Dr. Jairo
Bracho Palma
Pedro Estrada en pocas palabras, desentraña el misterio sobre el magnicidio de Carlos Delgado Chalbaud. La respuesta más simple suele ser la correcta.
Todo está en el expediente, léanlo.
La conspiración que tuvo como final inesperado para la mayoría de los implicados, el magnicidio del presidente de la Junta Militar de Gobierno, es el resultado de la convergencia de historias personales, del entramado de preferencias y emociones propias trasvasadas en conductas.
Contra el presidente se levantó una larga lista de enemigos, muy a pesar de que estaba convencido de no tener más que contrarios políticos en el sentido noble del término. Carlos Delgado Chalbaud despertó un sentimiento más nocivo que el rencor, que es conocido entre nuestras naciones originarias, como un odio descompuesto, aquel que justifica tu muerte en esta vida y en la otra, y el derecho a ser preterido y odiado más allá de tu desaparición. Aún en estas fechas, el malogrado presidente, es un muerto con enemigos.
En un país donde los saqueadores del erario común de los venezolanos forman parte del jocoso y hasta enaltecido anecdotario de la astucia como forma de vida, el manejo ético de la hacienda pública resultan odiosa, y sus promotores, candidatos a ser condenados por un atrevimiento capaz de señalar gravísimas falencias ajenas.
La otra razón de odio sin límites,
nació del sector militar más
recalcitrante y atrabiliario, que proponía una dictadura sin disimulo, dirigida
por un oficial de escuela, con los mismos códigos de conducta que sus compañeros.
La intención nada disimulada que tuvo Delgado para entregar el poder y llamar a
elecciones desató a los demonios de la conspiración. Los argumentos que
utilizaron contra Delgado de haber sido oficial asimilado, de parecer
extranjero y de “paracaidista” en el movimiento de 1945, sólo constituyeron
elementos subsidiarios, bajo cuya superficie se ocultaban los verdaderos
sentimientos en el sentido espinoziano del concepto.
Rafael Simón Urbina
Apersogado con grillos sesentones por su participación en el levantamiento del capitán Luis Rafael Pimentel (1919), el hambre en dosis, las enfermedades de la miseria y del desaseo; y las consecuencias del tortol y las descolgadas por las partes íntimas, mutilaron el aspecto físico y espiritual del prometedor y joven capitán de caballería Carlos Eugenio Mendoza Betancourt. En adelante, debió usar pantalones amplios para disimular las grandes y deformes inflamaciones testiculares. Mendoza había nacido en Caracas en 1886. Egresado de la primera promoción de la nueva Escuela Militar de la Planicie (1913), ocupó el tercer lugar en el orden de mérito general.
Ocho años en la cárcel de la Rotunda lo acercaron a Román Delgado Chalbaud. Ambos salieron en libertad el mismo día. Como en Venezuela, nada quedaba para un “rotundero”, siguió al encorajinado general hacia París, allí prestó sus servicios como secretario privado entre 1927 y 1929. Actor y testigo de primera mano de las operaciones sobre Cumaná. Estuvo muy cerca del director de guerra cuando cayó herido en la calle Larga. Tanto Carlos como su madre Luisa Helena se resintieron con “el calvo” (como era conocido entre sus cercanos) y tantos otros por no haberlo rescatado y llevado a bordo.
No fue un hombre muy popular entre la jungla de malos sentimientos que animaba a buena parte de la colonia venezolana en Francia. Su actitud para la discusión sin disimulos solemnes, y su verbo puntilloso, poco ayudaron.
De regreso a París, Mendoza vivió en una habitación en la casa de los Delgado Chalbaud. En aquellos años se había casado con una francesa con la que tuvo un hijo. Antonio Aranguren, uno de los financista de la invasión a Cumaná, a pesar de detestarlo, le tenía asignada una modesta pensión, pero convencido como estaba de su negligencia en el rescate de Román, se la retiró a finales de febrero de 1929. Trabajó como peón en una fábrica de papeles en París. En 1930 el gobierno francés lo expulsó junto a su esposa e hijo a instancias de la Legación de Venezuela. Llegó a Barcelona (España), las necesidades fueron muchas. Trató por intermedio de Carlos, de viajar a Canadá para buscar trabajo.
A la muerte de Juan Vicente Gómez, Mendoza trabajó en la policía de Caracas. Luego del 18 de octubre de 1945, sería el encargado de las diligencias confidenciales del nuevo ministro de la defensa, como la relación con algunos exiliados por la Junta Revolucionaria, entre ellos, un hombre, personificación de los apetitos más salvajes de nuestra raza: Rafael Simón Urbina López. Mendoza y Urbina habían sido compañeros en el primer año de la Academia, pero Urbina no guardaba buenos recuerdos del instituto.
Sobrino de los generales Gregorio, Manuel y Antonio Urbina, éste último, se había distinguido en la Revolución Libertadora en occidente (1902), movilizando cien serranos para abrir operaciones sobre Falcón y Lara a las órdenes del Juan Vicente Gómez. Por su parte, Gregorio Urbina combatió a su hermano Manuel, quien años más tarde moriría cargado de grillos en el castillo Libertador en 1934.
De aquellas cualidades de guerrero, conductor de tropas, y político, Rafael Simón Urbina sólo heredó la audacia del guerrillero emboscado, y el relumbrón efecto de los traicioneros golpes de mano.
Urbina nació en Cumarebo (estado Falcón) el 29 de octubre de 1897. Tres años antes de su muerte, el anciano general Antonio Urbina, escuchó a alguien tocar con habilidad una trompeta de órdenes que conservaba entre sus arreos de guerra. Al saber que se trataba de su sobrino, quien había quedado bajo su cuidado por la muerte de los padres, decidió enviar una carta a Juan Vicente Gómez, para que fuera aceptado en la nueva Escuela Militar (1910), como en efecto sucedió.
Como cadete, Urbina demostró ser díscolo y violento, poco dispuesto a cumplir las exigencias del muy disciplinario director del instituto. Algunos testigos aseguran que trató de agredirlo. Fue expulsado. Acompañó a su tío Joaquín Urbina en un alzamiento en Ciudad Bolívar (1913) para apoyar al “Mocho” Hernández, declarado en rebeldía desde el exterior. Siendo apenas un adolescente, pagó dos años en prisión, razón para que el presidente del estado Falcón, general León Jurado intercediera por su liberación. Cuatro años después, fue tras su tío,Manuel Urbina, quien mantuvo la serranía de Coro alzada entre 1919 y 1923. Luego salió del país y vivió exiliado entre la Habana y Barranquilla. Se acogió a la amnistía general decretada en 1925, y regresó a Venezuela.
Tres años dura su
aparente pacificación. Se alza junto a su amigo Roberto Fosi, administrador de La Vela de Coro. A partir de ese
momento la crueldad y la venganza serán los signos distintivos en sus acciones.
Vestido de liquilique azul y sombrero de
pana marrón, y con muy mala actitud, Urbina toma Cumarebo entre peinillazos y
gavillas contra los que consideraba enemigos
( 24 de julio de 1928).
Derrotado por el general León
Jurado, huye a Curazao (12 de agosto de 1928). Es apresado por las autoridades.
En esas fechas se encuentra en aquella isla, Rómulo Betancourt con otros
estudiantes expulsados de Venezuela por los sucesos de 1928. Los exiliados
amenazan con provocar una huelga en la refinería si Urbina no es liberado. Es
deportado a Colombia en septiembre de aquel año. Urbina conoce a Betancourt, pero pronto se
declara su enemigo.
Homofóbico agresivo, según sus escandalosos
comentarios, sorprendió a Betancourt prodigándole caricias a otro compañero exiliado,
motivo de agresivas imprecaciones. Sea verdad o calumnia todo cuanto señala, en
el Archivo General de la Nación existe (o existió) copia de un expediente
judicial en el que Betancourt demanda a Urbina por tales señalamientos y por lo
publicado en su libro “ Victoria dolor y
tragedia”(1936).
Desde Colombia huye hacia Costa
Rica, posteriormente a Panamá. El 1 de junio de 1929, junto con Gustavo Machado y Ramón Torres, protagonizan
una hazaña, que dio la dio la vuelta al mundo, motivo de amplios
reportajes internacionales, algunos de novela, pero también, causa de serios inconvenientes
en las relaciones entre Holanda y Venezuela.
Quedará para el anecdotario curazoleño la amenaza de las madres para
asustar a sus hijos y mandarlos a la cama: “ahí
viene Urbina”.
El fuerte Ámsterdam es tomado el 8 de agosto de 1929 por jóvenes revolucionarios, una tropa levantada
entre los trabajadores de la refinería y recién llegados de la costa falconiana.
Urbina logra el apresamiento del gobernador de Curazao, Leonardo Alberto Fruytier. Posteriormente, apoyado por Miguel Otero Silva,
Guillermo Prince Lara, José Tomás Jiménez, y 250 hombres, toma el vapor
americano "Maracaibo", llevándose al gobernador como rehén. Invade
por la Vela de Coro; León Jurado le hace frente y lo pone en derrota (13
de junio de 1929). Urbina logra huir a Colombia
y, de allí a Panamá.
En octubre de 1931 , vuelve
por sus fueros. Acompañado por 137 mexicanos y 8 venezolanos, desembarca por
Puerto Gutiérrez, Estado Falcón y toma Capatárida (12 de octubre de 1931). Derrotado nuevamente por su
antiguo protector, huye del país.
Rafael Simón Urbina no fue un caudillo en la doble significación diacrónica y sincrónica de la historicidad del concepto. Fue un guerrillero, y éstos tienen características distintivas.
La extensa correspondencia de Urbina y las crónicas de sus actividades nos revelan mucho sobre él. Su temperamento se asemeja a los personajes de Benito Pérez Galdós (Juan Martín, el empecinado): espíritu aventurero, inquieto, sobrio, de poco comer y poco amigo de trabajar, necesitado compulsivo de la perpetua lucha para calmar su díscola afición por el “militarismo silvestre”.
Para el tipo de guerrillero que fue Urbina, resultaba fundamental mandar y no ser mandado, “un ansia horrorosa de que ningún nacido valga más que yo”, tanto que cobraban en él, la envidia, la soberbia (“a mi nunca me ha dominado nadie”) y el menosprecio, proporciones demoníacas. Autoritario y temerario. Cruel, presto a los lances personales, a las venganzas atroces, a la enemistad perpetua y al homicidio al menor indicio de sentirse ofendido.
En sus aventuras de juventud se nos revela como un improvisador de éxito para asestar golpes de mano dentro de un esquema de anarquía montonera tácitamente reglamentada. Tenía gran confianza en sus instintos y en sus ideas. La improvisación y el caos ordenado de sus inopinados ataques, le rindieron frutos. Fue uno de los pocos enemigos de Juan Vicente Gómez que evitó invadir por lugares deshabitados, donde el gobierno tenía poca capacidad fáctica. Estuvo presto a marchar hacia el centro.
“Nervioso y poco calmado”, no tuvo éxitos militares más allá del estado Falcón.
Urbina no creía en los caudillos que vagaban por el mundo en gestiones de financiamiento para unas invasiones que nunca sucedían, menos, en la oposición boba y faramallera, incapaz de dejar a un lado sus divergencias domésticas. Siempre anduvo sólo.
En su peregrinación por Centroamérica entre 1931 y 1936, sin ocupación fija, sin recursos para hacer la guerra, con grandes privaciones económicas, vigilado constantemente, y agredido por antiguos compañeros de luchas, manifiesta un trastorno bipolar, conocido como ciclotimia, caracterizado por episodios de hipomanía (ánimo y energía elevada) seguido de etapas depresivas. Expresa en forma recurrente deseos de suicidio, más tarde, estados anímicos exacerbados para abrir nuevas operaciones sobre Venezuela. Amaba la guerra:
Me gusta más la guerra que comer.
Gustaba del trabajo en el campo, especialmente la actividad ganadera, pero no fue constante.
En diversas oportunidades, cuando las necesidades de su familia apretaban, quiso emplearse como capataz de hacienda, pero fue impedido por Antonio Aranguren. Estimulaba su afán por la aventura recalcando que había nacido para grandes proezas, y que tales trabajos servían para “exhibir hombres débiles”.
Alto, de buena contextura, sus hazañas subyugaron a una nicaragüense de 18 años que vivía en Costa Rica: María Isabel Caldera. Hombre de sentimientos desenfrenados, el noviazgo duró menos de tres meses, contra la opinión de los suegros, contrajo matrimonio el 6 de febrero de 1934. María Isabel de Urbina fue la compañera adecuada: callada, obediente, fecunda, tanto o más apasionada que su esposo en los temas de venganzas, guerras y revoluciones:
Detalladamente informa a Aranguren del adelanto de sus hijos en el tiro de pistola, y de cómo se sortean entre sí, a quien le tocará vengarse primero.
Fue una familia conflictiva en sus relaciones vecinales, Los hijos, criados de acuerdo a los muy particulares criterios de su padre.
Urbina, al igual que muchos hombres
de machete y cobija, dormía en cuarto separado, y se acercaba al lecho
matrimonial cuando los reclamos amatorios del apareamiento, así lo exigían.
Tuvo dos hijos naturales y diez en el matrimonio.
Luego del matrimonio, viaja a Panamá, y de allí a la
Habana, donde es gravemente herido por el militante comunista Carlos Aponte. Pasada la larga convalecencia en la casa de la familia de su esposa en
Nicaragua, retorna a Panamá, donde fue arrollado en un nuevo atentado. Desde
aquellos tiempos Urbina desarrolla una manía persecutoria.
El 27 de agosto de 1936 regresa a Venezuela. Fue
recibido en Maracaibo y en Caracas por una multitud, que lo aclamó cómo héroe.
Fue el mejor momento de su vida, a partir del cual se
creyó su propia leyenda.
Declarado anticomunista, sostiene
violentas polémicas con sus antiguos compañeros de rebelión, y debe enfrentar
un demanda interpuesta por Rómulo Betancourt. López Contreras lo nombra gobernador
del Territorio Amazonas, no sabemos si para mantenerlo controlado porque llegaban
rumores de nuevas actividades conspirativas. Renunció un año después. Compró
una hacienda en Petare.
El 18 de octubre de 1945 lo
sorprende entre las calles Bogotá y Venezuela (Caracas), entonces vivía en una
casa en los Caobos. Ese día se reúne con Eleazar López Contreras, lugar en el
que conoce a Antonio Rivero Vázquez.
Nada saca en claro de la situación. Temerario por naturaleza, al saber por las
noticias de que Carlos Delgado Chalbaud estaba entre los rebeldes, le hace
llegar una carta en la que se coloca a su disposición. Éste dijo:
Esto es interesante, llámelo por teléfono y dígale que se
venga inmediatamente.
Urbina fue a Miraflores. Delgado
no pudo atenderlo, y al saber del odio que le prodigaba Betancourt, hizo que
fuera sacado a una esquina, lo que probablemente le salvó la vida.
Efectivamente, la confusión de
los días posteriores a una revuelta de esta naturaleza, puede ser aprovechada
para saldar cuentas personales en la impunidad que confiere semejante
descontrol de los eventos. Cinco días después, una gavilla del partido Acción
Democrática con brazaletes atacan sin éxito, la casa de Urbina, éste responde
con disparos y los pone en retirada. Fue despojado de sus bienes. Asilado en la
Embajada de Haití, consiguió salvoconducto luego de dos meses. Poco tiempo
después fue requerido por Rafael Leonidas Trujillo, enemigo personal de
Betancourt, para organizar una invasión
a Venezuela, pero nada se concretó.
Urbina era pobre. En el afan de imitar la
impronta de sus mayores, adquirió por medios lícitos, las antiguas propiedades
de sus tíos Manuel y Antonio en Curimagua y Pacaya en el estado Falcón, los
fundos “Providencia”, “Chirino”, “La Entrada” y “Urucure” (1939). Si algo agrió aún más su carácter, fue la venganza de que fue
objeto por parte de Rómulo Betancourt, al incluirlo de manera arbitraria en la
lista de los procesados ante el Tribunal de
Responsabilidad Civil y Administrativa. Todos
los fundos, propiedades de poco valor, más otras que poseía en Caracas, fueron
confiscados.
Huyó a Colombia, luego a Costa Rica, desde aquel lugar logró
comunicarse con Carlos Delgado Chalbaud (30 de noviembre de 1946).
Carlos Delgado Chalbaud no
admiraba a los caudillos ni sus aventuras, lo había dejado claro desde muy
joven, tampoco la afirmación recurrente de haber sido amigo de su padre atrajo
su atención, muchos decían lo mismo.
Mantener la estabilidad de un
gobierno acosado desde el principio, cuya larga lista de enemigos aumentaba
conforme pasaba el tiempo, era un asunto de dedicación exclusiva, y en eso
Carlos Delgado fue eficaz en los resultados. Se tenía información que desde
Nicaragua, se organizaba un movimiento para actuar contra el nuevo gobierno en
Venezuela, entonces Delgado, sabiendo los antecedentes de Urbina y de sus
conexiones con Anastasio Somoza, creyó conveniente utilizarlo como confidente,
porque desde diciembre de 1946, el alto mando militar había discutido la idea
de desarrollar un organismo de inteligencia con capacidad de acción
internacional.
A los efectos, envió a Carlos
Mendoza a reunirse con Urbina (10 de diciembre de 1946). Hubo varios encuentros
en Costa Rica entre enero y marzo de 1947.
Urbina hacía llegar información
sobre los movimientos de los conspiradores en Centroamérica, y aprovechaba la
ocasión para atacar a su más enconado enemigo, así que pasaba información (sin
que sepamos su veracidad) sobre supuestos movimientos financieros de algunos
miembros de la cúpula adeca en Costa Rica, entre ellos de Rómulo Betancourt,
cuya suegra residía en aquel país.
Por sus servicios, Delgado envió
varias ayudas económicas a Urbina, pero éste las rechazó. Según cuenta Mendoza en la última
reunión que sostuvo en Costa Rica, Urbina lo invitó a asaltar la casa del
familiar de Betancourt asegurando que escondía casi un millón de dólares en
efectivo. Mendoza ofreció acompañarlo en la aventura en el próximo viaje. Hasta allí quedó todo.
Urbina regresa a Venezuela el 8 de diciembre de 1948. Dos días después, Antonio Aranguren lo lleva a la casa de Carlos Delgado, momento cuando se conocen. Urbina solicita la devolución de sus bienes, que a decir verdad, habían sido injustamente confiscados. Días después fue recibido por Marcos Pérez Jiménez en el Ministerio de la Defensa. Urbina no conocería a Luis Felipe Llovera Páez.
En esta fase de su vida, sin revoluciones en ciernes ni perspectivas de nuevas aventuras, se manifiestan con mayor fuerza varios aspectos de su personalidad, como la mitomanía, la manía persecutoria, la obsesión por los golpes de Estado, asonadas y atentados:
Padecía de una idea obsesiva, casi delirante en todo lo que se refiere a revoluciones, guerrillas, cuartelazos, etc.,… durante muchos años me manifestaba en forma continua, prepárate que mañana habrán cosas muy serias.
Alejado de los desiertos, los saguaros, el sol inclemente de los campamentos, y los asaltos a machete, y con cincuenta y tres años, llegó a apreciar las ventajas de contar con patrocinadores nada desprendidos. Casa, dinero y trajes hechos con las mejores telas en sastrerías de alta costura: gabardina y casimir, pantalones casuales frescos de algodón, tirantes. Sombreros con sus iniciales. En ese tiempo los aportes de su mentor aumentaron de manera considerable.
Cuando las costarricenses Francisca Sánchez, Isabel Cerdas y Bienvenida Walker salieron de su país a instancias de Isaura Caldera, pensaron en un destino con menores estrecheces, que son las esperanzas muchas veces truncadas de todo emigrante. Llegaron a Venezuela con dos tías de María Isabel Urbina, pertenecientes a la rama Vega Miranda. Lo que no esperaban aquellas crédulas mujeres destinadas al servicio doméstico, es que estarían sometidas a un régimen de esclavitud. Impedidas de asomarse ni salir a la calle, coger el teléfono, o dejarse ver por las visitas, sus tareas estaban circunscritas a cuidar a los hijos de la extensa familia por un sueldo de miseria, y someterse sin protestar, so pena de una rabiosa paliza, a la irascible voluntad de Rafael Simón Urbina.
Puertas afuera, Urbina podía ser un agradable y bullicioso anfitrión, especialmente con su colección de compadres con alguna significación social: Antonio Aranguren, Rufino Blanco Fombona, Guillermo Power, Luis Gerónimo Pietri, Franco Quijano, Juancho Gabaldón, Ríos González, y Carlos Velutini, pero también transformarse en un hosco y desagradable pelmazo cuando alguien no le caía en gracia:
Me dio la impresión por su mirar evasivo y la forma poco cordial de expresarse, de que estaba lleno de bajos complejos morales.
Su relación con Delgado Chalbaud
Ha quedado comprobado en el
transcurso de las investigaciones que Urbina no conoció a Román Delgado
Chalbaud, y no tuvo contacto con su hijo Carlos antes de 1945.
Cuando el ronco oficial del “Restaurador” estaba en oficios de Guerra en 1901, Urbina tenía cuatro años de edad. En 1910 era cadete, Román general y delfín. En 1913, el adolescente falconiano estaba en Ciudad Bolívar, Román en la cárcel. En 1927, ambos residían en lugares muy distantes, Román no viajó a Costa Rica, Panamá o Nicaragua, y Urbina hizo un intento fallido por conocerlo como veremos más adelante. Por razones parecidas, tampoco conoció a Carlos antes de 1945, como aquél confesó a su esposa, aunque insistía entre sus cercanos, que el nuevo ministro, al igual que su padre, eran amigos.
Carlos Delgado Chalbaud ofreció ayuda financiera a Urbina entre 1945 y 1948, por las razones que van dichas. Luego del 24 de noviembre de 1948, Urbina visitó varias veces a Delgado en su casa y en la oficina en Miraflores. El tema de conversación recurrente: la devolución de sus bienes. El decreto que dejaba sin efectos las sentencia del Tribunal de Responsabilidad exigía de unos procesos administrativos que muchos cumplieron, pero a los que Urbina se negaba, sin que sepamos por qué; sólo quería la devolución sin más, y eso era un problema para Delgado Chalbaud, pero alteraban en aquel, los códigos que regían la manera impositiva e iracunda de relacionarse con los otros, interpretándolo como un gesto de enemistad.
Urbina consideraba a Carlos Delgado Chalbaud, un extranjero indigno de usar uniforme. Fue tomándole rencor casi desde el mismo momento en que lo conoció, algo que no necesitaba de mucho esfuerzo, porque se trata de la antipatía del hombre violento convencido de su sobrestimada valía hacia otro que se muestra indócil.
Esto se comprueba en un episodio sucedido en la fiesta que Urbina ofreció con motivo del bautizo de uno de sus hijos en la quinta “London” (propiedad de Aranguren) frente al hotel Ávila en San Bernardino, en enero de 1949.
Delgado atendió la invitación, y al retirarse, Urbina, sin importarle quién escuchaba, se deshizo en improperios y maledicencias. No había pasado un mes desde que se habían conocido.
Estos sentimientos fueron reforzados por los amigos comunes que adversaban políticamente a Delgado.
No contento con todas las fobias que se apoderaban de su impredecible personalidad, Urbina esperaba de Carlos Delgado, un reconocimiento evidente por los sacrificios que creía haber hecho por el país.
El embajador me daba a entender que Urbina estaba rencoroso, porque no se le había tomado en cuenta anteriormente, dándole las posiciones políticas que él creía merecer.
Toda aquella justificación como causa suficiente para la tragedia que vino después, como la referida al desprecio de Carlos Delgado Chalbaud hacia la amistad ofrecida por Urbina, hasta el punto de dejarlo esperando en la entrada de su casa el día que trató de hacerlo su compadre, no es la interpretación correcta.
Delgado no decía groserías, pero uno de los edecanes asegura, que en una oportunidad sacó a Urbina del despacho y “lo mandó al carajo”. Al salir Urbina con rostro descompuesto dijo:
¡Este carajo me las va a pagar, este carajo me las va a pagar!.
Urbina no sabía de agradecimientos, no tenía respuestas emocionales profundas, y podía cometer traición con una fría desconexión moral. Lo demostró con muchas personas que lo ayudaron en determinados momentos de su vida, como con el general León Jurado. Los desplantes a Anastasio Somoza y a Rafael Leonidas Trujillo por no apoyarlo más allá de lo que esperaba, nos confirma de que no aceptaba de buena gana una negativa por respuesta, sin importar de quien viniera.
Si reelemos sus cartas, sabremos que más que dirigir evoluciones militares con grandes unidades para derrocar al gobierno, fin último de sus aspiraciones como revolucionario, estaba obsesionado con realizar una acción hasta la fecha no intentada, como era el secuestro del presidente de la república para forzar su dimisión y derrocamiento, primero pensó en Juan Vicente Gómez, luego, en Isaías Medina Angarita.
Urbina estaba decidido a entrar en cualquier asonada que se produjera en el país, así lo había expresado en varias oportunidades, esto quiere decir que sabía que algo pasaba dentro de los cuarteles a mediados de 1950. Atento como nadie a estos movimientos, pronto frecuentó a grupos de militares con similares intenciones pero con motivaciones y fines diferentes.
Para el secuestro del presidente Delgado, Urbina no utilizó a sus antiguos camaradas de aventuras. Al parecer intentó reclutar como segundo, a su compañero de la toma de Curazao, el coriano Miguel Ángel Páez, pero éste padecía de una enfermedad terminal.
A partir de ese momento, por las características de los reclutados y de su segundo al mando, y la naturaleza de los eventos consumados, las acciones de Rafael Simón Urbina fueron las de un vulgar delincuente.
La frase “Delgado Chalbaud me las debía y me la pagó”
condensa exactamente el móvil de los hechos.
La
ambición de un octogenario
Antonio Aranguren Leboff perteneció a una generación de marabinos cuya juventud transcurrió en el último tercio del siglo XIX. Hermano del general Guillermo Aranguren, partidario y amigo personal de Cipriano Castro, obtuvo las mejores y más extensas concesiones petroleras en el estado Zulia (1907), compartidas con el general Francisco Colmenares Pacheco, cuñado de Juan Vicente Gómez.
Una demanda interpuesta ante los tribunales mercantiles por el testaferro de Juancho Gómez, Lorenzo Mercado en 1917, exigía la cuarta parte de la “concesión Aranguren”. La demanda es declarada sin lugar, sin embargo, decide distanciarse del gobierno. Sale del país. Instala oficinas en París, se residencia en el hotel “Lutecia”. Crea fama de opositor al régimen venezolano. Un extensa lista de exiliados desfilan por sus oficinas por ayuda financiera para invadir Venezuela. Sus aportes económicos siempre fueron módicos y con el interés de sacar el máximo provecho, como lograr la presidencia de la república. Aranguren no tuvo amigos.
En esas tratativas, conoció a Rafael Simón Urbina. El primer contacto fue en 1930. Se conocieron en Niza entre mayo y junio de 1932. El motivo de la reunión, el mismo: dinero para derrocar a Gómez. Aranguren no daría lo solicitado.
Según Aranguren, un año antes, Urbina quizo conocer a Román Delgado Chalbaud, Aranguren aceptó encantado porque pensaba que podía ser valioso para la operación. Aranguren arregló el encuentro e hizo llegar a Urbina el dinero necesario para viajar a Europa, pero no lo hizo. Esto no se ha podido comprobar.
Desde aquel entonces, Aranguren fue el protector de Urbina, atento a las necesidades familiares y sostén de su modo de vida.
Aranguren tuvo la rara habilidad para domeñar el ánimo violento de su protegido y de someterlo a sus designios, jamás hizo un favor con ánimo filantrópico.
Urbina fue para Aranguren una inversión a largo plazo, de la que esperaba buenos réditos. Cuando aquel consiguió el salvoconducto de la Embajada de Colombia por causa de la persecución de la que fue víctima en 1945, Aranguren, que había sido un odioso cicatero con conocidos y amigos en peores circunstancias, no dudó en contratar un avión privado para trasladarlo directamente a Barranquilla, porque los vuelos comerciales disponibles hacían escala en Curazao, donde tenía cuentas pendientes.
Yo no pertenezco a ningún
partido ni a nadie sino a usted… cuando llegue el momento yo seré el primero
que estaré a su lado.
Mis afectos son de un hijo para un padre.
Con tantas
protestas de devoción filial, resultaba
fácil orientar la conducta de su protegido. Esto se comprueba en el caso
de López Contreras. Aranguren le recomienda paciencia y no aislarse. Urbina
hizo caso y obtuvo del nuevo presidente la deferencia esperada.
Esto se demuestra en una carta que José Rafael Pocaterra escribe a Leopoldo Baptista desde Montreal el 18 de junio de 1928, en la que cobró fuerza el nombramiento de Aranguren como presidente provisional en campaña, una vez que las operaciones sobre el oriente avanzaran.
El Dr. Tadeo Guevara decía que Aranguren había mandado a hacer una copia de la silla presidencial y una banda tricolor, y recibía a sus amigos en su casa de Caño Amarillo, con la banda puesta.
Con todo lo que sabemos sobre el dominio que ejercía Aranguren sobre Urbina, y por algunas declaraciones en el juicio seguido contra los perpetradores del magnicidio, sabemos que el octogenario empresario supo de primera mano lo que intentaba hacer Urbina, algo que no haría sin su consejo ni consentimiento. Lo alentó, lo financió y estuvo al tanto de la evolución de aquellos planes. Al saber del fracaso, manifestó:
Entonces no le salieron las
cosas como pensaba.
En un hombre que a lo largo de su
longeva vida, prefirió ser espectador interesado en las recurrentes
conspiraciones que sucedieron en el país, y que jamás había exhibido dotes de
arrojo, involucrarse directamente en el secuestro y posterior derrocamiento del
jefe de Estado, relajando su natural escepticismo hacia todo cuanto fuera
movimientos de cuartel, sólo se puede explicar como el anhelo postrero de un
hombre senil, que quiso ser, aunque fuera por breve tiempo, presidente de la
república.
Un inmoral y corrompido.
La banda de
Domingo Urbina
En un país donde los señoritos cultos, la intelectualidad consagrada, los tinterillos y hablachentos se codean con aventureros y delincuentes en una hibridación entre intereses y embelesos; en un país donde un corrompido millonario, sin haber tenido una epifanía previa a la muerte, de repente se siente un cruzado de las necesidades de olvidados aventureros, entonces, los homicidas experimentados pueden gimotear ante el juez, o disparar tímidamente al aire y ¡oh casualidad!, la víctima caer fulminada por causa de quién sabe qué influjo astral, o los conjurados de un crimen pueden viajar bajo engaño desde sus lejanos pueblos de origen, ser mansamente encerrados en una casa, y no siendo suficiente, obligados a secuestrar nada menos que al jefe de Estado, en la lógica de telaraña de una tribu arbolaria, donde prevalecen agresivos envalentonados de bragueta impregnada de viscosidad venérea pillada en sórdidos lupanares, es posible realizar aborrecibles actos con una corrección de conciencia, asombro de los lombrosianos.
Y nadie ser culpable.
Domingo Urbina Rojas no fue el arquetipo del guerrillero de principios de siglo, de hecho no tiene nada relacionado en su haber, sólo una asociación delictiva con la guerrilla de los años 60 por razones nada altruistas. Se nos presenta como uno de esos seres que transcurren por la vida como saqueadores de destinos y ladrones de esperanzas ajenas. De carnes gruesas, fino bigotillo y presencia desagradable, pertenecía a la rama familiar de los Urbina que hicieron vida en Caicara del Orinoco a principios del siglo XX.
Crápula y tarambana desde la
adolescencia, recorrió el país de oriente a occidente en busca del golpe de
suerte que lo sacara de la pobreza y de las casas de techos de zinc. Fue obrero
en los campos petroleros en Anzoátegui y en Punto Fijo, donde había fijado
residencia en los últimos años.
Desalmado y matarife, tuvo en su prontuario
personal varios crímenes sin castigo. Aunque hace protestas de haber sido un
correctísimo ciudadano incapaz de una infracción de tránsito, en pleno escape,
luego del atentado, había planeado una
serie de asesinatos y robos de camiones según la cantidad de alcabalas
encontradas en el camino, hasta llegar a la sierra de Coro. No era un aficionado
al homicidio con alevosía.
Fue un borracho ofrendado a los burdeles de Catia, Lídice y San Juan, tuvo varios hijos de diferentes amantes sin llegar a casarse. Hacía de jefe de policía en Chacao cuando conoció a su pariente en cuarto grado de consanguineidad, Rafael Simón Urbina. Éste ejerció un fascinación inmediata por la leyenda que sobre él recorría las serranías de Coro.
La sordidez de Urbina sólo era equiparable con la indiscreción de Pedro Antonio Díaz, otro de los victimarios de Carlos Delgado, quien en un gesto de fanfarronería, enteró al jefe civil de Santa Cruz de Bucaral, sobre los sucesos por venir quince días antes, y que sólo la banalización que hacemos del mal, permitió que el atentado no fuera truncado.
Natural de Churuguara (estado Falcón), y con 29 años de edad para el momento de los acontecimientos, era uno de esos corianos con machete de pelea en la mano y unos homicidios anteriores en su haber. Tenía una hacienda y trapiche en la región de Mapararí, y había realizado algunos trabajos esporádicos en el campo petrolero de Punto Fijo, lugar en donde conoció a Domingo Urbina (1938).
Los participantes en el magnicidio, un aproximado de veintitrés hombres, provenían en su mayor parte de tres áreas específicas de nuestra geografía: estado Falcón, donde los Urbina tenían lazos sanguíneos y algunos familiares desempeñando jefaturas civiles, del estado Miranda, y del barrio caraqueño llamado “Tiro al Blanco”, antiguo lugar donde el coronel chileno Samuel Mac Gill había construido una cancha de tiro para prácticas de infantería en 1910. Domingo Urbina fue el encargado del reclutamiento en la zona de Falcón; Rafael Simón, se encargó del resto.
El perfil de aquellos hombres nos demuestra que la formación del sector social que Hannah Arendt denomina “populacho” había comenzado en Venezuela antes de la era petrolera. Criados en lugares donde el hambre, enfermedades como la lepra y la tuberculosis, y las carencias más básicas constituyen la cotidianidad, sin códigos morales bien delimitados, y con una educación inexistente o rudimentaria, estos hombres deambulaban desde muy temprana edad por distintas regiones del país en busca de fortuna, siendo capaces de desempeñar cualquier oficio, asaltante o matarife a sueldo incluido.
Pablo Ramón Ledezma, es una radiografía de la pobreza de aquellos años. Incorporado desde su pubertad a la vida de obrero a destajo sin más entrenamiento que la urgente necesidad de paliar el hambre, entre 1918 y 1947 ejerció diferentes oficios: ayudante de chofer, mesonero en un garito, lavado de vehículos, ayudante de farmacia, chofer, panadero, motociclista, inspector y gestor de tránsito, momento en que conoce a Rafael Simón Urbina (1938) y queda manco de un brazo por un accidente como pasajero de autobús. Luego de una esmerada faena reproductiva que lo bendijo con seis muchachos y un rancho, Ledezma incursionó en la reparación de radios viejos para la venta. Como no resultara la iniciativa, ingresó al servicio de ingeniería municipal para el arreglo de calles y veredas. Con la llegada de Acción Democrática al poder, los cargos menores como el que Ledezma tenía, pasaron a ser de la militancia. Ledezma fue despedido. El 13 de noviembre de 1953, fue el conductor del vehículo “Plymouth” azul claro que participó en el secuestro del presidente de la Junta Militar.
La mayor parte de la vida de los hermanos Medina Medina y de Honorio Gutiérrez transcurrió en Santa Cruz de Bucaral, distrito Churuguara del estado Falcón. Ejercieron faenas agrícolas, que alternaron con eventuales trabajos en los campos petroleros de Punto Fijo, y como funcionarios policiales. Trabajaban en una hacienda de una hermana de Rafael Simón Urbina. Fueron contratados por Domingo a principios de noviembre de 1950, sabían a lo que iban y de quién se trataba.
Carlos Mijares no era de la sierra de Coro, procedía de Barlovento y estaba residenciado al igual que varios comprometidos, en el barrio “Tiro al Blanco”. Era chofer con vehículo propio y servía regularmente a Rafael Simón Urbina, que no sabía manejar, su vida transcurría entre las carreras ocasionales, el brandy, y los barrios bajos de Caracas, fue el chofer y propietario del vehículo marca “Ford”, color gris claro, placas 53.60, donde se materializó el secuestro.
El Dr. Francisco Javier Nieves -
Croes fue además del mejor representante de nuestros intereses fronterizos que
hayamos podido merecer, un agudo estudioso de las Fuerzas Armadas,
especialmente la venezolana. De ingenio cáustico, el preterido jurista
aseguraba que los peores compañeros de viaje que se pueden desear para un golpe
de Estado, así como para gobernar un país, son precisamente nuestros militares,
un apotegma que resiste cualquier comprobación que no sean las protestas de
ruborizadas lloronas ofendidas.
Los golpes de Estado de la era post gomecista, con la sola excepción del ocurrido el 24 de noviembre de 1948, tienen características comunes, una de ellas, el hecho de que buena parte de los comprometidos, a pesar de tener misiones señaladas en la orden de operaciones elaborada para tal fin, prefieren a último hora, esperar mientras observan con odioso cálculo, hacia donde van los acontecimientos para apuntarse al ganador, o simplemente desertan a último momento, causa de sonadas tragedias para quienes con la decisión que debe caracterizar a un militar, han honrado la palabra empeñada. En todas las intentonas habidas entre 1950 y 2020, se ha cumplido lo afirmado.
Las fallidas conspiraciones para lograr el derrocamiento de Carlos Delgado Chalbaud no escapan a tales asertos.
La facción
radical del Ejército
Roberto Casanova fue un destacado oficial de artillería cuyos servicios transcurrieron en los inhóspitos batallones de defensa de costa. De talante agresivo, había egresado en la promoción de Carlos Pulido Barreto, un oficial afable y bondadoso. Ambos frecuentaban a otro miembro del arma de artillería, Tomás Mendoza, quien representa al oficial que exterioriza en sus relaciones cotidianas, los hábitos embrutecedores de la rutina de cuartel. Arbitrario y de un carácter difícil, fue capaz de propiciar un encuentro armado entre sus tropas y una compañía de infantería de marina en la Guaira por un asunto baladí (1946).
Casanova y Pulido eran compañeros de promoción de Marcos Pérez Jiménez y de Carlos Maldonado Peña (1933), éste último hizo carrera en la Aviación Militar. Tomás Mendoza, de menor antigüedad (1935), había convivido con aquellos en la Escuela Militar y Naval de Maracay. Jesús Gámez Arellano, en cambio, cursaba el cuarto año al ingreso de Pérez Jiménez y demás condiscípulos. Esto resulta importante de señalar, porque la escuela unifica los códigos de valores, y propicia el espíritu corporativo derivado del origen promocional.
La antigüedad de oficiales postergados es considerada dentro de las Fuerzas Armadas como una especie de grado, sin importar si han sido superados por subalternos, le son guardadas consideraciones equivalentes a su compañeros promocionados.
Era asunto frecuente el menosprecio hacia aquellos oficiales salidos de la tropa y a los denominados “montoneros”, vale decir, los que entraron a las filas por su origen tachirense, pero sin educación militar ni acciones de guerra en su haber. Por su parte, a los oficiales asimilados (ingenieros, médicos, etc.), se les subestimaban sin importar qué grado de preparación tuvieran. La forma de uniformarse, saludar, y la precisión en el orden cerrado eran observados con especial atención para resaltar el criterio preconcebido de que no eran oficiales en el real sentido del término.
Carlos Delgado Chalbaud estaba sólo dentro del mundo militar, circunstancia que pareció no importarle. No pertenecía a promoción alguna, era menos antiguo que oficiales como Julio César Vargas y para colmo de pecados, no fue miembro fundador de la logia militar que derrocó a Medina Angarita. El hecho de no tener la condición originaria de oficial efectivo, no haber sufrido los rigores en la vida de cuartel, y contar con un esplendente éxito, generaba malas pasiones ocultas dentro de las formalidades del mundo militar.
“Asimilado”, “afrancesado”, entre otros, fueron los remoquetes más comunes utilizados en la jerga de cuartel, en la mayoría de los casos a manera de broma, cuando aún era un simple capitán de ingeniería con las mismas expectativas de vida que las de sus compañeros, pero, cuando su destino cambió, aquellos remoquetes tuvieron connotaciones denigratorias, a la que se sumó una nueva: “paracaidista”. Delgado Chalbaud fue dejando enemigos tras de sí desde el momento en que formó parte de la Junta Revolucionaria de Gobierno.
Julio César Vargas, el más antiguo de todos los conjurados de 1945, sentía tal vez con justa razón, que le correspondía la cartera de defensa. Pero como generalmente quienes inician un movimiento de este tipo, no son precisamente los que lo capitalizan, al paso le salió Carlos Delgado Chalbaud, y cortó sus aspiraciones, lo que vino después fue su distanciamiento del nuevo régimen y posterior pase a retiro. Las carreras truncadas invariablemente tienen un culpable.
En general hablamos de Carlos Delgado como político, pero nos olvidamos que en su carácter de ministro de la defensa, pasó a retiro, y hasta puso tras las rejas a muchos oficiales con una firmeza asintomática, incluso hacia los más cercanos, y esto necesariamente deja resentimientos y enemigos nada gratuitos.
Juan Pérez Jiménez, Enrique Rincón Calcaño, Carlos Mendoza, Teófilo y Celestino Velazco, Carlos Maldonado Peña, entre otros fueron pasados a retiro por participar en las asonadas que intentaron derrocar a la Junta Revolucionaria de Gobierno.
El estamento radical del ejército no era de menospreciar, y estaba conformado por oficiales de diferentes jerarquías, especialmente capitanes y tenientes con una formación que salvo contadas excepciones, no sobrepasaba la recibida en la escuela militar, por lo tanto su educación política y en general era alcanzada. Propugnaban un gobierno militar dirigido por un oficial que a su juicio los representara, y que fuera pródigo en los beneficios asociados al ejercicio de la dirección política. Los voceros más frecuentes de este sector fueron Tomás Mendoza, Roberto Casanova, Pulido Barreto, entre otros. Fueron los encargados de influenciar a Marcos Pérez Jiménez a cuenta de compañeros.
Marcos Pérez Jiménez manejaba los mismos códigos, permitía ser presionado, y hasta utilizó esto como excusa más o menos aceptable para canalizar sus aspiraciones personales. Lo demostró en 1945 y 1948 cuando los oficiales subalternos amenazaron con sobrepasarlo si no actuaba.
Contrariamente, Delgado Chalbaud no compartía los mismos patrones conductuales, por lo que no aceptaba amenazas, como tampoco le temblaba el pulso para pasar a retiro a los conspiradores, cosa que Pérez Jiménez no haría a menos que no tuviera más remedio.
Según Lucía Delgado, el comandante Miguel Nucete Paoli intentó matar a su esposo en noviembre de 1949, evento difícil de creer, porque durante el bienio 1948-1950 se encontraba activo y destinado en el Territorio Federal Amazonas. Nucete desempeñó puestos políticos desde 1947, y no retornó a las filas luego de la muerte de su supuesto enemigo. Discrepaban, pero no eran enemigos. Nucete fue un oficial valioso.
En cambio, Delgado manejaba información importante sobre la participación de Roberto Casanova en un plan para desplazarlo del poder. Como acostumbraba a enfrentar a sus detractores, lo hizo ir a su oficina en Miraflores, en la que tuvieron una discusión bastante subida de tono.
Delgado no se equivocaba. En 1948, Roberto Casanova comandaba el Agrupamiento N° 2 en Maracaibo, un conglomerado de unidades con poder de fuego importante: batallones Páez número 7, Pedro León Torres 16, Lara 19, y grupo mixto de artillería de San Carlos, sin contar con las unidades de la aviación militar. Éste nunca estuvo de acuerdo con la preeminencia que aquel obtuvo, menos que presidiera la Junta, entonces conspiró. Para ello se asoció con Rafael Simón Urbina. Miguel Ángel Páez, antiguo compañeros de aventuras de Urbina vivía en Maracaibo, por lo que fue utilizado como enlace.
Páez visitaba con frecuencia a Urbina, quien fue invitado para ir Maracaibo, pero no asistió. Con la información que se tenía sobre las reuniones en el agrupamiento de Casanova, Delgado tomó la decisión de transferirlo como comandante del Agrupamiento N° 1 en San Cristóbal a finales de 1949.
Aún así, Casanova no desistió, fue arrestado y remitido a San Juan de los Morros en 1950. Envió a Miguel Ángel Páez para precisar una reunión con Urbina, que se realizó en su casa. Se encontraron varias veces, en alguna de ellas estuvo presente Antonio Aranguren. Entonces Casanova fue sacado del país, con la excusa de una misión oficial a Bélgica.
Las reuniones entre Urbina y Casanova fueron conocidas en Miraflores. Por esas razones, y por la visita que hiciera Urbina en compañía de Antonio Aranguren a la Academia Militar, se pensó también en sacar al discolo guerrilero fuera del país.
Tomás Mendoza por su parte fue enviado al Costa Rica, por un complot fraguado con la supuesta participación del banquero Henrique Pérez Dupuy. Mantuvo contacto frecuente con Rafael Simón Urbina.
Un oficial que tuvo una afición deportiva por las conspiraciones y los cuartelazos, fue Jesús María Castro León. Egresado en 1928, y pasado a retiro como subteniente por sus inclinaciones levantiscas. Reintegrado al servicio activo en 1936, no desistió de sus empeños sin que sepamos cuáles fueron sus móviles formales. Su historia de conspiraciones y cuartelazos es bien conocida. De manera que no es difícil de creer que se hubiera reunido con otros oficiales para conspirar en el Agrupamiento Militar de Maracaibo, en el que participaron Gamaliel Rodríguez Arveláez, J.J. Mendez y el mayor Figarella, y por su puesto, Roberto Casanova.
Posteriormente encontramos a Castro León en otra reunión de conjura celebrada en Caracas, eso sucedía a mediados de 1949, a ella concurrieron entre otros, Tomás Mendoza, quien propuso reorganizar la Junta Militar, sacando a Carlos Delgado, para imponer a Marcos Pérez Jiménez, y si éste no aceptaba, también apartarlo y formar un nuevo cuerpo colegiado. El mayor Roque Yoris, un fanático del hipismo, también asistió. Uno de los participantes, el teniente Nestor Prato se opuso al plan, lo que casi le cuesta la vida.
Castro León fue destituido como Jefe del Estado Mayor Aéreo y destinado a la Junta Interamericana de Defensa en Washington.
Roberto Casanova, Tomás Mendoza, Pulido Barreto, y Julio César Vargas mantuvieron una estrecha relación con un empresario muy relacionado con el magnicidio: Antonio Rivero Vázquez, a quién conocieron por intermedio de un español encantado con todo esto de los golpes y las guerras civiles, el agrónomo José Pérez González. Pero también conocieron, visitaron y se reunieron con Rafael Simón Urbina entre 1949 y 1950, acercamientos que seguramente no estuvieron motivados por el interés de escuchar con suspiros de admiración, las aventuras del vapor “Superior” y de la toma de Curazao.
El más enconado de los enemigos del sector militar fue Roberto Casanova. El testimonio de Tomás Pérez Tenreiro, sobre los desvaríos blasfemos de “Turco”, como era conocido, en el aniversario del deceso de Delgado, confirman semejante aversión.
A Carlos Pulido Barreto no le pudieron hacer señalamientos concretos, a pesar de algunas conjeturas aisladas. Pulido carecía del espíritu inquieto de los felones habituales.
Por su parte, Carlos Maldonado Peña, fue el primero de los oficiales que tuvo contacto con Rafael Simón Urbina. Fracasado el levantamiento del 11 de diciembre de 1946, Maldonado voló con sus aviones hasta Colombia, allá conoció a Urbina. Era amigo Roberto Casanova, así como de Antonio Rivero Vázquez. Tuvieron varias reuniones entre 1949 y 1950.
Parte de las promociones del ejército egresadas entre 1940 y 1945 fueron especialmente importantes en este tema de confabulaciones, se constituyeron en el grupo de capitanes y tenientes del sector radical, siendo capaces de presionar a sus superiores y hasta de sobrepasarlos, amenazas que nunca cumplieron. Sus inquietudes fueron canalizadas por los ya mencionados oficiales superiores.
Entre ellos destaca el entonces mayor Roberto Pulido Guerrero (egresado en 1941).
Cuando Lucía Delgado supo del secuestro de su esposo en la mañana del 13 de noviembre, intentó localizarlo en el aeropuerto de la Carlota, y la razón era simple: desde principios de 1950, se manejaba dentro del ejército, el rumor de que había un plan en marcha para sacarlo del país en un avión.
Y como los golpes en ciernes eran objeto predilecto de comidillas y largas conversaciones entre el público caraqueño que de alguna ingeniosa manera se las arreglaba para estar al tanto de las novedades en los cuarteles, la conspiración contra Delgado Chalbaud fue un secreto a voces.
El casco histórico de Petare era un lugar frecuentado para comer carne en un famoso restaurant enmarcado en un ambiente colonial. En él se reunieron varios oficiales de rango inferior a principios de 1950. Se trató el tema de la conspiración para sacar a Delgado Chalbaud del país y enviarlo a Santo Domingo.
De alguna manera el teniente Oscar Zamora Conde, antiguo edecán del derrocado presidente Gallegos, y que ahora sufría las consecuencias de su pundonorosa conducta, se enteró de aquella reunión, donde el mayor Roberto Pulido Guerrero de manera jocosa, simulaba una colecta entre los oficiales para comprar el pasaje del presidente de la Junta.
Pulido Guerrero era artillero, y había servido con Roberto Casanova en el Regimiento de Artillería Ayacucho.
Zamora apreciaba a Carlos Delgado, a pesar de la persecución de la que fue objeto en aquellos días. Se las ingenió para conseguir un audiencia a través de Lucía, quien no tuvo inconvenientes en ayudarlo. Efectivamente, superada las maniobras para no ser visto, Delgado Chalbaud lo recibió en su oficina. Fue impuesto de lo que supo, ironías de la vida, por información de algunos políticos adecos perseguidos, que sabían de la conspiración.
Hablando de Oscar Zamora Conde, es oportuno referirnos a los oficiales que estuvieron cerca del partido Acción Democrática, como el teniente Juan Sucre Figarella (egresado en 1945), señalado en los informes que llegaban a Miraflores, pero sin indicios serios. Fue oficial de planta de la Escuela Militar cuando ocurrieron los sucesos del 24 de Noviembre. Por ello se disgustó con Delgado Chalbaud. Losher Blanco, Ezequiel Zamora, Coll Rodriguez entre otros, mantuvieron contacto con el partido, de manera que es improbable que se aliaran con el movimiento del 13 de noviembre para imponer a Pérez Jiménez.
Los conspiradores militares no pudieron concretar nada porque Delgado, muchas veces con el silencio disidente de Pérez, había tomado contra los cabecillas una precaución que anulaban sus capacidades para movilizar armas, hombres y equipos, como fue su pase a retiro o quitarles el mando, mecanismo suficiente para dividir lealtades y disminuir influencias.
Los conjurados no fueron mayoría, carecieron de los elementos suficientes para triunfar, y eso Delgado lo sabía.
Ninguno de los confabulados se ofreció para capturar personalmente a Delgado, porque éste tenía la habilidad de desvanecer en el interlocutor, cualquier argumento o actitud agresiva.
De manera que se acordó aprovechar la audacia de Urbina para secuestrar a Delgado, ponerlo en un avión, y sacarlo del país, causa según ellos, suficiente para sembrar la confusión entre la población y movilizarla, y con esa excusa, sacar las unidades militares a la calle mientras los cabecillas militares obligaban a un pronunciamiento de los otros miembros de la Junta, en el que Marcos Pérez Jiménez asumiría la dictadura militar, u otro si éste se oponía.
Marcos Pérez
Jiménez y el magnicidio
No ha existido personaje de la vida pública venezolana más vilipendiado por adecos, copeyanos y comunistas. Tal vez uno de lo ataques predilectos ha sido atribuirle la autoría intelectual del magnicidio, un argumento públicamente rechazado por el Departamento de Estado como motivo de la extradición y de procesamiento del derrocado presidente.
Y como nos encantan las leyendas de conspiraciones, asesinatos, series televisivas de gorditos libidinosos en motoneta persiguiendo muchachas en bikinis sobre playas pedregosas, mientras los lunes decide a quien tortura la calumnia sirve de mejor herramienta para tan entretenidos fines.
Marcos Pérez Jiménez era visitado continuamente por el cenáculo conspirador, que lo presionó de todas las formas posibles, pero nunca obtuvieron un respuesta favorable o directa para destituir a Delgado
La culpabilidad de Pérez Jiménez es una calumnia convertida en una de nuestras más sólidas creencias predeterminadas.
En los Idus de Noviembre hay dos víctimas: Carlos Delgado Chalbaud y Marcos
Pérez Jiménez. Carlos Delgado Chalbaud martirizado por la ferocidad de los
chacales, pasó a la categoría de símbolo y es luminaria de Venezuela. La
calumnia se ahincó en la reputación de Pérez Jiménez .
Estábamos los dos solos… le dije… desde hace mucho tiempo estoy por hacerte
una pregunta, ¿el coronel Pérez Jiménez tuvo alguna intervención en la muerte
de Delgado Chalbaud, ya sea por negligencia o cualquier otra forma? Llovera se
puso de pie como un resorte y me contestó airado, tú me conoces bien, si yo
hubiera tenido alguna duda sobre eso, no hubiera tratado más a Pérez, mira
Régulo, Delgado Chalbaud le hacía más falta a Pérez que Pérez a Delgado … pero
para qué lo iba a matar Pérez Jiménez, si él puso a Delgado en la presidencia
de la Junta Militar igual lo hubiera podido sacar del gobierno.
Comandante Pérez Jiménez.- Mi muy apreciado amigo: En estos momentos tengo
movilizado al pueblo de Venezuela. Como le dije cuando llegué al país no quiero
más Presidente que Ud. Delgado quedó mal herido aunque yo no quería que le
mataran como consta al motorizado. Ojalá Ud. me respalde en la Embajada de Nicaragua
donde me encuentro mal herido. Rafael Simón Urbina.
La carta de Urbina afectó profundamente el curso de
los acontecimientos políticos del país, porque Marcos Pérez Jiménez al carecer
de habilidad para tales fines, no supo cómo manejar asunto tan delicado.
Pérez Jiménez se mostró ecuánime y sereno cada vez que se aludió a su
nombre durante el interrogatorio a los reos del atentado. Domingo Urbina se
reveló hombre entero, inteligente y astuto- ¡Entonces yo le disparé! Creo que a
la altura del pecho era el tiro. Se desplomó. Sibilinamente insinuó que
quería hablar, pero no delante de tanta gente, Pérez Jiménez lo conminó a
hacerlo sin ambages: aquí, dijo, no se le teme a los secretos porque no hay
motivo para ello. Domingo Urbina expresó entonces que: Rafael Simón le había
dicho que Pérez Jiménez estaba en el complot, lo que me pareció extraño. Pérez
Jiménez lo oyó sin inmutarse y le dijo: usted que parece hombre inteligente y
vivo debería haberse cerciorado conmigo mismo si había algún fundamento en las
locas afirmaciones de Urbina. Los Idus de Noviembre se habían cumplido; el
drama me tornó caviloso y en la tabla de mis inquietudes la observación callada
y penetrante se multiplicó por los sentimientos de mi amistad lacerada. Yo me
experimenté a mí mismo como un buzo en el revuelto mar de las conjeturas e
informaciones palaciegas. Las espontáneas reacciones de Pérez Jiménez me
acreditaron su inculpabilidad.
Por confesión del mismo Urbina, se
sabe que pensaba negociar con los otros miembros de la Junta, su
reorganización, y de no aceptar, usarían a Delgado como escudo.
Rafael Pinzón
Antonio Rivero
Vázquez
Qué vaina, vámonos…como el pariente
no se me vaya a rajar.
Una autoría intelectual y
una autoría material, ¿Cuál es el móvil? El desplazamiento del jefe de Estado a
una situación de inocuidad para generar una situación de fuerza, obviamente no
era Pérez Jiménez quien iba a ser presidente, era Antonio Aranguren… el testaferro
de la operación fue Urbina.
Un secreto a
voces
Que estuviesen atentos a los
periódicos, porque se ocuparían de él pronto, al apoderarse del mando en
Venezuela.
La planificación
- La imposición de un gobierno militar dirigido por un oficial de
renombre, salido de escuela, que representara los intereses políticos de
la camarilla radical.
- La postergación de la elecciones anunciadas para mejor ocasión.
- Mayor participación en el gobierno del sector militar.
- Proscripción del comunismo.
- Reuniones entre Roberto Casanova, Tomás Mendoza y los oficiales
efectivos comprometidos, y a los que hemos hecho referencia.
- Reuniones entre Roberto Casanova, Tomás Mendoza y Rafael Simón Urbina,
quien sugirió el secuestro, idea que fue bien acogida. Estas reuniones
fueron separadas y en algunas ocasiones, con la asistencia de los tres.
Hacen creer a Urbina de la participación, o por lo menos la anuencia de
Pérez Jiménez.
- Reuniones entre Rafael Urbina y Antonio Aranguren, quien financiaría
la operación de secuestro. También se acordó que una vez materializada,
Urbina se saldría del guión, amenazaría con matar a Delgado para ejercer
presión y lograr el nombramiento de Aranguren como presidente.
- Reuniones entre Antonio Aranguren, Rafael Simón Urbina y Antonio
Rivero Vázquez, para lograr el apoyo de Julio César Vargas y del sector
militar en el que aún ejercía
influencia.
- Reuniones entre Rafael Urbina y Juan Franco Quijano, para la
protección de la familia Urbina el día de los acontecimientos, y la
redacción de documento de renuncia de Carlos Delgado.
- Secuestro del presidente y su comitiva.
- Traslado de los secuestrados a la quinta “Maritza”.
- Presionar a Delgado para lograr la firma del documento de renuncia.
- Al mismo tiempo, la toma de varias estaciones de radio en Caracas,
Maracaibo y Maracay, para crear confusión, crear caos, y movilizar a la
ciudadanía.
- Con la excusa de restaurar el orden, la salida de los cuarteles y
pronunciamiento de los oficiales comprometidos, de las siguientes
unidades: Regimiento Ayacucho, cuartel Ambrosio Plaza, Agrupamiento
Militar de Maracaibo, y algunas unidades de la base aérea de Maracay.
- Apoyo de los oficiales con mando de tropas a la presión que ejercerían
los voceros militares sobre Marcos Pérez Jiménez y Luís Felipe Llovera
Páez.
- Restructuración de la Junta Militar de Gobierno.
- Nombramiento de nuevos oficiales en puestos de gobierno.
- Expulsión del país de Carlos Delgado Chalbaud.
Pero, los objetivos del plan
militar no se correspondían con los de Urbina, que tuvo motivaciones de
diferente naturaleza.
- Reclutamiento de unos veinte hombres de confianza, con experiencia en
el uso de armas.
- Alquiler de varios vehículos para traslado.
- Vigilancia continua a las actividades de Carlos Delgado, por parte de
Urbina, asunto fácil de ejecutar porque en general Delgado andaba sin
escolta y solía ser muy despistado.
- Para lo anterior, Urbina había hecho amistad y hasta invitado a su
casa, a algunos miembros de la custodia personal de Delgado.
- Bloqueo del trayecto de vehículo presidencial.
- Secuestro por los hombres emboscados bajo la dirección de Urbina y de
su segundo.
- Traslado de los secuestrados a un vehículo de los plagiarios.
- Detención de Delgado Chalbaud en la quinta “Maritza”.
- En el ánimo de Urbina y de su segundo, estuvo el asesinato de Carlos
Delgado Chalbaud. La declaración de Juan Bautista Morillo Romero, jefe
civil de Santa Cruz de Bucaral sobre todo cuanto dijo Pedro Antonio Díaz,
no deja lugar a dudas.
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