domingo, 5 de enero de 2020

SOBRE LA UTILIDAD Y EL RIESGO: EL CASO DE LAS FUENTES HISTÓRICAS EN EL EVENTO NAVAL DE RÍO HACHA (1901)



Jürgen Habermas expresó en una oportunidad que histórico es todo aquello que debe ser mantenido presente. Tener algo presente supone la existencia de una estructura de acción que apunta utilitariamente a que un estado de cosas determinado en cierto modo se conserve. La importancia de la conservación radica en el hecho de que el estado de cosas en sí constituye el baremo para determinar la evolución o la corrupción. La evolución es superación del estado de cosas a una nueva realidad más compleja, no es supresión. Supresión es simplificación. La simplificación ha sido el carácter de la historia en Venezuela desde una perspectiva histórica y la evidencia concreta se presenta en los ciclos que ha vivido el país que expresan en sí un nuevo empezar. La corrupción se presenta cuando se producen desvíos en un estado de cosas dado porque lo que debe ser mantenido presente deja de cumplir su función utilitaria. Los problemas se agravan cuando la historia deja de ser importante, es decir, cuando se olvida, o cuando se convierte en un paradigma de tal dureza que impide ver el presente y el futuro de una manera más consistente.
La importancia del conocimiento de la historia está tan sobreentendida que, en general, olvidamos por qué y para qué tenemos que tenerla presente. Hay autores como Nicolás Machiavelli que han afirmado que la historia es la continua repetición de lo mismo cuando los hombres se someten a la fortuna o sea cuando olvidamos su utilidad. Paul Ricoeur en La Memoria, La Historia y el Olvido[1] al plantearse las preguntas ¿de qué hay recuerdo y de quién es la memoria?, nos indica en cierta medida una parcelación temporal de lo que se recuerda que se sustenta en imágenes que pueden ser alteradas como hemos visto en el país en los últimos treinta años, en contraposición a la rememorización que se fundamenta en la realidad que permite ser objetivada o historizada. Con respecto a la historia pensó en una epistemología de las ciencias históricas que incluye el testimonio y los archivos, los usos del porque en la explicación y la comprensión y finaliza con la representación histórica. En nuestro caso podemos afirmar que la calcificación paradigmática proviene de este cómo y por qué explicar la historia venezolana. Y finalmente en relación con el olvido reflexionó acerca de “la condición histórica de los hombres que somos” siguiendo tres pasos: la filosofía crítica de la historia atenta a un conocimiento histórico que puede ser transgredido, que en nuestro país no ha sido valorado por la dificultad de tratar las imágenes, la hermenéutica ontológica que explora las modalidades de temporalización, que explica el por qué deliberadamente se consideran unos períodos de nuestra historia y otros no y, finalmente el olvido en sí que se debate entre la destrucción de las huellas que en nuestro caso puede ser vista también como un acto deliberado realizado bajo la consigna del “nuevo hombre” o “nuevo comienzo” y la dejadez marcada por la negligencia y, por último, conservación.
Así pues, siguiendo a Ricoeur, podemos decir que los paradigmas calcificados y las desviaciones intencionales o no de los registros, nos han puesto en la situación riesgosa de traer al presente pedazos de historia que nos hacen difícil entender el presente. O dicho de otra manera, nos ha puesto frente a retazos de un tejido que puede ser visto como mitos. Esto es, pensar e interpretar retazos para poder recomponer un tejido histórico. Por ello me ha parecido necesario traer al presente a Platón en su Dialogo Timeo puesto que nos ha legado unas palabras que nos pueden ayudar a calibrar el papel de los mitos y la importancia del conocimiento de los hechos históricos
“Hay en Egipto, dijo Critias, en la punta del delta,…, una provincia llamada Saltica, cuya ciudad más importante es Sais, de donde… era el rey Amasis. Para sus habitantes, la fundadora de la ciudad es una diosa, cuyo nombre en egipcio es Neith y, en griego,…, Atenea... Solón dijo que, cuando llegó allí, fue muy apreciado por ellos, y que una vez, al preguntar a los sacerdotes más entendidos por las cosas antiguas, descubrió que ni él ni ninguno de los griegos sabía casi nada,… Entonces uno de los sacerdotes, que era muy anciano, le advirtió: «Solón, Solón, vosotros los griegos sois siempre niños; no hay un griego viejo». Al escucharlo, Solón le preguntó: «¿Qué quieres decir con esto?» Y el sacerdote le respondió: «Todos vosotros sois jóvenes de alma; pues no tenéis en ella ninguna opinión antigua, transmitida oralmente desde el pasado, ni tampoco ningún conocimiento vuelto cano por el tiempo. Y la causa de esto es la siguiente. Muchas veces y de muchas maneras la humanidad ha sido y seguirá siendo destruida. Los desastres más importantes son provocados por el fuego y el agua,… [que no son recordados. En cambio de]… todo [de] lo que tengamos noticia, aquí o en otro lugar, y conozcamos por haberlo escuchado,…, está todo escrito desde la antigüedad aquí en los templos y preservado. Sin embargo, cada vez que, entre vosotros y en otros lugares, se encuentra disponible recientemente la escritura y todo cuanto necesitan las ciudades, tras intervalos regulares, vuelve de nuevo como una enfermedad, el torrente del cielo se precipita sobre vosotros, y solo deja de entre vosotros a los analfabetos y los incultos. Así que nuevamente os volvéis como niños desde el principio, sin saber nada de lo que, ni aquí ni entre vosotros, ha sucedido en los tiempos antiguos”[2]

Podemos decir que nosotros los venezolanos somos jóvenes de alma a pesar de que, considerando la tesis matemática de Fernández Bolívar[3], los cien años de Bracho[4] o de los ciclos de 30-45 años de Giacopini[5], la ‘enfermedad’ no nos ha hecho volver a empezar como en la práctica sí debemos hacerlo ahora. Pero, por qué. De igual forma, por qué un acaecimiento del pasado se hace histórico convirtiéndolo en un momento dado en un evento, acontecimiento como ha apuntado Ricoeur. Si consideramos las vivencias que hemos tenido los venezolanos en estos últimos treinta años, es decir, desde el año 1989, se ha producido una creciente preocupación por la historia en Venezuela que ha seguido diferentes vías: una ha servido para legitimar el estado de cosas actuales y otros para cuestionarlos. Ambos desde una perspectiva ideológica. En otras palabras, ha emergido una preocupación acerca de qué debe ser mantenido presente. En esas dos vertientes hay que tener presente dos cosas: la primera es que hay una constelación de tendencias que apuntan a la precisión y significación de un hecho en sí que nos lleva a fundamentarnos en retazos y, segundo, otras que apuntan a su reinterpretación. Es decir, el foco está dirigido a lo epistémico, es decir, el método.
En todo caso, hay un interés por la historia que parece que es producto de la superación de la dejadez y hay un interés por hacer presente hechos del pasado, en general, para que se repitan o no y/o para comprender el alcance de lo que hemos estado viviendo. En los asuntos relativos al mar ese interés tuvo un importante impulso con el revisionismo historicista de talante hermenéutico emprendido por Jairo Bracho y el desocultamiento del papel del mar en la historia de Venezuela iniciado por el propio Bracho y Luis Farage. Antes y después de estos interesados se han presentado otras iniciativas realizadas por diferentes individuos, pero uno de los problemas con que se han topado para lograr un resultado efectivo ha sido el de los retazos con que contamos como fuentes históricas y consecuentemente de la intencionalidad subyacente en la imagen usada como estructura de representación histórica, la transgresión en la historización, las modalidades de temporalización y la destrucción o digamos el abandono de las huellas. El asunto de las fuentes ha sido el foco de atención de autores como Jairo Bracho, Ramón Rivero-Blanco y Gustavo Sosa Larrazabal. La importancia de qué debe ser tenido presente fue objeto de atención de Tomás Mariño Blanco, José Maita, Luis Farage, Javier Nieves-Croes, Julio Chacón y otros. En mi caso personal el interés ha estado orientado a la significación del o de los hechos en sí y por qué se consideran unos si y otros no. Todas estas orientaciones convergen en un punto: el qué y su naturaleza y cómo acceder al pasado y las dificultades que ello comporta. Por ello vamos a examinar algunos aspectos de interés relativos a la filosofía de la historia que nos pueden ayudar a contextualizar el qué de la investigación histórica, luego vamos a analizar el problema de las fuentes históricas en Venezuela tomando como caso el evento naval de Río Hacha para mostrar el movimiento del proceso de investigación histórica y finalmente vamos a indagar acerca de la historia como medio para decidir acerca del futuro. El objeto es crear un plano de inmanencia que permita orientar operativamente cómo crear las condiciones de posibilidad de usar el pasado para decidir acerca del futuro.
La filosofía de la historia como derrotero.
Al contrario de aquellas expresiones relativas al fin de la historia de raigambre hegeliano, en nosotros, los venezolanos hay en la actualidad un interés por la historia que nos indica que el presente está respirando por la historia en un contexto determinado por la incertidumbre por saber cuál va a ser la nueva realidad[6]. Quizás esta fue la actitud de los pensadores alemanes a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX cuando se vieron al frente de la ola revolucionaria que al final batiría los cimientos de todo aquello a lo que estuvieron acostumbrados. Ahora, el evocar el fin de la historia que pudiera ser el fundamento para expresar una crisis en la reflexión sobre el acaecimiento de grandes acontecimientos dejó de ser un argumento: estamos en medio de una tormenta histórica y estamos como los griegos, según el sacerdote del rey Amasis, con un alma joven porque no disponemos de solidos referentes en nuestro propio pasado que nos permita capear las gigantescas olas que nos están batiendo. Solo hemos dispuesto de mitos, que como hemos indicado, son la consecuencia cíclica de la recolección de retazos cada vez que ha ocurrido un cambio de orden. Esto nos permite afirmar que el lugar de la historia es el presente.
Pero, pensar en la historia como un modo de poder vivir mejor el presente supone el hecho de que hay una continuidad que nos permite comprender las causas del presente. De ahí los sobresaltos que causó Giacopini y causa Bracho con sus reflexiones. De ahí el inusitado interés que ha despertado la convocatoria del Congreso La Ilusión de la Libertad convocado por la Universidad de Sevilla para la primavera del año 2020 para reflexionar acerca de los cambios políticos a ambos lados del Atlántico como consecuencia de la revolución francesa y el nuevo orden implantado como consecuencia[7]. Desde esta perspectiva, podemos decir que el pasado puede resultar inteligible a la luz del presente si se coloca como referente la situación que estamos viviendo. Aquí creemos que empiezan los problemas. Si un historiador habla desde su presente, no necesariamente puede hablar todo desde su tiempo. Aquí entramos en el tema de la parcialidad, la intencionalidad y la ideología que indicamos en la introducción. El antídoto para esta situación está representado por la pluralidad de visiones de la historia que se puedan producir y la libertad necesaria para ello. Pero la pregunta que surge es: ¿podemos hablar de pluralidad de relatos en Venezuela? Aquí comienzan las dudas. Creo que antes de 1998 lo histórico servía para dar consistencia a la permanencia. Después de 1998 ha servido para cuestionar lo contingente desde la perspectiva de los que se oponen al nuevo orden. Frente a esta corriente, los detentores del orden se han valido de la imagen y, consecuentemente, el mito de la gesta independentista para justificar el estado de cosas actual y, gran parte de los que se oponen se han anclado ambiguamente en otros periodos que denominan de civilidad para producir otro ritornello. En ambos casos, que delata identidades específicas, hemos llegado a un punto en que estamos peores que los atenienses porque no ha sido ni el agua ni el fuego lo que han producido el cambio de circunstancias que le da sentido al estado de cosas actual. Esto plantea la pregunta: ¿la historia es el espacio para enjuiciar o para actuar?
En las dos corrientes que hemos indicado acerca de la manera de hacer historia en Venezuela se han emitido tantos enjuiciamientos que se ha perdido el referente sobre el cual se juzga debido al sectarismo de los jueces y el contexto sobre el cual se juzga. Esto nos coloca en el plano del sentido de la historia como línea de fuga que nos ayude a salir del problema planteado por el sacerdote del rey Amasis y por los ritornellos. Desde esta perspectiva, tal como expresó Vattimo, “si la historia debe tener algún sentido, éste hay que buscarlo en la pérdida del sentido”[8]. Cómo podemos interpretar esto: creo que si nos encontramos a solas en nuestra ‘juventud’, es decir, de nuestra incapacidad, que es la consecuencia de la pérdida de sentido, entonces debemos partir de nuestra propia subjetividad.
En esto Kant nos puede dar una ayuda. En su obra ¿Cómo orientarse en el pensamiento?, uso la analogía del cuarto oscuro para indicar cómo un individuo va estableciendo referentes para ubicarse y conocer dentro de ese espacio donde todo está oculto[9]. Aquí se circunscribe la corriente historicista naval que parte de la creencia de la maritimidad de Venezuela. Si bien esta creencia parte de un ideal, es decir, la existencia de Venezuela proviene de circunstancias marítimas, estamos consciente que es un ideal que consideramos bastante consistente desde la perspectiva de la comprensión de las causas por las cuales acaecieron los hechos como efectivamente acontecieron[10]. Por tal motivo, nuestra reflexión apunta a aumentar la calidad del conocimiento del pasado y aumentar su cantidad de modo que el conocimiento del presente sea lo suficientemente consistente para reducir el problema de la incompletitud como causal de los desvíos que dificulte la toma de decisiones de cara al futuro.
Así pues, si la historia nos ayuda a entender el presente, el conocimiento del presente nos va a permitir decidir acerca del futuro. Desde esta perspectiva, para esta corriente maritimista, realmente la importancia del estudio de la historia desde una perspectiva filosófica no es precisamente para conocer el pasado sino para reflexionar acerca del futuro. Esto nos lleva al problema de la calidad y de la cantidad y al papel que juegan los mitos en la comprensión de la historia.
El problema de las fuentes y el evento en río Hacha
Volviendo al dialogo entre el sacerdote del rey Amasis y Solón, la juventud de los que se han interesado por el mar en la historia de Venezuela ha sido marcada por severas limitaciones en cuanto a calidad y cantidad de las fuentes. Por ello, para nosotros el registro superficial de un hecho puede ser considerado un mito. El mito visto como el tejido de un relato es la explicación de un fragmento de un relato mayor que por alguna u otra causa no ha llegado completo hasta el presente. Por ello este fragmento se opone al conocimiento que permite la comprensión desde y para el presente y dificulta la toma de decisiones. Desde esta perspectiva se encuentra lo que Tomás Mariño Blanco denominó ‘Combate naval de Río Hacha’.
Este evento fue traído al presente por Mariño Blanco como un mito entendido en los términos en que hemos estado hablando[11]. Esta afirmación categórica obedece a que las fuentes disponibles en el país, a pesar de la existencia de la Memoria y Cuenta del Ministerio de Guerra y Marina y del Archivo General de la Nación, son escasas y el interés por la historia era muy bajo. Por ello, la iniciativa desplegada por este historiador resulta encomiable. A este punto hay que decir que la Memoria y Cuenta del Ministerio de Guerra y Marina es un medio básico para la investigación histórica, es decir, es el medio a través del cual se nos dice oficialmente qué es histórico. Pero dentro de la estructura organizacional dudo de que históricamente haya existido un mecanismo formal para determinar la naturaleza del proceso para hacer algo histórico y corregir deficiencias o reafirmar aciertos en cuanto a los modos de hacer en el ámbito militar sobre todo en un contexto país signado por las destrucciones periódicas. Así pues, esa fuente primaria que indicó un hecho, del modo en que lo hizo, la hemos considerado un mito por no explicar completamente qué aconteció de forma específica hasta el más mínimo detalle posible. Mariño Blanco nos dijo un qué que debe ser tenido en cuenta más allá de los paradigma calcificados y en ese proceso salieron a la luz las implicaciones e inconvenientes que tiene nuestra memoria, nuestra historia y lo que hemos olvidado o perdido.
Pero el autor iniciador de este análisis no estaba rodeado de “analfabetos [e] incultos” como nos ha narrado el sacerdote del rey Amasis, hubo ‘jóvenes de alma’ que valoraron el hecho como una crisis internacional donde la marina de guerra de Venezuela había tenido un cierto protagonismo. Bracho, en este sentido, partiendo del relato realizado por Mariño Blanco logró recabar más datos acerca del evento en sí a partir del estudio biográfico de algunos marinos venezolanos ilustres que participaron en ese evento y los avatares que ha vivido el país habían lanzado al olvido[12]. Pero en sí sólo confirmó parte de la veracidad del evento. Hasta este punto el evento de Río Hacha había sido un Combate Naval. Tan fue así que Sosa Larrazabal y quien escribe lo tomaron, en principio, como un hecho verificado y digno de hacerlo histórico.
Pero Sosa Larrazabal no se conformó con la información desde el mismo momento que a posteriori trató de corroborarla. De hecho, Sosa logró acceder a otras fuentes extranjeras que señalan que no hubo ningún combate naval en Río Hacha[13]. Por ello lo llamó ‘Encuentro de Río Hacha’, porque si hubo un encuentro de buques en ese puerto en un escenario de conflicto a pesar de que no había una guerra declarada entre Colombia y Venezuela. Es de destacar en el caso de este autor de que a pesar del exhaustivo arqueo de fuentes realizado, no incluyó fuentes oficiales, pero definitivamente fue más allá de lo alcanzado por Bracho en el sentido que además de corroborar la información acerca del comandante venezolano de la fallida operación de bloqueo en Río Hacha y del impacto del fracaso en las operaciones terrestres, hizo precisiones con respecto a los medios navales empleados. Es decir, dicho por el propio autor
“… las unidades venezolanas presentes fueron los cañoneros Miranda, Zumbador y General Crespo; que participaron dos unidades francesas, el crucero Suchet y el mercante Alexander Bixio; que la única unidad colombiana fue el cañonero Próspero Pinzón y que no hubo ningún combate naval”.
“El fracaso del bloqueo sobre Riohacha resultó determinante en el resultado de las operaciones en el teatro terrestre, ya que a las fuerzas liberales comandada por los generales Dávila y Castillo, se les opuso ahora, inesperadamente para ambos, un ejército colombiano conservador de tamaño semejante, descansado de marchas, con liderazgo centralizado y mejor armado; que cayó sobre ellos en las cercanías del caserío de Carazúa, situado a un kilómetro al este de Riohacha, causándoles enormes bajas y poniéndolo en fuga en un episodio donde los jefes liberales exhibieron escasa competencia militar”[14].

Esta precisión de la información, sin embargo, no indica el papel de un buque de guerra francés en medio de la crisis colombo-venezolana. Por mi parte, la importancia que le di al evento de Río Hacha, siguiendo la estela dejada por Bracho, se debió a que éste entraba en el marco de lo que se conoce como diplomacia naval. Mi criterio fue que el evento correspondió a aquello que James Cable denominó diplomacia naval catalítica en el sentido que el buque francés estaba ‘pescando en río revuelto’ en un contexto signado por el surgimiento de la república panameña[15]. Para mí el enfrentamiento no era relevante porque al final había resultado en un fracaso y me apoyaba en el hecho de que según el autor inglés, puede en estos casos acaecer hechos de fuerza siempre y cuando no sean percibidos como actos de guerra[16]. En este caso me refiero a la interacción del buque francés con los venezolanos[17]. Mi desvío, siguiendo a Sosa Larrazabal fueron dos: no podía hacer inferencias del supuesto combate puesto que no hubo combate y en aceptar la presencia de un medio naval de bandera británica. Pero creo que eso no está claro aún. En este caso me apoyé de otra fuente, es decir, Herwig y Helguera, Alemania y el bloqueo internacional de Venezuela 1902-03[18]. Por ello hay que hurgar para tratar de saber qué nos dicen las fuentes oficiales. Aquí nos encontramos de nuevo con el problema de la confiabilidad de las fuentes y la necesidad de rehacer consistentemente el tejido para asegurar la confiabilidad de la comprensión del hecho histórico. En todo caso, lo rescatable de todo esto es el concepto de diplomacia naval puesto que no disminuye la relevancia histórica del evento de Río Hacha desde esa perspectiva. 
Pero hasta ahora hemos hecho un análisis de los inconvenientes que presentan los testimonios, las crónicas y las autobiografías y los desvíos que provoca. El esfuerzo de Sosa Larrazabal, hasta el presente el más exhaustivo en reconstruir el tejido, debe cumplir un paso más para que se convierta en un conocimiento cano o que permita la comprensión de las causas por las cuales acaecieron los hechos como efectivamente acontecieron teniendo presente que parte de los actores del evento formaron parte de entidades oficiales de tres países: Colombia, Francia y Venezuela. Para ello debemos consultar las fuentes oficiales, si ello es posible, para determinar la naturaleza de los actos intencionales y determinar así, por una parte, el sentido de ese hecho para constatar su pertinencia en el presente y, por la otra, el alcance del desvío y su impacto en la comprensión de un hecho histórico. Con ello no estoy desestimando al mito puesto que su consideración es parte de la esencia de la gente de mar. El mito es lo que nos ha llevado a este ensayo. Esto nos lleva de nuevo a la iniciativa de Mariño Blanco.
Para que desde el presente se traiga un hecho histórico que había pasado desapercibido es porque el espíritu de la época lo ha convocado. No vamos a hablar aquí de las fallas estructurales del país, ni de su posible ocultamiento como expresión de una fase histórica oscura o porque lo marítimo expresa una visión del Estado que no se corresponde con el orden existente. Sabemos de los inconvenientes que tuvo la obra de Mariño Blanco para dar a luz, pero si tomamos como referente el año 2006, año de su publicación, podemos decir que el alumbramiento fue providencial. Si el sacerdote del rey Amasis nos dijo que desde las aguas (y del fuego) provienen los desastres más importantes, podemos decir que ese fue el año de la presencia de una fuerza naval de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en las adyacencia a las aguas venezolanas y de la decisión de un Tribunal Internacional sobre el diferendo limítrofe entre Barbados y Trinidad y Tobago que creo las condiciones de posibilidad para colocar la fachada Atlántica venezolana como un espacio de un conflicto potencial que va a afectar los interés marítimos de nuestro país. Además de ello, los incidentes fronterizos con Colombia comenzaron a ser recurrentes en ese período y con tendencia a su incremento como hoy en día los estamos presenciando. Con ello quiero decir que los ‘jóvenes de alma’ se dieron cuenta de esas señales y no se interesaron por estudiar el bloqueo naval que comenzaría un año después, sino de las nubes que presagiaban la llegada de las aguas. Desde esta perspectiva, el acierto de Mariño Blanco fue que impulsó a un grupo de individuos con las limitaciones ya indicadas a recoger retazos, a rehacer el tejido histórico y a reflexionar críticamente sobre los acaecimientos que se produjeron por el develamiento realizado por el autor antes citado. Esto nos lleva de nuevo al problema de la calidad y digamos variedad para hacer crecer el tejido y comprender reflexivamente un hecho histórico de cara al presente y el futuro.
La historia como medio para decidir acerca del futuro.
Como nos ha ayudado Kant, si volvemos a la historia del Timeo, unos jóvenes de alma sin conocimiento cano tuvieron la indicación de un mito y trataron de determinar subjetivamente un sentido mediante la reunión de retazos obtenidos a partir de la significación que le dieron: Bracho, los hombres; Blanco, sus implicaciones; Sosa, la veracidad de los mismos y, Rivero-Blanco, la recolección de datos y su difusión. Pero el norte de todos ha sido el futuro. Hemos en cierta forma retomado con este ensayo parte de ese pasado siguiendo algo parecido a un círculo hermenéutico y necesitamos romper con el ciclo de destrucciones que históricamente hemos propiciado nosotros mismo en nuestro devenir como comunidad política.
En este sentido Heidegger cuando nos habló de aletheia como el proceso exegético de desocultar la verdad nos alertó de que este es infinito debido a que va a depender del presente y de todo lo que lo caracteriza[19]. Por ello creo que la verdad siempre se está moviendo en función del espíritu de la época y de cómo hemos sido afectados por este movimiento. En este contexto nosotros con el evento de Río Hacha hemos realizado un movimiento que todavía no ha concluido debido a la accesibilidad de las fuentes y de cómo el actual presente nos afecta y afectará en el proceso de determinar y comprender que pasó. Queda para ello seguir uniendo retazos de modo que las decisiones que se tomen de cara al futuro tengan una mayor consistencia. Esto nos remite de nuevo al método de explicación histórica y la comprensión del presente.
No es de mi interés indicar el método. Mi interés es dar un golpe de timón que facilite el estudio de la historia en el país, al menos en el ámbito naval, más allá de la imagen y sus representaciones, más allá de las transgresiones deliberadas y del olvido intencional o no desde una perspectiva onto-epistémico. Es decir, el estudio de la historia debe partir de un anclaje ontológico firmemente establecido que permita hacer hablar, a los retazos que se rescaten y reúnan y este anclaje debe partir ontológicamente de un evento de unión y no de separación. Es decir, debe fomentar la unión y no la separación porque desde allí es posible determinar precisamente el alcance y naturaleza de una relación. Desde este fundamento cualquier presente desde donde se examine la historia va a tener otro sentido porque su espíritu va a estar orientado a la superación de cualquier situación y no el ritornello de un eterno retorno mal entendido. La independencia, en este contexto, es un punto de separación que sólo tendría validez cuando una comunidad, en tanto que totalidad, ha adquirido la conciencia de que ha dejado de ser dependiente y es capaz de generar las condiciones de posibilidad de perseverar en su propia existencia. Creo que hasta ahora ese no ha sido el caso venezolano y creo que iberoamericano. Esto nos coloca en el presente y el futuro.
El ‘qué’ indicado por Mariño Blanco que produjo este movimiento investigativo se produjo en un contexto en que presagiaba tormentas. El encuentro de Río hacha se produjo en una situación de conflicto sin que hubiese una guerra declarada. Este encuentro se circunscribió en un conjunto de enfrentamientos que no se limitaron solo a Carazúa, sino también a Palmira y la región fronteriza en torno al río Catatumbo entre fuerzas oficiales y no oficiales de Colombia y Venezuela. Este hecho se produjo porque en ambos estados se vivía una situación crisis política y de guerra interna que su repetición en el año 2006, e incluso para analistas actuales, parece exagerado. Pero la intuición del propiciador de este ensayo y de los que nos hemos esforzado para evitar la ocurrencia de una nueva afirmación como la dicha por el sacerdote del rey Amasis hasta ahora no ha sido errada por dos causas: por una parte, la cadena de eventos que hemos vivido entre 2006 y 2019 lo confirman a pesar de que aún no se ha llegado a la intensidad del conflicto como acaeció en el año 1901[20] y, por la otra, las situaciones de conflicto que se están viviendo en otras partes del mundo (Siria, Irak, Gaza, Libia, por citar algunos ejemplos) obedecen a un mismo patrón, es decir, una pérdida del monopolio de la fuerza por parte del Estado y el surgimiento de formas de organizaciones militares (o paramilitares) pre-westfaliana que hoy se denominan: contratistas militares o bandas que obedecen a un interés privado o público. La acotación al tratado de Westfalia comporta una diferencia en cuanto a la situación de 1901 y el presente: el orden westfaliano en el pasado no estaba cuestionado y en el presente se busca reconstituir en circunstancias inciertas. De ahí el esfuerzo de buscar el sentido en el desvío que produjo el sinsentido en esta reflexión acerca de la historia. El futuro, en este sentido, si lo consideramos producto de una linealidad histórica correremos el riesgo de incurrir en los errores que llevaron a Machiavelli a hablar de repetición. El futuro es lo que prospectivamente decidamos a partir de una comprensión consistente del presente.
No obstante lo indicado, el circulo hermenéutico que se generó en torno al encuentro o evento de Río Hacha permitió salir de la consideración de la imagen como fundamento para hacer historia y ha permitido pensar en un episteme diferente a aquella que ha partido de las asunción de paradigmas que se han fundamentado, a su vez, en imágenes indiferentemente del formato usado. Si bien ello comporta riesgo, hemos tratado de que los desvíos que nos ha generado, es decir, la perdida de sentido, sirvan de utilidad para evitar incurrir nuevamente en ellos no sólo desde nuestra perspectiva, sino también en el esfuerzo general porque nuestra condición histórica no sea transgredida por acción u omisión. Finalmente, con respecto a nuestra condición histórica, hemos partido de una modalidad diferente de temporalización que dificulta la transgresión o dejadez deliberada, pero nos fuerza a sistematizar, profundizar y extender el interés de la historia para poder rehacer el tejido que permita comprender el presente y decidir acerca del futuro.
Corolario
La necesidad de escribir sobre el encuentro o evento de Río Hacha fue producto del hecho de considerar de utilidad exponer los avatares que ha significado escribir historia con un nuevo sentido y los riesgos que ha implicado para superar la situación indicada por el sacerdote del rey Amasis contando con pocos medios para ello. Como estos riesgos han estado relacionados con el hecho de tener que lidiar con retazos el riesgo del error es latente. Pero creo que un círculo de comprensión a varias manos puede ayudar a tener una visión más consistente del presente y otear el futuro de forma prospectiva. En todo caso ese ha sido el legado del Capitán de Navío Tomás Mariño Blanco.




[1] Ver al respecto: Ricoeur, P. (2010). La memoria, la Historia y el Olvido. 2° ed. Madrid. (T. A. Neira). Editorial Trotta. 688 p
[2] Ver al respecto: Platón. (358 - 356  a .C [2010]). Timeo. Madrid. (T. J. Zamora). Abada editores. 473 p
[3] Ver al respecto: Fernández B, F. (2009). Los Principios Matemático-Históricos y la Evolución de la Libertad. Windermere. Publicado por Fernández M. 146 p. [Documento en línea]. Disponible: http://www.gutenberg.org/files/30175/30175-pdf.pdf y “ANNO DOMINI 1989: CARACAS, BEIJING Y BERLÍN, SITIOS DE ACONTECIMIENTOS O COMPONENTES DE UN PROCESO”. [Documento en Línea]. Disponible: https://edgareblancocarrero.blogspot.com/2019/11/anno-domini-1989-caracas-beijing-y.html
[4] Ver al respecto: “INTRAHISTORIA E IDEOLOGÍA (La ‘Ventaja’ de la Izquierda Global)”. [Documento en línea]. Disponible: https://edgareblancocarrero.blogspot.com/2019/12/intrahistoria-e-ideologia-la-ventaja-de.html
[5] “LA TEORÍA DE LOS CICLOS HISTÓRICOS DEL DR. JOSE GIACOPINI ZARRAGA: UNA REVISIÓN A LA LUZ DEL PRESENTE Y DEL FUTURO POR VENIR”. [Documento en Línea]. Disponible: https://edgareblancocarrero.blogspot.com/2012/05/la-teoria-de-los-ciclos-historicos-del.html y “ANNO DOMINI 1989: CARACAS, BEIJING Y BERLÍN, SITIOS DE ACONTECIMIENTOS O COMPONENTES DE UN PROCESO”. [Documento en línea]. Disponible: https://edgareblancocarrero.blogspot.com/2019/11/anno-domini-1989-caracas-beijing-y.html 
[6] Ver al respecto: Cruz, M. (1991). Filosofía de la historia. El debate sobre el historicismo y otros problemas mayores. Barcelona. Ediciones Paidos. 195 p.
[8] Citado por Cruz (Op.Cit.:30)
[9] Ver al respecto: Kant, I. (1786/1982). Cómo orientarse en el pensamiento. Buenos Aires. (T. C. Correas). Editorial Leviatán. 71 p
[10] Ver al respecto: “VENEZUELA Y SU HISTORICIDAD MARÍTIMA: PASADO, PRESENTE Y FUTURO”. [Documento en línea]. Disponible: https://edgareblancocarrero.blogspot.com/2013/12/venezuela-y-su-historicidad-maritima.html
[11] Ver al respecto: Mariño Blanco, T. (2006). Buques de la Armada Venezolana 1901 – 1950. Caracas. Ministerio de la Defensa. 230 p. allí él expresó lo siguiente: “El 8 de septiembre de 1901, la Escuadra venezolana con un Grupo de Tarea integrado por el cazatorpedero ARV Bolívar, el crucero-auxiliar ARV Restaurador, el cazatorpedero ARV Miranda, la corbeta ARV General Crespo, y el cañonero ARV Totumo, se presentó frente al puerto de Riohacha en la Guajira, para bloquear ese puerto y asegurar que un Cuerpo de ejército de Venezuela, comandado por el general de división Antonio Dávila tomara la ciudad y controlara la península de la Guajira. Pero a media mañana se presentó al mismo puerto una Fuerza de Tarea combinada colombo-franco-británica integrada por el crucero francés Suchet, el crucero-ligero ARC Pinzón, cuatro lanchas cañoneras colombianas, dos pequeños vapores mercantes colombianos, el buque mercante francés Alexander Bixio y el remolcador de altura artillado británico Penélope. Al medio día las dos fuerzas se enfrentaron y se produjo el Combate Naval de Riohacha. El Penélope atacó al Totumo, el cual lo repelió y atacándolo conjuntamente con el General Crespo lo echaron a pique. El Suchet avanzó a toda velocidad hacia el General Crespo, disparando sin éxito sus cañones de 160 mm, pero el Bolívar lo atacó por su costado de babor, lanzándole dos torpedos que fueron evadidos a toda velocidad, estallando uno de ellos cerca de una lancha cañonera colombiana. El Suchet se retiró a más de dos mil metros para evitar otros ataques de torpedos y comenzó un feroz cañoneo hacia los buques venezolanos con sus piezas de 160 mm y 100 mm, pero sus proyectiles no dieron en el blanco. Ante la superioridad de fuego de los franceses, la entrada en combate de los buques colombianos y la distancia de nuestros barcos de su base de operaciones, el Grupo de Tarea venezolano se retiró a Bahía Honda”.
[12] Ver al respecto: Bracho, J. (2012). Hombres de Hierro. Tomo I. Caracas. Ediciones de Rivero-Blanco. 296 p. allí el autor expresó: “Pellicer se dirigió en un bote a bordo del Suchet y conferenció largamente con su Comandante. No hubo acuerdo… Terminada la entrevista, sin noticias del general Dávila, el carbón escaso y con el Miranda averiado, la Escuadra se trasladó hasta Cabo de la Vela, sirviendo el Zumbador como remolque”
[13] Ver al respecto: Sosa Larrazabal, G. El Encuentro de Río Hacha. Las fuentes que logró acceder fueron estadounidenses y colombianas: Edwin Emerson Jr. en “The South American War”, publicado en la revista Collier’s Weekly del 9 noviembre de 1901 volumen XXVIII Nº 6 pp 8 y reportes de prensa extranjera de la época, específicamente del New York Daily Tribune. Con respecto a Colombia las fuentes fueron: Las Memorias del general José María García y el libro Riohacha, Fénix del Caribe de Lázaro Diago Julio.
[14] Es de notar que en Carazúa también hubo venezolanos que combatieron contra las fuerzas enviadas por Cipriano Castro. Uno de ellos fue Rafael De Nogales Méndez.
[15] Ver al respecto: Cable, J. (1977). Diplomacia de Cañoneras. Buenos Aires: Instituto de Publicaciones Navales. (T. B. Cosentino y M. Cosentino). 200 p y Blanco, E. (2004). Reflexiones sobre estrategia marítima en la era de la libertad de los mares. Caracas. Editorial Panapo. 376 p
[16] Ver al respecto: Rivero-Blanco, R. (2013). Historia de la Marina de Guerra de Venezuela de inicios del siglo XX. Legado del Capitán de Corbeta Ramón Díaz. Caracas. Ediciones de Rivero-Blanco218 p.
[17] Ver al respecto: Blanco (Rivero-Blanco, 2013: 86-90, 97).
[18] Ver al respecto: Herwig, H. y Helguera, L. (1977). Alemania y el bloqueo internacional de Venezuela 1902-03. (T. G. Palacios y A. Lozada). Caracas: Editorial Arte, 1977. 138 p., y reseñada en Blanco, E. (2004). Reflexiones sobre estrategia marítima en la era de la libertad de los mares. Caracas. Editorial Panapo. 376 p.
[19] Ver al respecto: Heidegger, M. (1927/1967). Sein und Zeit. Tübingen. Max Niemeyer Verlag. 449 p. En español: (1927/98). El Ser y el Tiempo. (2ª ed.). (T. J. Gaos) Santa Fé de Bogotá. FCE. 478 p.
[20] Ver al respecto: “LA ESTRUCTURA DEL CONFLICTO: PUNTO UNO DE LA ESCALADA REGIONAL” [Documento en Línea]. Disponible: www.edgareblancocarrero.blogspot.com

domingo, 1 de diciembre de 2019

INTRAHISTORIA E IDEOLOGÍA (La ‘Ventaja’ de la Izquierda Global)



Por el Dr. Jairo Bracho Palma
Generalidades
Los señalamientos con arrestos infantiles sobre  los imperios y su malvada naturaleza”; la costumbre de descansar responsabilidades propias sobre conspiraciones internacionales de tinte esotérico; y  nuestra  sobre elaborada técnica para organizar culpas y señalar causas exógenas, y así justificar fracasos y esconder botines;  resultan deleznables.
Por otro lado, las caracterizaciones triunfalistas, las amenazas  huecas apoyadas por actores internacionales ávidos de recursos y más de todo; los ofrecimientos engañosos, y la indiferencia por la suerte de aquellos que creyeron en agoreros  vaticinios de desenlaces épicos sobre la salida del gobierno, no son menos despreciables.
La intrahistoria y las condiciones de contorno del período 1901-1909, y las actuales son similares. Los hechos que a continuación expondremos igual sucedieron irían, con algunas adaptaciones en 2013, 1991, 1958, 1945, 1908, 1899, 1892, 1870, 1859, 1830, etc., y cualquier otro momento en que un nuevo grupo, facción, partido o banda criminal, con voluntad de poder, y algo de sesos, se propusiera dirigir el gobierno.
Hemos encontrado no menos de sesenta condiciones de contorno y caracterizaciones intrahistóricas que se repiten con algunos nuevos elementos contingentes en nuestro muy particular caso.
A menudo, los analistas hablan de movimientos sociales, de la decadencia partidista, de las reiteradas crisis de la economía especulativa, entre otras. No son erradas tales apreciaciones post eventos, pero, existen otras consideraciones que traspasan las especulaciones cartesianas de causa y efecto.
En el caso venezolano ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI suframos los efectos casi copiados al calco de los acaecidos siglos atrás?
La tesis más simple suele ser acertada: algunos grupos bien organizados han estudiado con un demoníaco método de análisis y prospección de escenarios, no tanto la cronología de hechos, sino la esencia intrahistórica e intratemporal de la sociedad venezolana, y lo han cruzado con posibles resultados, tomando en consideración  el predecible comportamiento de las potencias dominantes, de sus compañías globales y de sus pensadores dentro de la denominada ética protestante.
En el grave conflicto que sufre la sociedad venezolana que asiste como corifeo del enfrentamiento sobre dos maneras de ver el país, así las vestales de siempre se rasguen vestiduras y griten anatema, el gobierno ha resultado vencedor, no sólo internamente, sino que ha dejado en ridículo los vaticinios y amenazas de los actores internacionales. Veamos por qué.
La muy bien organizada arremetida de la izquierda por reocupar espacios en Europa y en América ha tenido éxito. Extrañamente, Venezuela que en general asiste con treinta o cuarenta años de retraso a las nuevas tendencias, por vez primera va a la vanguardia, mérito nada honroso ni original, que tiene un peligro evidente porque forma parte de un ensayo de laboratorio, y como experimento, podría explotar en las manos. Una forma más de sociedad dependiente. Esto puede terminar siendo un tremendo fiasco y un verdadero desastre.
La intrahistoria y el intratiempo venezolano han sido cíclicos. Los períodos de paz y prosperidad, sólo interregnos afortunados. Las condiciones de contorno mantienen su esencia.
Algunas Consideraciones Históricas
Quitémosles hierro al asunto e imaginemos con fundamentos históricos:
Marzo de 1902. Horas de la mañana. El gobierno se encuentra en plena lucha contra la “Revolución Libertadora”. Ha abierto operaciones militares sobre los estados occidentales. La revolución domina buena parte de aquellas regiones. Caudillos, políticos de oficio, y los entremetidos habituales: compañías globales y sus gobiernos, secundan el empeño de Manuel Antonio Matos por sacar a Cipriano Castro del poder.
El tema de la pugna política en Venezuela, origen de tanta muerte y tanta miseria, tiene un estigma personal evidente. Los apodos y frases despectivas entre enemigos políticos siguen resultando anecdóticos, y se suelen usar los mismos adjetivos que al parecer, el tiempo no desgasta. Manuel Antonio Matos, de modales afectados, dueño de banco, mimado de la sociedad caraqueña, conversación exótica, escrupuloso seguidor de la moda europea, sus guantes negros, su parasol; consideraba a Cipriano Castro como un “zambo”, un “simio” o cualquier otra calificación en la escala de los primates. Por su parte, Castro, capachero rústico, influido por la prosa de Vargas Vila, con arranques de oratoria afortunada en algunos casos; ojos vivaces, baja estatura, hirsuto, prognato, inquieto, déspota y voluble; de una energía maravillosa como incontenible su libido, se refería a Matos como  “payaso”, “alacrán”, y “bobo”.
En cualquier caso, ni unos eran “macacos”, ni los otros eran “bobos”; eran venezolanos con un empeño volitivo para alcanzar el poder, y con él, la capacidad de distribuir las rentas públicas, recompensar a los conmilitones con cargos y monopolios, grados y jefaturas. Una recoleta cofradía sería la recompensada.
Volvamos a occidente en 1902. El crucero “Restaurador” y el cazatorpedero “Miranda”, buques de la Armada venezolana, se encuentran al ancla frente a las playas llanas y fangosas de Tucacas, un pueblo que prospera al ritmo del ferrocarril alemán que le comunica con las poblaciones del Hacha, Yumare, Barquisimeto, entre otras.
Los buques traen tropas de desembarco. En la playa, alejada de la población unos cinco kilómetros, les esperan, atrincherados,  para darles una bienvenida nada cordial, las partidas del general de división Segundo José Riera, caudillo coreano, heredero de las huestes de su padre, el general José Gregorio Riera. Cumplía ese mes de marzo, diez años desde que había comenzado sus correrías al lado de la Revolución Legalista. Pugnaz y levantisco a la menor inconformidad, formaba parte de la Venezuela fragmentada en intereses personalísimos, por esta vez, al servicio de Manuel Antonio Matos.
A bordo del “Restaurador” todo es un caos: el primer contramaestre Mateo Coffil arrastra su pesada humanidad hacia los escobenes de proa donde hay un ancla en pendura y un anclote que garrea, le siguen los marineros de primera Jesús Rojas y Cándido Quiróz para bracear el calabrote, trincar con boza, y así ayudar a la chigra que recoge el ancla. Mientras eso sucede, el primer ingeniero Federico Wyke obedece las órdenes que desde el puente le envía por telégrafo el teniente de navío Román Delgado, para ir avante, el anclote ha quedado completamente suelto, ahora las órdenes cambian, las máquinas hacia atrás, más carbón, más presión, cuidado con el aceite. El “Restaurador” se ha alejado y está a buena distancia de la orilla. El anclote queda en pendura, el calabrote adujado. Ahora Coffil ordena con señales de pito largar el ancla de dos uñas.
Mientras tanto en la cubierta, a los soldados del batallón “Miranda” sentados en tropel, les han repartido el magro desayuno que recogen en sus estropeadas escudillas: un trozo de papelón, arepa, algo de caraota y guarapo de café amargo, es más de lo que pueden esperar en sus hogares. Castro ha importado grandes cantidades de alimentos, porque los conucos y los latifundios están escasos de ganado y siembras, y lo controlan sus enemigos.  
Castro importa alimentos y armas mientras saliva pestes contra los gobiernos que le sirven de proveedores.
Comen de prisa, pronto desembarcarán. Algunos se ocupan en remendar las alpargatas, sin ellas les toca hacer a pie el camino hacia Yumare, y quedarán abandonados en el camino con dolorosas heridas en carne viva por causa de las albinas. Otros cuentan las municiones de un fusil de mayor altura que sus dueños morenos y canijos. Los vestidos curtidos y empapados, porque han viajado desde Puerto Cabello al descubierto. El pantalón pardo a medio tobillo, la camisa curtida en jirones, el sombrero de cogollo, la cobija de pellón al hombro.
La sonrisa en los labios, el chiste desenfadado, el golpe de cocuy de penca, tal vez de ron “La Ceiba”,  la alegría ante tanta pena y tanto absurdo. El escapulario para que le salve del mal trance, adminículo que le sirve de fe, de un futuro mejor que se le escurre en cada ocasión. Le esperan cinco o seis tripones en sus ranchos de bahareque, caña amarga, piso de tierra y fogón. No saben si volverán a verles. Raza sufrida, anónima, pero que nunca pierde la esperanza a pesar de la desesperación que la alimenta. Protagonista de nuestra momificada fiereza sobrevenida en epopeya de guerras internas,  pugnas políticas y reparto de botín.
No podemos imaginarnos estos desembarcos en una Venezuela acostumbrada a hacer las cosas lo más difíciles posible, como un épico salto a tierra de fornidos soldados con fusil en mano, roncos de euforia. Aquello era un trabajoso traslado en botes de caperoles afinados. Tropel, caídas, bajos inesperados, el equipo y los fusiles  empapados, las maldiciones de costumbre, el pesado avance a la orilla sobre un fondo pantanoso donde se encastran las alpargatas y se dejan las suelas.
Al llegar a la orilla, el soldado sin tiempo para recontar qué demonios perdió en el tropel, se ve en la vital necesidad de cubrirse  de los tiros que le hacen desde los parapetos para no terminar boca arriba pudriéndose en la playa. Les esperan los hombres de Riera y de Amabile Solaigne Araujo, un sesentón y rico hacendado larense, “mochista” de uña en el rabo.
Y a pesar de esperanzas, de la fe, y de los arranques heroicos,  muchos soldados quedarían abandonados en la playa, descomponiéndose al sol.
Mientras tanto, en oriente, desde su cuartel general en Zaraza, la revolución cuenta con una eficiente campaña publitaria. Emite boletines de guerra con exageradas noticias. Se llama a si mismo  “Gobierno Provisional”, subestima hasta al ridículo a su oponente, aumenta los contactos con las delegaciones extranjeras, ofrecen lo que no controlan.
En un golpe de suerte, la revolución logra conquistar Ciudad Bolívar (16 de mayo de 1902), noticia que explotan con mucho ruido.
Ramón Cecilio Farreras, un oficial transfuga, publicitado como héroe al rebelarse contra el gobernador de Ciudad Bolívar, hizo un inútil sacrificio personal. Su esposa tendría que pasar siete años visitándolo en la cárcel de la Rotunda, y luego, sufrir su confinamiento en el Táchira por orden de Juan Vicente Gómez una vez en el poder, sin que los beneficiarios de aquella osadía, como  Matos o Nicolás Rolando, ahora amigos premiados del nuevo mandatario (1909), hicieran algo por ayudarle.
La toma de Ciudad Bolívar exacerbó la ambición de algunos miembros de la oposición, como Horacio Ducharne, caudillo por antonomasia en oriente. Éste ofrecía al gobernador defenestrado, el general Julio Sarría, un oficial de los tiempos de la Federación, manco, caracortada y de muy malas pulgas, la posibilidad de permitirle volver a su puesto, si se pasaba a la revolución, pero con la condición de que la aduana de la ciudad estaría regida por un hombre de la confianza de Ducharne. Sobran las explicaciones.
Mientras eso sucedía, nuestro territorio era visitado por los entremetidos habituales.  En agosto de 1902, el mar venezolano era la prueba del verdadero significado de uno de los más peligrosos eufemismos utilizados en política internacional: la diplomacia naval. El “Suchet” de Francia; los cruceros alemanes “Gazzehi” y “Falke”; los italianos “Calabri” y “Girand Bueno”; el “Konigen” holandés; el “Alert” de Gran Bretaña, y los norteamericanos “Cincinati” y “Topeka”[1]. Buques de las naciones con intereses comerciales por muy mínimos que fueran, empeñados en demostrar un intangible e indigerible  activo, como es el “prestigio”, de mayor valía en el caso alemán. Navegan entre Güiria y las costas de Coro. Saben del gran movimiento rebelde hacia el centro. Están a la espera de las órdenes de sus respectivos gobiernos para atacar a un país pobre y enfermo.
En el útimo conflicto importante que habría de sufrir nuestro país,  encontraremos a lo largo y ancho de las costas venezolanas, a buques de guerra de Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia y en mayoría abrumadora, los despachados por el buscarruidos de Berlín, algunos con la excusa de proteger vidas y bienes de sus ciudadanos, otros, en apoyo abierto a los rebeldes.
Hay grandes intereses en juego. El cable francés, el trust del asfalto, el ferrocarril inglés y el alemán, los 200 millones de marco oro invertidos en Venezuela por el gobierno alemán.
Esto nos colocaría como víctimas desprotegidas. Pero no es así.
Las potencias marítimas tenían los ojos puestos sobre el sistema fluvial del Orinoco, su cuenca y la región donde prodiga sus aguas. Algunos estudios hablaban de sus inmensas potencialidades. Los estadounidenses, no iban a la saga de sus parientes anglosajones, pues su interés más allá de declarativas políticas sobre dominio regional, los recursos minerales, especialmente el hierro,  ocupaban su atención. El oro y la posibilidad de comunicación con el rio Amazonas entraba en sus consideraciones geopolíticas y comerciales.
El 1895, el Departamento de Estado presionó en una tónica amenazante y bajo la bandera monrroista, su decisión de impedir al Reino Unido apoderarse del río Orinoco. Un programa naval de construcción de buques de guerra para navegación fluvial con suficiente poder de fuego (Newport, 1890), respondieron a estos objetivos. La visita del “ USS Wilmington” a Ciudad Bolívar (24 de junio de 1899) fue más que un ejercicio de diplomacia naval, pues sirvió como mensaje sobre la protección de los intereses de la  “Orinoco Iron Company encargada de explotar el mineral de hierro en el caño Imataca (delta del Orinoco) en una concesión de 20.000 millas cuadradas, y con un  pleito pendiente con industriales ingleses; verificar las posibilidades para crear el eje Orinoco – Amazonas, estudiar nuevas explotaciones de hierro y oro, y consolidar aquellos espacios desde lo político estratégico.
Todo este asunto de la Guayana Esequiba tiene en nosotros los venezolanos, o especificando responsabilidades, en nuestros dirigentes, una culpa de naturaleza criminal.

La idea persistente de un país que durante todo el siglo XIX, estuvo resignado a unos modestos ingresos producidos por las exportaciones de café y cacao, causa principal de atraso, es una mentira repetida mil veces, una pálida excusa. Venezuela nunca fue pobre.
Entre 1880 y 1890, el nombre del Callao era famoso en todo el mundo, de hecho fueron las minas más productivas. Con un promedio de seis a ocho onzas por tonelada de cuarzo, superaba cinco veces a los mejores yacimientos surafricanos. La moneda de oro  “El Callao” tuvo un valor de 100 francos. La leyenda hablaba de un filón que sudaba oro.
El gobierno venezolano otorgó en concesión unas 12.354 hectáreas a empresas de origen francés, inglés, alemán y norteamericano. La más grande y de mayor productividad, denominada con el mismo nombre de la región, tenía 2.253 hectáreas. Poseía fragua, molino y 60 pilones. La enorme devastación forestal para estos empeños no se ha cuantificado.
La empresa “El Callao” parecía ser de origen venezolano, pero realmente en ellas estaban representadas importantes trasnacionales: “Baring Brothers” (inglesa); “Rostschild” (francesa) y la casa “Spring” (Alemana).  Entre 1881 y 1890 la compañía “El Callao” trituró 540.473 toneladas de cuarzo que produjeron 1.320.929,029 onzas troy en lingotes de oro, unos 127.050.0084 millones bolívares. La devastación ecológica aún no se ha cuantificado.
El total de producción de las minas venezolanas entre 1866 y 1890 fue de 209.224.598 millones de bolívares, una cifra astronómica para la época. El ingreso promedio anual de rentas en Venezuela entre 1850 y 1890 era de Bs. 30.000.000.  Aquellos beneficios habrían remediado buena parte de los graves males del país. Ni una industria, una calle, ni un hospital, carretera o escuela.

De la riqueza mineral del siglo XIX, casi nada ingresó al fisco, la inmensa mayoría salió por barco al exterior, y una pequeña parte fue al saco roto del prevaricato. Hubo un espejismo breve de prosperidad por la importación de artículos de lujo, vinos caros, viajes, mansiones en el exterior, y casas señoriales en Caracas.
En consecuencia, podemos entender por qué la agresión inglesa, la intervención norteamericana, las legaciones diplomáticas en Ciudad Bolívar, los grandes monopolios de transportes marítimos, el movimiento comercial sin desarrollo real de aquellas regiones, y las intervenciones militares. Todos estos sucesos  tienen  en nosotros, a los grandes culpables. Podemos entender por qué las condiciones de contorno de 1900 no han cambiado.
Nosotros invocamos a los demonios. Les llamamos y entregamos las riquezas por un mendrugo. Una vez que el oro se agotó, permanecieron.
Las expropiaciones invocadas por lenguaraces de jeta descuadrada causan temor. La nacionalización del lago de asfalto de Guanoco se justificaba pues la concesión de un bien que era utilizado para asfaltar calles y en otras aplicaciones de la vida diaria, de allí su importancia, abarcaba casi un estado. Una concesión que poco dejaba a la nación. Pero por otro lado, no es menos cierto que en las nacionalizaciones, los furibundos nacionalistas se quedan con parte del traspaso.
Las precipitaciones en reconocer revoluciones y futuros gobiernos a los que aún le falta nada menos que vencer, sobre todo en Venezuela, conducen a resultados funestos. La “Orinoco Steamship Company”  era una empresa de capital norteamericano y británico, que vino a sustituir a la “Orinoco Shipping and Trading Company”. Ésta tuvo el monopolio de la navegación en el río Orinoco, Pedernales y caño Macareo, privilegio que le fue revocado en 1900, y allí comenzaron los rencores nada disimulados. La conformación accionaria de la primera compañía poco varió con el cambio de nombre y de domicilio fiscal. Como no podía ser de otra manera, la directiva de la Steamship, haciendo cálculos sobrestimados,  se unió a los capitales extranjeros que apoyaban a los revolucionarios. Pero fueron más allá, y reconocieron la autoridad del coronel Farreras para enviar fiscales a sus vapores, lo que tácitamente significaba reconocer el gobierno revolucionario en Ciudad Bolívar. Como si no fuera suficiente, en los prolegómenos de la batalla en aquella ciudad, suspendió el tráfico de sus buques.
Terminada la guerra, las represalias no se hicieron esperar. El 18 de abril de 1904, Manuel Corao firmaba un contrato con el gobierno para crear una empresa de navegación fluvial con el mismo alcance de la Steamship, que a su vez  enfrentaba una demanda introducida en los Tribunales por la Procuraduría General de la República. El 22 de abril se creaba la compañía “Vapores del Orinoco”. Los buques para el servicio serían los pertenecientes a la empresa norteamericana mayoría societaria inglesa. El 2 de enero de 1905, Manuel Corao traspasó sus derechos a la compañía “Vapores del Orinoco”. Castro pasó a ser accionista principal a través de testaferros. Los más cercanos colaboradores del gobierno recibieron un paquete de acciones.
Y aquí encontramos otra constante en nuestra intrahistoria: se predica el nacionalismo y las nacionalizaciones, y por otro lado, el control de las compañías pasan a manos de sus expropiadores. Nacionalismo y mercantilismo parasitario, fórmula penosa.
Para apoyar la amenaza de los cañones, los gobiernos extranjeros utilizaban la guerra de información, que salía desde Francia, Alemania y los Estados Unidos principalmente. El caso del “Mirror” de Nueva York hace imposible que no se nos escape una sonrisa si colocamos una noticia actual al lado de la publicada en aquellas fechas: una copia en el texto y en el espíritu del mensaje.
Las condiciones de contorno de la goblalización no son  problemas fenoménicos de reciente data. La  circulación desacotada de información, bienes y servicios había tomado fuerza a partir de 1880 aproximadamente; temas asociados como la liberación femenina, la explotación irracional de recursos naturales, y la posible decadencia de la mayoria de los idiomas ante el avance inexorable del inglés y del chino eran tratados en diferentes artículos de opinión en los años 90 del siglo XIX. Algunas publicaciones períodicas del país se hacían eco de tales novedades. Periódicos como el “New York Herald”, “New York Time” llegaban a los comercios caraqueños.
A aquello se le suma la inmigración, que a finales del sigo XIX y principios del XX, iba en sentido inverso. El problema de lo que se conoce como “hombres superfluos”, vale decir, aquellos marginados en los confines urbanos, con irregulares ingresos y pobres oportunidades laborales llegó a niveles precupantes en las metrópolis. Por otro lado, el “dinero superfluo”, aquel que sólo podía ser utilizado para fines especulativos por el reiterado superavit, encontró, junto al hombre superfluo, una salida más o menos viable mediante la inmigración y la movilización de capitales hacia zonas de escaso desarrollo.
En 1895, 187.908 inmigrantes partieron desde Italia; 183.175 desde Gran Bretaña; 37.458 alemanes; 36.725 rusos; 60.520 desde el imperio austro - húngaro; 44.419 portugueses; 36.226 españoles; 12.708 suecos, entre otros.
Los destinos preferidos: África, América del Norte y América del Sur.
El tema de las modas y los imperios está atado en una imperceptible multiplicidad de capas transtemporales. El inter-relacionamiento entre aquello que no sabemos que creemos y la manera cómo estas creencias, de una futilidad asombrosa en graves casos, dictan la manera cómo nos relacionamos con la otredad; subjetivismo a la que no escapan los políticos. 
La moda informativa cobra pertinencia en el bloqueo de 1902-1903 por aquello de la percepción colectiva sobre Venezuela. El prolijo tiraje sobre la revolución Libertadora portaba un “no dicho” subjetivado.
“La Revolución Nacional Libertadora”, por su naturaleza dual (interna y foránea), fue una guerra que gozó de una amplia cobertura periodística internacional. Reportajes gráficos, relatos de toda índole y tendencias pueden encontrarse en la prensa de aquellos años.
Willis Mallory, comandante inglés del “Bang Righ”, se había convertido en toda una celebridad a su regreso a Londres. Marino de profesión, parecía dotado de una extensa cultura. Literalmente dejó tirado el mando de su barco en puerto Colombia apenas supo que Cipriano Castro ofrecía Bs. 50.000 por su captura. Sus aventuras descritas en “The Cruise of the Bang Righ or How I Became a Pirate” encajaban de maravilla con una moda literaria, popular en las grandes capitales, como eran las novelas de aventuras en remotos lugares exóticos, en el que el impertérrito protagonista de delineadas facciones caucásicas, vestido de impecable lino blanco, con un remington de repetición al tercio, daba cuenta de los malvados salvajes que se oponían a su heroico destino; dotado con un talante moral a prueba de fugaces miradas mórbidas a los erguidos senos de las aborígenes en taparrabos, colmaba sus afanes con un rincón de paraíso terrenal arrancado a fuego y sangre a sus legítimos propietarios.
En un mundo gobernado por los imperialismos y sus aprendices codiciosos e insaciables, la geografía colonial servía de parque temático para sus ciudadanos apremiados por experiencias tropicales, y Willis Mallory no fue la excepción. Obsesionado con el baño diario y los olores corporales de nuestros hombres de vivaques, se nos presenta reiterativo en señalamientos xenófobos y honrillas  culturales. Mallory sólo nos muestra la esencia de cómo éramos vistos por una parte de aquellas sociedades, dirigentes políticos incluidos.
Los calificativos deben tomarse con la debida gravedad cuando provienen de medios oficiales. Si retomamos el escatológico asunto de las hedentinas y los humores sebáceos como abismo superlativo en las peripecias de Mallory y sus apreciaciones, observamos que algunos funcionarios de la Cancillería inglesa tenían idénticas prevenciones como por ejemplo, sobre nuestros buques de guerra sin haber puesto un pie en ellos:
Barquichuelos que olían a orín, bananas, sancocho y olor de mestizos.
No podíamos esperar mayor cosa si el Rey de aquella nación guardaba una opinión que parecía haber sido calcada de una ayuda memoria cuando se trataba del tema de Venezuela:
Los ministro americanos eran unos salvajes y ninguna cantidad de persuasión por parte del Foreing Office podía convencer al monarca de que su inclusión en una fiesta era un aburrimiento digno de soportar.
El imperio alemán, hoy abanderado del lenguaje anfibiológico sobre cómo y de qué manera deben vivir los países en desarrollo, se nos presenta en la revolución Libertadora como el increíble extremo a que llegaron las trasnacionales a través de sus gobiernos para apoyar los intereses que dictaba la codicia. La moderna tendencia política disfrazada en sesudos estudios para relativizar asertos que recuerden pasados ominosos resultan insuficientes.
Las condiciones de contornos siguen vigente: monopolio de materias primas, y control de sus proveedores. Escases y  crisis creadas  artificialmente.
Pero a pesar del triunfalismo, del apoyo económico internacional, los intereses financieros empeñados, la ayuda de grandes buques de guerra, la buena prensa a la causa libertadora, Castro venció. Ningún pronóstico de los medios de comunicación, de las cancillerías, ni de los estados mayores se acercaron en sus asertos.
Tres de noviembre de 1903. Veinticinco focos de luz de arco mantienen despierta la plaza Bolívar. Farolillos multicolores de fabricación china cuelgan de los gigantescos cedros entre la abigarrada concurrencia de aquel sábado. A ratos, la banda marcial interrumpe la algazara de optimismo festivo.
Castro ha invitado a la representación de las fuerzas vivas del país a la Casa Amarilla. Desea hacer las paces con los directores del  banco de Venezuela y del banco de Caracas. La guerra había terminado.
La naturaleza de la ciudad venezolana no ha cambiado: una economía de puerto. Una imnumerable cantidad de tiendas ultramarinas se disputaban las ventas de toda suerte de mercancías en Caracas: “La Mejor”,”La Competitiva”, “La Económica”, “La Hispana”, “H.L. Boulton”, “C. Montemayor”, “Martínez Hermanos”, “C.J.L. Gorrondona”, “Hermanos Santana” entre otras. De “Trasposo a Colón” encontrabas una exposición permanente de trenes portátiles  de la empresa alemana “Orestein Koppel” que ofrecía estos adelantos para las haciendas de cacao, café y caña; hacían seis años que había cambiado el modelo de negocios orientado a las minas de oro,  porque la “bulla” del “Callao” se había perdido por el manejo atolondrado de los filones, que provocó el derrumbamiento de las galerías, desaprovechando la mejor parte de una riqueza que fue tratada con espíritu de saqueo.
Caracas asistía a la modernidad despreciando su pasado inmediato. Una propaganda de ventas de puertas hacía ver a las antiguas, muy altas y pesadas entradas de las casas coloniales, como vejestorios de remembraza castellana, con sus cuarteles de leones y castillos, y sus retoques árabes.
Entonces Caracas no era noctámbula, o eso es lo que parecía. Podías ir a las fiestas en los centros sociales que extendían sus horarios hasta las dos de la madrugada, entonces sólo existían el  “Unión”, “Concordia”,  “Venezuela” y el “Jockey Club”. Si te gustaban  las carreras de caballos, el fin de semana, podías tomar el tren que te llevaba al hipódromo de Sabana Grande, un viaje rodeado de un paisaje primaveral. La estancia de Alfredo Vollmer en San Bernardino, y la hacienda que ocupaba el actual parque los Caobos, alentaban las posibilidades de una metrópoli al estilo europeo.
Caracas celebraba, pero el resto del país, incluyendo los muy pobres alrededores más allá de los escasos metros cuadrados alrededor de la Plaza Bolívar, no estaba para fiestas y convites. Los reportajes fotográficos de H. Avril, son los mejores testimonios de las consecuencias de la guerra. No era Crimea ni Puerto Arturo. Era Venezuela: niños entecos con los pellejos pegados a los famélicos huesos, las caritas lánguidas, ojos llenos de lagañas, una barriga abultadísima de niguas y demás parásitos; padres en harapos, apenas le cubren las vergüenzas; montañas de cráneos y cachos de ganado que dan cuenta de la visita de las tropas de ambas facciones en puga. Apenas papelón, cuatro mazorcas, algo de yuca, poca cosa más para llevar al estómago. Casas de barro, caña amarga, y chipos. Todas las miserias son pestilentes.
1903 había sido un año especialmente triste: 210 batallas, 12.000 muertos, 80% del ganado en pie perdido entre saqueos y expolios de ambos bandos. 25 millones de bolívares en gastos de guerra, un bloqueo económico que dejó sin gas a la capital entre otras carencias. Un país en ruinas.
Los muchos muertos, las muchas viudas, el inconsolable llanto. Los muchos sonámbulos por las hambres acumuladas, recorren los cerros donde quedaron sembrados los pobres hijos de una pobre tierra. Los desvisten, los descalzan, con un cuchillo oxidado y romo, hacen una cruz en el dedo gordo del pie derecho, le echan un poco de kerosene, encienden. La grasa corpórea servirá para la auto combustión. La bandada de alegres zamuros que han sentido la hedentina que recorre inmensidades.
Los desterrados y vencidos ya volverían. Los vencedores, se han ganado el derecho de mandar albardados sobre lealtades lívidas. Tienen el derecho a la ganancia sustanciosa, a la prevaricación descarada. La formalidad ciega les llamará héroes, es necesario porque la heroicidad ha sido una virtud secularizada, y como tal vista por nosotros, como algo sagrado, irracional, pero sagrado, cuestión de fe.
Satisfechas las ambiciones, las promesas de proclamas sucumben a la soberbia. Todo continuaría igual para los dos millones de venezolanos que sobreviven a la escasez, a las plagas, las enfermedades, a los jefes civiles, los generalotes y a  los atrabiliarios chafarotes.
La perversidad de la Cuestión

La iglesia católica organizó desde los tiempos romanos, la visión occidental de la identidad humana y su función en el mundo. Sus ritos y símbolos influyeron profundamente en nuestra cotidianidad. Sembró en nuestra psiquis una serie de valores y sentimientos que son consideramos sobre cualquier intento racional sustitutivo.

Esta visión absoluta del mundo y de nuestro papel en ella, por razones muy complicadas de resumir, fue perdiendo su conexión con la vitalidad de las fuentes originarias en un lento pero irremediable proceso de descomposición. A pesar de ello, nuestra esencia católica atanasiana no ha variado.
De los restos del absoluto teológico dieron cuenta con intención de relevo, las ideologías políticas de naturaleza totalitaria,  como  el fascismo y el nazismo, que utilizan las leyes de la naturaleza; y del comunismo, que utiliza las leyes de la historia.
La denominada derecha, ha seguido racionalizando técnicas derivadas de procesos históricos en tanto fines, una receta de procedimientos institucionalizados, muchas veces automaticos para objetivos sociales, políticos y militares que se acomoden al imperativo económico, por eso tenemos términos como “Estados no viables”, “buena gobernanza”, y pare de contar. En pocas palabras, desde la ética de naturaleza protestante se ha hecho de la ciencia y la técnica un medio para fines económicos excluyentes, con el secular intento de sustituir las viejas instituciones y las viejas legitimaciones.
La izquierda no se ha quedado atrás, y ha intensificado sus esfuerzos por reorientar el absoluto teólógico de una manera mucho más inteligente.
El catolicismo echó mano de lo heróico en un momento en que el arrianismo y posteriomente, el islam, amenazaba la supervivencia de la nueva religión. Parió miriadas de héroes, capaces de las acciones individuales más audacez en el nombre de Dios. En cambio, el protestantismo dio sin excepción, sociedades prósperas de esencia anónima, con héroes sometidos a limites en tiempo y en honras. El primero es de naturaleza escatológica, el segundo es ético.
El primero se sirve de los teólogos, de los abogados, del dogma, que es una verdad sin cuestionar. Por ello, la fe es contrarracional, rechaza lo esceptico, que está asociado a inquirir o investigar.
A los héroes los mueve la fe, en su acepción más antigua,Πίστις”, y la latina “fide”, no significan otra cosa que fiarse, obedecer, términos enteramente humanos, confiar en lo que te dicen es cierto asi no lo veas.
La voluntad está asociada al dolor, y el dolor al amor, por ello el amor y la dicha no son compatibles en el mundo nuestro. Ese amor, ese anhelo de Dios, nos coloca en un tiempo singularisimo, en un pasado con promesa de futuro, una esperanza. La naturaleza de la esperanza es que nunca llega, sin embargo nos mantiene alertas en espera de que la  promesa se cumpla.
En pocas partes del mundo se puede exhibir el inmenso panteón de héroes, próceres y demás cenáculo de semidioses. En los primeros días fueron necesarios, hoy serían una referencia importante de la venezolanidad. El problema es que han sido secularizados en tanto fines políticos.
En medio de la tendencia post – heróica, que es una arista global que no explicaremos en esta ocasión, los políticos venezolanos se aferran a los héroes militares, los de las grandes batallas y de las grandes paradas. Por eso usted puede entender cómo es posible la unión de militares de formación conservadora, como los nuestros, porque es mentira que desde las escuelas fueron ávidos lectores de libros prohibidos sobre Bakunín o Krotpokin, con una izquierda que por tradición les odiaba.
Qué han explotado nuestros políticos de todos los tiempos, porque los actuales, se diferencian en la estética del discurso de poder, no en su esencia: la fe, la voluntad, la esperanza, y el vacío devenido en nihilidad.
Al secularizar la fe, algo fácil por la etimología significante, se echa mano de la esperanza, vale decir, la unión de un pasado con un futuro que nunca llega, pero que te reconforta, te confiere voluntad que por naturaleza es dolorosa. Y cómo se fraguan esperanzas: con recuerdos de glorias pasadas.
Ese creer dogmático, el creer porque yo lo digo, infalible, incuestionable, so pena de merecer dentro de la nueva religión política creada, culpas heréticas, ese creer que tu dolor es causa exógena pero que puede cesar. Realmente la política se sirve de la teología.
La fe tergiversada, con el constante uso de la palabra amor es otra magnífica creación de significantes. El amor a Dios devenido en amor al caudillo y a su particularísima visión política, implica dolor, el sufrimiento necesario para que se haga la voluntad del logro de lo empeñado, un sentimiento trágico que nos une y nos ha unido.
El amor teológico y el amor de las ideológías no es compatible con la dicha, porque si se logra la dicha, que es un estado perenne, el dominio, el ejercicio del poder sin medida, se pierde.
La fe, y la voluntad maneja algo que el racionalismo protestante encuentra dificil de hacer: el sentimiento, y más aún: el sentimiento de lo trágico como un activo.
Resulta fascinante como modernamente se ha manejado la palabra, el sentimiento y el significado. Venezuela es un laboratorio de avanzada de este pensamiento en guerra abierta con el espíritu de ética protestante. En ambos casos, estamos en el medio, y sólo tenemos esperanza, que ya sabemos qué significa, y un pasado heróico en el que nos refugiamos, pero no tenemos un presente, mucho menos la certeza de un futuro.
Si profundizamos en este tema nos encontraremos con el importante hecho de que no somos occidentales, y esto se demuestra por la nihilidad que atenaza la mentalidad colectiva venezolana, una distorsionada herencia de nuestras naciones originarias por el sincretrismo, y que en esencia consiste en el manejo del vacío cosmogónico para explicar el todo, que funcionaba muy bien para los hombres de la selva, pero que hoy se hizo apatía y resignación.
La desesperación es el origen de la esperanza, sentimientos que han sido muy bien manejados.
Por eso usted puede explicarse sin necesidad de los analistas de oficio, por qué cualquier intento por defenestrar a la izquierda, a menos que se ejecuten acciones directas en el que se explote el sentimiento, van camino al fracaso.
Los cálculos del pensamiento liberal son inútiles ante el pensamiento complejo del sentimiento.
La fe, el amor, la esperanza, y el vacío originario que nos diferencia del Occidente, son importantes, no tienen sustitutos por ahora, pero están siendo utilizados para fines políticos.


[1] Se han obviado los pie de páginas por causa de plagios de artículos anteriores.