De Jairo Bracho Palma
Ludwig Wittgenstein
desarrolló en sus Investigaciones
Filosóficas su tesis de los juegos del lenguaje (sprachspielen)[1]. Un juego de lenguaje es el
“todo formado por el lenguaje y las acciones con las que está entretejido”, es decir,
en un intercambio entre dos o más individuos en una situación dada una frase en
ella pronunciada representa una acción comparable a otra en un juego similar u
otra situación pero que perdería todo su sentido fuera de éste. Por ello Hans
Georg Gadamer agregó que “cada juego lingüístico es una unidad funcional que
representa como tal una forma de vida. …”[2]. La forma de vida, en este
contexto nos indica un modo de ser que Jairo Bracho nos presenta con Muana Ïmajana (El Alma de la Sombra).
Digo presenta, porque a pesar de ser una representación nos muestra en un
ángulo diferente el devenir de unos pueblos desde una perspectiva novedosa, es
decir, desde la relación entre el ser y el no-ser que, siguiendo a Aristóteles,
nos ubica en el plano de la divinidad. Una
divinidad sepultada por olas de ‘racionalidad’ asumida superficialmente desde
que nuestra europeización trajo consigo una modernidad medianamente asumida por
esta relación antinómica. Pudiéramos decir que nuestro acercamiento a la nada
mantuvo el paradigma inaugurado por San Buenaventura de Bagnoregio quien asoció
la nada con la oscuridad absoluta en oposición a la luz cegadora que asocia con
el ser.
Esta paradoja, que nuestros
ancestros originarios resolvieron al asociar la nada con la divinidad, la
mística cristiana con Meister Eckhart de Hochheim la resolvería haciendo lo
propio asociando a Dios con la nada y lo observaremos posteriormente con los
filósofos de la nada de la escuela de Kioto, en especial en Keiji Nishitani,
siguiendo al maestro Eckhart, desde un enfoque budista en un esfuerzo por
acercar a los japoneses a sus raíces metafísicas, nos coloca frente a los
mismos problemas existenciales que los filósofos de la nada se plantearon para
entender el nihilismo occidentalizado que cegó a la sociedad japonesa
conduciéndola, en consecuencia, a la catástrofe.
Así pues, Bracho en esta
obra nos ha invitado a entrar en un juego del lenguaje, el asunto es entender
su entretejimiento y el significado de cada frase de acuerdo con el contexto
dado, es decir, el autor con esta obra nos dice desde sus primeras líneas que
no aprendemos el sentido de las palabras que utilizamos aprendiendo los
conceptos que ellas definen sino a través de la práctica del lenguaje. Por ello
fue que Wittgenstein expresó que un concepto (Begriff) es a su vez un significado que forma parte de una familia
de significados (familie von Bedeutungen)
y una regla que expresa un límite no trazado que indica un juego de lenguaje. Es
este límite el que nos indica que es la práctica y no la dogmatización de la
palabra las que nos va a decir, qué es y qué es lo que hay, porque de lo
contrario quedará vacía de significado desde una perspectiva intencional. De
igual forma, cuando pronunciamos una palabra, esta debe estar en consonancia
con el juego que se está realizando debido a que su disonancia nos coloca
frente a un vacío donde la nada entendida en principio como una forma de
equilibrio cósmico pierde su naturaleza pudiendo abrir la puerta a la
ocurrencia de calamidades. Este marco referencia nos coloca ahora en la
necesidad de explicar el juego realizado por Bracho y a qué conduce.
Como el título expresa,
Bracho nos coloca en un horizonte indeterminado por el hecho de que ubica su
texto en la vivencia de unos actores que forman parte de unas civilizaciones
que han resistido los embates del tiempo. Nos referimos a las ubicadas
esencialmente al sur del rio Orinoco. Bracho, en este sentido, yendo más allá
de los estudios antropológicos que apuntan a explicar la conexión entre la vida
y la muerte y de los seres naturales y sobrenaturales, ha indicado la conexión
entre un mundo y el otro para describir qué es lo que hay, es decir, esa
realidad o su realidad. No sólo de la forma como se hace sino del papel que
juegan las palabras como vehículo de conexión.
La palabra, en este sentido,
es el vehículo que conecta el espíritu de los sabios (chamanes) con los
espíritus del más allá. Es un modo de actuar que implica, según Viveiros de
Castro, un modo de conocer, o, dicho de otra manera, un cierto ideal de
conocimiento. Conocer para ellos es personificar, esto es tomar el punto de
vista de aquello que debe ser conocido. Ahora, conocer verdaderamente es, para
ellos, lograr atribuir la interpretación de una observación de forma acertada y
proporcional a un estado acontecimental o a predicado intencionales de algún
agente. Por otra parte, un ente o un estado de cosas que no se presta a la
determinación de una relación social con aquellos que conoce son insignificantes
chamanísticamente, es decir, no dignos de ser conocidas[3].
La palabra, en consecuencia,
posee para nuestros ancestros originarios, siguiendo a Bracho, componentes
divinos debido a que, además de la conexión entre los dos mundos, como observaran
en expresiones como “en la selva los objetos y los eventos comienzan a existir
cuando se les nombra con fuerza espiritual…”, tendrán caracteres proféticos. Por
este motivo ellos, los individuos que conforman esas comunidades hablaban y
hablan poco ya que los sabios eran los únicos que podían lograr que el uso de
la palabra produjera el efecto a que está destinada. Con estas palabras
pronunciadas por las personas preparadas se podía “detener el tiempo y el río,
petrificar los arboles” para lograr algo que fuese de beneficio para el grupo.
A estos sabios (chamanes, piaches) se les denomina, según el autor, “gobernador
o dueño de las palabras” puesto que con ellas, dichas adecuadamente, se
aseguraba el mantenimiento del orden existente desde todos los puntos de vista.
Por el contrario existen otros individuos que denominan “saco de palabras”, es
decir, palabras vacías de contenido que denominan “La sombra de las Palabras”
que podían ser perjudiciales cuando eran pronunciadas de forma inadecuada.
Pudiéramos decir, que el chamán podía desenvolverse en el vacío y la nada,
mientras que los no iniciados que intentaban hacerlo podían desatar fenómenos
que perturbasen el orden existente porque las palabras podían disfrazar las
verdaderas intenciones de quienes la pronunciaban. Es algo que Wittgenstein nos
dirá de una manera diferente, es decir,
“El lenguaje disfraza
el pensamiento. Y de un modo tal,…, que de la forma externa al ropaje no puede
deducirse la forma del pensamiento disfrazado; porque la forma externa del
ropaje está construido de cara a objetivos totalmente distintos que el de
permitir reconocer la forma del cuerpo”.
Por el contrario, siguiendo
a Bracho, los “dueños de la palabra” tienen la capacidad de estar más allá, de
conectarse mediante ritos específicos con lo ‘absoluto’, es decir, con el vacío
que ellos entienden que está referido a la nada, es decir, es un no-lugar donde
el tiempo carece de linealidad y pueden estar hablándonos en pasado, presente o
futuro en una misma narrativa. Eso lo denominan Matakabi y es algo que puede ser entendido como experiencia
absoluta. Este poder del sabio hacía que en muchas oportunidades sus funciones
se confundieran con las del cacique o jefe del pueblo debido a su posibilidad
de conectarse con el más allá, es decir, con la nada y ayudar a su comunidad.
Para Bracho el espacio, Matakabi, como ya hemos asomado, es una
nada que conecta el abismo de lo mundano con lo extramundano que permite dotar
de conocimiento y de fin a sus comunidades. Dicho, de otra manera es la
imaginación llevada a concepto. Estos nos permite indicar dos cosas: en primer
lugar, en él “prevalece un ser superior a ellos” que nos permite también hablar
de un Uno que se expresa en lo múltiple. Esto se sintetiza en la expresión
brachoana: “es fatal que un hombre crea ser centro y ánima de todo lo que le
hace Ser y Hacer”. En esa nada, el chamán
viaja en un vehículo “que lo desplaza por los canales de energías que gobiernan
la selva” que expresan el vacío, pudiendo acceder al conocimiento (“saber la
selva” o “saber la noche”) para bien de su comunidad. En segundo lugar, los
conceptos producidos por los ancestros en esta fase primigenia eran conceptos
intuitivos que producían a su vez un proceso racional provocado por una fase
deliberativa que se producía de forma grupal que hoy en día se denomina
epistemología social.
El aspecto más importante a
destacar en función de lo antes indicado es que en la cultura o culturas
originarias o ancestrales se asocia la nada con algo que podría denominarse
como espacio absoluto donde el tiempo no existe de manera lineal, por lo que no
se hace necesario contar las horas ni atesorar el tiempo a no ser que sea en
situaciones acontecimentales tanto desde la perspectiva individual como del
grupo como un todo. Así pues, tenemos la nada, el tiempo y el acontecimiento.
Los sabios, siguiendo a Bracho, por una parte, entraban en la nada, es decir,
en el espacio sagrado que ocupa la enormidad de la creación, donde “los caminos
que conducen a los descarnados, los espíritus, los dioses y los demonios quedan
abiertos, no hay paredes, pueden verse unos a otros y escuchar” para buscar
respuestas ante una situación problemática y, por la otra, dialogaban con la
nada, es decir, con el Uno para visitar el pasado y el futuro y obtener
respuestas frente a acontecimientos que pudiesen afectar negativamente a la
comunidad.
El tiempo (Kopodonari) es la
medida del acontecimiento, es decir, es el que permite hacer indicaciones como
“Hace doscientas apariciones de las Pléyades” o “trece entrada de lluvias”.
Aquí se funda la linealidad y la medida. La duración se expresa en el
acontecimiento. El acontecimiento es la alteración de la dinámica, digamos
temporal, de la comunidad y se expresa en nacimientos, muertes y/o calamidades.
Los nacimientos y las muertes obedecen a un ciclo vital que cada ser debe
cumplir en vida para poder dar paso a otra forma de existencia después que se
muere. Según Bracho sólo pueden regresar, mediante rituales adecuados, aquellos
que fueron grandes chamanes o grandes héroes y sólo para dar consejos. Una
calamidad ocurre cuando se altera la dinámica espiritual de una comunidad que
se puede expresar mediante la alteración o incumplimiento de un rito o mediante
la ruptura del equilibrio del mundo por una palabra mal dicha. Así por ejemplo,
en el relato de Bracho se expresa
“Cuando amanezca la
selva con un hombre que afirme que todo le es dado y atado a sus pies, e
imponga a todos su sola egoísta voluntad, y éstos mansamente lo permitan, los
días de los espíritus de la selva, de las ánimas de los bosques, y de los
dioses que gobiernan la vida, se habrán ido”.
Esta afirmación que se
contrapone al acontecimiento que representará el fin de los tiempos para la
cultura judaica o el evangelio de San Juan nos indica dos cosas: la primera que
en el mundo de nuestros ancestros la nada es la expresión del todo y es en la
vida donde se manifiesta lo natural (el todo) explicado de forma física y
metafísica. La segunda es que la relación imposición y mansedumbre generan una
perdida que se expresa en el plano del espíritu. La naturaleza de esta pérdida
espiritual se ubica en el plano de la inmanencia y la trascendencia. La
inmanencia entendida como la propiedad que está en el todo y determina que
acaezca y permanezca una determinada realidad. Y la trascendencia, por su
parte, está relacionada con la superación constante de la realidad manteniendo
el mismo estado. Trascender es perseverar en la propia existencia. La
existencia del todo expresa la inmanencia. Trascender es ir más allá de esa
existencia. Ir más allá es evitar que la existencia se agote a sí misma. Este
más allá entonces se entiende como la consideración de un conjunto de
posibilidades en el ser y el conocer que se agotan cuando se impone y se acepta
algo generando la pérdida antes mencionada. A esto es lo que conduce el relato
de Bracho y es lo que nos cuenta con palabras desocultadas que pueden ser
vistas como metáforas.
Ahora bien este juego del
lenguaje lo realiza Bracho de una manera especialmente creativa. El autor viajó
de lo universal a lo particular y de lo particular a lo universal y la
mediación mediante el juego con las palabras de nuestros ancestros originarios
en sus lenguas nativas buscando con ello su universalización mediante la
apertura de lo ente, es decir, mostrando o desocultando la vivencia
representada. Esto fue lo que Heidegger llamó crear, es decir, un modo de
traer, que se expresa más bien en un modo de “recibir y tomar dentro de la
relación con el desocultamiento...”[4], que es para nosotros, en
medio de la tormenta que estamos viviendo, una especie de nombrar por primera
vez permitiendo con ello, por una parte, “acceder lo ente a la palabra y la
manifestación” y, por la otra, crear las condiciones de posibilidad de entender
nuestra actualidad desde una especie de antropología filosófica presentada en
forma de narrativa. Por ello Heidegger nos dirá que
“Para ver esto sólo
es necesario comprender correctamente el concepto de lenguaje. El lenguaje no
es sólo ni en primer lugar una expresión verbal y escrita de lo que ha de ser
comunicado. El lenguaje no se limita a conducir hacia delante en palabras y
frases lo revelado y lo oculto, eso que se ha querido decir: el lenguaje es el
primero que consigue llevar a decir lo abierto a lo ente en tanto que ente”.
El juego de palabras usado
por Bracho en Muana Ïmajana conlleva
entonces la creación en un amplio sentido y la significación que le da es el
puente entre el sujeto de la obra y lo que para él es relevante o útil, es
decir, abrir a la comprensión lo que Wittgenstein indicó que estaba detrás de
las palabras, palabras que han llegado a nosotros como sacos o no y nos podrían
permitir comprender lo oculto en esos lenguajes ancestrales que aún viven con
nosotros de alguna u otra manera.
Así pues, con esta obra Muana Ïmajana, Bracho nos hace una
advertencia: la pérdida del espíritu de la trascendencia se produjo cuando las
palabras fueron vaciadas de divinidad. Esto fue lo que condujo a la casi
desaparición de nuestros ancestros. Eso es lo que estamos viviendo en el
presente. De ahí la importancia de esta obra y mi invitación a participar en
los juegos de lenguaje que hay en todo su derrotero
[1] Ver al respecto: WITTGENSTEIN,
L. (2004). Investigaciones Filosóficas.
Edición bilingüe (3ª ed.) (T. A. García y U. Moulines). Barcelona:
Editorial Crítica. 559 p.
[2] Ver al respecto: GADAMER, H.
(2004) Verdad y Método. (6ª ed.).
Salamanca. (T. M.
Olasagasti). Ediciones Sígueme. 429 p.
[3] VIVEIROS DE CASTRO, E. (2002). A Inconstância da Alma Selvagem. São
Paulo. Cosac Naify. 549 p.
[4] Ver al respecto: HEIDEGGER, M.
(1996). El Origen de la Obra de Arte.
Versión española de Helena Cortés y Arturo Leyte en: Heidegger, Martín, Caminos
de bosque. Madrid, Alianza Editorial. 62 p.
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