CAMPS, V. (2013). Breve Historia de la Ética. Barcelona. RBA Divulgación. 427 p
El republicanismo es una corriente
que se inicia con una serie de publicaciones entre cuyos autores destacan:
Quentin Skinner; John Greville, Agard Pocock y Philip Noel Pettit. La vuelta al
republicanismo que propugnan se nutre de las teorías de Maquiavelo y de Harrington,
en los que los republicanos buscan, sobre codo, dos cosas: I) una concepción de
la libertad más generosa y ambiciosa que la libertad liberal, 2) y una
recuperación de las virtudes corno sustento de la república. Ambas ideas son
complementarias, pues la libertad (387p) entendida en el sentido republicano
requiere un individuo virtuoso o comprometido con el bien público.
Por lo que hace a la
concepción de la libertad, los republicanos retoman la división, implícita en
Kant y en Mills y formulada posteriormente por lsaiah Berlín, entre una
«libertad negativa» y una <libertad positiva». La primera es la libertad
liberal, la libertad entendida sólo cerno ausencia de intervención por parte
del Estado en los asuntos privados o individuales. Es una libertad mínima y,
para algunos pensadores, insuficiente desde el punto de vista moral. Pues la
libertad negativa no obliga a hacer nada salvo cumplir las leyes, que no es
poco, sin duda, pero que no compromete al individuo cerno agente moral autónomo
y capaz de elegir su propia vida. A esto último se refiere la libertad
positiva, que se entiende como autogobierno, como voluntad de la persona de no
dejarse dominar por nada ni por nadie y de ser, por lo tanto, dueña de su
propia vida y destino. A esta libertad positiva, Pettit prefiere llamarla libertad como no dominación, la cual
debería ser el ideal político del Estado republicano: procurar que los
ciudadanos se vean libres de cuantas dominaciones arbitrarias (las dominaciones
no arbitrarias son las leyes de obligado cumplimiento) pesan sobre ellos. La
idea de república que inspira a estos filósofos remite a las concepciones
republicanas renacentistas, que incluyen una noción específica de ciudadanía:
la ciudadanía comprometida con un bien común, la ciudadanía que sirve a la
sociedad participando políticamente y compartiendo los fines sociales que ella misma
contribuye a fijar. En suma, la nueva noción de libertad pone de manifiesto que
sólo somos libres en el sentido positivo del término si nos comprometemos con
la eudaimonia entendida como el florecimiento
o la plenitud humana (388p).
En la tradición republicana
renacentista, la libertad del agente se enmarcaba en la pregunta: ¿qué
significa vivir en un Estado libre?, ¿en qué consiste la libertad de una
comunidad? Consiste, por supuesto, en la ausencia de constricciones externas,
por eso la defensa del enemigo exterior era fundamental, pero consiste también
en la voluntad ciudadana de vivir civilmente (el vivere civile de Maquiavelo): vivir pensando en el bien de la
comunidad. Una república es, así, la única base para que la libertad individual
no degenere en servidumbre con respecto a los distintos -Ídolos- (según Francis
Bacon) que, de hecho, le gobiernan y le manipulan sin que por lo general se
percate de ello.
En consecuencia, una república
que se autogobiema sólo puede ser aquella en la que los ciudadanos cultivan la
virtud (según Cicerón), donde se crea un espíritu público que los une tanto en
la voluntad de defenderse de enemigos externos como en la de desempeñar un
papel en la vida pública. En la república se cultivan las virtudes públicas
para coadyuvar en el servicio a la sociedad evitando la corrupción y
propiciando el bien común. Tales ideas están en las antípodas de la teoría
liberal de la «mano invisible», según la cual no es preciso moralizar a las
personas porque el egoísmo y los vicios privados producen beneficios públicos.
Los republicanos no creen que esa teoría funcione. Una teoría republicana de la
libertad debe preguntarse cuál es la mejor forma de maximizar y de sacarle
partido a la libertad negativa, de conseguir que el uso de la libertad por
parte de los ciudadanos sea favorable y no un impedimento para el bien de todos
(389p).
A diferencia de la opinión de Alasdair
Maclntyre, que desconfía de la posibilidad de un discurso sobre las virtudes en
un Estado liberal, los partidarios del republicanismo piensan que es posible y
necesario propiciar virtudes liberales, virtudes derivadas precisamente del
valor de la justicia liberal tal como la entiende John Rawls. Valores como la
civilidad, la razonabilidad, la responsabilidad, la tolerancia, el respeto, son
imprescindibles para adquirir el sentido de la justicia. Al liberal le acecha
un miedo a la libertad (similar al que teorizó Erich Fromm en El miedo a la libertad)
que le condena a un dejar hacer en
todos los sentidos y a todos los propósitos, porque tener que escoger significa
inseguridad, riesgo e incertidumbre. El Estado liberal, por su parte, opta por
la neutralidad que no toma partido frente al pluralismo ideológico, por miedo a
establecer límites y a intervenir en exceso sobre cuestiones que cree que han dejado
de ser de interés público y han pasado al dominio de lo estrictamente personal.
Esta concepción deja sin respuesta dos preguntas: ¿existen formas mejores de
alcanzar la plenitud humana o rodo vale igual? y ¿existe algún vínculo de unión
en las sociedades liberales más allá de un vago ideal de justicia? (390p)
Es cierto que existe el
peligro de que la Libertad no entendida en el sentido estrictamente liberal de
no interferencia de los poderes públicos acabe en manos de una ideología totalitaria
y anule la voluntad individual. Pero también lo es que el ejercicio de la
autonomía individual sólo se aprende si esa autonomía es una «autonomía situada».
No la autonomía kantiana de la razón pura, que es irreal y también es susceptible
de desviación, sino la autonomía que se ejercita en un contexto donde concurren
distintos ideales y preferencias. Nuestra identidad moral se forma sobre la
base «de un lenguaje moral público», dice Stephen Macedo." Los significados
públicos de algún modo nos condicionan y, si se dan en un contexto de
pluralismo, éste proporciona el estímulo para reflexionar sobre los propios
valores. Lo contrario, no nos engañemos, no es pluralidad de opiniones, sino
que acaba siendo <pensamiento único», tal es la fuerza y el poder que sobre
el individuo ejercen dominaciones derivadas del sistema económico, el consumismo,
la publicidad o los intereses de los más poderosos. (390p)
En resumen, pues, el
republicanismo ofrece una superación de las insuficiencias liberales éticamente
mucho más aceptable que el comunitarismo. En primer lugar, porque mantiene el
bastión de la libertad individual como valor prioritario, sólo que pretende
convertirlo en un valor no divorciado del compromiso cívico. También, porque la
república es una sociedad abierta, que sólo reclama del individuo más
identificación con lo público, con un bien común que no es sino la concreción
de los valores constitucionales. El republicanismo es aplicable a cualquiera de
las democracias constitucionales, no necesita poner la comunidad por delante
para construir a partir de ella un sentido moral de pertenencia. Recupera de
esta forma la idea de una ciudadanía moralmente comprometida y de una persona
que no vive sólo para sí misma, sino también para que prospere el bien público (391p).
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