En memoria de Manuel Barranco Hernández y de su querida madre
Francisco de Quevedo nació
en el año 1580 y murió en el año 1645. De acuerdo a testimonios de la época se encuentran
referencias a su sobresaliente ingenio, a su defecto visual y a su cojera[1]. Pero aun así tuvo una
educación privilegiada y ascética por ser hijo de nobles cercanos a la corona
española. Por ello se formó dentro de un sistema de disciplina en el Colegio
Imperial de los jesuitas y en la Universidad de Alcalá. En estos años de formación
mantuvo un intercambio epistolar con el padre del neoestoicismo Justo Lipsio[2].
El neoestoicismo fue, por
una parte, la consecuencia de la búsqueda de un fundamento no-aristotélico por
parte del creciente humanismo racionalista europeo y, por la otra, un esfuerzo
de cristianización de la ética estoica iniciado por el humanista y filólogo
flamenco Justo Lipsio teniendo entre uno de sus antecesores la obra de Antonio
de Guevara Menosprecio de Corte y alabanza de aldea (1539/1996:71-74)[3]. Por lo tanto, se
produjeron, entre otras, corrientes estoicas cristianizadas y corrientes donde
el cristianismo adoptó para sí ideas estoicas para su renovación. Creemos que
Francisco de Quevedo perteneció a la segunda corriente. La obra fundamental del
Justo Lipsio fue De Constantia Libri Duo, Qui alloquium praecipue continente
in Publicis malis (1584). Aquí sintetiza el pensamiento de Zenón, Cleanto, Epicteto
y, principalmente, Séneca en un esfuerzo para exaltar la virtud de la
constancia en un periodo turbulento signado por las guerras de religión
(Mattioli, 2022:130)[4].
Teniendo presente lo antes
indicado, después de su formación la vida de Quevedo se convirtió, según
Antonio García Ángel (2014) en “un ir y venir entre las reyertas políticas y
literarias, y su destino en buena parte fue moldeado por las primeras”, a tal
punto de ser privado de libertad en tres ocasiones. La primera ocurrió después
de cumplir una misión diplomática como informante en el año 1619, cuando estuvo
preso después de la purga que se realizó a propósito de su participación en la
llamada Conjuración de Venecia, un confuso complot acaecido en 1618 que buscaba
la intervención española en la republica adriática luego de una revuelta donde
fueron asesinados mercenarios franceses[5]. En 1623 pudo regresar
a la corte, por una parte, gracias a la intervención del conde-duque de
Olivares, quien había llegado al poder de la mano de Felipe IV, recién
ascendido al trono y, por la otra, gracias a la convergencia de la
corriente neoestoicas entre ambos personajes. La segunda ocasión
ocurrió a propósito de una polémica iniciada en 1598, “durante el papado de
Clemente VIII, por una revisión del Breviario romano en la que se negó que el
apóstol Santiago hubiera predicado alguna vez en España y estuviera enterrado
en Santiago de Compostela” (Ibid.). Por este motivo Quevedo realizó dos ensayos
defendiendo el patronato de Santiago y por ello fue nuevamente detenido, aunque
por pocos meses. En una tercera ocasión (1639) Quevedo fue nuevamente encarcelado
por ser implicado en una supuesta conspiración en contra del conde-duque (2014:10-11).
Fue liberado en 1643 después de que el conde-duque de Olivares cayese en
desgracia y desterrado luego de la pérdida del camino español entre Italia y el
Flandes a manos de los franceses, la costosa batalla naval de las Dunas para
enviar refuerzos al Flandes y del inicio de la guerra de restauración
portuguesa.
De su obra literaria nos
interesa destacar dos: en primer lugar, su tratado de teología y filosofía
política, Política de Dios, gobierno de Cristo y tiranía de Satanás,
cuya primera parte apareció en Zaragoza en 1626 dentro del marco de las
operaciones militares en el palatinado para asegurar el camino español dentro
de la Guerra de los Treinta Años (GdlXXXa) y la rendición de Breda (1625) dentro
del contexto de la guerra hispano-neerlandesa de los ochenta años, y la segunda
parte (elaborada alrededor del año 1635) no se publicó hasta 1655 en Madrid
estuvo enmarcada en la victoria de las fuerzas imperiales apoyadas por España
en Nördlingen contra los ejércitos protestantes durante la fase sueca de la
GdlXXXa punto de inicio del declive español durante el conflicto. En segundo
lugar, su reflexión estoica centrada en el pensamiento estoico de Séneca y
Justo Lipsio.
Con este escenario, vamos a examinaremos
el pensamiento político del autor español después, examinaremos las huellas
neoestoicas presentes en su obra y, finalmente, analizar el barroco que vivió
Francisco de Quevedo e inauguró la Europa moderna con el tratado de Paz de Westfalia
1.- La
teoría política de Francisco de Quevedo
Francisco de Quevedo se
apoyó en la semejanza para pensar en cómo revigorizar el orden existente debido
a que el proceso en curso de racionalización del cristianismo por vía de un
humanismo que colocó al hombre consciente de su potencia frente a sí mismo. En este
contexto, el estoicismo comenzó a observarse como una herramienta que conduce
al cristianismo con el inconveniente de que, al parecer, el racionalismo de
esta doctrina clásico comenzó a debilitar el impulso y la potencia del
entusiasmo del cristianismo dentro de la situación conflictiva en que este se
encontraba (Mattioli, 2022:122). Ello,
como veremos, explica el esfuerzo de Quevedo en estoizar el cristianismo de una
manera diferente trayendo como consecuencia que este retorno del estoicismo se
presentase de diferentes maneras en función de las puestas en juego desde una
perspectiva política.
Así pues, en relación con la
Política de Dios y gobierno de
Cristo…
podemos afirmar que la obra fue un esfuerzo en
proponer un sistema de gobierno fundamentado en las sagradas escrituras y en
las consideraciones de Santo Tomás, que hacía surgir el estado como necesidad
ante la insuficiencia del individuo para gobernarse a sí mismo a partir de la
relación que hace entre entendimiento y voluntad para que el primero sea
la vista del segundo para evitar andar “á tiento, y á obscuras”; por lo que resulta ser
Dios el origen de la autoridad en el mando de la sociedad humana, y el rey al tener
un compromiso religioso en virtud de que Todos los
Reyes y Monarcas del mundo han padecido servidumbre, y esclavitud está en el
deber de seguir esa estela porque “solo Jesu-Christo fué Rey en toda libertad…
y solo Él supo ser Rey”y sólo será un buen rey quien lo imitase” (1626-1655 [1792]:36)[6].
De manera más específica, Quevedo se apoyó en el aquinate en virtud de que
contextualizó cómo el orden humano, derivado del creador, en tanto que el
hombre es un animal social y político
se constituye naturalmente para que unos a otros se. Este carácter natural de
vivir en compañía de muchos, o sea, en una multitud, hizo necesario para Santo
Tomás que haya alguien que lo rija
“porque donde hubiese muchos, sí cada uno
procurase para sí solo lo que le estuviese bien, la muchedumbre se desuniría en
diferentes partes, sí no hubiese alguno que tratase de lo que pertenece al bien
común; así como el cuerpo del hombre y de cualquier animal vendría a deshacerse
sí no hubiese en él alguna virtud regitiva, que acudiese al bien común de todos
los miembros; y así dijo Salomón: Donde
no hay Gobernador, el pueblo se disipará” (1624[1945]).
Esta necesidad fue para él conforme a la razón, porque lo
que conviene que mueva al bien particular de cada uno, debe haber algo que
mueva al bien común de muchos y ese algo es un uno que rige lo demás siguiendo
cierto orden de la divina providencia. Este uno, que es el principal, es el que
mueve a los demás, ya sea el corazón o la cabeza; por lo que en cualquiera multitud
de hombres libres conviene que haya alguien quien gobierne. Si esta multitud de
los libres se ordenase conforme al bien de ellos mismos por el que los gobiernan,
será el gobierno justo y recto. Si es al contrario, es decir, si no es función
del bien común, será un gobierno injusto y perverso. En tal sentido, Quevedo se
orientó a la educación de los príncipes y estableció un modelo ideal del gobernante
cristiano sobre el espejo de Cristo considerando que.
“Grandes
son los peligros del reynar: sospechosas son las Coronas, y los Cetros. Entrase
en Palacio con sujecion á la envidia, y codicia, vivese en poder de la
persecucion, y siempre en la vecindad del peligro. Y esta fortuna tan achacosa
tiene por suyos los mas deseos, y arrastra las multitudes de las gentes. Hallar
gracias con los Reyes de la tierra, encamina temor: solo con Dios es seguro” (Op.Cit.:34).
Aquí debemos tener presente
que al verse el hombre en un espejo lo que se quiere decir que el hombre fue
hecho a imagen y semejanza de Dios y por ello debe imitarlo como rey y como súbdito
o criado de él.
En los capítulos siguientes reflexionó
sobre las características que debe de tener este soberano, los valores cristianos
y estoicos por los que se ha de regir y las limitaciones del poder en función
de las circunstancias que debe encarar con bastantes ejemplos basados en casos
históricos, particularmente de las sagradas escrituras, en una fusión de teología
y teoría política bajo la consigna neoestoica de aprender a adaptarse a las
circunstancias. Desde esta perspectiva Quevedo consideró que el monarca posee
un poder emanado de Dios, representa a Dios en la tierra y, por tanto, es un
servidor público, y no alguien al que le estén permitidos los excesos y los
defectos que expresan la falta de prudencia en un gobernante. La tiranía, según
él, ilegítima al monarca en unos términos que nos recuerdan a Santo Tomás y a
Francisco Suárez[7], la elección de ministros,
en este contexto, es capital para asegurar un buen gobierno y su, como
gobernante, responsabilidad ineludible. Por ello, como veremos, dijo que
“no solo los
Reyes han de recelarse de los que están á su lado, siendo semejantes á ellos…,
durmiéndose, su propio lado dará materiales, con favor, y ocasion del sueño,
para fabricar con nombre de ayuda su ruina, y desolación. Lo que Dios propio
hace para socorro del hombre, si con Dios, y para Dios no se usa de ello, de la
carne de su carne, y de los huesos de sus huesos debe recelarse, y tener
sospecha que no se dexe vencer de alguna persecucion mañosa, de alguna
complacencia descaminada, de alguna negociacion entremetida.” (Ibid.:44).
Como se puede observar en
esta cita estamos en presencia de un esfuerzo que como más de un siglo atrás
realizó Nicolás de Maquiavelo para dar herramientas a un príncipe para
conservar su poder y conducir los destinos de su reino a buen puerto. La
diferencia, como ya indicamos, está en la orientación cristiana de su
propuesta. De igual forma, unas décadas después de esta propuesta, Spinoza
tratará de hacer una propuesta teológica y política a través de lo que creemos
fue una síntesis de teología (sin religión) y razón sin olvidar las enseñanzas
del florentino. Haremos a continuación un examen sucinto de esta obra.
En la primera parte, en la
que se comienzan a visualizar trazas estoicas, se destacan un conjunto de
pasajes relacionados con la justificación de la obra en sí misma, la conducción
de un reinado y la necesidad de dar el ejemplo. Su foco de atención está
dirigido a considerar que un rey es una persona publica en tanto que “su Corona son las
necesidades de su Reyno”. Un buen rey, en este sentido, fue para Quevedo el que
sirve sus estados. Lo contrario es su perdición (Ibid.:151).
En lo concerniente a la
justificación de la obra Quevedo explica que quien siga el ejemplo de Cristo
realizará un buen reinado. Para ello dio como ejemplo cómo fueron, para él, los
tres tipos de reinos que ha habido en la historia.
Tres
géneros de repúblicas ha administrado Dios. La primera, Dios consigo, y sus Ángeles.
Este gobierno no es apropiado para el hombre, que tiene alma eterna detenida en
barro, y gobierna hombres de naturaleza que enfermó la culpa, por ser Dios en
si la idea con espiritus puros, no porfiados de otra ley facinerosa. El segundo
gobierno fué el que Dios como Dios exercitó desde Adán todo el tiempo de la Ley
escrita, donde daba ley, castigaba los delitos, pedia cuenta de las traiciones,
é inobediencias, degollaba los primogénitos, elegia los Reyes, hablaba por los
Profetas, confundia las lenguas, vencia las batallas, nombraba los Capitanes, y
conducia sus gentes, Este, aunque fué gobierno de hombres, le hallan desigual,
porque el Gobernador era Dios solo, grande en si, y veia los rodeos de la
malicia, con que en trage de humildad y respeto, descamina la razon de los
exemplares divinos. En el tercer gobierno vino Dios, y encarnó, y hecho hombre,
gobernó los hombres, y para instrumento de la conquista de todo el mundo á Solis
ortu usque ad occasum, escogió, idiotas, y pescadores, y fue Rey pobre,
para que con esta ventaja ricos los Reyes, y asistidos de sabios, y doctos, no
sean capaces de respuesta en sus errores. Vino á enseñar á los Reyes. Vease en
que freqüentemente hablaba con los Sacerdotes, y Ancianos, y que en el Templo
le hallaron enseñando á los Doctores; que el buen Rey se ha de perder por
enseñar, y hace mas fuerza: que enseñar á cada hombre de por si, no era
posible, sin milagro: y este método no le podia ignorar la suma Sabiduria del
Padre, que era enseñar á los Reyes, á cuyo exemplo se compone todo el mundo: y
esto hizo, y solo él lo supo hacer, y solo lo acertará quien le imitáre”
(Ibid.:47-49).
Es de notar aquí el carácter teocrático de su
propuesta política y la poca consideración que le da a la iglesia en los
asuntos de Estado. En este sentido la segunda encarcelación de Quevedo debió
tener bastante peso.
Con respecto a la conducción
de un reinado, en este orden de ideas, se debe tener presente de manera general:
1.-) que la justicia se muestra, por una
parte, en la igualdad de los premios, y los castigos, y, por la otra, en la
distribución, “que algunas veces se llama igualdad”. Además, debe ser “una
constante, y perpetua voluntad de dar á cada uno lo que le toca”, 2.-) mostrar seguridad y
sabiduría en sus actos, es decir, en lo que da y en lo que le toman y demostrar
a los que “están á su lado, que siente aun lo
que ellos no vén, y que su sombra y su vestido vela” de modo que siempre resguardados
y, 3.-) cuidar la hacienda, su reino, su familia, su vestido, su sombra no
sólo en relación con los que están en su lado sino también de los enemigos.
Este cuidado debe ser visible para todos. De igual forma, no debe descuidar a
los ministros y castigarlos en público cuando lo merezcan, así como también
debe seleccionarlos de acuerdo a su mérito.
En lo concerniente a la
necesidad de dar el ejemplo, Quevedo expresó que “la
presencia del Rey es la mejor parte de lo que manda”. Esto significa que el
“Rey que
pelea, y trabaja delante de los suyos, obligalos á ser valientes: el que los vé
pelear, los multiplica, y de uno hace dos. Quien los manda pelear, y no los vé,
eso los disculpa de lo que dexaren de hacer: fia toda su honra á la fortuna; no
se puede quejar sino de si solo…. Una cosa es en los soldados obedecer órdenes,
otra seguir el exemplo. Los unos tienen por paga el sueldo; los otros la
gloria. No puede un Rey militar en todas partes personalmente; mas puede, y
debe enviar Generales, que manden con las obras, y no con la pluma”
(Ibid.:72-73)
Este ejemplo que debe dar el
rey obedece al hecho de que “los Reyes son Vicarios de Dios en la tierra y, por
tanto, si Cristo fue Pastor, los reyes que son sus Vicarios, deben ser buenos Pastores”
(Ibid.:337), porque de lo contrario se expone a la ruina de su investidura y de
su reino.
Llama la atención que esta
obra aun siendo expresión del orden que se estaba defendiendo fuese considerada
subversiva en la práctica. De ahí que la realidad de ese entonces caracterizada
por la manifestación de conductas desviadas del orden al que servían por parte
de los gobernantes fuese motivo para realizarla. Por ello expresó que la diferencia del
gobierno de Christo al gobierno del hombre radica en que “Christo las pone en
estas pocas palabras, quando dice: … Buscad, y halláreis: llamad, y abriros
han: pedid, y recibiréis” y, por el contrario “Satanás gobernador de la
tirania del mundo, ordena al revés estas cosas en los Principes de las
tinieblas de este mundo: Buscad, dice, y hallaréis vuestra perdicion, quien os
robe, y quien os engañe” (Ibid.:205). Es de tener presente aquí el peso de la ‘imitación’
como medio para corregir las inadecuaciones de los modos de gobierno que
estaba viviendo Quevedo y la necesidad de seguir el ejemplo de Cristo, supremo
modelo del gobernante cristiano, para conservar un orden bajo un buen gobierno.
Aquí podemos ver el contraste entre Maquiavelo y Quevedo, ambos diplomáticos en
su oportunidad: mientras el primero se basó en las enseñanzas de Tito Libio y
de otros autores clásicos, el segundo se basó, como lo hemos dicho, en las
sagradas escrituras y otros autores cristianos sin descuidar a los autores
clásicos.
La segunda parte de la obra Política
de Dios y gobierno de Cristo…, Quevedo la inicia apelando de nuevo a Santo
Tomás de Aquino (Op. Cit.). De manera más explícita expresó
“… que si los Monarcas que están en
la mayor altura, y encima de todos, no son como el fieltro, que defiende de las
inclemencias del tiempo al que le lleva encima; son como las inclemencias,
diluvios, y piedra sobre las espigas que cogen debaxo. Lleva el vasallo el peso
del Rey acuestas como las armas para que le defienda, no para que le hunda…” (Ibid.:257).
Debemos acotar aquí que
este aristotelismo de Quevedo que entendemos de carácter tomasista se
circunscribe en la banda de Francisco Suárez de pensamiento que tendrá en
Hobbes su principal oponente en el plano político. Creemos que Spinoza trataría
de realizar una síntesis enmarcada también en las ideas neoestoicas imperantes
en el periodo. Aquí, en esta segunda parte, debemos destacar los temas
relativos a la paz y la guerra.
En relación con la paz,
Quevedo expresó que es noble e ilustre y se ubica en el cielo donde
descendieron los ángeles a la tierra para publicarla a los hombres de modo tal
que si ellos alcanzan la paz imitarán la vida de los ángeles porque los hombres
en estado de paz viven en bienaventuranza. Ahora, la forma en que la paz puede
ser hallada, para el autor español, es a través de la religión, la libertad
justificada de la patria y la conciencia siguiendo la máxima: “Yo os doy mi
paz; no la que dá el mundo” dijo Jesucristo. Quevedo agregó:
“… el Ministro que aconseja que para
conservar en paz los vasallos, los despojen, los desuellen, y los consuman, ese
Judas es, y la suya paz de Judas…. Destruir los pueblos con achaque de que los
enemigos los quieren destruir, es adelantar los enemigos; no contrastarlos, ni
prevenirlos” (Ibid.:330).
Con
esta cita se puede observar que la paz puede ser entendida como un estado de
inseguridad generado por una mala conducción de un gobierno por no imitar los
ejemplos que aparecen en las sagradas escrituras.
En
relación con la guerra Quevedo expresó que esta es un “instrumento de la venganza de
Dios en sus enemigos, [que] en su justicia se justifica”. Por ello consideró
que, por una parte, asistir a la causa de Dios, es ser su ministro, su medio de
la providencia y la seguridad en la victoria y, por la otra, quien perdona a
los enemigos de Dios, “no es piadoso por Dios; es rebelado contra Dios…” (Ibid.:521).
De igual forma, hizo énfasis en cómo ha de ser la selección del Capitán
General, y de los soldados que van a hacer la guerra debido a que consideró que
“De las acciones humanas ninguna es
tan peligrosa, ni de tanto daño, ni asistida de tan perniciosas pasiones,
envidia, venganza, codicia, soberbia, locura, rabia, ignorancia: unas la
ocasionan, otras la admiten. Es muy dificil el justificar las causas de una
guerra: muchas son justas en la relacion, pocas en el hecho; y la que raras
veces es justificada con verdad, es mas raro limpiarse de circunstancias que
las disfamen. Las que Dios no manda, desventuradamente se aventuran; y en las
que el manda, no es dispensable sin consultarle, y sin su decreto, el nombrar
Capitan General que gobierne en ellas...” (Ibid.:517-518).
La elección del Capitán
General debe consultarla con Dios puesto que “David no tuvo guerra, ni se
defendió de enemigos, ni los venció, sin que precediese esta consulta”. Porque
debe ser un conductor que debe obrar con el ejemplo: “Lo que se manda se oye,
lo que se vé se imita. Quien ordena lo que no hace, deshace lo que ordena”
(Ibid.:519). Como ya vimos, el rey debe
obrar con el ejemplo y asegurarse que sus ministros y, ahora, capitanes también
lo hagan. De igual forma, quien es acompañado por los favorecidos de Dios, tiene
asegurada la victoria. El Capitán General, consecuentemente, debe practicar generosamente
no sólo la prudencia militar, sino también empeñar la justificada cortesía, como
cordura meritoria (Ibid.:546).
Por otra parte, los
seleccionados a ser los instrumentos de Dios no deben rehusar poner las manos
en lo que de su parte mandan ni rehusar mandar a que otros las pongan (Ibid.:523).
Para la elección de los soldados se debe considerar lo siguiente: 1.) que “El
número no es fuerza: confia y burla mas que vence”, 2.) “La multitud es
confusion, y la batalla quiere orden” y 3.) la poca consideración de los textos
sagrados en las discusiones militares. Por ello concluyó que no era garantía de
victoria unir a una multitud de hombres, sino en saber desecharlos y elegirlos.
Para demostrar ello y ser usada para la enseñanza de reyes y príncipes analizó
dos tipos de milicia teniendo presente que Dios se llama Dios de los ejércitos:
la Milicia de Dios desarrollada en el Viejo Testamento y la Milicia de
Dios y Hombre desarrollada en el Nuevo Testamento.
La milicia de Dios o
milicia divina está compuesta por todos aquellos que lo siguen a él (Éxodo cap.
17), que confían en él (Joan. cap. 16) y, de manera más específica siguiendo
las palabras de Moisés expresó
“… quien manda que se dé batalla,
vence tanto como ora á Dios: que las Victorias se han de esperar de la vara, y
cetro de Dios, no del propio del Principe: que los brazos levantados al Cielo,
sostenidos con el auxîlio de los Sacerdotes, hieren, y desbaratan los enemigos,
mas que aquellos que descienden con filos sobre sus cuellos: que quien se
cansáre de orar á Dios, se cansará de vencer” (Ibid.:541).
No
podemos dejar de recordar aquí la exégesis que haría después Spinoza del papel
teológico político de Moisés en el Tratado Teológico Político para
demostrar que él fue un profeta que adquirió un conocimiento (profecía) cierto
de una cosa revelada por Dios porque fue un fiel creyente, convirtiéndose así
en guía y legislador de los hebreos como pueblo elegido frente a los egipcios
tal como aparece en el Éxodo (Éxodo,
XXIII-20-29 y XXXIII-1-5)[8].
De aquí se sigue que las guerras que libraron los hebreos durante la guía de
Moisés y después fueron religiosas. En ellas se mezclaron la devoción, la obediencia
y la utilidad. El que sigue a Dios, según Quevedo, multiplica su fuerza en cien
y es el modo en
que Dios hacia la guerra con la guerra. El que no lo siguiere y obedeciere “huirá
del són de la hoja del árbol, como si fuera un exército… caerá sin que nadie le
persiga, y … no podrá resistir á sus enemigos” (Ibid.:544). El tema del número es conveniente destacarlo si se considera
que para el momento en que se estaba realizando la obra España estaba comenzando
a sufrir reveses militares en todos los frentes europeos y sus dirigentes no
estaban imitando las prácticas de Jesucristo como Quevedo las estaba
entendiendo.
Con respecto a la milicia de Dios y Hombre
expresó Quevedo que “Christo nuestro Señor, hizo la guerra con la paz á la
misma guerra” y sólo de Él se puede aprender esta paz belicosa. Si bien
reconoce que hay guerras licitas y santas como la realizada en el cielo contra
los herejes para que reinase siempre la paz, estas guerras cayeron precipitadas
al infierno “en los Angeles amotinados, en el Serafin comunero. Subió luego del
infierno á la tierra: conquistó á Adan con la inobediencia; armó á Cain con la
envidia contra Abel su hermano”. Ahora bien, el autor español alertó que “Buscar
y cobrar la paz con la guerra, es de Angeles, y Serafines: buscar la guerra con
la guerra, no: buscar la guerra con la paz, aun menos. Y estas dos cosas son la
mayor ocupacion y fatiga del mundo”. Como esta guerra subió del infierno al
cielo, por ello, según Quevedo, “baxó del Cielo en Christo la paz á la tierra
contra el infierno” (Ibid.:570-571).
Luego de su nacimiento,
Jesucristo hizo sentir su influencia a los soldados del mundo induciéndolos,
por una parte, a no maltratar ni calumniar porque todo esto procede del
descontento de sus sueldos y pagas, por ello han de conformarse con ellas (Luc.
3) (Ibid.:575) y, por la otra, a tener fe a través de la imitación y de la
realización de milagros que promueven la limosna y la oración convirtiéndolos
en soldados y religiosos (Ibid.:576-581). Estos soldados y religiosos en una
guerra donde estos siguen a Dios pueden ser entendida como una guerra santa.
De estas afirmaciones
infiere el autor que el Evangelio, y los Predicadores Apostólicos han de ser
oráculos de la milicia, en tanto y en cuanto “la materia de estado, sin las
riendas del Evangelio, y de la Religion, correrá desbocada; y a la guerra […]”.
Por ello, una milicia evangélica “que teme á Dios, no teme a los hombres, en
que se funda el valor de los verdaderamente valientes; lo que fue precepto de
Christo: Temed al que puede dar muerte al alma, no al que puede darla al cuerpo…
Esto os he dicho á vosotros, para que tengáis paz en mi” (Ibid.:582) y, un
monarca debe predisponer a los suyos a tener paz en Él, porque de lo contrario
en la guerra todo lo errará. La falta de predisposición propende a la división
del reino y su ruina. De ahí que afirmara a partir de Lucas 11 que:
“Muchas son las divisiones porque
son asolados los Reynos: no solo guerras civiles los dividen: lo mismo hacen
los vicios, las costumbres; y peor que todo, las diferentes sectas, ó
religiones. No se tenga por aunado el Reyno que no padece levantamientos y motines
armados; que los vicios y pecados no solo le dividen; sino le despedazan: las
costumbres licenciosas, y desordenadas le confunden: las diferentes sectas le
aniquilan en condenacion afrentosa; y lo último, y mas eficaz para dividir un
Reyno, quando ninguna de las cosas referidas le divida, es el mismo Rey, si
está dividido. Esta es la division mas mortal, por ser de la cabeza, y el
cuerpo, donde el uno está sin el otro, y la cabeza dividida en dos partes, sin
ser cabeza en alguna de ellas. El que no es señor de la suya, es esclavo de la
agena. Si la cabeza dividida no puede vivir la vida sensitiva, menos podrá
vivir la racional” (Ibid.:585).
Debemos tener presente
aquí que ya que gobierno, según Quevedo, estaba sumido en vicios y estos vicios
conducirían no sólo al levantamiento portugués, sino también al catalán y
napolitano. De igual forma, on esta sentencia exhortaba a Príncipes, y a
aquellos Generales y Capitanes a que la religión precediese al principio de la
guerra de modo que se lograse un satisfactorio resultado. De igual forma los
exhorta a seguir el ejemplo de San Miguel Arcángel, el primer Capitán General,
quien venció “Luzbél” por querer ser como Dios y vencerá postreramente “el
Anti-Christo, á quien por su mano dará Christo la muerte”. Para ello, los
príncipes deberán tener presente todo su ser, grandeza y estado y vencer al que
se atreviere, siendo su súbdito, a querer ser como ellos (Ibid.).
Por lo antes reseñado,
podemos observar que la primera parte de la obra fue una apelación al
estoicismo para corregir los desvíos que Quevedo estaba observando en los
gobernantes españoles y que la segunda parte de la obra de Quevedo coincidiría
con su tercer encarcelamiento, la caída del conde-duque de Olivares y el ocaso
español como consecuencia de los reveses sufridos en las guerras y,
consecuentemente, el cambio de la política de los Habsburgos austriacos que
perjudicó a sus aliados hispánicos. Veamos a continuación de forma sucinta su
reflexión estoica.
3.- La
reflexión estoica quevediana
Creemos que la reflexión
estoica que sustenta gran parte del discurso moral quevediano en virtud de su
formación ascética y disciplinada se inicia por la necesidad de frenar el
lujo de la nobleza hispánica y las crecientes deudas de sus monarcas dentro de
un contexto de agotamiento económico y social en una atribulada Europa.
En este proceso él intentó
destacar los aspectos más relevantes y ejemplarizantes del legado greco-romano,
y, según, Ignacio Arellano
“insiste especialmente en el escepticismo
frente a la capacidad del hombre de conocer y dominar la realidad: la verdad
pertenece al mundo trascendente y la pretensión de sabiduría es una vanidad
más; la única sabiduría apreciable será la del nosce te ipsum, como
parte de la toma de conciencia de la propia caducidad” (Op. Cit.).
Por
esta incapacidad, la tendencia neoestoica apuntó al rescate de la oikeiôsis y
de la homologoumenos zen que en el pasado produjeron una rica concepción
cosmológica y ética. Oikeiôsis del que surgió también la palabra
economía denota autoconocimiento, es decir, la adhesión u orientación del
hombre a su percepción de sí como morada del propio yo para buscar lo que lo
beneficia y rechazar de lo que le pudiera causar daño. Homologoumenos zen, por su parte,
denota el vivir de acuerdo con el fluir natural de la vida, es decir, vivir de
acuerdo con el conocimiento de las cosas que se ajustan a la naturaleza,
habitando en sí mismo en armonía o en coherencia íntima bajo la guía del logos.
De
alguna u otra manera este esfuerzo, podemos decir, ideológico lo reseñamos inicialmente
en los consejos dados al monarca en su teología y teoría política, pero se
destacan también las siguientes obras: 1.) Nombre, origen, intento,
recomendación y descendencia de la doctrina estoica con un apéndice
titulado Defensa de Epícuro (1635) donde trata del estoicismo, el
epicureísmo y el cinismo para concluir, por una parte, que la felicidad
“consiste en la interioridad y no en la exterioridad, el desprecio de la
riqueza y los honores” y, por la otra, que el ideal del sabio es autosuficiencia.
2.) El Enquiridion o Manual, escrito en verso, de Epicteto (1635)[9].
Al respecto, Alberto Medina González, hizo una
traducción de los primeros capítulos de los que mostraremos el primero y el
segundo a continuación para observar la intencionalidad didáctica del autor español:
Capítulo
I |
Capítulo
II |
Las cosas, exterior e
interiormente se dividen en propias y
ajenas. Lo que está en nuestra mano
independiente son la opinión y el juicio
de las cosas: seguir y procurar las
provechosas, huir y aborrecer las
ofensivas, y, por que en un precepto lo
percibas, cuantas acciones vemos que llamar nuestras con verdad
podemos. No están en nuestra mano el cuerpo, la hacienda, ni
el profano honor, las dignidades y los
puestos, igualmente, envidiados y
molestos y, en fin, todas las cosas que apetecer se pueden, si de nosotros mismos no
proceden. Debemos, pues, en estas
diferencias advertir que podemos llamar a aquellas cosas que
tenemos en nuestra propia mano y
albedrio libres de todo ajeno poderío
pues no puede impedirlas ni
estorbarlas si queremos obrarlas. Por el contrario, las que en
mano ajena están, son imperfectas, flacas, defectuosas y
sujetas a esclavitud, estorbo y
embarazos, y verdaderamente, por las
muestras, ajenas son, y no son propias
nuestras.
|
Según
esto, conviene tener
memoria abierta y desvelada de
no trocar en nada el
uso de estas cosas y estos bienes: Porque
si las que son esclavas tienes por
libres, y por propias las ajenas, hallaráste
impedido en varias penas; artífice
serás de tu cuidado, y
vivirás lloroso y congojado, y
a tan impío dolor llegarás, ciego, que
por tus propias culpas, insolente, te
quejarás de Dios y de la gente. Empero,
si tuvieres por
tuyo, lo que sólo está en tu mano, y
lo ajeno tuvieres por ajeno, todo
te será fácil, todo bueno: ninguno
en lo que hicieres podrá
forzarte, ni podrá tirano prohibir
tus acciones; a
nadie acusarán tus maldiciones, no
culparás a nadie, ni forzada tu
libre voluntad obrará nada sujeta
a servidumbres; ninguno
podrá darte pesadumbre no
tendrás enemigos, ni ofenderte podrá
el trabajo, ni la adversa suerte. |
Aquí
se puede observar claramente, dentro de la gran opulencia de la corte hispánica,
cómo los escritos de Quevedo fueron juzgados como subversivos en el momento de
la crisis producida en su país a propósito de los reveses militares en el
centro de Europa y del costo del sostenimiento de la guerra en sí misma.
3.) La Cuna y la
sepultura. Para el conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas (1634)[10]. En esta obra se percibe la
influencia de Justo Lipsio a través de Séneca, de Epicteto, de San Pablo, de
San Agustín y otros autores que aparecen en su tratado político como el antiguo
y nuevo testamento, San Pedro Crisólogo entre otros. Esta obra está
dividida en dos partes que examinaremos sucintamente a continuación.
La primera parte de esta
obra trata, en primer lugar, de la esclavitud del hombre en sentido físico a
partir de la expresión “Dos cosas trae encargadas, el hombre, cuando nace de la
naturaleza, la vida, y de la razón, la buena vida” invitando a seguir la
segunda considerando, por una parte, que el hombre cuando nace empieza a morir
y, por la otra, que su principal parte es el alma por ser semejante a la de
Dios puesto que el cuerpo, al cual hay que tratar como un criado, “se te dio
para navío de esta navegación, en que vas sujeto a que el viento de con él en el
vagio de la muerte” (1634:150-152). En segundo lugar, la belleza, la
riqueza y los honores vistas como peligros del mundo por lo que aconseja disponer
todas las cosas que codicien nuestros deseos por el decreto que hicieren las
potencias del alma entendimiento, memoria y voluntad, es decir, te debes
acordar de lo que te conviene, entender lo que está bien a ti y luego querer
eso[11]:
“La memoria de lo que fueron y como nacieron
y, para lo que nacieron es necesarísima, para no entender que son más de aquello
y, que antes de muchos serán menos: y allí estas dos potencias prevendrán, que
la voluntad no quiera la vanidad, ni la locura y podemos agregar ni el deleite,
ni el vicio, ni la avaricia, sino la medicina, y el provecho” (Ibid.:154-156).
En tercer lugar, la muerte para
lograr la paz interior encaminando los afectos debido a que la muerte es
segura, así como el cuándo pues no hay momento en que uno no muera. Muerte es
disolución o fin de una composición como también decía Spinoza, por tanto, hay
que temer no a la muerte sino a sí mismo cuando se pierde el uso de la razón
(Ibid.:160-167). En cuarto lugar, la sabiduría advirtiendo cuál es la verdadera,
es decir, la verdad es una sola: Dios, y fuera de Él todo es opinión que debe
ser valorada dentro de un contexto amplio. Así pues, se debe buscar las cosas
espirituales y eternas, puesto que estas tratan sobre un conjunto de
sugerencias que se recomiendan ser seguidas para entender la realidad. Además, recomendó
tratar
“… con los afligidos y estudia con ellos, comunícate
con los solos, oye a los muertos, por quien hablan el escarmiento, y el desengaño;
ten por sospechosas tus alabanzas, y cree apenas a tus sentidos; préciate de
humano y misericordioso; conténtate con lo que tuvieres y no de fuente, que te
aflijan, si te faltare; oye a todos y sabrás más; y en los libros imita lo bueno
y guárdalo en la memoria, y lo que no te pareciere tal no lo repruebes [Hasta tener una constatación cierta]…” (Ibid.:171).
De igual forma consideró que
se debe seguir el ejercicio del sufrimiento armado de prudencia y la modestia contra
las insolencias de la fortuna enmarcándola ambas dentro de un contexto de
humildad. Y, en quinto lugar, se debe ser honrado y seguir las verdades que
conducen a la vida cristiana siguiendo lo indicado precedentemente en cuanto a la
actitud estoica. En todos estos casos se debe tener muy presente las epístolas de
San Pablo y seguir con esmero todas aquellas cosas referidas a Dios, así como
sus mandamientos que son todos medicina para el alma, y para el cuerpo.
La segunda parte, trata de
la preparación para la muerte proponiendo un modo de resignarse en la voluntad
de Dios. Aquí expresa sucintamente lo siguiente:
“Señor, pues de tu poder me hizo de nada algo,
sin que yo lo pidiese, tu misericordia me haga de malo bueno, cuando te lo
suplico. Llévame a que obre tu voluntad, que el premio se debe a las buenas
obras, si se hacen; más tu gracia, que no se debe, precede para que se puedan
hacer. Pues te llamo Padre porque me lo mandaste, mírame como a hijo de quien
eres juez. A tu tribunal alego lo flaco de la naturaleza que no escogí; al
rigor de tus leyes, tu sangre. Señor, mi voluntad es mis delitos; mi
entendimiento mi Fiscal, mi memoria mi miedo; dentro de mi vive mi proceso y el
testigo que sin respuesta me acusa” (Ibid.:177).
Aquí podemos decir que la
paz es paz del alma. Nos interesa destacar, finalmente, que la vida, para
Quevedo, es un proceso que aúna en un ‘entre’ la cuna y la sepultura y, en ese ‘entre’
el autor ofrece la sabiduría estoica cristianizada que al decir de Arellano
está desengañada de las vanidades y está inalterable “ante los espejismos de
los goces y sufrimientos terrenos” en función de las tribulaciones de la época
(Op. Cit.). Con estas recomendaciones pensó Quevedo se podían corregir las
desviaciones de la corte española.
4.-) Finalmente mencionaremos
dos obras que Arellano destaca de manera complementaria: en primer lugar, De
la Virtud militante contra las cuatro pestes del mundo: envidia,
ingratitud, soberbia y avaricia. Esta obra es una denuncia y acusación y una
exhortación, que hace Quevedo, a los hombres para esforzarse en la lucha contra
los vicios señalados en este ensayo fundamentándose aquí, como hemos observado,
en el estoicismo y en la ortodoxia cristiana y, en segundo lugar, Las cuatro
fantasmas de la vida humana (Muerte, Desprecio, Pobreza y
Enfermedad) que sigue, en forma epistolar, la misma estela estoica de las obras
antes mencionadas y los mismos temas que hasta este momento hemos abordado. Todo
esto nos lleva al contexto histórico que en el presente entendemos la obra del
autor español.
3.- El Barroco
como hipérbole y enmascaramiento de la nueva realidad.
El barroco fue consecuencia
de la crisis del renacimiento europeo que había llamado a la
mesura y al equilibrio. Esta crisis se tradujo, no sólo en su
ruptura, sino también en la emergencia de las ideas de cambio o mutación que luego
se traducirán en la idea de progreso. El barroco fue una nueva manera de
observar el mundo. La vida, en este sentido, se representó como un sueño o un
teatro, como veremos más adelante, debiéndose apelar a la hipérbole y a otros
artificios en un estado de cosas existente signado por el conflicto de
cosmovisiones generado por la reforma y contrarreforma. Estos conflictos se manifestaron,
desde el punto de vista social, en una caída vertiginosa de la productividad agravada por el aumento de
la población, el aumento del precio de los productos básicos, el
proteccionismo y la creación de nuevos impuestos con el fin de mantener
satisfechas las necesidades de la monarquía dentro de un contexto absolutista y
centralista produciendo, en consecuencia, una concentración y reorganización de la
producción en pocas manos, empobrecimiento y conflictos de toda índole.
Desde la perspectiva
política se ha considerado que el barroco se inició con el saqueo (il sacco)
de Roma inaugurando una época de pesimismo por la lucha entre cristianos y el
avance otomano en la Europa central
El barroco, en este sentido,
optó por la representación de las pasiones y los temperamentos interiores a
partir de la codificación de imágenes de la Biblia para imponer una
interpretación “clara” e introducir en las mentes de los individuos un
“correcto significado” generando, a su vez, una hipnosis colectiva que intentaba
ocultar la realidad (De Landa, 1991:187 y 194)[12], planteando el conflicto en
una nueva dimensión entre las diferentes visiones objetivistas y/o realista del
mundo que daban las diferentes creencias religiosas a través de interpretaciones
que fueron divergentes y enfrentadas dentro de un contexto de re-cristianización
y ello dio paso, consecuentemente, a una visión subjetivista del mundo donde el
ser humano pasó a ser un ser vuelto sobre sí mismo, pudiendo conocer solamente su
propio pensamiento. Desde esta perspectiva, René Descartes propuso otra forma
de objetividad a partir de la autonomía de la razón y Tomás Hobbes pensó esa
forma de objetividad en términos políticos, Francisco de Quevedo pensó el cristianismo
neoestoico para vigorizar el orden existente y Benedicto de Spinoza pensó en
una síntesis de ambas concepciones del mundo para pensar en otro nuevo.
Dentro de este marco se circunscribe,
por una parte, la relación entre fe y filosofía, es decir, fe en tanto y en
cuanto se establecieron normas estrictas a la producción artística, en general,
con el propósito de que las imágenes no se desviaran del dogma y, la filosofía
en la medida en que la dinámica del conflicto se expresó en una crisis de la
razón en virtud de la perdida de fuerza creativa de la filosofía escolástica frente
al surgimiento de una nueva ciencia que provocó la decadencia de la imagen
aristotélica del mundo que se remonta a Santo Tomás de Aquino a pesar de los
esfuerzos realizados por Francisco Suárez un contemporáneo de Justo Lipsio. Y,
por la otra, la idea de artificio que permitió producir una reconfiguración del
mundo antes conocido como se puede observar en el concepto de artificio en
Hobbes y el arte barroco en sí mismo. Estas nuevas corrientes que desembocaron
en la misma idea del Estado como persona artificial suplantaron la episteme del
Siglo XVII que, en primer lugar, se basaba en el papel que jugó la semejanza como forma que
permitía acceder al conocimiento como vimos en las obras reseñadas de Francisco
de Quevedo y, en segundo lugar, creo las condiciones de posibilidad de pensar que la
razón humana era capaz no sólo de imitar la naturaleza, sino también de
superarla[13].
Foucault entendió la episteme antes de la
modernidad como un conjunto de enunciados que constituían el espacio
topológico del conocimiento. Esta episteme
estaba fundamentada en la superposición de lo que podríamos llamar la
hermenéutica con la semiología y se caracterizaba, en primer lugar, por la
búsqueda del sentido para “sacar a la luz lo que se asemeja” y, en segundo
lugar, por la determinación de “la ley de los signos” porque ello permitía
“buscar las cosas semejantes” (1968:27-38)[14]. Como los caminos de la similitud estaban marcados
por una particular idea del mundo, cristiano estoico desde la perspectiva de
Quevedo, estos pasaban por lo que el autor francés denominó convenientia, aemulatio, analogía y sympathia (Ibid.).
La convenientia producía
encadenamiento en lo cercano y más cercano comunicando movimiento, influencia y
pasiones, en nuestro caso, el miedo causado, por una parte, por el
empobrecimiento, la soledad y el riesgo de una muerte inesperada y, por la
otra, por el alejamiento de Dios por parte de la comunidad cristiana. La aemulatio era un espejo y reflejo que
generaba círculos concéntricos de identificación y confrontación, esto es, Dios
es el espejo sobre el cual debían mirarse los reyes para realizar un buen gobierno.
La analogía, superponía la convenientia y la aemulatio generando espacios de irradiación política, caracterizada
por su reversibilidad y polivalencia. Y la sympathia
que producía la asimilación y la identificación y consecuentemente las alianzas
y la guerra.
La hipérbole barroca, como expresión de la nueva
episteme y como exageración retórica que estaba suplantando la indicada en el
párrafo anterior se presentó bajo una doble operación: la elipse y la elipsis. La
elipse se expresa como la duplicación interminable de la vida social vista como representación, es decir, un juego de espejos que
cuestiona la distinción entre el interior y el exterior, entre lo animado y lo
inanimado, entre la apariencia y la realidad. Así pues, los dos términos: la realidad
y la representación van configurando un juego de oposiciones oscilantes donde
uno y otro han perdido la referencia a un centro a partir del cual se
organizaría el sentido: la Naturaleza, Dios, el Sol que impiden entender la
verdad a partir de la idea del equilibrio y la armonía (Volnovich, Op.
Cit.). La elipse o la anamorfosis del círculo, gracias a los descubrimientos de
Kepler, se presentó como una forma de descentramiento que eliminó toda
referencia a un centro permitiendo, con su doble centro, estructurar un sistema
formalizado de oposiciones binarias. Por ello
Yamila Volnovich,
expresó que:
“la
antítesis es la operación central del barroco: la tensión entre el centro
visible, luminoso, el Sol, y el otro, oscuro, cegado, pero igualmente operante.
Su correlato en el espacio de la retórica: la elipsis. “No sólo en su
aplicación mecánica, según la prescripción de un código retórico –…– sino en un
registro más amplio: supresión en general, ocultación teatral de un término en
beneficio de otro que recibe la luz abruptamente” (Ibid.).
Ello explica el sentimiento de inseguridad que
tuvieron los europeos de la época.
La elipsis, como supresión u omisión intencional de un
elemento del discurso que se sobreentiende o puede ser reconstruido gracias al
contexto presenta la antítesis a partir de la dupla pasión-razón capaz de
reunir semánticamente todas las demás oposiciones que se derivan de esta. El
lenguaje barroco, reelaborado por el doble trabajo elidente, operó entonces
como “una hipercodificación que puso en crisis la adecuación a un referente verdadero
a partir del cual se fijaría el sentido” sumiéndolo en una dualidad que puede
ser manipulada (Ibid.).
Por otra parte, la idea del
artificio hizo que las sagradas escrituras dejaran de ser una enciclopedia de
las ciencias y que los teólogos comenzaran a perder parte de su influencia, por
lo que podemos afirmar que sus consecuencias fueron políticas y religiosas. En este
sentido, el arte y la filosofía influyeron en la configuración de una nueva
forma de pensar en ese convulsionado periodo europeo debido a la capacidad del primero
de hacer ver y la capacidad del segundo de conceptualizar lo que el arte a su
vez expresaba. Estos dos modos de pensamiento estuvieron estrechamente
interrelacionados. Dentro de este marco artístico y filosófico se circunscribe
la obra de Tomás Hobbes.
En el caso de Tomás Hobbes debemos
alertar su desconfianza en los usos figurativos del
lenguaje como veremos en Quevedo a pesar que dos de sus principales obras
llevaron el nombre de monstruos mitológicos: Leviatán y Behemoth a los cuales
había que temer para efectos de mantenimiento de un orden establecido. Para el
filósofo inglés la retórica era una técnica amenazadora y sediciosa y, por
tanto, el método geométrico que sentó las bases de la modernidad, conformó el fundamento
metodológico de “un discurso argumentativo que excluía cualquier vestigio de
placer sensible, por considerarlo ornamental y accesorio” (Ibid.)[15].
La razón, desde esta perspectiva, comenzó a ser observada como el medio que puede conducir al ser
humano al conocimiento de la verdad puesto que, por una parte, se opone a los
sentidos, a la imaginación y a la pasión, que se consideraban engañosos y, por
la otra, a la religión entendida, desde una perspectiva spinoziana, como
obligación. Aquí se explican los Principios de geometría de Euclides,
puesto que fue un esfuerzo por establecer un sistema axiomático consistente, es
decir, una base elaborada a partir de un cierto
número de proposiciones (axiomas) o de varios axiomas que mediante deducciones
lógicas pueden generar nuevas proposiciones cuyo valor de verdad es también lógico
sin necesidad de demostración permitiendo así la elaboración de otras teorías[16].
Esta estructura geométrica la veremos en
Hobbes y Spinoza.
En
Hobbes, esta conciencia de artificiosidad se extendió a la consideración de un
ser capaz de crear, como Dios, algo más poderoso que el propio ser humano, un
“hombre artificial”: el Estado. Dicho de otra manera, “lo que se imita es el
acto de creación, la invención, el arte de hacer sin imitación: el artificio”
(Ibid.), que veremos también, unas décadas antes, en la propuesta quevediana, esto
es, imitar a Dios para la realización de un buen gobierno. Esta creación que se
basa en su propia eficacia va a ser el acto que va a caracterizar el barroco.
Por eso el barroco expresó, hasta mediados del siglo XVII, la crisis de la
noción misma de representación, entendida a partir de la relación entre el
sentido y la verdad y, por ello, Hobbes es observado como el creador del
pensamiento político moderno.
Si bien la obra de Hobbes fue posterior a la de
Quevedo, y podemos entenderla como una respuesta a esta, se debe tener presente
que todos los aspectos que reprime el artificio Estado y explican la existencia
de una multitud contenida en el mismo en riesgo permanente de guerra civil fueron
consideradas por el autor español como expresión de una forma tiránica de
gobierno que podemos decir está presente en el mundo de hoy y por ello apeló a
los recursos del barroco y se apoyó en el cristianismo estoizado para pensar el
Estado desde una perspectiva vigorizada y como veremos teocrática a pesar del
origen laico de su pensamiento y de su experiencia como funcionario público. Para
Quevedo una comunidad política atemorizada no es una comunidad política. Para Quevedo,
una comunidad política era producto de la fe en Dios y la fe en que los
gobernantes, los reyes, imitarían el gobierno de Dios en la tierra para beneficio
de todos.
4.- Escolio
Traer al presente el
pensamiento político de Quevedo, un autor que representó a un poder político en
decadencia dentro del contexto de guerra, específicamente la GdlXXXa, es
pertinente, en tanto y en cuanto, el escritor español estuvo consciente que se
estaba viviendo un cambio de época tal como se está viviendo en el presente. Si
consideramos que la España del siglo XVII se planteó la posibilidad de
implantar un orden universal cristiano como lo pensó Dante Alighieri en su obra
Monarquía y luchar para lograr ello a pesar de su agotamiento, podemos
establecer semejanzas entre ese pasado y éste presente para comprender la
realidad del pasado y del presente de una forma más completa.
En este sentido la vivencia
del autor español como diplomático, como funcionario publico y como escritor es
un recurso invalorable para observar la otra cara de la moneda de la puesta en
juego, en sentido político, de los principales poderes europeos por las
consecuencias que tuvo en esa región y en el continente americano.
[1] Ver prólogo de Antonio García Ángel en: Francisco de Quevedo & Antonio García Ángel (2014). Poesía
satírica y burlesca. Bogotá. Libro al viento. 90 p. Documento en línea.
Disponible: https://books.apple.com/ve/book/poes%C3%ADa-sat%C3%ADrica-y-burlesca/id948274128
y Arellano Ignacio, Vida y obra de Francisco de
Quevedo. que [Documento en línea]. Disponible: https://www.cervantesvirtual.com/portales/francisco_de_quevedo/vida_y_obra/
[2] Según Mattioli, la palabra neoestoicismo surgió de la mano de Leóntine
Zanta en el siglo XX en un esfuerzo por comprender el proceso de
racionalización del cristianismo y la pérdida de su componente pasional
(2022:122).
[3] A.
Guevara fue un colaborador cercano del emperador Carlos I de España. Ver:
Proyecto Filosofía en español. Disponible: http://www.filosofia.org/cla/gue/gueca20.htm.
[4] Justo Lipsio, además del intercambio epistolar que mantuvo con Quevedo
también la mantuvo con Hugo Grocio, Michel de Montaigne y el príncipe Mauricio
de Orange. Ver al respecto: Mattioli Gonçalves, Eugênio. (2022). Entre
neo-estoicismo e razão de Estado: percursos da prudência política barroca.
São Paulo. Universidade de São Paulo. Tesis doctoral. 219 p. Según Mattioli, el
sistema cosmológico que da sustento a esta obra parte de Dios (el todo que
podemos entenderlo desde el concepto de inmanencia spinoziana), sigue con la
providencia divina que, a su vez, incide sobre el mundo de los hombres a través
del destino.
[5] Esta conspiración fue un antecedente de la Guerra de los Treinta Años.
Ver al respecto: Parker, G (ed.). (2004). La Guerra de los Treinta Años.
2º ed. (T. D. Romero). Madrid. Machado libros. 403 p y Wilson, P. (2009). Europe´s Tragedy.
A History of the Thirty
Years War. London. E-book. Penguin Books.
[6] Sobre Santo Tomás de Aquino, ver: (1624[1945]). Del Gobierno de los Príncipes.
Buenos. Aires, Editora Cultural. (T.A. Ordoñez das Seyjas). 110 p. Está fue dividida en cuatro libros donde intentó
explicar “el origen del reino y las cosas que pertenecen al oficio del Rey,
conforme a la autoridad de la divina Escritura, preceptos de filósofos y
ejemplos de loables príncipes”. En el primer libro se ocupa, en los primeros
capítulos, del origen y de la naturaleza del poder político, refiriéndose a sus
varias formas. Luego estudia, a través de los libros Primero y Segundo, lo que
pertenece al Rey o Príncipe en particular y su forma de ejercitar las funciones
de gobierno respecto de los súbditos. Los libros 3º y 4º se detienen en
considerar, desde el punto de vista histórico, los ejemplos de los grandes ordenes
políticos de la antigüedad griega, romana y del tiempo transcurrido de la era
cristiana.
[7] Aquí estamos pensando en sus tesis acerca del tiranicidio.
[8] Ver al respecto: Spinoza, B. (1677/2011). Tutte le Opere.
Milano. (T. M. Buslacchi, A. Dini, G.Durante, S. Follini y A. Sangiacomo).
Editorial Bompiani. 2838 p.
[9] La primera edición salió en Madrid y Barcelona
en 1635. Ver al respecto: Medina González, Alberto. “El neoestoicismo en
Quevedo”. Málaga. Revista Epistemai. Sociedad Erasmiana de Málaga.
Documento en línea. Disponible: https://epistemai.es/archivos/2184
Por otra parte, es de destacar que Quevedo hizo otras traducciones de textos
estoicos y religiosos como De los remedios de cualquier
fortuna (1638) atribuida a Séneca, así como algunas
de sus epístolas y la Introducción a la vida devota de San Francisco de
Sales.
[10] Francisco de
Quevedo. (1634). La Cuna y la Sepultura. Madrid. Documento en línea.
Disponible: https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/la-cuna-y-sepultura--0/html/ffc7349e-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html
[11] Estas tres
potencias del alma constituían un sistema junto con la meditación que fue
desarrollado por San Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales.
[12] De Landa, Manuel. (1991). War in the Age of Intelligent
Machines. NY. Zone Books. 270 p.
[13] Sobre Hobbes, ver al respecto: Volnovich Yamila, “Hobbes / Barroco. La política
como Teatro”. Documento en línea. Disponible: https://www.academia.edu/en/35633498/HOBBES_BARROCO_LA_POL%C3%8DTICA_COMO_TEATRO#:~:text=Yamila%20Volnovich%20El%20siglo%20XVII%20fue%20el%20siglo,a%C3%BAn%20podemos%20encontrar%20vestigios%20en%20el%20mundo%20contempor%C3%A1neo.
[14] Para Foucault no había semejanza sin
signatura, puesto que “el mundo de lo similar sólo puede ser un mundo marcado”
(1968:36). Consecuentemente, definió a la hermenéutica
como el “conjunto de conocimientos y técnicas que permiten que los signos
hablen y nos descubran sus sentidos” (1968:38). Ver al respecto: FOUCAULT, M.
(1968). Las Palabras y las Cosas. Una Arqueología de las Ciencias
Humanas. Buenos Aires. (T. R. Prost). Siglo XXI Editores. 378 p.
[15] Ver al respecto: Hobbes, T. (1642/1999). De
Cive. Tratado sobre el Ciudadano. Madrid. (T. J. Rodríguez). Editorial
Trotta. 205 p.
[16] Ver al respecto: https://euclides.org/
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ResponderEliminarMuchisimas gracias... saludos
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