domingo, 17 de agosto de 2025

LOS SOFISTAS, TUCIDIDES Y EL SENTIDO COMÚN

 


1.- Introducción

El concepto de sentido común se ha definido de diferentes maneras según las distintas corrientes de pensamiento existentes a lo largo de la historia. Nos interesa examinar el hecho de que, originalmente, estuvo impregnado de lo mítico-religioso en que se desenvolvía la vida cotidiana, pero ello empezó a cambiar en el mundo griego cuando aparecieron los sofistas porque hicieron que el hombre y las cosas humanas pasaran al primer plano de la problemática que empezó a denominarse filosófica. Los sofistas fueron un grupo de individuos conocidos por su habilidad en la argumentación y la retórica que surgieron en la antigua Grecia en el siglo V a. C.

Para los sofistas el sentido común era el punto de partida para el análisis y la crítica, es decir, lo consideraban como una serie de creencias y opiniones heredadas o impuestas sin un fundamento consistente. Ellos creían que el conocimiento verdadero se encontraba en la habilidad de razonar y argumentar a partir del reconocimiento de que la verdad podía ser subjetiva en función de la perspectiva de cada individuo y dependiente de un contexto determinado. En este sentido, no se opusieron directamente al sentido común, pero sí lo cuestionaban y lo ponían a prueba. Por ello, vamos a examinar sucintamente su papel en el mundo griego considerando que, más allá de las criticas que le hicieron después, Tucidides puede ser considerado como un autor que gracias a la influencia de los sofistas pudo elaborar la obra que lo llevó a la posteridad.

2.- Los sofistas y su huella en la Atenas de Pericles

Werner Jaeger expresó que en Atenas existió una fuerza centrípeta y constructiva profunda que explica porque las estructuras fundamentales de lo griego, en el plano de la educación y de la cultura, en el sentido Occidental del término, se hayan desarrollado en ese espacio público debido a la decadencia de la poesía aristocrática y agregó que

“Sólo era posible que [los sofistas] surgieran donde un poderoso sentido de las exigencias de la vida de la comunidad subordinaba a ellas cualesquiera otras formas de la vida espiritual y pudiera, sin embargo, vincularlas a la propia intimidad” (I, 2001:129).

Aquí, en esta exigencia es que encontramos aquello que se puede denominar, desde la perspectiva práctica y racional como sentido común. Ello explica el desarrollo de lo que se conoció como sofistica. Los sofistas hicieron que el hombre y las cosas humanas pasaran al primer plano de la problemática filosófica en una época que ha sido considerada como ilustrada. Esto ya nos indica el papel que tiene para nosotros la obra de Tucidides debido a que fue un momento histórico en que en Atenas se precisaba incorporar a la vida política un número mayor de personas y para ello se necesitaba de un nuevo tipo de educación que no partiese de los viejos ideales aristocráticos sino, más bien, democráticos. Para ello, según Jaeger, los atenienses se “separaron de los filósofos de la naturaleza y de los ontólogos del periodo primitivo” (I, 2001:140) y se apoyaron de un grupo de gente que aún hoy llamamos sofistas o profesionales de la inteligencia debido a que inspirados por los filósofos de la naturaleza (Heráclito, Anaxágoras, Demócrito, etc.) no sólo representaron la solución entre los citados filósofos y las necesidades atenienses, sino también sabían a la perfección cómo enseñar a servirse de ella (Romilly, 1997:17). Este hecho constituyó para Jaeger un acontecimiento educativo (I, 2001:140). En este sentido, Romilly expresó que

“querían enseñar a hablar en público, a defender sus ideas ante la asamblea del pueblo o ante el tribunal; eran, en primera instancia, maestros de retórica. Porque, en un momento en que tanto los procesos como la influencia política y las decisiones del Estado, dependían del pueblo, que a su vez dependía de la palabra, resultaba esencial saber hablar en público, argumentar y aconsejar a sus conciudadanos en el terreno de la política. Esto formaba un todo y proporcionaba la clave de una acción eficaz” (1997:22).

Esta necesidad de incorporar más gente a la vida política se produjo en un contexto de crecimiento y de esplendor de Atenas. Entre los más destacados que estuvieron en la Atenas de Tucidides se puede mencionar a Protágoras quien estuvo relacionado con Pericles en 443 a.C.[1], Gorgias quien llegó en 427[2], después de la muerte de Pericles y Pródico quien llegó a Atenas como embajador de Ceos. Estos dos últimos junto con Hipias vivieron, posteriormente, el proceso de Sócrates en 399 a.C. después de las guerras del Peloponeso.

Cuadros Contreras (2013), en este sentido, expresó que esa educación democrática se dirigió a un selecto grupo que tuvo como propósito ayudar a construir y fortalecer el nuevo orden democrático (isonómico), es decir, a crear las leyes del Estado y preparar a los pobladores en el ejercicio de la vida pública a través del cultivo del intelecto y de la elocuencia. Todo esto fue debido, según Jaeger a que “la progresiva y general urbanización del hombre, exigió que todos los individuos participaran activamente en el estado y en la vida pública y adquirieran conciencia de sus deberes ciudadanos” (I, 2001:107). Es decir, la nueva areté de la época fue la política y, la Polis, sólo debía evitar el abuso del provecho del interés personal y de la injusticia tal como lo expresa Feríeles en Tucídides en función del bien público (Pág., 107). Por ello, en sus comienzos tal enseñanza estaba orientada al éxito práctico. Frente a esta orientación práctica también, según Protágoras, la educación estaba orientada a la buena administración de los asuntos particulares como los del Estado con lo cual esta enseñanza tenía un contenido intelectual, una sabiduría y una experiencia nacidas del arte de dirigir bien sus ideas. En este sentido, la concepción democrática de la virtud residía en la confianza de los sofistas en las posibilidades de un propósito orientado a construir una nueva ciudadanía en un contexto donde todo hombre libre debía ser parte de la vida política. Desde un ángulo de análisis filosófico podía decirse que hacía falta un sentido ético y político que pudiera capacitarlos para la vida en comunidad, es decir, una racionalidad práctica. Creemos que esta fue la base para la construcción de un sentido común desde otra perspectiva, es decir, política en virtud de que se trató de instrumentar una manera de ser que se hiciera costumbre.

Debemos decir aquí que la sofistica se desarrolló en el mundo griego desde un poco antes de la revuelta jonia (siglo VI a.C.) hasta las guerras del Peloponeso (siglo V a.C.) y, como dijimos, fue producto del crecimiento de las polis gracias a las mejoras de las condiciones de vida. Así pues, la actividad de los sofistas iba mucho más allá de la enseñanza de la retórica debido a que en los debates se formaba la costumbre de considerar siempre la posibilidad de una argumentación contraria y, por consiguiente, de criticarla y cuestionarla con el fin de llegar a la mejor decisión, como veremos en los discursos imaginados por Tucidides. Según Romilly,

“Este hábito lanzaba el espíritu hacia nuevos caminos [porque] en el mundo intelectual de los sofistas, donde nada era aceptado a priori, el único criterio seguro terminó siendo la experiencia humana, inmediata y concreta. Los dioses, las tradiciones, los recuerdos míticos ya no contaban: nuestros juicios, nuestras sensaciones, nuestros intereses constituían desde ahora el único criterio seguro” (1997:24).

Esta tendencia se observó en las artes, en general, empujada por el hecho de que Atenas se convirtió en el centro donde los sofistas se concentraron y pudieron ejercer su influencia en profundidad y el catalizador de ese proceso fue Pericles. La causa de esta concentración se debió, en primer lugar, al poder político de Atenas después de las guerras médicas, en segundo lugar, al poder comercial y económico gracias al transporte marítimo que favoreció su florecimiento y, en tercer lugar, el espíritu de libertad que permitió afirmar la democracia e hizo que todos los hombres brillantes del mundo griego se establecieran en Atenas. La democracia ateniense esperaba mucho de los extranjeros, en general, y de los sofistas, en particular, porque los individuos y la Polis tenían, como dijimos, una necesidad urgente de saber debatir problemas políticos jurídicos y morales (pág., 39). Así fue que surgió, según Jaeger, la educación en el sentido estricto de la palabra: paideia (2001:42).

Para los sofistas, el lenguaje estaba considerado, además, como algo fundamental para su capacidad de actuar en sociedad, es decir, el lenguaje en la conversación y el debate fue observado como manifestación de la racionalidad en un sentido práctico. Esto nos lleva a examinar el programa educativo de los sofistas. El sistema educativo, que mantuvo su talante aristocrático, consistió en tres programas paralelos de enseñanza en niveles diferentes. En el primer nivel, estaba el entrenamiento de los niños que, por una parte, era de naturaleza deportiva consagrado a los concursos y los juegos y, por la otra, estaba orientada a la música y a las letras. En el segundo nivel había, según Cuadros Contreras (2013), un programa relacionado con contenidos específicos en el que se impartía la enseñanza de la ciencia y los conocimientos de la época, pero tenían otro programa paralelo que estaba dirigido a la configuración del espíritu. Es ahí donde el lenguaje jugaba un papel central puesto que se enseñaba la gramática, la retórica (dónde nace la estrategia como ciencia) y la poética. El otro programa estaba relacionado con la enseñanza enciclopédica y la formación del espíritu en sus diferentes campos. El tercer nivel se ubicaba en el plano de la política y de la ética. En este orden de ideas se puede agregar que, para Protágoras, la verdadera educación comenzaba cuando el joven salía de la escuela y se incorporaba a la vida política. En ese espacio se vivía con los demás de acuerdo con los modelos de ciudadanía establecidos por las leyes de ese entonces. Para él, específicamente, la educación era política debido a la primacía que se buscaba darle a las virtudes cívicas y a la importancia que se le estaba dando a la vida activa de los ciudadanos. Se puede afirmar que aquí comenzó la tradición republicana en la política[3].

Los sofistas pretendían saberlo todo lo enseñaban todo, incluso las ciencias. Ellos fueron los primeros en esbozar una concepción de la razón relacionada directamente con el lenguaje y, ante todo, con sus facultades valorativas expresada en una lenta meditación sobre los principios y comunicativas en virtud de la necesidad natural de publicidad que fueron determinantes para la vida en comunidad. Ellos impartieron sus enseñanzas bajo la forma de conversaciones agrupadas en series sucesivas, pero ofrecían también disertaciones públicas a las que podía asistir cualquiera. En estas disertaciones se hacían alegatos ficticios o informes, en algunos casos se trataba de responder a unas preguntas preparadas que les brindaba la ocasión de desarrollar sus ideas mientras daban una prueba directa de la eficacia de su método racional. Esto lo observaremos en Tucidides (Pág., 50-51).

3.- Tucidides y los sofistas.

El autor de las Guerras del Peloponeso según se cree nació hacia el 460-54 a.C, de una familia aristocrática ateniense de origen tracio (Tuc. I 1) debido a que, según la ley ateniense, pudo ser elegido estratego después de haber superado la edad de treinta años. Tucidides vivió en la época en que el movimiento sofista floreció en Atenas y su obra estuvo marcada por la influencia de ese movimiento, en especial, según Romilly (1997), de Pródico un experto en lenguaje y astronomía (pág., 84). Esta relación con los sofistas se manifestó principalmente en su enfoque discursivo en la naturaleza humana, el poder del lenguaje y la retórica y el método que desarrolló que con el tiempo sería catalogado de historiográfico.

Desde la retórica, la elaboración de cómo creyó que fueron los argumentos de Pericles en su discurso fúnebre o el dialogo de los embajadores en la isla de Melos han sido relevantes para la comprensión de la realidad política ateniense: el primero desde la perspectiva de la lealtad que debe un individuo frente a la comunidad y el segundo para mostrar la realidad de la política en términos de poder y fuerza. Aquí se observa de manera contundente la influencia de los sofistas en el modo de usar el lenguaje para persuadir a través del argumento para la comprensión de la guerra en sí. Esta fue una herramienta para abrir a la comprensión de las posibles motivaciones de los principales protagonistas del conflicto, las complejidades de la guerra y la naturaleza del poder de una manera lo más fidedigna posible. En este sentido, Tucídides a diferencia de los sofistas utilizó los discursos recreados para revelar, por una parte, la naturaleza humana como la irracionalidad y la degradación política durante la plaga de Atenas o la guerra civil en Corcira y, por la otra, la cruda realidad del poder y la política como ya dijimos en el Dialogo de Melos.

Desde la perspectiva analítica vamos a observar, según Romilly (1997), que el modo de pensar y de presentar la guerra estuvo dominado por la oposición entre dos normas de excelencia y dos formas de valor: los atenienses representan el valor lúcido, nacido de la experiencia y de una técnica razonada; el de los espartanos se basaba en la valentía innata y en la tradición. En los discursos del libro I, los oradores de los dos bandos comparan las ventajas respectivas de estas dos formas de superioridad (pág., 60). Con respecto a estos discursos Jaeger aclaró que a “pesar de su subjetividad, ésta era para Tucídides la verdad objetiva”, sólo comprensible si se observa a Tucidides como un pensador político (II, 2001:123). Debemos decir aquí que cuando fueron hallados sus manuscritos estos no tenían nombre por lo que el nombre de la obra fue dado a posteriori. Ello ha generado un debate académico debido a que, en primer lugar, la obra no termina con el fin de la guerra, se cree que quedó inconclusa por la enfermedad del autor, en segundo lugar, Tucidides fue un estratego ateniense que condujo operaciones navales en Anfipolis hasta que fue relevado del cargo, ello significa que la primera parte de la  obra podría considerarse histórica, pero después analizó el presente en función de cómo se producían los acontecimientos, por ello la duda de Jaeger de considerarlo o no un pensador político y, en tercer lugar, a pesar de que existe la tendencia de no considerar a Tucidides como un sofista, el hecho de que existen pocas obras de ellos, los sofistas, coloca al escritor de las Guerras del Peloponeso más que un autor influido por la sofistica como un autor que nos legó una obra donde en sentido práctico se expresa su forma de pensamiento.

En el método que desarrolló Tucidides para analizar las guerras del Peloponeso se observa una perspectiva racional, teniendo como foco al hombre, centrada en la determinación de las causas y efectos puramente humanos y políticos de ese conflicto que conmocionó al mundo griego sin recurrir a explicaciones de naturaleza divinas. Desde este ángulo de análisis se puede entender su obra como el análisis del proceso de destrucción del sentido común desde el desencadenamiento de la peste de Atenas a la retórica empleada por Alcibíades para convencer a los atenienses de emprender operaciones militares contra Siracusa.

Creemos que la decadencia de los sofistas se produjo con la serie de derrotas que comenzaron a padecer los atenienses después de la campaña de Siracusa durante las guerras del Peloponeso. Aquí se destaca los discursos atribuidos a Alcibíades y a Nicias para contrastar los pro y contras para emprender esa campaña[4]. En términos retóricos se observa cómo los discursos en las primeras fases de la guerra hasta la victoria ateniense de Pilo conocida como la paz de Nicias se ajustaban a lo que hemos dicho acerca del espíritu de la enseñanza de los sofistas, pero después, en el caso de Alcibíades prevaleció más el interés personal que el interés de la polis. Esto lo decimos debido a que el espíritu de la estrategia ateniense de guerra explicado por Pericles en el discurso fúnebre denotaba una actitud defensiva que le había servido para los propósitos de mantenimiento del orden político. Con la campaña de Siracusa hubo un cambio de la estrategia que condujo a la derrota y la crisis política que observaremos en Sócrates y en Platón. Hay estudiosos de la obra de Tucidides que han argumentado que su carácter inconcluso se evidencia en el hecho de que en su parte final no se observan los discursos atribuidos a los protagonistas como si se observa en la primera parte.

Sócrates a pesar de distanciarse de los sofistas tenía dos puntos en común con ellos. En primer lugar, la importancia que fue adquiriendo el hombre en sus reflexiones, así como los problemas humanos, en general, y las nociones morales. En segundo lugar, los medios y los métodos para argumentar, definir y desconcertar. Estos dos puntos en común lo observamos en Tucidides y explica lo expresado anteriormente en el sentido de considerarlo más un analista político que un historiador. La principal diferencia estaba relacionada con los objetivos, es decir, la oposición abierta entre la inteligencia y el deporte. Insistir principalmente sobre el espíritu, como lo hacían los sofistas, en lugar de entrenar a los jóvenes para la palestra y prepararlos para los juegos (Cuadro Contreras, 2013:51). Aquí podemos encontrar también otro punto de coincidencia entre Tucidides y Sócrates, la necesidad de cultivar el cuerpo mediante el deporte provenía de la necesidad de formar a los individuos para la guerra. Ello se corrobora por el hecho de que ambos combatieron en la primera fase de la guerra. Esto hizo que, a posteriori, la nueva enseñanza impartida por los sofistas condujo a dos clases de reacciones: por una parte, la que incluía a sofistas y filósofos y acepta la importancia de la inteligencia y, por la otra, haciendo referencia sólo a los sofistas, considera lo que los diferenciaba de los filósofos.

Platón, al igual que Tucidides[5] y Sócrates también vivió la crisis ateniense después de la derrota en las guerras del Peloponeso. De ahí la visión negativa que tuvo del concepto de sentido común. Esta visión partió de la consideración de que los sentidos, como nos lo expresa el mito de la caverna, nos engañan y sólo nos dan acceso a una realidad ilusoria, es decir, el sentido común era limitado e imperfecto para dar cuenta de la realidad. Pero en su periodo de vejez Platón asignó todas estas funciones intelectivas al entendimiento sin negar, como se observa en el Teeteto, la existencia de un sentido común ubicándolo en el plano sensorial. Esto, de alguna u otra manera, acercó a Platón a la esfera de los sofistas. En el Teeteto, Platón por intermedio de una pregunta expresó a través de Sócrates su esfuerzo en demostrar la poca fiabilidad del sentido común

¿Te parece igualmente, que la opinión de Protágoras puede sostenerse en otro punto, que hemos indicado al tomar su defensa, es decir, que en lo que concierne á lo caliente, lo seco, lo dulce y demás cualidades de este género, las cosas son comúnmente tales para cada uno como le parecen; que si reconoce que hay hombres, que superan á otros en ciertos conceptos, es con relación á lo que es saludable ó dañoso al cuerpo, y que no tendrá ninguna dificultad en decir que no está cualquiera mujerzuela, niño ó animal en estado de curarse á sí mismo, ni conoce lo que le conviene á la salud; pero que si hay cosas en que unos tienen ventaja sobre otros, es sobre todo en éstas?

 

Si bien reconoce la existencia de cosas comunes que la gente le critica a los filósofos la incapacidad de conocerlas, se podría afirmar que para Platón el sentido común es la capacidad de experimentar cosas en común a través de los sentidos. Así pues, en el Teeteto expresó que

“…desde el principio me ha parecido que no tenemos órgano particular para esta clase de cosas como para las otras, pero que nuestra alma examina inmediatamente por sí misma lo que los objetos tienen de común entre sí… si fijas respecto de cada objeto la diferencia que los separa de todos los demás, tendrás la explicación del mismo; mientras que, si sólo te fijas en una cualidad común, tendrás la explicación de los objetos á quienes esta cualidad es común”.

 

Con esta afirmación Platón creyó en la existencia de cualidades comunes que están presentes en todos los hombres. Ahora, no tenemos registros acerca de la existencia de algún tipo de vínculo entre Tucidides y Platón. Tal vez, el hecho de que Tucidides no fuese criticado por Platón en sus Diálogos lo eximió de ser expuesto por la historia aun más de lo que supuso su fracaso en sostener Anfípolis para la causa ateniense.

4.- Corolario

Teniendo presente que la revolución de los sofistas fue el haber alzado a partir de la idea del sentido común la enseñanza de la naturaleza y contra ella, y haber considerado que el mérito se lograba, siguiendo a Jaeger, a través del estudio. Tucídides aprendió con los sofistas y adoptó sus herramientas como la centralidad del ser humano y el poder de la retórica, pero las utilizó con un propósito diferente: no para persuadir sobre una verdad subjetiva, sino para exponer, como un analista político, de forma objetiva y descarnada la naturaleza humana y la realidad que se estaba haciendo historia.

5.- Bibliografía Consultada

Cuadros Contreras, R. (2013). “Sofística, retórica y filosofía”. Cali. Universidad del Valle. Praxis Filosófica, núm. 37, pp. 75-93. Documento en línea. Disponible: https://www.redalyc.org/pdf/2090/209029793004.pdf

Jaeger. W. (2001). Paideia: los ideales de la cultura griega. Tomos I al III. México. (T. J. Xiral). Fondo de Cultura Económica.

Platón (369 y 367 a.C. [1992]). Dialogo V. Parménides, Teeteto, Sofista, Político. Madrid. (T. Ma Santa Cruz, Á. Vallejo Campos y N. Cordero). Editorial Gredos. 611 p

Romilly, J de (1997). Los grandes sofistas en la Atenas de Pericles. Barcelona. (T. P. Giralt). Editorial Seix Barral. 250 p.

Tucidide. (423 a.C./1984). Guerra del Peloponneso. (4ª ed.). (T. Ezio Sabino) Milano: Garzanti, 604 p.

 



[1] Para este sofista lo que es ‘bueno’ o ‘verdadero’ para un individuo no necesariamente lo es para otro. Esto significa que las cosas no son absolutas, sino que dependen de la percepción y el juicio de cada individuo. De ahí su famosa frase que nos ha legado Platón: “El hombre es la medida de todas las cosas” que expresa la tesis relativista de los sofistas.

[2] Este sofista se centró en el poder del lenguaje para persuadir, es decir, mostró cómo las palabras pueden ser utilizadas para manipular la percepción y crear una ‘realidad’ diferente a través del discurso. A partir de este criterio asumió un escepticismo radical que lo llevó a argumentar que nada existía, y si existiera, no podría ser conocido, y si pudiera ser conocido, no podría ser comunicado a otros.

[3] Ver también: Jaeger (II, 2001:42-77).

[4] Como se sabe, Alcibíades se refugio en Esparta después de la derrota ateniense, aunque posteriormente recuperaría parte del protagonismo político.

[5] Tucidides murió poco después de terminada la guerra.

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