Los venezolanos somos
objetos de una agresión realizada por una estructura totalitaria de alcance
transnacional que está ejecutando una ‘masacre administrativa’[2]. La agresión es la acción de ocasionar o de amenazar con
infligir daño a un ser humano o a
una sociedad como un todo e incluye la lucha en sí misma, los desafíos,
amenazas, actitudes impositivas, de apaciguamiento y de sumisión, defensivas u
otras manifestaciones activas o pasivas utilizadas como consecuencia de la
lucha que se genera. Un daño, en
este sentido, es un detrimento, perjuicio,
menoscabo, dolor o molestia que se recibe en hacienda, persona u honra
realizada de manera intencional. La respuesta a una agresión, que implica una
justificación, está orientada a evitar y/o mitigar el daño. Esta respuesta se denomina ‘defensa’. La
defensa es el acto de amparar, librar o proteger algo. Esto se puede
materializar mediante una respuesta proporcional, la huida y/o una respuesta
que contiene una forma de agresión y la huida que podemos denominar, en
principio, resistencia.
Más allá de todas esas formas en que se manifiesta este fenómeno, la
agresión y la respuesta constituyen una relación recíproca que busca en el que
se defiende el medio para neutralizar la fuente del daño que la origina. Por
ello, se puede afirmar, la resistencia es la continuación de la lucha por la
libertad con otros medios. Esto nos lleva a examinar el conflicto desde tres
perspectivas: una fenomenología de la agresión, una fenomenología del daño y el
acontecimiento como motorizador del cambio político. El objeto de esta
reflexión es mostrar que, en la peor situación desventajosa en que se puede
encontrar una sociedad en un momento determinado, siempre hay medios para aumentar
las condiciones de posibilidad para perseverar en nuestra propia existencia y
provocar un cambio político.
Fenomenología de la agresión
Pensar una fenomenología de la agresión es considerar la agresión, la huida
y la agresión/huida (resistencia) como formas en que ella se expresa. Veámoslo.
Con respecto a la agresión podemos
afirmar que la agresividad y la violencia han sido las formas en que se ha
manifestado el miedo y el conflicto y se explica porque desde una perspectiva
intencional tienen implicaciones de naturaleza política. El conflicto planteado por
el que se defiende, en tanto que manifestación de una conciencia intencional,
es un fenómeno que persigue transformar el miedo en un estado de seguridad de
acuerdo con un cálculo político. Por otra parte, desde la óptica de una
conciencia no intencional, es un estado de incertidumbre donde está presente la
posibilidad de daño o de destrucción de forma inmediata o mediata.
La relación del miedo y la esperanza permite introducir el terror como
forma de acción política. Para Arendt, el terror es la forma de gobierno que
llega a existir “cuando la violencia, tras haber destruido todo poder, no
abdica sino que, por el contrario, sigue ejerciendo un completo control… porque
hace casi imposible el conocimiento de la amenaza”[3].
En este mismo orden de ideas, Ramírez expresó que terrorismo es una conducta de
dominación que apela a la violencia “para causar un intenso efecto psicológico”
con una finalidad política[4]. Esto
es lo que actualmente acontece en Venezuela. La relación contradictoria
miedo-terror orientada hacia adentro y hacia afuera del Estado es lo que obliga
a salir del estado de guerra actual materializado por una tiranía que nos está
sojuzgando. La incapacidad de responder de forma recíproca es lo que nos lleva
a examinar la ‘huida’.
En el párrafo anterior se introdujo el tema de la huida como una forma de
agresividad o una forma de evitar que una agresión se materialice en un daño
producido de forma inmediata. Pero la huida puede ser entendida como defensa de dos maneras: como un acto en sí mismo que
no amerita mayor explicación y como un acto de enfrentar algo que no se puede
derrotar. Este último es el que nos interesa. Así pues, se puede huir: en
primer lugar, para proteger algo huyendo con lo protegido, y en segundo lugar,
resistiendo la agresión para impedir que se haga daño a lo protegido. La
resistencia a una agresión, en este contexto, puede significar también eso que
se denominó huida hacia adelante para que lo protegido escape, o aguantar por
un período determinado una agresión hasta que lo protegido pueda escapar de esa
circunstancia.
De todas estas posibilidades
interpretativas podemos afirmar que el tiempo es la clave para entender la
respuesta a la agresión porque permite indicar la naturaleza de la amenaza por
dos vías: la representada por la acción inmediata (o huida inmediata) ante una
amenaza inmediata (agresión) y la representada por la acción continuada
(resistencia continuada como parte de un proceso que implica la huida
continuada) ante una agresión continuada que se expresa en los regímenes de
violencia que está aplicando la tiranía en Venezuela. Por esta última razón
sostenemos también que la huida es también una forma de agresividad que es una
respuesta a una agresión como se evidencia con la diáspora venezolana. La
diáspora venezolana, a pesar de que fue provocada por la tiranía, le ha hecho
daño por la intensidad del flujo. Esto lo veremos más adelante. Nos interesa
decir que la diáspora, en la manera en que se salió del control de la tiranía,
se ha convertido, en principio, en un arma que ha actuado en su propio
perjuicio.
La resistencia en sí significa
el postergar una respuesta para estar en condiciones de que ésta sea cónsona
con la naturaleza de la agresión u otra cosa en función de las circunstancias.
Ahora ¿cómo opera esta relación resistir-huir? La relación resistir-huir presupone una situación previa
que hace que el acto de resistencia sea una forma de preservar esa forma de
pasado que en cierta medida era conveniente. Esta relación genera a su vez las
condiciones para ir, en términos futuros, a un lugar donde el pasado se
conjugue con ese futuro de modo que el perseverar en su ser sea un continuo en
condiciones seguras o ideales. La metáfora “…dejar que el tiempo pase…”, usada
en múltiples formas puede dar una idea de lo que se está afirmando. La relación
resistir-huir, en este contexto, es clave para entender la guerra contra la tiranía.
Teniendo todo esto presente
podemos afirmar que el miedo es el
centro de gravedad sobre el cual orbita la agresión y nuestro propósito es
convertir el miedo en temor, es decir, actuar a través de un cálculo de riesgo
considerando todas las posibilidades. El miedo es la pasión que se presenta
cuando se interioriza el camino para ser-en-el-mundo a partir de la
consideración como un todo de nuestras propias vulnerabilidades y posibilidades.
Con base a este criterio el miedo generado por la relación
tiempo-agresión que integra la amenaza, la violencia y el terrorismo contiene
dos tipos de respuestas basadas también en un miedo determinado por la
capacidad de responder de forma recíproca al agresor. La primera respuesta
consiste en responder de forma inmediata con violencia y terror donde la
amenaza pasa a ser un mecanismo recíproco para producir temor que hoy día se
conoce bajo la expresión disuasión pudiéndose (en caso de fallar) generar una
espiral de violencia sin límites. La segunda respuesta está determinada por la
incapacidad de responder de la misma manera frente a una agresión e implica la
huida hacia adelante, otra forma de operar bajo la lógica del terror o
resistir-huir hasta que cese el efecto de la agresión o se produzca un cambio
de circunstancias. En nuestro caso, los cambios de circunstancias están
determinados por las transformaciones que están ocurriendo en la relación
trabajo-Estado que ha afectado el concepto de tiempo/valor y en nuestro caso ha
significado la destrucción de todo el tejido social y productivo para imponer
una concepción del mundo que ha fracasado en todos los lugares donde ha sido
impuesta. Este cambio de circunstancias también puede ser generado de manera
intencional a partir de la existencia de un plano de inmanencia determinado por
el rechazo a la tiranía. Mi propuesta ha sido actuar como un Enjambre, es
decir, un flujo dirigido contra las bases de sustentación de la tiranía con el mínimo
esfuerzo.
En esta relación
agresión-respuesta operan tiempos diferentes tanto en la acción ofensiva como
en la respuesta. Estos tiempos pueden ser simultáneos y más o menos instantáneos,
simultáneos y prolongados. La diferencia en estos tiempos está determinada por
la naturaleza de la intención, es decir del perjuicio o daño a realizar. Veámoslo
a continuación.
Fenomenología
del daño
De
acuerdo con lo anteriormente expuesto la pregunta que surge de nuevo es cuál es
el daño que provoca la tiranía para
que sea necesario hacer la guerra contra
la tiranía. La tiranía es un estructura que ha tratado de permanecer
mediante el dominio de la relación producción, excedentes y trabajo. Esta
relación ha sido posible mediante la subsunción del tiempo al valor de la producción. La
relación trabajo y tiranía es posible gracias a la situación de excepcionalidad
que vivimos. Así pues, el daño se evidencia en una doble dirección: nos obligan
a trabajar precariamente en condiciones de empobrecimiento forzándonos a actuar
solo; y nos obligan a mantener esas relaciones trabajo-Estado mediante la
amenaza de guerra y/o la guerra misma.
Ahora
bien, lo que media entre la agresión y el efecto que ha generado es el medio
utilizado para producirlo. Este medio es el arma que puede variar desde un
utensilio hasta una estructura normativa. La diferencia entre un utensilio y un
arma es que la primera libera una fuerza de carácter centrípeto y la segunda lo
hace de manera centrifuga. La clave está dada en su objeto, la capacidad de
proyección y en la velocidad con que se proyecta y produce el efecto deseado. Con
este criterio las armas las podemos clasificar en función del daño que
producen: por el flujo de destrucción que libera, por el tiempo y la intensidad
del flujo, y por el tiempo en que duran sus efectos.
Las
relacionadas con los flujos de destrucción que libera tienen que ver con: los
flujos materia-energía, los flujos poblacionales, los flujos alimentarios y los
flujos urbanos. La preocupación de la tiranía en este contexto ha sido
canalizar, contener y limitar espacial y temporalmente dichos flujos.
Espacialmente mediante el establecimiento de una medida de tiempo y
temporalmente sometiendo a los venezolanos a un estado de miedo permanente. Expliquémonos.
La diáspora venezolana se generó por la acción/inacción de una clase política corrompida
y fracasada, que solo busca mantener sus privilegios a costa de los venezolanos.
Este flujo se inició de manera espontánea y comenzó a hacer daño con lo cual,
por una parte, la tiranía ha instrumentado medidas de propaganda (vuelta a la
patria) y de contención (restricciones para la emisión de documentos de
identidad) y, por la otra, la misma tiranía y el resto de la clase política (colaboracionistas,
cohabitadores, etc.) han usado estos flujos para obtener beneficios económicos
y políticos con aquello que se han denominado ‘ayuda humanitaria’.
La
diáspora venezolana es un flujo constituido por individuos que perdieron sus
esperanzas de perseverar en su propia existencia dentro del país y la
satisfacción de sus necesidades básicas están recargando las estructuras
sociales de los países receptores haciendo que pueda ser denominada máquina de guerra. Máquina de guerra empleada para reducir la capacidad de maniobra de
esos países y obligarlos a negociar. La diáspora venezolana, en tanto que máquina de guerra, es un flujo de
destrucción que ha obligado a los Estados afectados a instrumentar medidas de
contención de dicho flujo.
En
relación con el tiempo e intensidad del flujo de destrucción podemos afirmar
que éste puede variar en una gama que va de los flujos de gran intensidad y
corta duración para destruir en un tiempo relativamente corto a los flujos de
poca intensidad, y de un gran período para producir un efecto erosivo. En el
caso venezolano se ha producido entonces un flujo migratorio de alta intensidad
para provocar una parálisis en la estructura de decisión regional y ganar (y lo
está logrando), al menos, unos cuantos meses mientras se reconfigura el orden
geopolítico en la región (especialmente en EE.UU., España y México). Después
jugaría, como ocurrió en el caso cubano (historia de los marielitos), con la
producción de flujos de poca intensidad con una finalidad erosiva.
Con
respecto al tiempo en que duran sus efectos, los flujos pueden ser clasificados
como sigue: los de efectos más o menos inmediatos y los de efectos prolongados.
Los de efecto más o menos inmediato están relacionados con los actos de guerra
y los efectos a lograr (objetivos) son en un tiempo determinado. Los de efecto
prolongado se corresponden con los regímenes de violencia y con el control de
los afectos para evitar que se produzca o no una máquina de guerra que destruya al Estado. Esto quiere decir, que la
tiranía en Venezuela ha aprovechado el flujo de destrucción, en términos de
personas, alimentos y flujos financieros, para evitar que los depongan del
poder provocando caos de forma
controlada mediante su redireccionamiento. Con ello se ha salido de la
conceptualización formal de la guerra y se ha hecho esta con otros medios para
obtener resultados absolutos. En consecuencia, la resistencia es la
continuación de la guerra con otros medios hasta que se generen las condiciones
de producir un flujo de destrucción del orden político que se ha impuesto. Ya existen
las condiciones de producir un caos que
no pueda ser controlado por la tiranía[5].
Lo
que está en juego aquí es la diferencia de temporalidad puesto que nos remite a
dos ideas del tiempo que son completamente diferentes: la acción más o menos
inmediata y de gran intensidad nos indica la naturaleza de la estructura usada
para hacer la guerra (máquina de guerra)
y la otra cuyos efectos son prolongados, que se expresa en un estado de
excepción permanente. La primera nos señala la idea de un tiempo signado por el
acontecimiento, la segunda nos muestra la idea de un tiempo signado por la
medida de sujeción, como estamos padeciendo los venezolanos.
Como la relación espacio-tiempo y duración se enmarcan en el concepto de acontecimiento[6],
es decir, un hecho generador de un flujo de destrucción de gran intensidad y
corta duración como ocurrió, por ejemplo, con la caída del muro de Berlín,
vamos a examinar la naturaleza del ‘acontecimiento’ para comprender
fenomenológicamente su significación en la guerra
contra la tiranía.
El acontecimiento como motorizador
del cambio político.
Un acontecimiento es un hecho significante producto de la confluencia de un
conjunto de hechos cuyos efectos tiene una consecuencia trascendente. La caída del
muro de Berlín fue un acontecimiento que se produjo por la existencia de un
plano de inmanencia signado por el rechazo a una tiranía que produjo un flujo
de destrucción que permitió la instauración de la libertad.
Así pues, como se afirmó, hay dos ideas de tiempo que se encuentran en
oposición. Una representada por la idea de un acontecimiento materializado por
la acción más o menos inmediata de un corto
período, y la otra cuyos efectos nos indica la existencia de un estado de excepción
porque la idea del tiempo está condicionada espacialmente para la supervivencia
misma de la tiranía. La primera
concepción del tiempo es una especie de entretiempo que indica que la guerra es
una actividad suplementaria y no permanente. La segunda, es el tiempo
determinado por la voluntad de conservar el Estado, donde los actos de guerra
son expresiones de la forma de manutención de ese tiempo bajo la figura de la
excepcionalidad y donde se enmarca lo que hemos denominado como resistencia. El
estado de excepción se evidencia en la detención del tiempo de las vivencias
que sufrimos los venezolanos.
Un acontecimiento es un entre-tiempo superpuesto al tiempo que sucede
espacialmente marcando una diferencia sustantiva frente al tiempo determinado
por la sujeción causada por la tiranía. Para ello basta generar un hecho
significante para hacer “el acontecimiento posible” y consecuentemente su caída. Dicho de otra manera, el acontecimiento es un
entretiempo del proceso por medio del cual se podría abrir la posibilidad de construir
una nueva república. Para un conjunto de venezolanos que son objetos de una agresión
continuada la resistencia bajo la figura de agresión/huida que hemos definido
como resistencia es hacer acciones significantes por más mínimas que sean que
puedan ser vistas por otros como trascendentes y ejemplarizantes de modo que
puedan generar un enjambre. Un enjambre producido por una multiplicidad que puede
generar un flujo de destrucción[7].
La guerra puede ser
entendida entonces como una multiplicidad que se presenta a su vez de forma
múltiple. Es un fenómeno que se presenta primeramente en la conciencia que
puede significar cambio y destrucción metafísica, y se puede representar
también necesariamente o no como un flujo de cambio y destrucción física a
partir de lo que la misma conciencia puede lograr convertir en acto por más
mínimo que este sea. En la primera categoría, la relación ansiedad-miedo se
evidencia en que la focalización del miedo se dirige a otro, es decir, una
alteridad cuyas acciones podrían provocar daños como consecuencias de una
acción propia o como repetición de una experiencia ya vivida. En la segunda
categoría, se puede presentar un inconveniente debido a la dificultad de
identificar el objeto de miedo. Pero hay otra categoría, una que se presenta a
partir del momento en que la relación potencia-acto provoca en un ser una
situación que puede ser reinterpretada como un ir contra la tiranía. La guerra es, entonces, la manifestación de un
miedo convertido en temor que es producido de múltiples formas en un instante
dado y en un sitio localizado que se manifiesta en acciones recíprocas (flujos
y contraflujos).
Por ello, mientras la
tiranía busca extender su existencia mientras se reacomoda el orden geopolítico
regional entre noviembre y diciembre, una multiplicidad de venezolanos puede
hacer costosa esta existencia e incluso acelerar su caída. Esto es lo que hemos
estado refiriendo como resistencia y acontecimiento. La resistencia entendida
como una forma de agredir y huir por parte de un individuo puede ser expresión
de un acto, de una mínima acción que sea significante y provocar así un acontecimiento
que pueda ser reproducido generando un flujo acontecimental. Son infinitas las mínimas
acciones significantes que se materialicen en daños a la tiranía[8]. Todo es producto de creatividad
e iniciativa.
Corolario.
Al ser la guerra un fenómeno
provocado por una conciencia intencional, estamos en presencia de un nuevo
campo de resistencia y combate. De esta afirmación se puede inferir que la
guerra es permanente, un estado de la conciencia (estado de guerra),
constituyendo los actos presentaciones y representaciones de dicho estado.
Al ser la conciencia también un espacio de combate, el temor es la forma en
que se expresa la guerra debido a que esta pasa a ser la expresión del vaivén
entre concepciones que pueden ser fuente de inseguridad y miedo produciendo
respuestas que pueden apuntar en un extremo a la no acción o a la acción con el
propósito de asegurar la supervivencia, en otras palabras, luchar o huir para
intentar perseverarse en su ser. El temor, en este contexto, supone un cálculo
de riesgo y es nuestra apuesta para evitar la parálisis que genera el miedo.
La resistencia, en este
contexto, es consecuencia de un
proceso de auto-valorización y auto-determinación que reduce la posibilidad de
duda en la medida en que este proceso liberador se vaya haciendo eficiente a partir
de acciones efectivas por más mínimas que sean para provocar daño a la tiranía.
Este acto abriría la posibilidad de captar a una conciencia no-intencional en
relación con el momento político que viven los venezolanos. Este acto que hemos
denominado acontecimiento no es consecuencia de un abuso desmedido debido a que
la forma en que la tiranía ha agredido a los venezolanos no tiene medida
temporal ni espacial. Lo que podría servir de detonante para generar las
condiciones para la producción de un flujo de destrucción y consecuentemente un
cambio súbito y repentino es un conjunto de hechos significantes que puedan ser
reproducidos por otros venezolanos en la medida de sus capacidades. Esto no nos
coloca en el plano de azar, porque existe una conciencia de la necesidad de
hacer algo: sólo queda dar un paso similar a los que han realizado ya millones
de venezolanos para provocar un cambio de circunstancias.
[1] El documento original fue
publicado en Apuntes Filosóficos Vol. 22, N° 43 (2013). Caracas Universidad
Central de Venezuela bajo el nombre “Fenomenología de la guerra contra la
guerra” y un desarrollo posterior apareció en “Ontología de la Guerra. crítica a
los conceptos de guerra y resistencia en las obras de Hardt y Negri”.
[2] Tomando la palabra de G.
Eickhoff quien cita a Hannah Arendt.
[3] Ver al respecto: ARENDT, H. (2006).
Sobre la Violencia. Madrid. (T. G.
Solana). Alianza Editorial. 144 p.
[4] Ver al respecto: RAMÍREZ, B. (2005).
El Estado Paralelo. Sólo Negocios....
Caracas. Bid & co. Editor. 355 p.
[5] Ver al respecto: CAOS, ORDEN Y
ESTRATEGIA DEL ENJAMBRE en http://edgareblancocarrero.blogspot.com/2018/06/caos-orden-y-estrategia-del-enjambre.html
[6] Un evento es
según la real academia española un acaecimiento, es decir, una cosa que sucede
y un acontecimiento es un hecho o suceso, “especialmente cuando reviste cierta
importancia”. Pero, según el diccionario de Autoridades todas estas expresiones
eran sinónimas manteniendo su proximidad de significado a la expresión latina
“eventus”, o sea, “acontecimiento, acaecimiento, suceso, casualidad y cosa que
puede acaecer” (Tomo I:236). Aquí vamos a considerar las expresiones evento y
acontecimiento como sinónimas.
[7] Ver al respecto: “AUCTORITAS
SITUACIONAL, MULTITUD Y COLAPSO SISTÉMICO” en http://edgareblancocarrero.blogspot.com/2017/11/auctoritas-situacional-multitud-y.html
[8] Ver al respecto: “T. E. LAWRENCE
Y LA ESTRATEGIA DEL ENJAMBRE” en http://edgareblancocarrero.blogspot.com/2018/01/t-e-lawrence-y-la-estrategia-del.html
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