Elaborado por Gustavo Sosa Larrazabal
Ferdinand de Saussure nos
indicó en una oportunidad que la lengua puede parangonarse a una sinfonía cuya
realidad es independiente del mundo en el cual se expresa. Es ante todo praxis porque la sinfonía como tal tiene
que ser ejecutada virtuosamente con un único fin: que sea dirigida a cualquier
cosa para generar un efecto deseado. Su fin es extra-lingüístico, es decir,
público. De forma derivada es episteme
porque también demanda el acto de producirlo.
El carácter
extra-lingüístico indica que cuando se pronuncia es, con lo cual se puede ver en
él un carácter ritual en cada uno de los discursos o frases que pronunciamos
sobre todo cuando se trata del uso de performativos absolutos como, por
ejemplo, ‘te bautizo’. El performativo es un enunciado donde se hace alguna
cosa hablando de un modo tal que es capaz de modificar la realidad con sus
notas ‘musicales’ debido a que pone en movimiento una potencia que se expresa
en los modos en que las palabras se combinen. Por ello se ha afirmado que el
performativo absoluto es el órgano de una revelación de naturaleza materialista
gracias a la cual la raíz aflora en superficie, o mejor dicho, se muestra
siempre ahí como es.
Esta reflexión me vino a la
mente al pensar la historia de un buque que sirvió a dos banderas, tuvo tres
nombres y más o menos igual número de propósitos fundamentales. Me refiero a la
última obra de Gustavo Sosa “la Historia del cañonero General Salom” (ex -
Atalanta y ex - Restaurador). En este relato me llamaron la atención los actos
performativos que marcaron el destino del buque y, desde el punto de vista de
la episteme sobre el cual fueron demandados, el proceso que produjo dichos
actos y la correspondencia entre acto de
habla e historia del navío.
Desde la perspectiva de los
actos performativos, Gustavo Sosa nos habla de uno. Cuando el buque fue
bautizado con el nombre de ‘Atalanta’. Él nos señala que la intención del dueño
al concebirlo fue “alejarse del foco público” de ahí que pensó en poseer un
medio que pudiera “moverse con gran velocidad hacia el logro de sus objetivos
antes de que fuesen evaporados por el destino”. De ahí el nombre, “Atalanta”,
una heroína cazadora consagrada a la diosa Artemisa, reconocida por su belleza
e imbatibilidad en las competencias de carrera. El acto de habla en el momento
de su botadura fue: “Yo te llamo Atalanta” y de ahí inició una singladura marcada
por la necesidad de alejarse y de moverse a gran velocidad, con lo cual esa cosa
bautizada fue ‘Atalanta’. Después se produjeron dos cambios que redujeron su
posibilidad de alcanzar los objetivos para los cuales fue hecho porque de
alguna u otra manera estos nuevos propósitos se evaporaron por el destino antes
de que estos fuesen alcanzados. No hubo un performativo absoluto que renombrase
ese navío en sus futuros destinos. El autor nos señala que este navío cuando fue
modificado en el astillero fue marcado con el nombre ‘Restaurador’ y cuando llegó
a La Guaira, después de una accidentada travesía, un acto administrativo lo
incorporó a la Armada Nacional. O sea, no hubo el fiat lux que, como acto ritual, debió indicar el nuevo destino del
navío a partir del performativo. Claro, como bien apunta Gustavo Sosa, el
‘Restaurador’ tuvo una historia, pero una historia signada por la incapacidad
para alejarse y de moverse a gran velocidad. Esta incapacidad fue sentida en
momentos culminantes de su vida: la caza del Ban Righ y la captura alemana
durante el bloqueo del año 1902. Esto no significa que su historia bajo otra
marca no haya sido relevante en el sentido del propósito con que el navío fue
adquirido. No estuvo en el espíritu del autor polemizar acerca si el nombre
‘Restaurador’ se ajustaba a la intención del nuevo dueño debido a que debería
responder a la pregunta ¿restaurar qué? El caso es que fue una máquina que se
adecuó a una intención y una estructura de relaciones entre sentimientos y
sensaciones que se le impuso otra estructura de acciones, es decir, el
‘Atalanta-Restaurador’ actuó, diríamos, con dos personalidades. Este cambio de
personalidad es el que nos va mostrando Sosa en la medida en que sus palabras
brotan burbujeantes mediante la lectura del libro mostrándonos, en
consecuencia, información inédita para lectores y especialistas en la historia
de la marina de guerra de inicios del siglo XX.
El segundo cambio
convertiría al ‘Atalanta-Restaurador’ en ‘General Salom’. Su finalidad, tal
como la indicó el autor fue “borrar a Castro de la memoria política del país”.
Para tal fin se elaboró y se leyó una resolución junto con una “corta biografía
del héroe”. Por qué ese héroe y no otro. El General Bartolomé Salom fue un
hombre leal al Libertador y un abnegado y competente oficial patriota que supo
retirarse a la vida privada una vez que la fortuna política le fue adversa. El
navío, con ese nuevo nombre, tuvo otra historia que le dio una nueva
personalidad que se superpuso a las otras dos y aunque cumplió un sinfín de
misiones en la larga vida que tuvo con ese nombre no pudo tener los dones que
el performativo absoluto del bautismo le dio originalmente. Los avatares del
‘Salom’, escrito por Sosa, constituyen una de las nuevas páginas de la historia
de nuestro país que no solo nos dicen las vicisitudes de los hombres que le
dieron vida a ese navío, en esta nueva etapa, sino también nos muestra desde un
nuevo enfoque cómo fue la evolución de la Marina de Guerra de Venezuela en esa
fase histórica del país signada por graves acontecimientos globales como la
Primera y la Segunda Guerra Mundial.
Con respecto al proceso que generó
dichos actos, es decir, las intenciones que produjeron la partitura que marcó
la vida del Atalanta-Restaurador-Salom en sus diferentes etapas nos indica el
contexto histórico que condicionó la existencia del navío: de la revolución
industrial estadounidense y de una opulencia que compitió con el modo de vida
victoriano y su laissez faire, a capital ship de las fuerzas
gubernamentales venezolanas empeñado en acciones bélicas que Sosa señala como memorables
y finalmente como buque escuela, de representación diplomática y de apoyo en un
contexto político signado por la represión y falta de libertades políticas en
el país. Aquí se puede inferir de la lectura muchas cosas que ayudaran a
entender la realidad política del país en ese momento histórico. Solo diremos
que el ‘Salom’ no necesitó más de los dones con los cuales fue concebido el
Atalanta y que el hilo de oro que le tejieron las Moiras fue más extenso que el negro y/o de otro color que marcó su
existencia.
Finalmente, en relación con la
correspondencia entre acto de habla e historia del navío, es decir, la sinfonía
en sí misma, Sosa nos cuenta cómo los venezolanos tuvieron que lidiar con una
tecnología que estuvo fuera de su alcance para que el navío, que había dejado
de ser Atalanta, fuese una entidad que estuviera a la altura de las necesidades
para las cuales fue adquirido. Los marinos habitualmente asocian a un buque con
un ser vivo. Si consideramos que para Benedicto de Spinoza un ser vivo es una
composición determinada por la resultante de una relación de reposo y
movimiento y al ser expresión del Dios-naturaleza
naturante, sus atributos en extensión y pensamiento indican como naturaleza naturada que la existencia
del navío en sí, en su fase venezolana, dependía de cómo la relación entre
sensaciones y sentimientos podían apuntar a la producción de ideas adecuadas
que crease las condiciones de posibilidad para perseverar en su propia
existencia como una entidad concreta. Teniendo esto presente, si se considera
que ese navío sirvió al país por casi medio siglo podemos afirmar que si bien
la diosa Týchê de forma azarosa le dio al
Atalanta un nuevo destino, los venezolanos pudieron crecer y ser como marinos a
pesar de que la clase dirigente venezolana interrumpiera dicho proceso.
Para finalizar, Gustavo Sosa expresa que la manzana de oro que marcó el cambio de
destino de la cazadora y corredora Atalanta
de alguna u otra manera fue también lanzada al ‘Salom’. Sin embargo, hubo un
cambio de circunstancias que convergió en un mismo resultado: la historia de Atalanta se convertiría en una mitosis
que permitió explicar la realidad de la Grecia arcaica, el Restaurador-Salom,
como expresión del atributo ´pensamiento’, le permitió a Gustavo Sosa con
nuevos e importantes aportes traernos al presente la historia de un navío que
protagonizó una época importante de la historia de Venezuela por lo cual
recomiendo ampliamente su lectura.
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