Generalmente, cuando se piensa en la racionalidad
para acudir a la guerra se tiene en mente a Clausewitz, pero por tratarse de
racionalidad es mejor observar este tema precisando qué vamos a entender por
racionalidad. A tal efecto vamos a considerar esta como la acción racional con
respecto a fines que implica valernos de los valores veritativos de verdad,
método y justificación[2].
Estos valores de naturaleza eminentemente cartesiana persiguieron alcanzar
seguridad, certeza que justificara aseveraciones, es decir, hacer que un objeto
que tiene un significado para nosotros sea un objeto cierto para todos. La
racionalización consecuentemente, corresponde a la ampliación de los criterios
de racionalidad.
La verdad pareciera estar relacionada con la
certeza, la creencia de que la guerra es un estado / acto que permite en
cualquier caso deliberadamente calculado alcanzar fines específicos en sentido
clausewitziano. El método es el que permite llevar las ideas a la acción,
adecuando medios a fines alcanzar la certeza esperada. Esto es lo que en
principio puede ser entendido como estrategia. La justificación es lo
que permitió validar el acto de guerra desde el punto de vista cualitativo,
pero que hoy pareciera revestir un carácter ético-moral. Es más o menos
remontar la historia de este concepto desde Santo Tomás de Aquino y Baltasar
Ayala hasta John Rawls.
La guerra en este contexto es una mediación, es el
estado a través del cual se decide pasar para alcanzar el fin que se haya
establecido, por lo cual se puede afirmar que la guerra es un estado y un acto
equiparable al concepto de seguridad, más aún si se considera que para algunos
países la seguridad está centrada en la defensa.
Esta idea del estado y del acto no es original, fue
enunciada por Hobbes, padre del contractualismo político y la importancia de su
mención radica en el hecho que logra justificar el estado de guerra o mejor
dicho el estado de la naturaleza eliminando el estado de guerra entre los
hombres mediante una ficción basada en la cesión del derecho natural de cada
ser para perseverar en su propia existencia, permitiendo explicar el estado de
guerra interestatal. Pero la idea de estado remite a la idea de cambio, porque
lo que se persigue es un cambio de estado, es decir, tal como decía el general
Fuller (1984) “el fin de la guerra es una paz ventajosa”.
El otro aspecto que es conveniente tomar de Hobbes (1651/1989)
es la noción de temporalidad presente en su concepto de guerra. Al afirmar que
la guerra no consiste solamente en el acto de luchar sino que es un periodo en
que la voluntad de confrontación violenta es suficientemente declarada, está
afirmando que la única forma de paz es contractual y el hecho que no se combata
no significa que se esté en paz.
Consecuentemente, cuando se decide racionalmente
asumir la mediación de la guerra para obtener fines, lo que se está buscando es
intervenir el tiempo para producir el cambio de estado de manera más rápida. La
guerra contiene el cambio y al contener lo que es y lo que será en términos de
objetivación lo que se está buscando incluir la contradicción en un proceso
diseñado sistémicamente. La guerra como un estado contiene la contradicción, la
oposición, la diferencia. Por este motivo el profesor Frischknechst (1995) afirmó
que el proceso estratégico es un proceso de ensayo y error. La explicación es
que la lógica de la guerra es la política y la única manera de entender la
racionalidad en acudir en la guerra es partiendo de una abstracción que como se
demostrará parte de lo que Kant entendía como realidad esencial (wirklichkeit).
Clausewitz (1832/1989) que entendió esto hizo la distinción entre guerras
reales e ideales para poder sustentar el marco conceptual de su obra[3].
La oposición, la diferencia que aquí se refiere no
sólo abarca a los bandos oponentes, también está presente en un mismo bando y
en los propios individuos debido a que lo que está subyacente es la idea de
cambio y la velocidad e intensidad en que se quiere hacerlo. La paradoja es que
mientras a este estado nosotros lo llamamos guerra, conflicto, etc., por la
idea de la separación los romanos a estas ideas le daban otro sentido: la
mismidad. El conflicto es lo mismo porque contiene la diferencia que está en un
individuo, una comunidad y entre comunidades.
Entonces interpretar el concepto de guerra o
conflicto desde la mismidad sería entonces como considerar la paz como una
forma de entender el conflicto, el cambio y no la negación de estos procesos.
La guerra sería como un cambio que se produce y se percibe de manera más
acelerada y su percepción coloca a esta en el plano de la conciencia. De estas
interpretaciones nacen las creencias y el escepticismo que de estas se derivan.
Partiendo de estas premisas vamos a examinar la racionalidad para acudir a la
guerra partiendo de los valores veritativos para constatar su consistencia y demostrar
así que esta racionalidad está limitada no por el acto en si mismo sino por el
escepticismo que esta mediación ha producido. Para ello empezaremos por el
método debido a que este evidencia el sentido de intencionalidad, la verdad o
la certeza de alcanzar aquello que se ha deseado pasional o racionalmente y por
la justificación.
El MÉTODO
Con respecto al método
podemos afirmar que Jean Guitton (1972) realizó un libro que se llama el Pensamiento y la Guerra una recopilación
de Conferencias dictadas en la Escuela Superior de Guerra en Francia. En estas
sus reflexiones indicaba el cambio radical que estaba sufriendo el fenómeno
guerra por efectos de la disuasión Nuclear. El cambio a que se refería
implicaba el traslado de la guerra a un campo muy poco conocido: la Mente, la
conciencia. La pregunta ahora es saber si ese cambio realmente se ha producido.
Creo que desde el punto de vista humano no se ha operado un cambio, más bien se
ha reconocido que ha cambiado el campo de batalla.
Desde la conciencia es que
se produjeron estos conceptos de método, verdad y justificación. Desde la
perspectiva metodológica, hay un proceso de pensamiento para determinar un objetivo
y cómo alcanzarlo y hay un proceso de pensamiento y acción en el proceso de
alcanzar lo que se ha determinado. Estos dos procesos son conocidos como ‘estrategia’
(στρατηγία), es decir, es una actividad relacionada con el conductor en la
guerra y ha sido asociada con las expresiones engaño, astucia y maniobra
militar. Este paso del ser-estratégico a la actividad estratégica hizo que esta
actividad pudiese ser objetivada, es decir, racionalizada y como tal estudiada
en tanto que actividad y en tanto que posibilidad de ser adquirida la capacidad
para ejecutar esta actividad, con un fin determinado. La táctica (τακτική),
consecuentemente, refiere, entre otras cosas, ‘arte
que enseña a poner en orden las cosas’, ‘procedimiento para ejecutar una acción
o conseguir un objetivo’, ‘habilidad o tacto para aplicar ese procedimiento’,
‘arte de disponer y mover, para el combate, los elementos bélicos, según los
planes de la estrategia’.
Con esta diferenciación nos
planteamos los interrogantes: ¿Qué es pensar estratégicamente?, ¿hay una
diferencia sustantiva entre estrategia y táctica desde el punto de vista
metodológico? En el campo de la estrategia está subyacente la relación
pensar-hacer, es decir, la adecuación medios-fines en donde la racionalidad
está en los medios y en los fines. Por ello, vamos a examinar qué se entiende
cuando se menciona la palabra ‘estrategia’, porque para unos es considerada
como una ciencia y para otros un arte.
Como ciencia la estrategia
entendida ontológicamente pareciera ser un proceso de llevar las ideas a la
acción tal como lo expresan Frischknecht y otros pensadores. Pero digo ciencia entendida
ontológicamente porque desde el punto de vista etimológico, episteme (ἐπιστήμη),
denotaba conocimiento. Así pues, conocimiento puede ser entendido en este caso
como el saber que, en un espíritu eminentemente Kantiano, permite la adecuación
de medios a fines para hacer y alcanzar algo.
Cuando nos referimos a Kant (1781/1993) lo primero que viene a la
mente son los juicios sintéticos a priori,
las hipótesis, los pronósticos, las proyecciones etc. También la razón práctica
en la voluntad (1788/2003) y la facultad de juzgar entendida desde una
perspectiva teleológica (1790/2005). Tanto
la razón pura como la razón práctica se expresan en el lenguaje. Cuando estamos
hablando de lenguaje estamos hablando de estructuras lógicas. De la lógica del Primer Orden del
lenguaje científico, que se ha extendido mediante un proceso paulatino y
sostenido de racionalización que ha abarcado el quehacer estratégico, al Campo
de Ares.
La estrategia en
términos epistémicos se basa en esta estructura del lenguaje. Con ello se puede
afirmar que cuando hablamos de la estrategia, estamos hablando de algo que es
predecible no desde las perspectivas del pensar y del hacer sino de la perspectiva del pensar mismo. Estamos hablando de
un proceso deductivo donde solo están interviniendo como factores variables la
voluntad y el tiempo. Esta afirmación es sostenida no sólo por el hecho que
estamos viviendo en un contexto globalizador signado en la racionalidad, la
sociedad de la información, sino por el tipo de enfrentamiento que hoy en día
estamos presenciando. La voluntad es entendida en el sentido clausewitziano del
término y el tiempo no es entendido en sentido aristotélico únicamente, puesto
que este con la técnica ha sido Racionalizado, más bien el tiempo se está entendiendo
dentro de la misma estructura del ser que ha hecho que la conciencia se haya convertido
en un campo de batalla.
Esta manera de pensar
racional es producto de un proceso sistemático de racionalización iniciado por
Hobbes, Descartes y Kant que pareciera hoy día estar encontrando resistencia
desde el punto de vista político[4].
De ahí la importancia del pensamiento de Spinoza, Bergson y Heidegger quienes
le han dado al concepto de tiempo otra connotación y le ha permitido a otros
autores como Deleuze y Guattari y Negri pensar la guerra desde otra perspectiva[5].
La base lógica de esta racionalización la estableció Alfred Tarski al afirmar
que A=A Û A=A
con lo cual se fundamentó un criterio de verdad en las ciencias[6].
Contemporáneamente con este autor, Kurt Gödel estableció un teorema que indicaba que el universo de la verdad es superior a la capacidad de
nosotros para aprehenderla tanto desde las perspectivas de la razón pura como
de la razón práctica (Omnès, 1995)[7].
Así pues, la estrategia se atiene a un
método, es decir, a una τεχνη (technē) que indica cómo se debe pensar así como
existe una técnica para el hacer. Si la técnica se condiciona a los medios
cualquier acción pensada puede ser predicha. Este condicionamiento opera
también desde el punto de vista moral. En la actualidad la limitación orbita en
torno a la defensa de los derechos humanos y si se considera desde una manera
más extendida a la sujeción a lo que se conoce como derecho de la guerra o
derecho humanitario bélico, se puede observar las normas en otro ángulo de acción
política.
Desde la perspectiva
de la facultad de juzgar teleológica también existe una sujeción si se
considera que el juzgar a priori como
posibilitador de una capacidad creativa innata está condicionado a modelos
reales e ideales preconfigurados dentro de una realidad determinada[8].
De ahí la necesidad de salir de estos marcos de racionalidad como un modo de
pensar y hacer que eventualmente permita crear nuevas formas de racionalidad.
Originalmente nosotros hablamos de A=A es decir, estrategia es el
arte concebir, estrategia es cualquier secuencia meditada con anticipación de
decisiones puntuales que trae un propósito especificado etc., o sea estrategia
es estrategia si solo si estrategia es estrategia, pero fíjense en estas
definiciones se observan diferencias ¿A qué obedecen estas diferencias?
Podríamos afirmar que a la estructura de acción de cada individuo, de cada
grupo y de cada Estado basada en costumbre. Esta acotación en el contexto
actual signado por la Guerra contra el
Terrorismo, es decir, un conflicto global donde los Estados le hacen la
guerra a individuos que pueden amenazar el orden global, indica que se ha
producido un solapamiento de los conceptos de estrategia y táctica desde el
mismo momento que un individuo puede causar un daño similar al que puede
realizar un Estado. Si un grupo de individuos se asocian en una estructura
política diferente a un Estado podríamos afirmar la existencia de una forma de
producción de conocimientos basada en la cooperación. Esta cooperación apunta a
la estructuración de organizaciones inteligentes. Esto es lo que se podría
denominar epistemología social. La epistemología social es una forma de
saber de alcance grupal que preserva la individualidad y fomenta la cooperación[9].
Ello explica el concepto de enjambre desarrollado a partir de la tesis de
Arquilla y Ronfeldt (2000) realizado por Hardt y Negri (2004)[10].
Esta estructura de acción es un pensar-hacer individual-colectivo que siendo
idénticos contienen diferencias, que como vimos históricamente se han
sintetizados en un proceso de racionalización, es decir, se ha tomado lo que
identifica y se ha desechado la diferencia y lo que identifica es lo que nos ha
hecho “Racionales” o mejor dicho predecibles, por lo que el conflicto se está
presentando entre dos formas de racionalidad: una convencional determinada por
la racionalidad construida en la modernidad y otra que es vista como caótica.
En estas circunstancias, el cálculo o sea la adecuación o el paso de
las ideas a la acción son elementos inherentes a la lógica formal y estas según
Gödel sólo nos dice una parte de la realidad determinada por la forma de
racionalidad antes indicada. Lo que está más allá es el modo como se está
realizando la guerra hoy en día. Con ello se quiere afirmar que lo que ha ocurrido
es una ruptura epistemológica y praxeológica puesto que la realidad nos esta
desbordando. Sólo basta reflexionar acerca de la denominada Guerra contra el
Terrorismo.
JUSTIFICACIÓN
Desde el punto de vista de la justificación,
la guerra se topó desde inicios de la edad media con el concepto de “guerra
justa” gracias al pensamiento de San Agustín. Este fue un intento por
justificar o legitimar algo que no fue un bien en si, pero necesario para la
conquista y colonización violenta que se realizó en la edad media y la edad
moderna. Posteriormente, Tomás de Aquino estableció que los requisitos para que
una guerra sea declarada justa son: un fin puramente pacífico sin odios ni
ambiciones, causa justa, declaración de guerra por autoridad legítima, y
prohibición de toda mentira. Pero como este concepto no aclaraba que era lo que
se consideraba una guerra justa, fue necesario establecer otro que evitara
pronunciarse sobre la difícil cuestión de saber quién tenía la razón en la
guerra (blanco, 2016). La primera aproximación sobre este asunto la hizo
Baltasar Ayala quien consiguió diferenciar entre las guerras que corresponden a
la confrontación entre dos Estados soberanos calificados cada uno de ellos de
"iustus hosti" y las "guerras civiles" y "demás
persecuciones penales y supresión de bandidos, rebeldes y piratas"[11].
El uso de la palabra "justo" en el sentido de la "guerra
justa" fue entendido entonces como "ajustado a la forma". Por
esta razón, este pensador español expresó lo siguiente:
a) “la guerra en el sentido justo” hay que desviarla de la justicia
material, de la causa justa, hacia “las cualidades formales de una guerra
jurídico pública, es decir, interestatales”. Es esta la cuestión fundamental:
“la guerra ha de ser pública en ambos lados”. No puede admitirse las “guerras
privadas” (ámbito en el que tendría cabida los “principios éticos” de negación
de las “guerras”).
b) “la guerra justa” es la que se produce entre “enemigos justos”. Y
"enemigo" es el iustus hostis,
el soberano estatal en paridad e igualdad con el estado beligerante, aunque
éste no tenga "causa justa" para la guerra, en el sentido moral, ya
que se cumple sencillamente con ser un “estado soberano”.
c) la decisión sobre "si existe o no una causa justa le corresponde
exclusivamente a cada soberano estatal".
Estos conceptos emitidos por Baltasar Ayala
formaron partes del orden instituido en Westfalia, pasando a ser principios de
derecho internacional. Pero hay que adelantar que estos principios hoy en día
están en cuestión porque esta justicia no está dada por la cualidad sino por la
capacidad en hacer la guerra. de ahí que hayan resurgido las guerras privadas.
Para dar mayor complejidad a lo antes indicado, varios siglos después
Kant (1797/2008) introdujo involuntariamente la categoría política del "enemigo
injusto" rompiendo con ello la "igualdad formal" entre Estados
beligerantes. Este pensador alemán
entendió lo "justo" como "moralmente" bueno, y lo
"injusto" como "malo". Esta calificación no contribuyó a
una paz perpetua como en su momento
propuso (1795/2002)[12], sino a un
perpetuo estado de la naturaleza interestatal tal como pareciera evidenciarse
hoy en día. En este sentido, él posibilitó la introducción de las
"guerras" contra un "enemigo" que es considerado peor que
un "criminal" dando lugar a la posibilidad de desatar conflictos por
causas morales con las complicaciones que lo moral trae consigo.
Las instituciones creadas luego de 1945 incluyendo la arquitectura
normativa de los DD.HH. pareciera haber generado las condiciones para hablar de
una moral internacional en statu nascendi
y se dice pareciera porque los que efectivamente ha sucedido es que esta
estructura aun responde a una forma de dominación producto del proceso de
racionalización de Occidente que ha evolucionado desde la Paz de Westfalia en el
año 1648 y que hoy día ha seguido su curso a pesar de la crisis de legitimidad
que hoy sufre dicho proceso en todos los ámbitos del quehacer humano.
Al tener los DD.HH. un carácter universal, su defensa pareciera adquirir
un carácter globalizante, racionalizador, no sólo en el sentido que el acto de
defensa en si se puede realizar en nombre de la humanidad en cualquier parte del
globo, sino que también esta defensa se puede realizar por cualquier humano. Al
defender DD.HH. en esencia se está defendiendo a un Ser que es expresión de
humanidad, y esta defensa pareciera justificar un acto racional de guerra. Esto
pareciera ser la esencia de la propuesta política de autores contemporáneos
como J. Rawls y M. Walzer. Las obras de estos autores buscan justificar la
actual política exterior estadounidense, desde una perspectiva moral, aún
cuando hoy día todavía se hace difícil hablar de una moral internacional a no
ser que sea sólo desde una perspectiva contractual, de ahí la vigencia de tesis
de Hobbes y Kant.
Rawls (1999) afirmó que “si los crimenes contra los
derechos humanos son de relevancia excepcional y la sociedad permanece
insensible a la imposición de sanciones,
una intervención armada en defensa de los derechos humanos resultaría
aceptable y eventualmente necesaria”. Con ello se reconoce la existencia de
“enemigos injustos” en las relaciones internacionales, se acepta que la
violación de derechos humanos son un casus
belli y se legitima la ingerencia en otros Estados en caso de violaciones
graves de los derechos humanos. El enemigo injusto, en este contexto, lo
constituiría la clase dirigente de un Estado fuera de Ley que se resiste a
aceptar las pautas establecidas por la razón, o sea por el contrato social al
cual se ha adherido desde el punto de vista interno y externo. Walzer (2011) yendo
más allá ha afirmado que una intervención militar podría realizarse, como un
acto humanitario realizado de forma caritativa para ayudar a la población de un
país afectada por los abusos de un regimen tiránico. Esta caridad estaría
condicionada a unos principios a ser aplicados como aceptar la
autodeterminación, ser realizada a pedido de una población indefensa y no
ofender la dignidad de la población. Aunque reconoce el autor que es sólo una
propuesta que debe ser revisada, esta sirve para explicar la intervención en
Libia aunque no sus consecuencias[13].
Las tesis contractualistas en cierta forma buscan sostener el orden
westfaliano para que los cambios produzcan racionalmente “una paz ventajosa”,
sobre todo para los defensores de dicho orden. De ahí el porque hoy día se ha
logrado una legislación antiterrorista en el marco de la ONU y las operaciones
militares de EE.UU. y sus aliados pueden ser entendidas desde una perspectiva
policial a escala global. La paradoja que se presenta es que ésta es una manera
de continuar el proceso racionalizador con otros medios quebrando las pautas
del Estado racional westfaliano recurriéndose sólo a la guerra en caso de que
se encuentre resistencia a este proceso. Los intentos de democratización en
Irak, Afganistán, Libia y Siria son algunos ejemplos a tener en consideración.
Al plantearse la guerra desde una perspectiva moral-racional, dentro de
un contexto signado por la denominada globalización, hemos entrado en un nuevo
estado de la naturaleza donde están en juego las diversas perspectivas de lo
que se entiende por moral, es decir, por vida buena y la reflexión de lo que se
entiende por ella. En estas circunstancias desde la estructura westfaliana pasa
a ser malo todo aquello que no se corresponda con esa visión particular occidental
del mundo, siendo susceptible de ser suprimido, aniquilado o subyugado. Es lo
que Clausewitz denominó Guerras Ideales. Dentro de este marco entran los
movimientos antiwestfalianos islámicos y marxistas actualmente activos en el
mundo.
Clausewitz caracterizó a las guerras como reales (las que hacían los príncipes)
e ideales (las de la revolución y el imperio). Estas últimas para él han sido
rarezas en la historia, pero las ideologías parecieran haber convertido a las
guerras ideales en reales y vigentes: Lázaro Carnot, Lenin y Mao Zedong pueden
dar fe de ello, así como la racionalidad entendida como visión del mundo que de
ellos ha surgido. Esta realidad permite afirmar, en primer lugar, que las
guerras que orbitan en torno al cuestionamiento o no del orden westfaliano
están planteadas en términos absolutos y, en segundo lugar, que las guerras que
ocurren dentro de la esfera de influencia de Occidente son civiles o policiales.
La racionalización basada en la adecuación medios-fines debe ser
entonces entendida como un proceso revolucionario si se entiende que persigue
revertir el orden westfaliano, pero en este contexto es muy difícil justificar
racionalmente un acto de guerra cuando la racionalidad, entendida como ciencia
y técnica, ha pasado a ser un fin en si misma. Un fin que puede justificar una
guerra contra el mal solo para implantar una única manera de ver el mundo. Esta
es la naturaleza de la crisis que estamos viviendo: aceptar o no una verdad que
proviene desde afuera.
VERDAD
La certeza puede ser visualizada desde dos puntos
de vista convergentes: primero, la creencia de que el uso de la fuerza puede ser
el camino para la obtención de un fin y segundo que la certeza de que si adecuo
medios a fines, si se pasa ideas preconcebidas a la acción, podríamos alcanzar el
objeto que nos hayamos propuestos por intermedio de esa mediación, es decir,
una paz ventajosa. En este sentido se puede afirmar que no hay ninguna diferencia entre objeto y creencia
cuando se define un objeto a ser conocido o alcanzado en base a la creencia y
la fe de que se puede conocer o alcanzar. La diferencia está en el método que
define el objeto y en la fe en que este puede servir para alcanzar el fin
propuesto (Blanco, 2016).
Teniendo esto presente, al haberse
prohibido el uso de la fuerza como un medio para alcanzar fines en el ámbito
internacional el problema de seguridad para una entidad política queda
circunscrito a la defensa: de establecer de QUÉ (que implica los medios
disponibles para la guerra) y de QUIÉN. Por citar un ejemplo, el concepto de
defensa de EE.UU. pasó del quién al qué y ese paso que expresa un supremo acto
de racionalidad muestra también una pretensión: todos somos sus potenciales
enemigos si nos ajustamos a un patrón “no-racional”. Esto es lo que Deleuze y
Guattari (1991/2005) señalan como establecimiento de un plano de referencia. También,
como hemos indicado gracias al Teorema de Gödel, señala las limitaciones del
método científico aplicado a la guerra y la política.
El QUÉ muestra la realidad como dato
y como proceso. El QUÉ nos dice el carácter existencial de la guerra y su
posibilidad. El fundamento de esa racionalidad nos lo expresó, por una parte,
el General Moshe Dayan: “no seremos los primeros, pero tampoco los últimos en
usar armas nucleares”. Dicho de otras maneras, si vamos a morir, vamos a morir
todos. Por otra parte, Qiao y Wang (1999) en su obra Unrestricted Warfare señalaron que en un contexto existencial era
inútil hacer la guerra dentro de un marco de racionalidad debido a que la
relación recíproca se circunscribe a escalar en el empleo de la fuerza hasta
llegar a la guerra absoluta en sentido clausewitziano y por ende existencial.
Por ello propusieron hacer la guerra más allá de todo esquema de racionalidad
usando al efecto cualquier medio que pueda ser convertido en arma. Para ello
hay que tener presente que un arma es un medio que puede ser usado para
amenazar o producir un daño (Blanco, 2016).
Por último hay que examinar la
racionalidad de la guerra desde la perspectiva de QUIÉN decide o QUIÉN cree que
es posible alcanzar algo siguiendo ese camino. La racionalidad hasta aquí la
habíamos abordado desde el Estado. El problema se presenta ahora cuando otras
entidades políticas hacen la guerra con o contra el Estado o viceversa, como
hoy día está aconteciendo con la guerra contra el terrorismo. En un conflicto
entre Estados el criterio de verdad como se indicó estaba basado en el control
del tiempo y del espacio. Pero en un conflicto entre un Estado contra una
entidad política que no es un Estado tal como hoy en día se reconoce, la
racionalidad ha dado paso a la razonabilidad, es decir, una combinación de
ética y certeza. Visto desde la entidad política que no es un Estado el criterio
es la fe. Esto nos hace volver a la fe como modo de alcanzar certeza.
La razonabilidad está sustentada en un acto de fe,
que para algunos está movido por la confianza y para otros por la desconfianza
llevada a niveles de angustia existencial. El desequilibrio entre confianza y
desconfianza produjo la Primera y Segunda Guerra Mundial. El equilibrio
inestable que se produjo a posteriori
evitó una guerra mundial entre el año 1945 y 1989 y posibilitó otro estado de
guerra a partir del año 1991. La posibilidad de uso de armas nucleares y de
otras armas de destrucción masiva no sólo ha sido considerada sino que también
hoy está presente. Estamos hablando de guerra en sentido ideal y ello no se
corresponde con un criterio de verdad basado en la certeza sino en las fallas
que se presentaron en construir el sistema de referencias sobre los cuales se
sustentó esa verdad. La guerra global actual se basa en el intento o aceptación
acerca de la implantación de un plano de referencia sobre el cual se pueda
erigir un criterio de verdad.
La pregunta ahora es si se va a
mantener este criterio y la respuesta, validada por la historia es afirmativa,
pero este referente deja también a la creencia sin fundamento. En este sentido ¿Cómo
es posible sustentar una creencia si el problema, desde el Estado, ha estado
centrado en una racionalidad que esencialmente es deductiva cuando estamos
confrontados a un problema de elección basado en un plano de referencia
impuesto? ¿Cómo es posible que un ser, en su singularidad, pueda perseverar en
su propia existencia cuando se le impone un plano de referencia, una realidad,
que le impide desarrollar su potencia? Creemos que cuando la humanidad pierda
su condición y actue como un rebaño.
Ahora la defensa como acto en si
pareciera asegurar un cierto grado de existencia, ello valida la máxima CI VIS
PACEM PARABELLUM, no desde la perspectiva del Estado porque el criterio de
racionalidad no es capaz de dar cuenta para satisfacer sus propias necesidades
ni la de los seres que aglutina. Estamos en un punto en que cada ser en su
singularidad debe obrar por su propia supervivencia como modo de crear las
condiciones de posibilidad de construir un nuevo espacio político. El
cuestionamiento por diferentes modos a la racionalidad sobre la cual ha orbitado
el modo con que los Estados han hecho la guerra hasta el presente es otra
manera de indicarnos que estamos viviendo una guerra civil de alcance global.
CONCLUSIONES
Como hemos observado
los valores veritativos mencionados al inicio de esta disertación más que
validar la racionalidad para usar la guerra como medio para obtener fines, la
cuestiona porque la realidad ha demostrado incluso desde el colapso soviético
que la tendencia actual apunta a la idealidad, es decir, a aquella idealidad
que Clausewitz observó en las guerras de la revolución y el imperio y que
consideró excepcional y no deseable. Esta idealidad hoy en día le da a la
guerra un carácter absoluto y ontológico y explica el carácter civil del actual
conflicto global.
Alguien dijo por ahí que “los sueños de la razón generan monstruos”
y el escepticismo que esta situación despierta no sólo se evidencia en el hecho
que estemos reflexionando sobre este problema, sino en el hecho que la
humanidad está en estado de guerra, en la guerra contra el terrorismo, es
decir, en la guerra de los que impusieron este orden internacional y están
actuando consecuentemente para mantenerlo. Y así como las fallas de la razón en
establecer un plano de referencia que permita alcanzar fines políticos de
alcance global no han podido validar el camino de la guerra, los actos de
defensa que se manifiestan de diversas formas en un contexto en que la guerra ha
cambiado su naturaleza tanto desde el punto de vista individual, grupal y
estatal es lo que podría darle a la humanidad las herramientas para reconstruir
un nuevo espacio político desde una perspectiva metafísica.
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[1] Esta fue
originalmente una conferencia realizada en la Escuela Superior de Guerra Naval
en Caracas en el año 2005.
[2] Al respecto ver: Albujas (2004).
[3] Ver al respecto: Blanco (2007) De
la Guerra y la Paz: Una perspectiva Hermenéutica.
[4] Sobre la influencia de Hobbes y Descartes en el pensamiento de Kant,
ver: Astorga (1999).
[5] Sobre Negri (1997),
ver
al respecto La Costituzione del tempo.
Prolegomini. Orologi del capitale e liberazione comunista.
:
Blanco (2016).
[8] Ver al respecto: Habermas (1991).
[9] Ver al respecto: Marsh y Onof (2007).
[11] Antes de este
pensador español Francisco de Vitoria y Alberico Gentili buscaron quitarle a la
guerra la carga moral y darle un carácter racional. Posterior a Ayala lo
hicieron Suarez, Grocio y Pufendorf. Ver al respecto: Blanco (2016).
[12] Como se sabe,
esta fue la visión federalista de Kant. Su visión cosmopolita, mucho anterior
puede observarse en: Filosofía de la
Historia (Kant, 1784/2002).
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