Dr. Jairo Bracho Palma
La
denominada posverdad, forma parte de algunas composiciones afijas que hoy son
moda (post modernidad, post heroicidad, etc.), es propia de la era de los fakes
de políticas populistas y liberales. El problema de este fenómeno es su
eficaz incidencia en nuestras creencias personales, para muchos irrefutables,
banalizando la mentira, y relativizando la verdad. No es nueva la predisposición a dar por cierto,
historias que reafirman nuestros más íntimos anhelos y sistemas de creencias
que asumimos sin cuestionar, siendo uno de los preferidos, la constante intromisión de intereses extranjeros en los asuntos
internos, justificación suficiente y principal, de nuestro fracaso como nación,
asunto que en contadas ocasiones ha resultado ser cierto.
La indigerible masa de información producida cada minuto por la red sobre temas inimaginables, nos hace cuestionar su utilidad como referencia para trabajos serios, en razón de su calidad. Especialmente afectada ha resultado la disciplina histórica. Libros redactados de manera ingeniosa que reciben premios por las visitas recibidas, el número de “me gusta” y la muy superficial aprobación de los lectores ávidos de conspiraciones internacionales y sociedades secretas al acecho. El problema se presenta cuando usted trata de usar tales trabajos como referencia o como simple hábito educativo, porque se encuentra con un lenguaje pobre, pésima ortografía, y sobre todo, carente de referencias, con variados atrevimientos en cuanto a falsificación de fuentes. Refirámonos a algunos relacionados con el magnicidio del 13 de noviembre de 1950. Obviaremos los pies de páginas por causas ya explicadas en otros artículos, y que serán incluidas en el libro que publicaremos próximamente.
LOS
FERROCARRILES INGLESES Y LA CONSPIRACIÓN BRITÁNICA
Raymond Horace Smith era un británico católico que residió en Caracas entre los años 40 y 70 del siglo XX. Representó los intereses de varias casas comerciales del Reino Unido, como la “Rolls-Royce”, la “Agencia Aeroespacial”, y otras empresas empeñadas en hacer inversiones en Venezuela, además de ser consejero económico de la agencia de ferrocarriles de Londres. Excelente anfitrión, y dueño de una galería de arte en nuestra capital, fue nombrado caballero en recompensa a sus servicios.
En diciembre de 1948 llegó al puerto de la Guaira el primer vehículo de la marca Rolls-Royce. A Smith le pareció que el candidato más adecuado para vender un lujo imposible, inclusive para muchos ricos caraqueños, no era otro que el millonario petrolero y especulador inmobiliario, Antonio Aranguren, quien aceptó encantado.
Al poco tiempo, Smith, alarmado por el mal trato de que había recibido un vehículo considerado, una obra de ingeniería, decidió comprarlo a su dueño. Aranguren, siempre atento a sacar provecho de cualquier situación, lo renegoció por uno nuevo. La transacción fue acordada con la condición de que sería enviado un chofer de la compañía como en efecto sucedió. Pero el objetivo de Aranguren era la transacción.
Enterado de las conversaciones que adelantaban el Ministerio de Comunicaciones y la empresa de los ferrocarriles de Londres, para el suministro de coches, rieles y equipos, la avaricia aguijoneó la invectiva de Aranguren, quien propuso a Smith que su representada invirtiera en una empresa de su propiedad llamada “Trans-lacustre”. Los accionistas londinenses accedieron pero con la conservadora suma de Bs. 1.000.000.
No satisfecho, propuso que buena parte del dinero obtenido por la transacción con el gobierno venezolano fuera dirigido a la adquisición de sus acciones de la “Trans-lacustre”, que sumaban unos Bs. 6.000.000 aproximadamente. Los accionistas de Londres que no eran tontos, entendieron cuanto tramaba y lo rechazaron.
Aún así, Aranguren no se dio vencido, y entonces tuvo una mala ocurrencia. En los primeros meses de 1950, se presentó en la quinta “Lois”, hogar del presidente de la Junta Militar de Gobierno, Tcnel. Carlos Delgado Chalbaud.
Aranguren habló a Carlos Delgado sin rodeos. Propuso la compra de los ferrocarriles ingleses por un sobreprecio de Bs. 20.000.000,00 o más; con la promesa de una comisión sustanciosa para ambos.
Visiblemente molesto, Delgado respondió de manera firme, que los tiempos en que se hacían esos negocios habían pasado, que se enviaría el caso al Ministerio correspondiente para su consideración bajo las normas correspondientes.
Aranguren insistió en varias oportunidades, pero no obtuvo respuesta.
Los ferrocarriles se compraron, por casi 11 millones menos y sin la intervención del presidente, mucho menos bajo las propuestas del intermediario.
En su declaración por el magnicidio, Aranguren, uno de los principales sospechosos sobre quien caía gravísima culpa en crimen tan alevoso, intentó sin éxito, involucrar a Raymond Smith en el tema de los ferrocarriles y las comisiones en un burdo intento por direccionar culpabilidades. Por supuesto, Smith negó tales tratativas, menos haber discutido el tema.
Es posible que el asunto de las comisiones se discutiera, algo corriente entre intermediarios, pero es más probable, conociendo nuestra particular manera de hacer negocios con el gobierno, que Aranguren hiciera alarde de la vieja amistad con los Delgado Chalbaud, para lograr el interés de la empresa por concederle una jugosa comisión gracias al buen éxito del negocio, en un momento en que el Reino Unido se levantaba con no pocos tropiezos del debacle económico como consecuencia del enorme esfuerzo de guerra. Es poco probable que Smith haya discutido ese exagerado sobreprecio así como el grosero proceder de Aranguren para obtener el visto bueno de Delgado.
Años más tarde Smith sirvió de intermediario para la venta de armas, de tal manera que no es descabellado que tuviera relación con los servicios secretos de su país por la naturaleza del negocio.
Se ha comprobado que la empresa de ferrocarriles inglesas se manejó directamente con el ministro Oscar Mazzei Carta, al revisar los precios de compra de estos equipos, podemos constatar que fueron adquiridos con la mayor transparencia posible.
Aranguren sólo trataba de sacar provecho de una situación que consideraba favorable a sus intereses, tratando de utilizar la vieja amistad con Carlos Delgado, sólo que el concepto que éste tenía del octogenario sibarita, había cambiado con los años, ahora lo consideraba “inmoral y corrompido”.
De tal manera que no existe relación entre la negativa de Carlos Delgado Chalbaud a aceptar sobornos y una conspiración del gobierno británico para sacarlo del poder.
LA CIA Y EL
VIAJE AL ORIENTE MEDIO
Por la red circulan extensos trabajos sobre la supuesta conspiración del servicio secreto británico en contubernio con el sistema de inteligencia estadounidense para asesinar a Carlos Delgado Chalbaud. Están inspirados en declaraciones políticas, que en honor a la post verdad, carecen de fundamento, y que tiene una intencionalidad política - ideológica para crear una verdad histórica paralela, y apoderarse de personajes, hitos y símbolos.
Uno de estos libros señala sin citas ni respaldo, que luego de que la delegación venezolana viajara al medio oriente en octubre de 1949, los gobiernos británicos y estadounidenses acordaron salir de Carlos Delgado Chalbaud, al igual que de su ahora compañero de enaltecidos fines, el primer ministro iraní Mohamed Mossadeq. Si usted trata el tema entre sirios y troyanos en la selva política venezolana, ambas facciones, con cara de crédulos atarantados, afirmarán como hecho cierto todo cuanto es popular en la redes. La intención es evidente.
Hablemos primero de Mohamed Mosaddeq, cuando la comisión venezolana viajó a Irán, el primer ministro del Sha era Mohamed Sa´ed. Aquel, en cambio, era presidente de la comisión de petróleo del parlamento. La nacionalización de la “Anglo persian Oil Company” iraní ocurrió el 20 de marzo de 1951, casi dos años después del asesinato de Carlos Delgado. Lo que vino después de la nacionalización, fue una paciente escalada del conflicto de acuerdo a un método conocido (bloqueo económico, denuncias ante la ONU, campaña de desprestigio, etc.) contra el destacado primer ministro, que terminó siendo derrocado. Se ha comprobado la participación de los servicios secretos británicos con el apoyo no tan entusiasta de los estadounidenses. Pero el tema no tuvo nada que hacer con el caso venezolano.
Llama la atención el hecho de que las memorias de los ministerios correspondientes apenas dedicaran unas pocas líneas a la misión a Arabia Saudita y a Irán, una actividad que habría merecido extensos informes. Hay una razón: fue un fracaso. Árabes y persas recibieron la misión con indolente apatía.
Los sauditas se negaron a recibir la misión porque Venezuela había apoyado la partición de Palestina.
El gobierno iraní aceptó solamente una copia de la ley venezolana de petróleo transcrita al persa. No hubo acuerdos, ni declaraciones. Los venezolanos llevaron un traductor que sólo sabía árabe, y los iraníes no facilitaron las cosas buscando un intérprete.
Mohamed Mosaddeq no conoció a Carlos Delgado Chalbaud, no mantuvieron correspondencia, ni se abrazaron para jurar una lucha sin cuartel contra los imperios dominantes. Apoderarse de personajes históricos les causan un daño irreparable.
La misión a Irán y a Arabia Saudita desde lo formal buscaba un entendimiento entre los productores de petróleo para lograr el incremento de la calidad de vida de sus ciudadanos. Realmente lo que preocupaba al gobierno venezolano era que aquellos mercados entrarían con fuerza y a precios más accesibles, desplazando a nuestro país del segundo lugar como proveedor de petróleo, tantos árabes como persas lo sabían, y no vieron razón alguna para ayudar a sus competidores latinoamericanos en su afán por mantener precios y producción.
La correspondencia del Departamento de Estado y de su Embajada en Venezuela, indican que otras preocupaciones ocupaban sus afanes y no era precisamente la fallida misión al oriente medio: primero, un posible sabotaje a las refinerías y campos petroleros dentro del contexto de la escalada bélica con la Unión Soviética por el conflicto de Corea. A los efectos, la Junta Militar aprobó en 1949, los servicios de Jame Coulter, antiguo agente de la CIA para hacer un estudio de vulnerabilidades. Las empresas petroleras enviaban a la FBI las huellas dactilares de sus empleados para determinar su filiación comunista, así como para mantener bajo vigilancia a los sospechosos. La Junta Militar fue bastante dura en reprimir las huelgas y cerrar los hipertrofiados sindicatos por razones propias, y que consistían en no detener la producción, base de sus proyectos de Estado, así como cortar las actividades clandestinas de la Embajada soviética. Segundo, un aumento de tasas e impuestos, como había sucedido en el trienio adeco. Por último, la posibilidad de que no se otorgaran más concesiones, un tema que tenía recomendaciones a favor por el ministro Aguerreverre.
Consumado el golpe de Estado del 24 de noviembre de 1948, el embajador de Estados Unidos en Venezuela, Walter Donnelly, prohibió a sus agregados militares relacionarse con los oficiales venezolanos para no conferir prestigio al nuevo régimen. Las fuerzas de las circunstancias internacionales, le obligó a eliminar la orden y aumentar la cooperación militar. Bajo ese esquema, Venezuela recibió un aproximado de $ 30.000.000 por tal concepto sólo en 1950.
Delgado Chalbaud había manifestado en diferentes oportunidades a Donnelly, y al público en general, su intención de restaurar las libertades democráticas en un tiempo prudencial. A decir verdad, los intereses estadounidenses eran de orden económico, y aquellos melodramas democráticos eran una conveniente formalidad en el contexto multilateral.
Luego, un magnicidio o intento de derrocamiento del presidente de una Junta Militar reconocida por los Estados Unidos, carece de sentido. Por su parte, los ingleses estaban más preocupados por sus refinerías en Irán, y los graves desencuentros con el parlamento del Sha, que por una misión fallida.
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