. La actitud frente a ese intento
bonapartista fue dispar en dos autores contemporáneos: Georg F. Hegel y Andrés
Bello. El primero, influido por el pensamiento de Heráclito y Benedicto de
Spinoza, vivió los avatares de las guerras napoleónicas desde Jena, pasando por
la conferencia de Viena hasta la revolución francesa de 1830, es decir, en un
esfuerzo por superar el pensamiento kantiano propuso un nuevo logos que sirvió
para construir una filosofía de la historia en la Fenomenología del Espíritu
basada en el esfuerzo de la humanidad por superar una situación determinada en
un contexto signado por la gran intensidad de los antagonismos en Europa entre
1806 y 1815 y la posterior restauración europea donde mostró un conservadurismo
expresado en su actitud frente a ese proceso que cargó hasta el final de sus
días en momentos en que pudo constatar la consistencia de sus postulados.
El
segundo formado en el pensamiento tomista y escotista[2], leibniziano, el naturalismo
de Alejandro de Humboldt y después familiarizado, en primer lugar, con la Escuela
Escocesa y la filosofía del sentido común de Thomas Reid y Dugald Stewart
hasta el eclecticismo de Víctor Cousin a través del cual conoció la filosofía
kantiana[3] y, en segundo lugar, con
el pensamiento de James Mill, Jeremy Bentham, John Locke, David Hume, George
Berkeley y la escuela de los ideólogos franceses, en especial Destutt de Tracy.
Todas estas fuentes han permitido afirmar que Andrés Bello asumió una postura ecléctica
que en muchos casos fue interpretada como conservatista en virtud de su experiencia
como funcionario público de la Capitanía General de Venezuela y como diplomático
en el proceso independentista venezolano y, en general, hispanoamericano[4].
En
el caso de Andrés Bello podemos decir que la estructura de poder que significó
la ilustración basada en un absolutismo político y una apertura hacia el
conocimiento, donde su relación con Humboldt fue significativa, hicieron de él
un conservatista en las mismas condiciones que lo fue Kant en un contexto en
que la turbulencia política comenzó a afectar a su tierra natal. Este
conservatismo lo llevó a apoyar inicialmente los derechos de Fernando VII en
los sucesos caraqueños del 19 de abril de 1810 y luego cuando Venezuela logró
hacerse firme como país independiente consideró la implantación en América de
un modelo de monarquía constitucional apartado del absolutismo español y,
finalmente, abrazó la concepción republicana cuando se percató que la
independencia de los países hispanoamericanos se estaba haciendo un hecho consumado[5].
A
pesar de los avatares de este caraqueño, sus escritos en Venezuela indican que
él observó que el verbo castellano requería, según Iván Jaksic, de “categorías
propias de clasificación y sistematización [que permitieran] tanto la innovación
como el reconocimiento de los aportes lingüísticos locales”. Con ello se puede
decir que desde sus inicios pensó en una visión revolucionaria de observar el
mundo desde el lenguaje que tendría un gran impacto en el fortalecimiento de las
repúblicas que lograron efectivamente su independencia (Jaksic,
2001:50). En ambos casos, el alemán y el venezolano asumieron una actitud
cautelosa frente a las circunstancias que vivieron en ese momento histórico en
las mismas condiciones en que Kant pasó del entusiasmo revolucionario a un cauto
reformismo político.
La
filosofía eclética que le ha sido atribuida a Andrés Bello tuvo sus orígenes en
Grecia en el siglo II a.C. y supuso una síntesis de las diversas corrientes de
pensamiento existentes en ese entonces. Los romanos perfeccionaron esta
corriente siendo uno de sus mayores exponentes Cicerón, pero en realidad se hizo
consistente con el surgimiento del pensamiento neoplatónico visto como el
perfeccionamiento de la filosofía platónica a la luz de las diversas corrientes
griegas y orientales existentes. Este eclecticismo se observaría en la edad
media teniendo como foco el pensamiento aristotélico y lo observaremos durante
la ilustración de la mano de los enciclopedistas franceses. Es por la vía de
los enciclopedistas que el eclecticismo llegó a España y creemos que por esta
vía llegó a Caracas. Creemos que Andrés Bello, influido por la escuela escocesa
produjo después una síntesis eclética de la cosmovisión hispánica ilustrada con
las cosmovisiones ilustradas de un mundo que se encontraba en plena
transformación por los efectos de la revolución francesa, los procesos
independentistas americanos y la revolución industrial. Esta síntesis estuvo
orientada al lenguaje observado como función trascendental que “espiritualiza la
materia, trocándola en signo y símbolos a través de los cuales nos habla el
espíritu, y nos habla de ideas” permitiendo con ello cambiar el mundo (Beorlegui, 2004:473)[6]. En estas mismas
condiciones sintéticas hispánicas y de la ilustración francesa con una
orientación diferente podemos decir se ubica el pensamiento de Juan German
Roscio.
Los
intereses generales del pensador venezolano-chileno, en su etapa posterior chilena,
fueron desarrollados en una obra filosófica que ha sido dividida en dos partes:
Filosofía del Entendimiento y Filosofía Moral. Esta obra, en su
totalidad fue publicada póstumamente en el año 1881. La primera de ellas, giraba
en torno a las facultades y operaciones del entendimiento en el proceso del
conocimiento y de las reglas lógicas para dirigir dichas facultades de modo tal
que se pudiese dar cuenta de la realidad de una manera más amplia y general en
relación al concepto kantiano (III,10)[7] y, la segunda, conducía al
tratamiento de problemas relacionados con la ética y la psicología moral.
Además de ello, su reflexión filosófica también abordó temas religiosos,
culturales, de derecho, política y educación en un contexto donde las jóvenes
republicas americanas tenían como propósito fundamental implantar un orden
político moderno estable e inculcar la formación republicana de los pueblos que
acobijaba en su seno para superar sus vulnerabilidades. Pero su vivencia
chilena fue la tercera y última etapa de su vida intelectual: la primera la
desarrolló en Caracas y la segunda en Londres desempeñando en todas estas un
conjunto de actividades que van de lo diplomático al escritor y filósofo
práctico. Por ello vamos a examinar esos tres momentos, es decir, como
investigador pro-monárquico, como diplomático y agente publico en el campo de
las relaciones internacionales, y, finalmente como filósofo practico en el
mundo chileno e hispanoamericano.
Como
investigador pro monárquico
En
su etapa caraqueña Andrés Bello quedó negativamente impresionado con la trágica
secuela de caos, violencia y muerte que produjo el proceso revolucionario en
Haití a través del conocimiento de la experiencia de los refugiados como luego
experimentará la región durante el proceso independentista. Por ello, nunca logró
ver en la revolución un medio adecuado para la causa republicana en Hispanoamérica
y explica, de suyo, su pasión por el orden como ha indicado Jaksic. De ahí que,
por una parte, se le reprochase al caraqueño su pasado de funcionario de la
Corona y su defensa consiguiente de esta institución frente al agresor francés
y, por la otra, que el tema monárquico fuese recurrente en sus dos primeras
etapas de su vida hasta, como dijimos, que la existencia de las nuevas
repúblicas americanas se hizo firme. Pero en este punto hay que aclarar que, en
la fase final de la colonia, la Capitanía General de Venezuela no se
caracterizaba por su pobreza, sino más bien por el crecimiento económico por la
liberación del intercambio inter-colonial. En este sentido, Andrés Bello expresó
en una oportunidad que muchos emprendedores terminaban solicitando auxilio a
sus gobernantes cuando sus emprendimientos fracasaban, por ello se puede agregar
también que no fue un liberal en materia económica a pesar de la influencia
anglosajona. La pertinencia de esta aclaratoria obedece a que la causa social
como motivador de un proceso revolucionario no estaba en el horizonte de la
situación política venezolana e incluso tampoco estaba las causas que dieron origen
a la revolución estadounidense[8].
Ya
hemos indicado que Andrés Bello representó en Londres a los derechos de
Fernando VII en nombre de la junta de Caracas. El renovado interés de Andrés
Bello por la monarquía constitucional como modelo político para una
Hispanoamérica independiente surgió por el año 1817, cuando, en primer lugar, el
Libertador Simón Bolívar estableció una base firme de operaciones al sur del
territorio venezolano y empezó a actuar como jefe de un orden soberano estable,
en segundo lugar, cuando comenzó su proyección independentista en todo el norte
de Suramérica a la par que desde el sur José de San Martín actuaba de manera
semejante y, en tercer lugar, se producía en España la revolución de Riego
(Jaksic, Op. Cit.:74). Fue dentro de este marco temporal que el caraqueño
expresó que estaba “persuadido que [la paz en Hispanoamérica] no podrá
consolidarse jamás bajo otros principios que los monárquicos” (Ibíd.:75).
Podemos entender aquí que siguiendo a Montesquieu y Rousseau los grandes
espacios suramericanos aconsejaban esa forma de gobierno. Esta afirmación
pareció para Jaksic,
“una evaluación
pragmática, puesto que la violencia que acompañó al proceso de independencia
parecía confirmar tanto el rechazo de los principios republicanos como la
legitimidad de la monarquía entendida en términos limitados para importantes sectores
de la población” (Ibid.).
Sin
embargo, el fracaso de la monarquía en México, el avance republicano en
Suramérica y la declaración del gobierno británico de estar dispuesto a
reconocer las nuevas republicas americanas sin importar la forma de gobierno
empujaron a Andrés Bello definitivamente a las ideas republicanas.
La
idea de la monarquía entraría de nuevo en el ambiente en los años finales de
Colombia ‘la grande’. Andrés Bello produjo en el año 1828 una poesía titulada
“canción a la disolución de Colombia” donde promovió con optimismo la unidad
estatal continental. Allí expresó: “una es la senda a que la Patria os llama, /
uno el intento sea, uno el caudillo”. La patria aquí era para Andrés Bello
Hispanoamérica como una unidad política y el caudillo era Simón Bolívar. Esta
alusión al caudillo y a la unidad hispanoamericana, considerando que en ese
momento histórico Andrés Bello buscó infructuosamente mantenerse como
funcionario colombiano, se caracterizó por el hecho de que la idea de la
monarquía estuvo presente en diversos círculos políticos como medio para evitar
la fragmentación.
Pero,
cuando Andrés Bello propuso la idea de la monarquía constitucional en el
periodo de la campaña que condujo al establecimiento de la constitución de
Angostura en 1819 fue objeto de reprobación por parte del Libertador a pesar de
que el estado de guerra le había dado poderes excepcionales que lo acercaron fácticamente
a la monarquía, pero en el año 1828 las circunstancias eran diferentes. Después
de vivir la inestabilidad boliviana y la colombiana que lo llevó a asumir
poderes excepcionales después de la convención de Ocaña, Bolívar fue objeto de
un sinfín de propuestas monárquicas que indican que esa idea, como dijimos,
estaba en el convulso ambiente político de la época. Sin embargo, para ese
entonces Andrés Bello era un republicano que estaba al servicio de Colombia
hasta que la crisis de la deuda del país lo puso en estado de aprieto tal que
fue empujado para Chile que requería de sus servicios. El libertador cuando
conoció la situación de su coterráneo hizo esfuerzos para mantenerlo al
servicio de Colombia, pero en el contexto de disolución del país y de pérdida
de poder era difícil que lograra mantenerlo. Ahora, la expresión ‘caudillo’,
según Corominas es del siglo XIV y proviene de la palabra ‘cabdiello’ y a su
vez del latín ‘capitellum’ que denotaba ‘cabecilla’, diminutivo de ‘caput’,
‘capitis’ que significaba cabeza. En el Diccionario de Autoridades la
palabra ‘caudillo’ denotaba al que guiaba, mandaba y regía a gente de guerra,
siendo su cabeza y como tal todos obedecían y, por extensión, se llamaba
también el que regía y mandaba y era cabeza de alguna compañía o gente, aunque
no fuese de guerra. Con esta etimología podemos decir entonces que Andrés Bello
con el poema en cuestión estaba pensando en la imagen de un ser capaz no sólo
de imponer el orden a la inestabilidad creciente en Colombia, Perú y Bolivia
sino también a partir de allí construir una unidad hispanoamericana. De ahí la
idea del hombre fuerte, con gran concentración de poder, estuvo
coincidencialmente presente en la mente de los dos venezolanos más allá de las
distancias y esto puede ser observado como un concepto muy cercano al del
monarca sin abrazarlo explícitamente. La pasión por el orden como expresó
Jaksic
estuvo presente en el venezolano-chileno quizás bajo la figura clásica romana del
dictador investido con poderes excepcionales.
Con
respecto a la unidad hispanoamericana Andrés Bello hizo un llamado a los
hombres de Estado para la realización de una estructura de principios y un
derecho comunitario internacional en Hispanoamérica. Pero este esfuerzo lo
desarrollaremos en el siguiente apartado.
El
diplomático y las relaciones internacionales
Hay
dos momentos diplomáticos en la vida de Andrés Bello: por una parte, como
representante de la junta de Caracas y como hispanoamericano defensor de las
jóvenes republicas americanas y, por la otra, como encargado de las relaciones
internacionales chilenas. Del primero ya hemos hecho mención de forma sucinta.
Aquí podemos agregar que fue parte de una misión venezolana a Londres que quedó
sin sustento por el giro independentista que se asumió en el país y la caída posterior
de la república. En vista de esta situación vivió de forma precaria hasta que la
independencia de los países americanos se hizo consistente. Los problemas en
que él se empeñó en este contexto de precariedad fueron tres: el del
reconocimiento europeo de las nuevas repúblicas trabajando para los chilenos y
posteriormente los colombianos y como un formador de opinión para ayudar en ese
reconocimiento. El segundo tuvo que ver con la figura clave que representó en
la política internacional.
La
libertad de expresión como medio para difundir el nuevo estado de cosas en
Suramérica y la necesidad de reconocer dicho estado de cosas y como medio para
la formación ciudadana y adecuar el estado de ideas al nuevo estado de cosas
político fue el papel que Andrés Bello ejecutó en Londres para contribuir con
su criterio en la causa americana. En el primer caso difundió el proceso de
liberación en curso de la región en sentido amplio y buscó que los liberados
estuviesen a la altura de los países que conformaban el orden internacional y
al afecto promovió la difusión de obras de autores anglosajones desde una
perspectiva económica y principalmente educativa. De igual forma buscó a través
del idioma y la gramática la facilitación del proceso de aprehender ese estado
de ideas de modo tal de hacer más factible la adecuación de las nuevas
repúblicas a la nueva realidad internacional. Para ello, transmitió a los potenciales
lectores hispanoamericanos, por intermedio de tres revistas en las que
participó, noticias y comentarios sobre temas científicos, políticos y
culturales disponibles en la capital británica, así como también los resultados
de sus propias investigaciones y asuntos culturales que le parecieron
indispensables para la construcción de las nuevas nacionalidades una vez se
concretase la Independencia.
Del
segundo, podemos decir que Andrés Bello ocupó funciones de “Oficial Mayor” en el
Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile. En este cargo publicó en el año 1832
la obra más influyente de derecho internacional en Hispanoamérica en el siglo
XIX, esto es, los Principios de derecho de gentes. Según Jaksic esta obra
trató de dar respuesta a dos necesidades:
·
Conocer los principios básicos de derecho
internacional para las instituciones e individuos encargados de llevar la
política exterior en las nuevas repúblicas, así como también dar respuesta
eficaz “a temas prácticos como las demandas internacionales sobre la propiedad
extranjera, y los límites de la responsabilidad del Estado en asuntos tales
como la deuda externa y los actos criminales de extranjeros en territorio
nacional”.
·
Fundamentar la legitimidad internacional de las
nuevas repúblicas debido a que la doctrina europea no consideraba el
surgimiento de nuevos estados a pesar de la experiencia neerlandesa, suiza y estadounidense.
Este esfuerzo de fundamentación estuvo dirigido también a fomentar la realización
de los ajustes de rigor en el emergente orden jurídico internacional (Op. Cit.)[9].
De
estas dos necesidades podemos observar reminiscencia del opúsculo Sobre la
Paz Perpetua de Immanuel Kant: en relación con el primer aspecto si
tenemos presente los artículos preliminares para la paz perpetua entre Estados
en lo concerniente a que “no debe emitirse deuda pública en relación con los
asuntos de política exterior” y el potencial empleo en un estado de guerra “de
asesinos, envenenadores, quebrantamiento de capitulaciones, la inducción a la
traición, etc.” (1795 [2002]:46-47)[10]. En el segundo aspecto,
la preocupación de Andrés Bello fue demostrar, en una relativa cercanía con
Kant, la existencia de constituciones republicanas, es decir:
“aquella establecida de
conformidad con los principios, 1º de la libertad de los miembros de una
sociedad (en cuanto hombres), 2º de la dependencia de todos respecto a una
única legislación común (en cuanto súbditos) y 3º, de conformidad con la ley de
la igualdad de todos los súbditos (en cuanto ciudadanos: es la única que se
deriva de la idea del contrato originario y sobre la que deben fundarse todas
las normas jurídicas de un pueblo” (Ibíd.:52-53).
De
aquí se sigue que el objetivo principal de Andrés Bello estuvo dirigido a dar consistencia
al principio de igualdad de los Estados a través de la demostración de la
existencia de constituciones republicanas indiferentemente de su sistema
político y/o la manera en que hubiesen nacido o surgido, con la finalidad de
colocarlas al mismo nivel que los principales estados europeos bajo la premisa
de que Estado en sí mismo es estado de derecho. De acuerdo con esto señalado, el
caraqueño expresó que,
“siendo los hombres
naturalmente iguales, lo son también los agregados de hombres que componen la
sociedad universal. La república más débil goza de los mismos derechos y está
sujeta a las mismas obligaciones que el imperio más poderoso” (X, 31).
Esta
afirmación se basa en el derecho de gentes y podemos decir que constituye para
Kant el fundamento para la constitución de una federación de Estados. Pero en
el caso de Andrés Bello como también en Francisco de Miranda[11], la existencia dentro de
los nuevos estados de salvajes apegados a “la libertad sin ley, que prefieren la
lucha continua a la sumisión a una fuerza legal determinable por ellos mismos” usando
las palabras de Kant (Op. Cit.:58), hacía necesario salir de esa situación de
vulnerabilidad para asegurar el reconocimiento. Es conveniente agregar aquí que
la palabra ‘reconocimiento’ es la palabra clave para comprender la obra Los
Rasgos Fundamentales de la Filosofía del Derecho (1821) de Georg F Hegel,
una obra que marcó la restauración en el centro de Europa.
En
este mismo orden de ideas, el venezolano-chileno desarrolló unos conceptos de
soberanía e independencia ajustados y justificados de acuerdo con las
necesidades continentales. En este sentido expresó que: “La independencia de la
nación consiste en no recibir leyes de otra, y su soberanía en la existencia de
una autoridad suprema que la dirige y representa” (X, 32). Esta conceptualización
es muy similar a la realizada por Kant cuando afirmó que cada Estado sitúa su
soberanía “… en no estar sometido en absoluto a ninguna fuerza legal externa…”
(Kant, Op. Cit.: 59). El fundamento de esta afirmación del venezolano-chileno radicaba
según él en el hecho de que “la independencia y soberanía de una nación es, a
los ojos de las otras”, un hecho observable desde una autoorganización efectiva
y una capacidad de defenderse; y de este hecho surgió naturalmente el derecho
de relacionarse entre ellas sobre la base de la igualdad, la buena fe y la reciprocidad.
Si surge, en este sentido, un estado nuevo luego de un proceso de colonización
de un espacio o un país recién descubierto, o por la desmembración de un estado
antiguo, a los demás estados sólo les corresponde constatar si la nueva comunidad
política es efectivamente independiente y ha establecido “una autoridad que
dirija a sus miembros, los represente, y se haga en cierto modo responsable de
su conducta” frente al resto del concierto de naciones. Siendo así, no podían
dejar de reconocer a los nuevos Estados, como miembros de la comunidad
internacional (X, 36). Ahora bien, la soberanía e independencia no suponían
para Andrés Bello una ruptura con las raíces culturales hispánicas, sino más
bien su renovación y difusión con la finalidad de que proporcionase los valores
cívicos y morales, antes de difícil acceso, debido a la restringida educación,
para dar sustento a las nuevas repúblicas.
En
relación con el nuevo concierto de estados hispanoamericanos Andrés Bello
además de las ideas de "equilibrio de intereses y fuerzas” pensó en la
unidad hispanoamericana forjada por la lengua común desde antes de la
fragmentación de Colombia. Este deseo de unidad resurgiría a propósito del
congreso para la Confederación de Hispanoamérica. Al efecto expresó en el año
1845 que la unidad había sido una tendencia que se había observado en Europa y
no había nada de extraño que los nuevos estados siguiesen el mismo derrotero
teniendo la ventaja de una lengua e identidad común respetando las nuevas
estructuras jurídico-políticas. De igual forma expresó que esta unidad no sólo
se refería específicamente a los gobiernos, sino a los pueblos que integraban a
través de su estructura legislativa en condiciones similares a las que se
pueden observar en la Metafísica de las Costumbres de Immanuel Kant de
modo que fuese viable la paz perpetua y el equilibrio entre Estados tanto
dentro como fuera de la unión[12]. Este congreso se
realizaría desde finales del año 1847 e inicios de 1848 dentro del marco de la
guerra entre México y EE.UU. y, se harían nuevos intentos en los años 1856 y
1864-1865 (2011:29)[13]. Estos esfuerzos que apoyó
Andrés Bello como representante chileno, que lo colocan en una esfera
conservatista vista desde un enfoque reformista, nos lleva a examinar el
alcance de su praxis política hispanoamericana.
Andrés
Bello como filósofo práctico
En
la introducción de este estudio hicimos mención al eclecticismo de Andrés Bello.
Pero este eclecticismo puede ser observado desde la perspectiva del político
que estaba obligado a ejercer un efecto moderador en el ámbito ideológico, a
través del lenguaje, para sumar voluntades y extender las redes de poder que
garantizasen integridad y orden. Así pues, este eclecticismo se observa desde
el punto de vista moral y en su concepción filosófica de la historia.
Desde
la perspectiva moral Andrés Bello escribió los Apuntes sobre la teoría de
los sentimientos morales, de Mr. Jouffroy con la finalidad de “analizar las
ideas morales, no sólo desde un punto de vista genealógico, sino también en su
fundamento y naturaleza”[14]. A partir de esta obra
que fue publicada también póstumamente, el filósofo venezolano-chileno
consideró desde una perspectiva intermedia, en primer lugar, un racionalismo
que imagina el origen del deber en el orden y, en segundo lugar, el
utilitarismo que se centra en el placer (la felicidad) entendido como “el bien
a que aspiramos por un instinto irresistible de la naturaleza humana y la
utilidad que es algo correlativo a la idea de la felicidad”. Este enfoque que
se basa en la idea del derecho natural es el fundamento desde donde establece un
anclaje de sus principios morales (XXX, 549-550). El derecho natural será otro
aspecto que diferenciará el pensamiento de Andrés Bello con el de Georg Hegel
quien superó los sistemas basados en el derecho natural en Los Rasgos
Fundamentales de la Filosofía del Derecho.
Según
Andrés Bello la naturaleza hizo al hombre sociable y para ello benévolo, pero
apoyando esta idea de benevolencia (simpatía) en un egoísmo que relaciona con
el altruismo desde una perspectiva utilitaria a partir de la afectividad. La
felicidad es, para él, el bien por excelencia que conduce al bien absoluto.
Pero este ‘bien’ no fue entendido como ‘el bien’ sino como ‘un bien’ en sentido
utilitario (Ibíd.:561) y, por ello podemos decir que, en primer lugar, “el
interés bien entendido es la felicidad”. Ahora, este interés prescribe una
norma que tiene un sentido eminentemente moral cuyo fundamento trascendental se
encuentra en una creencia superior que podría estar ubicada en la contemplación
de Dios[15]. Y, en segundo lugar, lo
útil que se fundamenta en el placer entendido de manera corporal y espiritual es
lo que promueve el interés, de lo que se sigue que "El verdadero bien, el
bien absoluto, es el bien total, y último que resume los fines parciales de
todas las criaturas posibles” (Ibíd.:572)[16]. El bien es entonces,
para Andrés Bello, un principio de acción que está determinado por una voluntad
acompañada de la razón. Así pues, la moral, según el filósofo
venezolano-chileno, está indefectiblemente ligada a la felicidad. De forma más
enfática expresó en el Discurso pronunciado en la instalación de la
Universidad de Chile, lo siguiente
“… la moral (que yo no
separo de la religión) es la vida misma de la sociedad, la libertad es el
estímulo que da vigor sano y una actividad fecunda a las instituciones
sociales. Lo que enturbie la pureza de la moral, lo que trabe el arreglado,
pero libre desarrollo de las facultades individuales y colectivas de la
humanidad – y digo más – lo que las ejercite infructuosamente, no debe un gobierno
sabio incorporarlo en la organización del estado” (XXI, 4-5).
En
la ética Andrés Bello siguió también un método empírico espiritualista que ha
sido catalogado como descriptivo, permitiéndole concluir que
"Como las
aspiraciones eliminadas de cada individuo encuentran resistencias insuperables
en las aspiraciones ilimitadas de todos los otros, y como cada individuo es
débil en comparación del conjunto, la razón no tarda en decir a cada hombre: no
debes, es decir, no puedes en el interés a tu mayor felicidad posible,
permitirte a ti mismo lo que, permitido a cualquier otro hombre en
circunstancias semejantes, sería pernicioso a todos" (XXX: 573-574)
Aquí
podemos encontrar dos cosas: en primer lugar, la reminiscencia a los
imperativos categóricos kantianos y, en segundo lugar, siguiendo a Rojas Osorio
que Andrés Bello “comienza con el utilitarismo y termina en el racionalismo
[permitiéndole] de ese modo armoniza los dos principios. El orden que la razón
propone es un concepto abstracto [al que se llega en una] lenta maduración
humana” (1992:47). Nosotros encontramos aquí un punto de equilibrio que se
sintetiza en una visión reformista siguiendo al efecto otra perspectiva.
Como
se observa, en Andrés Bello el acceso a las verdades morales sólo puede
realizarse mediante la relación recíproca de la afectividad y la razón. El ser
humano, según nuestro autor, va avanzando de forma progresiva por aquellas
nociones más cercanas a la experiencia, como lo son, la sensación, los
sentimientos y la utilidad, hasta llegar finalmente a una noción de felicidad y
orden racional que se expresa en armonía en relación con los otros seres. El
bien, dentro de esta perspectiva, está presente como un sentimiento instintivo
que se va desarrollando hasta llegar a la idea de una felicidad absoluta que
entendemos era observada de una manera contemplativa.
Por
otra parte, en Chile también publicaría los estudios realizados acerca del
lenguaje en su etapa caraqueña y londinense añejados por la experiencia vivida.
Su propósito, según Jaksic, fue documentar los procesos de corrupción y colapso
del latín en la Europa medieval porque consideró que ese proceso tuvo
consecuencias políticas (Op. Cit.:80). Andrés Bello no quería que
Hispanoamérica siguiera el mismo derrotero de la Europa medieval en cuanto al
idioma sino una América unida en lenguaje y en cultura porque estimó que ambos eran
fuertes pilares para construir una sólida unidad política, cultural y social en
el continente como ya hemos indicado. Según el autor chileno,
“su obra Gramática
de la lengua castellana destinada al uso de los americanos (1847), fue de
hecho preparada con vistas a proporcionar una unidad lingüística a las nuevas
naciones hispanoamericanas y evitar así la fragmentación” (Ibíd.:84).
La
fragmentación la entendemos aquí como un hecho generado por los desplazamientos
de significados que pueden sufrir las palabras y por los cambios semánticos y
estructurales que sufrió el latín a lo largo del tiempo. Esto nos coloca en el
plano de la historia y de la gramática.
En
relación con la historia, Andrés Bello defendió, desde un fundamento romántico,
“una historia narrativa que debía contar los hechos sin mistificarlos con
teorías”, es decir, él defendió una concepción de la historia observada desde
una mirada romántica, preocupándose más de la Nación, entendida aquí desde una
perspectiva hispanoamericana (nación de naciones), en particular que de la
validez de ideas universales[17]. De ahí que Andrés Bello
consideró que una
“Una filosofía de la
historia debe no olvidar que por encima de los postulados que unos principios
esenciales puedan erigir se encuentra la cadena continua e imprevisible de
asociaciones y secuencias de sucesos únicamente observables a través de la
experiencia. El historiador debe acometer con probidad y ecuanimidad sus
estudios, lo que en definitiva viene a entenderse como la facultad de
mantenerse fiel a los acontecimientos, sin quitarle, ni añadirle nada. La
virtud del investigador radica en retratar con vivos colores el pasado, en una
palabra, revivir, o si se quiere hacer inteligible lo que fue un modo de
proceder ya caduco o extraño, pero que dice mucho de la naturaleza humana” (Da
Silva, 2007:61-62)[18].
Para
ello, en primer lugar, se apoyó parcialmente en el pensamiento de Johann
Gottfried von Herder desarrollado en Ideas para una filosofía de la historia
de la humanidad (1784-91). A través de esta obra, Andrés Bello consideró
que Herder apoyó una filosofía de la historia basada en una investigación
empírica que integraba a la naturaleza como un todo. En segundo lugar, Andrés
Bello pretendió iniciar una praxis sustentada en una crítica de la historia
reciente que a su vez se sustentó en su experiencia vivida como después observaremos
en el Hegel de la Fenomenología del Espíritu. De acuerdo con esta
filosofía de la historia el progreso era expresión de este todo que era posible
mediante el lenguaje. El aspecto político que Andrés Bello omitió estuvo dado
en que Herder defendió
“un concepto de
nacionalidad que a su parecer surgía de comunidades orgánicas e integradas que
se constituían sobre la base de la lengua y la cultura y, rechazaba, al mismo
tiempo, la autoridad estatal centralizada como el motor de la organización y
desarrollo de las naciones” (Jaksic, Op. Cit.:170).
La
omisión deliberada se debía a que esta idea de Herder, en primer lugar, podía
impedir la consolidación de Chile como república en un contexto de
inestabilidad donde el gobierno era la única institución capaz de ir más allá
de la existencia de intereses individuales[19] y, en segundo lugar,
considerando que la inestabilidad chilena era similar en el resto de la región,
podía impedir la consecución del proyecto integracionistas cuando las
condiciones estuviesen dadas.
No
obstante, podemos decir que Andrés Bello eclécticamente trató de reproducir las
ideas europeas, pero trató de desarrollar nuevas formas de conceptualizar y
pensar la realidad desde una perspectiva hispanoamericana para articular una
forma de Nación y una Nación de naciones, en sentido concreto, reformada y
reformadora, es decir, su planteamiento estuvo dirigido a determinar qué tipo
de nación desarrollar desde una perspectiva práctica en función de la
experiencia vivida. En este sentido, el objetivo de Andrés Bello fue lograr la
consolidación de un orden y a partir de él hacer progresar a la Nación a través
del énfasis que hizo en el lenguaje, la educación y la historia debido a que
los consideraba como fundamentales para definir un concepto de ciudadanía en un
sistema republicano que fuese estable. Por ello, Andrés Bello en su visión de
la historia apuntó a articular una narración que, como indicamos, debían seguir
una visión imparcial basada en ideas filosóficas ilustradas que sostuvieran el
nuevo estado de cosas también dentro de un contexto ilustrado (Vrsalovic,
2013:38). Podemos decir, además, que su idea de la historia era de progresión
lineal, en el sentido kantiano del término, y en términos de filosofía
práctica, su experiencia histórica lo inclinó a asumir una prudente actitud
reformista, insistimos, utilizando el lenguaje como vehículo de cambio, para
evitar los excesos que había conocido y presenciado. Es decir, del mismo modo
que había logrado una comprensión de la historia de alcance regional y
trasatlántico a través del estudio de la lengua, Andrés Bello creyó y logró
“estructurar la
nacionalidad independiente [de las nuevas repúblicas] sobre la base del cultivo
y adaptación del castellano a las nuevas realidades políticas, y en cercano
contacto, además, con la promoción del imperio de la ley” (Ibid.).
Todo
este esfuerzo estuvo orientado a dar un fundamento republicano romano a las
nuevas republicas americanas a partir del concepto de virtud siguiendo al
efecto el pensamiento de Montesquieu (Jascik, Op. Cit.:157-158). Este esfuerzo
creemos que no fue seguido y, por consiguiente, todavía no ha sido completado.
Corolario
Este
escrito lo iniciamos presentando una comparación entre Andrés Bello y Georg W. F.
Hegel debido a que el primero fue poco proclive a los cambios revolucionarios a
diferencia del segundo, pero en dos momentos históricos que podemos ubicar el
primero en el periodo 1815-1817 ambos coincidieron en la propuesta de monarquía
constitucional. Sabemos que el venezolano-chileno no tuvo suerte en su
propuesta, no así el alemán que le dio sustento filosófico a la restauración germana.
En el segundo, que podemos ubicar entre los años 1828 y 1830, las ideas
republicanas de Andrés Bello estaban consolidadas a pesar de las corrientes
monárquicas imperantes, mientras que Hegel observó cómo se comenzó a tambalear
la restauración en Europa debido al surgimiento de un nuevo germen
revolucionario. De ahí la importancia que le dimos al conservatismo kantiano a
lo largo del texto debido a que el republicanismo kantiano no sólo se apoyaba
en la idea de orden y progreso, sino también apuntaba a dar continuidad a las
ideas establecidas en Sobre la Paz Perpetua y en cierta manera en la Metafísica
de las Costumbres en tanto y en cuanto oponía el republicanismo al
“cosmopolitismo” generado por la revolución francesa.
[1] Andrés Bello. Obras completas.
26 tomos. Caracas: La Casa de Bello, 1981-1984. Aquí se va a indicar el
tomo en números romanos y seguidamente el número de página.
[2] Ver al respecto:
Juan David García Bacca citado por Omar Astorga, “Una mirada a la filosofía y
sus nexos con el pensar venezolano”. Sevilla. Universidad de Sevilla.
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, vol.
12, núm. 23, 2010, pp. 3-28. García Bacca nos mostró “no solamente la herencia
escotista e ilustrada de Bello en su aplicación a los conceptos de Dios, alma,
lenguaje y lógica; o en su orientación espiritualista, desde la cual hace
énfasis en la autonomía del espíritu -al considerar que tenemos conciencia
directa de los actos y conciencia metafórica del cuerpo-, sino también en la
ingeniosa articulación que es posible advertir entre su filosofía y su
consagrada gramática.
[3] Ver al respecto: Mora, D. (2018).
“Andrés Bello: Gramática y Filosofía del Entendimiento, Visión
Latinoamericanista”. Mérida. Universidad de los Andes. Revista Contexto
Segunda etapa - Vol. 22 - Nro. 24. Pp 170-182
[4] Sobre las influencias en Andrés
Bello, en esta primera etapa ver: Iván Jaksic
Andrade (2001). Andrés Bello: la pasión por el orden. Santiago de Chile.
Editorial Universitaria. 331 p
[5] Memoria chilena, “El pensamiento
filosófico de Andrés Bello”. [Documento en línea]. Disponible: http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-94698.html
[6] Beorlegui, Carlos. (2004). El
espiritualismo positivista de Andrés Bello (La filosofía de Andrés Bello desde
la perspectiva de Juan David García Bacca). San Salvador. Universidad
centroamericana. Realidad: Revista de Ciencias Sociales y Humanidades No.
100, Pp 461-502
[7] Mora, D. (Op. Cit.:177).
[8] Sobre el tema de la revolución,
ver al respecto: Arendt,
H. (2006). Sobre la Revolución. Madrid. (T. P. Bravo). Ediciones de la
Revista de Occidente. 343 p.
[9] La última obra
que desarrolló Andrés Bello y que legó a la posteridad fue el Código Civil de
la República de Chile. Este fue un instrumento concebido para ordena, de una
manera diferente la organización y utilización de la propiedad privada. Es
decir, allí se estableció un ordenamiento donde se le quitó a la costumbre la
“fuerza de ley”, definiéndose, por una parte, a la ley como “una declaración de
la voluntad soberana que, manifestada en la forma prescrita por la
Constitución, manda, prohíbe, o permite” (XIV, 27), y, por la otra, a la
libertad como “imperio de las leyes” (Ibid.).
[10] Kant, I. (1795). Sobre la Paz
Perpetua. Madrid (2002). Alianza Editorial. 109 p.
[11] Ver al respecto: Blanco, E.
(2019). “Francisco de Miranda: De la Construcción Teórica de una República
Liberal a una praxis fallida de 200 Años”. Caracas. Documento en línea.
Disponible: https://edgareblancocarrero.blogspot.com/2019/03/francisco-de-miranda-de-la-construccion.html
[12] Ver al respecto: Kant, I. (1797
[2008]). Metafísica de las Costumbres. 4° ed. (T. A. Cortina y J.
Cunill). Editorial Tecnos. 374 p
[13] Andrés Bello impulso la creación
de congresos permanentes para asegurar la efectividad de la estructura
confederada. Ver al respecto: De la Reza, G. (2010). “La asamblea
hispanoamericana de 1864–1865, último eslabón de la anfictionía”. México. Estudios
de historia Moderna y Contemporánea. Nº.39 y Rojas, M. (2011). “La vigencia y
trascendencia de los aportes de Andrés Bello a la identidad e integración
Iberoamericana”. Cali. Universidad del Valle. Revista Poligramas 27. Pp
1-37. Documento en línea. Disponible: https://bibliotecadigital.univalle.edu.co/xmlui/handle/10893/2976
[14] Según Morales, Théodore Jouffroy consideraba que los aspectos históricos y jurídicos debían estar contenidos en lo que denominó la Ley Natural. Esta ley natural “la que concebía como el sistema de los principios morales y políticos subyacentes a los estatutos de todos los pueblos. Sólo el sentido común poseería la verdad absoluta, pero este sentido común sería más el fruto de la concurrencia de todas las facultades anímicas y de los conocimientos de distintos pensadores y naciones, que algo directamente accesible a cada individuo. Para Jouffroy, si los hombres entendieran su dependencia de la totalidad de los demás individuos que componen su especie, cesarían de combatirse unos a otros, y formarían una comunidad fraternal, encarnación del sentido común que late ocultamente en todos ellos… En cuanto a la moral, conducía según él a la metafísica, pues, aunque todos los seres vivos poseen su destino especial, que les es dado por su naturaleza, sólo el hombre cuenta con la capacidad de hacerse consciente del suyo” (2004:151). Ver al respecto: Morales, F. (2004). “La teoría de los sentimientos morales de Andrés Bello”. Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, 21 pp 149-168
[15] Ver también: Morales (2004:163).
[16] Ver también: Rojas Osorio, C.
(1992). “Tres Aspectos de la Filosofía de Andrés Bello”. Santafé de Bogotá.
UNIVERSITAS PHILOSOPHICA. Pp 29-50
[17] Ver al respecto: Stefan Vrsalovic,
(2013). “Andrés Bello y José Victorino Lastarria: La Apropiación
Latinoamericana del Romanticismo y la Ilustración”. Santiago. Intus-Legere
Filosofía, Vol. 7, Nº 1. pp. 27 – 41.
[18] Ver al respecto: Da Silva, J.
(2007). “El modo de escribir historia o la importancia de los hechos en el
pensamiento histórico de Andrés Bello”. Caracas. Revista Apuntes Filosóficos
Nº 31. Pp 45-66
[19] Ibid.
Bello estaba claro del poder del lenguaje. Guerra de 4ta generación. Social8smo cien5ifico.
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