Dr. Jairo Bracho Palma
En
siglos anteriores, las pestes han sido bautizadas con nombres alusivos al
posible origen geográfico, denominaciones escogidas no porque sean ciertas las
procedencias, en algunos casos han prevalecido consideraciones políticas, en el
que la xenofobia tiene un efecto colectivo aglutinante, es un medio en tanto
fines de perverso criterio económico.
El 16
de octubre de 1918, un soldado es recluido en el hospital Vargas de la Guaira.
Presenta un cuadro de “fiebre,
cefalea y odinofagia”. En la tarde del mismo día, el
registro aumenta a cuarenta de soldados con iguales síntomas. Veinticuatro
horas después, las cifras indican que se trata de una epidemia: 500 infectados.
En 1918, uno de cada cuatro
venezolanos podía ser portador de tuberculosis, era una sociedad golpeada por
sucesivas oleadas de paludismo, de fiebre amarilla, peste bubónica; azotada por
la difteria, por el tifus, entre otras.
Sin servicio de aguas servidas, con la
disponibilidad de un médico por cada 5000 habitantes, una mortalidad infantil superior al 12%, una
esperanza de vida de 42 años, y un servicio sanitario apuntalado por el
sacrificio de magníficas individualidades, como el Dr. Luis Razetti, no era
asunto extraño, hasta que la epidemia dejó
detrás de su inapelable sentencia, viudas, huérfanos y una violenta ausencia de
seres queridos.
La llamada “Gripe Española” había
llegado a nuestro país. Caracas,
Los Valles del Tuy, La Guaira, Maracaibo, Miranda, Ciudad Bolívar y Táchira, fueron los lugares más afectados.
Como
suele suceder con los complejos de infalibilidad, el gobierno negó la
existencia de una epidemia que se llevó al viaje sin retorno, a 50 mil almas
entre 1918 y 1920, el 2% de la población venezolana.
Venezuela
fue sacudida por la segunda oleada de la enfermedad, la más virulenta, y que
había comenzado a mediados de agosto de aquel año. Fue diseminada por los soldados de la Primera
Guerra Mundial, desde los “puertos de Freetown (Sierra Leona), Boston (EEUU) y Brest (Francia)”.
Realmente
la “Gripe Española” no salió de España, la mayoría de las opiniones coinciden en
que se inició en los Estados Unidos, específicamente en Fort Riley, Kansas.
Pero como lo que parecen ser prácticas calcadas, las culpas recayeron sobre los
chinos, en cuyo país la influenza se cobró 30 millones de víctimas. Una gripe
de España que propagaron los chinos, una verdadera tontería. Los actos de
xenofobia y las medidas de aislamiento no se hicieron esperar. Al parecer las
naciones desarrolladas están exentas de convertirse en el “Azote de Dios”.
La
gripe española ha sido la pandemia que más víctimas ha cobrado en el siglo XX. Un
total de 100 millones de personas muertas, el 2,5% de la población mundial.
Ninguna
iniciativa de contención tuvo éxito, a excepción de Australia, pero luego
recibió una tercera oleada que dejó una gran desolación. Desde allí se expandió
a todo el mundo con mayor virulencia, efectos que se prolongaron hasta 1920.
Los
síntomas de la peste de influenza de 1918 tienen ciertas semejanzas con la
actual pandemia:
Quienes sobrevivían permanecían
deprimidos y fatigados por meses, y quienes no lograban sobrevivir morían en
pocos días, con fiebre, fatiga extrema, palidez, cianosis, disnea tos con
expectoración, hemoptoica, delirio y otros trastornos psiquiátricos, para
finalmente expirar con una respiración débil, en narcosis... Las autopsias revelaban
una neumonía bacteriana masiva (neumonía de múltiples focos) intercalada con
cambios inflamatorios en la que no se identificaban siempre las mismas
bacterias.
Las
medidas de contención y de erradicación resultaron inútiles como va dicho. Las medicinas
poco hicieron. La aspirina fue la más utilizada. En países como el nuestro, se usó la quinina,
pero al parecer, sumaba otros síntomas y no ayudaba a la mejoría.
El
virus apenas fue identificado en 1933:
Es una cepa A (H1N1), precursora del
que circula actualmente por el mundo, muy similar al que habita en las aves y
para el cual el sistema inmunológico del ser humano no tenía memoria inmunológica
en 1918.
En
Venezuela, las políticas sanitarias para contener el virus fueron coordinadas
por el Dr. Luis Razetti, quien presidió la Junta de Socorro Central en Caracas,
en ella estaban representadas las parroquias y los estados. Se suspendieron
actividades escolares, reuniones sociales, misas, se prohibieron fiestas y
actos públicos.
“Caracas entró en cuarentena, y la población
en fobia”.
En 1985,
el médico venezolano Samir Kabbabe predijo que en el futuro cercano, (revista Medicina Interna, abril de 1985, V. 35)
una nueva pandemia de parecido origen viral, causará una potencial mortandad, estimada
entre 150 y 300 millones de personas.
¿Qué
podemos aprender de la crisis de la pandemia de 1918?
Detengámonos
un momento en el caso de Gran Bretaña, sin anuncios triunfalistas, se han
dedicado a aislar a los ancianos y han echado mano de la experiencia de
múltiples pestes que los han azotado por siglos, así como de su natural
pragmatismo: desarrollo inmunológico como proceso inevitable, y eso pasa por la
posibilidad de infección y decesos, complementado con la prevención, las
medidas sanitarias sin histerias, sin cerrar escuelas, ni lugares públicos.
Seguramente vendrá otra oleada de un virus mas fuerte, el desarrollo de la inmunidad
es importante, algo básico.
¿Qué
podemos aprender los venezolanos de la crisis de influenza de 1918?
Pues
podríamos tomar debida nota de las políticas sanitarias que desarrolla Gran
Bretaña en este caso, leer el informe en circulación, y no repetir al dedillo las
medidas de contención y prevención tomadas por la Junta de Socorro de 1918,
porque buena parte de ellas, como los encierros, ciudades fantasmas y exageradas
prohibiciones, probaron no ser efectivas.
La
higiene, la prevención, la contención en fronteras son medidas válidas, pero
deberían ser complementarias. La necesidad del desarrollo de la memoria
inmunológica resulta fundamental. Para exhaltados y sarracenos, no estoy diciendo
que debemos exponernos adrede y enfermarnos para desarrollar defensas, queramos
o no, estos virus son estacionales y remitirán paulatinamente.
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