jueves, 25 de abril de 2019

TRES BANDERAS Y TRES NOMBRES: HISTORIA DEL CRUCERO GENERAL SALOM


Elaborado por Gustavo Sosa Larrazabal

Ferdinand de Saussure nos indicó en una oportunidad que la lengua puede parangonarse a una sinfonía cuya realidad es independiente del mundo en el cual se expresa. Es ante todo praxis porque la sinfonía como tal tiene que ser ejecutada virtuosamente con un único fin: que sea dirigida a cualquier cosa para generar un efecto deseado. Su fin es extra-lingüístico, es decir, público. De forma derivada es episteme porque también demanda el acto de producirlo.
El carácter extra-lingüístico indica que cuando se pronuncia es, con lo cual se puede ver en él un carácter ritual en cada uno de los discursos o frases que pronunciamos sobre todo cuando se trata del uso de performativos absolutos como, por ejemplo, ‘te bautizo’. El performativo es un enunciado donde se hace alguna cosa hablando de un modo tal que es capaz de modificar la realidad con sus notas ‘musicales’ debido a que pone en movimiento una potencia que se expresa en los modos en que las palabras se combinen. Por ello se ha afirmado que el performativo absoluto es el órgano de una revelación de naturaleza materialista gracias a la cual la raíz aflora en superficie, o mejor dicho, se muestra siempre ahí como es.
Esta reflexión me vino a la mente al pensar la historia de un buque que sirvió a dos banderas, tuvo tres nombres y más o menos igual número de propósitos fundamentales. Me refiero a la última obra de Gustavo Sosa “la Historia del cañonero General Salom” (ex - Atalanta y ex - Restaurador). En este relato me llamaron la atención los actos performativos que marcaron el destino del buque y, desde el punto de vista de la episteme sobre el cual fueron demandados, el proceso que produjo dichos actos y la correspondencia entre acto de habla e historia del navío.
Desde la perspectiva de los actos performativos, Gustavo Sosa nos habla de uno. Cuando el buque fue bautizado con el nombre de ‘Atalanta’. Él nos señala que la intención del dueño al concebirlo fue “alejarse del foco público” de ahí que pensó en poseer un medio que pudiera “moverse con gran velocidad hacia el logro de sus objetivos antes de que fuesen evaporados por el destino”. De ahí el nombre, “Atalanta”, una heroína cazadora consagrada a la diosa Artemisa, reconocida por su belleza e imbatibilidad en las competencias de carrera. El acto de habla en el momento de su botadura fue: “Yo te llamo Atalanta” y de ahí inició una singladura marcada por la necesidad de alejarse y de moverse a gran velocidad, con lo cual esa cosa bautizada fue ‘Atalanta’. Después se produjeron dos cambios que redujeron su posibilidad de alcanzar los objetivos para los cuales fue hecho porque de alguna u otra manera estos nuevos propósitos se evaporaron por el destino antes de que estos fuesen alcanzados. No hubo un performativo absoluto que renombrase ese navío en sus futuros destinos. El autor nos señala que este navío cuando fue modificado en el astillero fue marcado con el nombre ‘Restaurador’ y cuando llegó a La Guaira, después de una accidentada travesía, un acto administrativo lo incorporó a la Armada Nacional. O sea, no hubo el fiat lux que, como acto ritual, debió indicar el nuevo destino del navío a partir del performativo. Claro, como bien apunta Gustavo Sosa, el ‘Restaurador’ tuvo una historia, pero una historia signada por la incapacidad para alejarse y de moverse a gran velocidad. Esta incapacidad fue sentida en momentos culminantes de su vida: la caza del Ban Righ y la captura alemana durante el bloqueo del año 1902. Esto no significa que su historia bajo otra marca no haya sido relevante en el sentido del propósito con que el navío fue adquirido. No estuvo en el espíritu del autor polemizar acerca si el nombre ‘Restaurador’ se ajustaba a la intención del nuevo dueño debido a que debería responder a la pregunta ¿restaurar qué? El caso es que fue una máquina que se adecuó a una intención y una estructura de relaciones entre sentimientos y sensaciones que se le impuso otra estructura de acciones, es decir, el ‘Atalanta-Restaurador’ actuó, diríamos, con dos personalidades. Este cambio de personalidad es el que nos va mostrando Sosa en la medida en que sus palabras brotan burbujeantes mediante la lectura del libro mostrándonos, en consecuencia, información inédita para lectores y especialistas en la historia de la marina de guerra de inicios del siglo XX.
El segundo cambio convertiría al ‘Atalanta-Restaurador’ en ‘General Salom’. Su finalidad, tal como la indicó el autor fue “borrar a Castro de la memoria política del país”. Para tal fin se elaboró y se leyó una resolución junto con una “corta biografía del héroe”. Por qué ese héroe y no otro. El General Bartolomé Salom fue un hombre leal al Libertador y un abnegado y competente oficial patriota que supo retirarse a la vida privada una vez que la fortuna política le fue adversa. El navío, con ese nuevo nombre, tuvo otra historia que le dio una nueva personalidad que se superpuso a las otras dos y aunque cumplió un sinfín de misiones en la larga vida que tuvo con ese nombre no pudo tener los dones que el performativo absoluto del bautismo le dio originalmente. Los avatares del ‘Salom’, escrito por Sosa, constituyen una de las nuevas páginas de la historia de nuestro país que no solo nos dicen las vicisitudes de los hombres que le dieron vida a ese navío, en esta nueva etapa, sino también nos muestra desde un nuevo enfoque cómo fue la evolución de la Marina de Guerra de Venezuela en esa fase histórica del país signada por graves acontecimientos globales como la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
Con respecto al proceso que generó dichos actos, es decir, las intenciones que produjeron la partitura que marcó la vida del Atalanta-Restaurador-Salom en sus diferentes etapas nos indica el contexto histórico que condicionó la existencia del navío: de la revolución industrial estadounidense y de una opulencia que compitió con el modo de vida victoriano y su laissez faire, a capital ship de las fuerzas gubernamentales venezolanas empeñado en acciones bélicas que Sosa señala como memorables y finalmente como buque escuela, de representación diplomática y de apoyo en un contexto político signado por la represión y falta de libertades políticas en el país. Aquí se puede inferir de la lectura muchas cosas que ayudaran a entender la realidad política del país en ese momento histórico. Solo diremos que el ‘Salom’ no necesitó más de los dones con los cuales fue concebido el Atalanta y que el hilo de oro que le tejieron las Moiras fue más extenso que el negro y/o de otro color que marcó su existencia.
Finalmente, en relación con la correspondencia entre acto de habla e historia del navío, es decir, la sinfonía en sí misma, Sosa nos cuenta cómo los venezolanos tuvieron que lidiar con una tecnología que estuvo fuera de su alcance para que el navío, que había dejado de ser Atalanta, fuese una entidad que estuviera a la altura de las necesidades para las cuales fue adquirido. Los marinos habitualmente asocian a un buque con un ser vivo. Si consideramos que para Benedicto de Spinoza un ser vivo es una composición determinada por la resultante de una relación de reposo y movimiento y al ser expresión del Dios-naturaleza naturante, sus atributos en extensión y pensamiento indican como naturaleza naturada que la existencia del navío en sí, en su fase venezolana, dependía de cómo la relación entre sensaciones y sentimientos podían apuntar a la producción de ideas adecuadas que crease las condiciones de posibilidad para perseverar en su propia existencia como una entidad concreta. Teniendo esto presente, si se considera que ese navío sirvió al país por casi medio siglo podemos afirmar que si bien la diosa Týchê de forma azarosa le dio al Atalanta un nuevo destino, los venezolanos pudieron crecer y ser como marinos a pesar de que la clase dirigente venezolana interrumpiera dicho proceso.
Para finalizar, Gustavo Sosa expresa que la manzana de oro que marcó el cambio de destino de la cazadora y corredora Atalanta de alguna u otra manera fue también lanzada al ‘Salom’. Sin embargo, hubo un cambio de circunstancias que convergió en un mismo resultado: la historia de Atalanta se convertiría en una mitosis que permitió explicar la realidad de la Grecia arcaica, el Restaurador-Salom, como expresión del atributo ´pensamiento’, le permitió a Gustavo Sosa con nuevos e importantes aportes traernos al presente la historia de un navío que protagonizó una época importante de la historia de Venezuela por lo cual recomiendo ampliamente su lectura.

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